No traiciones a las hienas Capítulo 5: Por un trozo de papel



En el comienzo de su tercera noche como merodeador nocturno, Steve no tuvo necesidad de utilizar el traje que Carnagge le había entregado; encontrarse con Marcus había resultado ser un beneficio inesperado, sobre todo porque significaba para él una de las tres cosas buenas que había vivido en su infancia en Gotham: Marcus era, al igual que él, una versión adulta que ya se proyectaba cuando ambos eran amigos. Desde jóvenes resultaba simpático ante la gente, era avasallador y se hacía dueño de la situación con toda facilidad; le llamó mucho la atención que tan solo un rato después de haberse encontrado parecía como si jamás hubiesen dejado de tener contacto. Fueron a comer a un restaurant chino propiedad de un antiguo amigo de su familia, y en donde el propio Marcus y Steve se sintieron como en casa, coqueteando además con la hermosa camarera que los había atendido; después de eso fueron hacia uno de los barrios nocturnos de Gotham, en donde pasaron un par de horas aparentando divertirse pero haciendo una serie de preguntas importantes. El hecho de ser parte del negocio hacía que  Marcus pudiera hablar con las personas indicadas y hacer las preguntas correctas sin llegar por ello a llamar la atención; con el paso del tiempo Steve notó que tras la máscara de amabilidad y diversión, su amigo estaba preocupado. Casi daban las 3 de la mañana cuando salieron de un centro nocturno y continuaron caminando de forma distendida, aunque hablando en voz baja.

—Hasta ahora lo que tenemos es lo siguiente: ese sujeto llamado El amuleto trabajaba para Kronenberg haciendo algunos negocios menores y asegurando que las calles estuvieran despejadas para que el viejo pudiera realizar cualquier tipo de tráfico sin molestias por parte de los vecinos.
—Es un buen punto de partida —dijo Steve Como si no supiera nada de eso.
—La sensación que tengo —dijo Marcus—, es que ese tipo al que le decían El amuleto era de la clase de sujeto que jamás se niega a querer ser alguien grande.
—No te entiendo.
—Mira, en la vida nocturna no hay muchas clases de personas —explicó el otro con tono ausente—, los que trabajan de noche son básicamente siempre los mismos: Primero estamos los tipos como yo que queremos hacer dinero y nos gusta divertirnos, también están los ambiciosos que jamás tienen suficiente, los que se prostituyen ya sean hombres o mujeres, como una forma de sacar provecho de lo que de todas maneras harían gratis, los que hacen su trabajo, que son los que menos duran en esto, y los que son mediocres pero no se dan cuenta de ello ¿te acuerdas cuando estábamos primaria ese sujeto insignificante que se llamaba Peter Danfish?
—Vagamente.
—Siempre andaba detrás de alguien que fuera más fuerte e inteligente y trataba de imitarlo o competir.
—El que cayó en la broma de los globos.
—Exacto. Estas personas son capaces de seguir órdenes, pueden ser muy meticulosos en el trabajo que les encargues, pero su problema es que siempre están tratando de hacer algo más allá; si les dices que corran un kilómetro tratarán de correr dos, pero no pueden hacerlo. Viven a punta de frustraciones, siempre conformándose con lo que les queda o lo que les dejan, porque no importa cuánto tratan de demostrarse a sí mismos o a los demás, jamás aceptan que no pueden.

Steve había conocido algunas personas así en la universidad y también en el tiempo en que había estado trabajando para la compañía: ejecutivos que procuraban vestirse lo mejor posible, rendir de la mejor manera, pero que a la hora de presentar proyectos o ideas nuevas no tenían mucho que ofrecer y lo disfrazaban con tecnicismos y florituras que se desarmaban después de escarbar tan sólo un poco. Siempre terminaban siendo bastante patéticos, pero nunca le habían parecido amenazantes.

—Eso es porque tú no te desenvuelves en el mismo mundo que yo —comentó su amigo restándole importancia al asunto—, en tu ambiente un sujeto frustrado puede tratar de hacer un negocio y tener una idea que ya se le ocurrió a alguien 20 años atrás, pero en mi mundo las cosas pueden ser más extremas; un amigo tuvo un problema con un sujeto como ese, el tipo era un buen guardia pero insistía en ser jefe de seguridad aunque no tenía cerebro para hacerlo, el resultado es que un día que mi amigo se ausentó el tipo ideó un plan para librarse del jefe y quedarse a cargo. Durante la jornada se le pasaron unas adolescentes y justo ese día apareció un oficial de policía: les cursaron una multa, y este hombre en vez de asumir la culpa, quiso inventar una serie de excusas y al final se fue en contra del jefe de seguridad oficial.

Era sorprendente como todo eso coincidía con lo que Carnagge le había dicho acerca de ese hombre; por suerte la información más relevante al respecto era lo primero que había averiguado.

—Entonces crees que lo mataron por eso.
—Es obvio que lo mataron por eso —replicó el otro—. Pero lo importante es que sabemos ya con cuántas personas trabajaba, si este tipo es responsable de la agresión a tu padre lo más probable es que sea porque quiso hacerse cargo el mismo de las tareas de vigilancia o chantaje, no lo sé, dijiste que tu padre no había hecho la denuncia.
—No claro que no.
—Teniendo la empresa de la que me hablaste, lo que se me ocurre es que tal como lo supusiste, el ataque no fue casual; tal vez tu padre los descubrió en algo y este sujeto, en vez de ofrecerle dinero o amenazarlo lo atacó de inmediato.
—Disculpa pero no entiendo cómo es que eso se relaciona con su muerte.
—Fue un estúpido hombre —replicó el otro—; cuando los delincuentes quieren mantener alguna zona despejada no quieren llamar la atención. No todos son El Joker. Si de pronto alguien comete un ataque de esa magnitud la policía puede comenzar a rondar por ahí, quizás simplemente el sujeto estaba haciendo algo que no correspondía a su trabajo y alguno de sus subordinados decidió aprovechar la circunstancia para decirle a Kronenberg que estaba fuera de control, espera.

Se interrumpió un momento para contestar una llamada; Steve no podía estar más agradecido de la información que estaba consiguiendo ahí, tal vez podría lograr muy pronto encontrar a los secuaces fugitivos.

— ¿Recuerdas a la pelirroja del bar El muérdago? —dijo Marcos guardando el celular en su chaqueta—, creo que tiene información para mí.
—Excelente.
—Sí, pero sabes… creo que voy a poder convencerla mejor solo.

Ambos se rieron ante el mensaje implícito en esas palabras.

—Está bien, yo entiendo —comentó Steve—, no sabes cuánto te agradezco que te sacrifiques por mí.

El otro comenzó a alejarse con una gran sonrisa.

— ¿Para que están los amigos? Te llamo en la mañana.

Steve continuó su camino solo y le divirtió pensar que estaba muy cerca de una zona en la que se había divertido mucho cuando niño; instado por esta idea y la perspectiva de conseguir más información gracias a Marcus, se animó a pasar por una de las escasas zonas de Gotham que le traían buenos recuerdos. Unos minutos más tarde se encontraba en una plaza oculta entre dos edificios de oficinas y la parte trasera de una de las dependencias de la biblioteca pública: se trataba de una plazuela minúscula, con una pequeña fuente de piedra en desuso en el centro, un camino circular de piedra y arbustos alrededor, y un solitario columpio pendiendo de un par de postes metálicos.

—Miranda.

Durante un momento no pudo salir de su asombro; había empezado a refrescar esa madrugada pero no hacía frío, cuando se dio cuenta de que la mujer que estaba sentada sobre el columpio, meciéndose de forma muy leve era alguien a quien conocía. Su postura sobre el columpio era desganada, tan inapropiada para ese lugar como estar muy abrigada cuando esa noche no hacía frío. Le sorprendió muchísimo también ver que casi no había cambiado en los últimos años. Al escuchar su nombre, la mujer levantó la vista; su expresión era una extraña mezcla de melancolía e intranquilidad, y a él le dio la inexplicable sensación de que ella llevaba mucho tiempo ahí.

—Steve Maori —dijo ella sin moverse de su lugar—, debo sentirme honrada de que me recuerdes.

Ese saludo fue un disparo hacia su buen estado de ánimo. Miranda era uno de sus escasos buenos recuerdos de la infancia en Gotham; viéndolo en retrospectiva resultaba extraño que alguien como él se hubiera fijado en la muchacha común y no en una de las populares, pero lo cierto era que ante sus ojos, ella era fuerte y decidida, una joven que no se dejaba intimidar por nadie y que al mismo tiempo podía ver en alguien como él las cosas que el resto se esforzaban en ignorar. No habían conversado mucho, sin embargo recordaba con especial intensidad una discusión que habían tenido luego de que él le gastara una broma a uno de los debiluchos del curso: la muchacha no había hecho un escándalo ni se había arrojado a llorar, sino que lo confrontó con argumentos y con decisión. Cuando al final él se aburrió de la discusión se había apartado, pero la siguió hasta esa plaza, en dónde la había visto mecerse en el columpio con tal libertad y alegría que en vez de servirle como una excusa para burlarse, lo había impresionado por su fuerza  y capacidad de vivir a su manera.

—También me da gusto verte.

Ella lo miró de una forma enigmática.

— ¿Qué haces aquí? Siempre tuve la impresión de que jamás volverías a Gotham.

Al menos no se iba a producir un incómodo silencio.

— ¿Y qué me dices de ti? —replicó él con una sonrisa encantadora—, según recuerdo ibas a ser algo así como un doctorado en ciencias forenses o algo para lo que se requería muchísimo cerebro y que por supuesto te iba a obligar a salir de esta ciudad.

La mujer no respondió durante unos momentos, mientras su vista permanecía perdida entre un punto indeterminado, entre él y el cielo.

—Sí bueno, lo cierto es que no estoy viviendo en esta ciudad.
—Entonces tenemos algo en común ¿estás de paseo?
—Tú pareces estar de paseo, por lo visto tu noche ha sido muy agitada.

Steve soltó una risa cristalina.

—He estado deambulando por algunos bares durante la noche, pero lo mejor que he visto hasta ahora está frente a mis ojos.

Miranda se puso de pie resueltamente y lo enfrentó.

—No es gracioso, no soy una chica común de las que seguramente estás acostumbrado a conocer.

Siempre esa intensidad, esa tenacidad para expresarse, nunca permitir que alguien la dejara de menos.

—Miranda, no quiero discutir —comentó con su sonrisa más sincera—, nunca fuimos enemigos en la primaria y eres uno de los mejores recuerdos que tengo de mi época aquí; no estoy tratando de seducirte, no hables como si supieras todo de mí.

En ese momento fue ella quién soltó una risita, pero en su caso fue algo con un toque más sarcástico.

—Steve las personas no cambian, sólo crecen; la última vez que nos vimos en la secundaria teníamos 14 años y desde entonces ya estabas acostumbrado a ser el chico guapo y popular, el que iba a estudiar en las universidades más costosas y tener un empleo de vanguardia; el que iba a estar rodeado de supermodelos en su gran departamento, y tú lo acabas de decir, yo quería estudiar en un campo de la ciencia, algo que fuera un desafío a mi intelecto y mi capacidad de desarrollo, siempre lo supe y quizás por eso es que de alguna manera te enfrenté.

Las hojas de los arbustos en esa plaza no se veían tan verdes y lozanas como en esos años; algo se había perdido para siempre entre ellos, tal vez la capacidad de ignorar las cosas que los hacían diferentes.

—Está bien, lo admito. Lo que no puedo comprender es esa actitud de constante rechazo, siendo tú y yo tenemos muchas cosas en común; desde que éramos adolescentes supe que ambos ambicionábamos el éxito, que no queríamos conformarnos con algo mediocre ni con la única esperanza que quedara.
—No es el qué, es el cómo —respondió ella—. Tú eres del tipo de hombre que quiere salir adelante sin importarle el resto, mientras que yo… a veces me siento tan estúpida hablando estas cosas.

Sucedió un silencio extraño e incómodo entre ambos; parecía increíble que una discusión de hace 10 años pudiese continuar casi desde el mismo punto en donde había sido dejada; procurando no alterarse, el hombre se encogió ligeramente de hombros y habló en voz más baja, mirándola a los ojos.

—Desde que éramos niños y nos conocimos en la primaria, siempre admiré tu fuerza y la forma en que enfrentabas las cosas, por eso es que te respeté. Incluso en esa discusión que tuvimos fui sincero contigo; nunca te olvidé.

—Tampoco yo olvidé lo que sucedió —replicó ella con tono ausente—. Ahora dime qué es lo que haces ¿te encuentras con una ex compañera de estudios y quieres resolver una discusión infantil de hace más de 10 años?

Steve sintió que era el momento preciso para decir lo que había estado ocultando.

—No, lo que estoy haciendo es… escucha, vine a Gotham porque mis padres están pasando por una situación muy difícil.

La mirada de la mujer se fijó en la de él, incrédula.

—Tu madre siempre dijo que habías ido a estudiar a Atlanta, y que te comunicadas con ellos y les mandabas postales. No me preguntes por qué, pero nunca le creí; en esos años estabas tan enojado Y de cierta manera tenías tantas ganas de salir de esta ciudad que pensé que te habías largado para nunca volver.
—Eso fue lo que hice —respondió él—, mis padres no quisieron apoyarme en mis sueños, así que salí de aquí para cumplirlos solo. Pero al final hay cosas de las que siempre te acuerdas.

Después de una pausa, ella concedió algo de verdad en sus palabras y asintió, regalándole una media sonrisa.

—Quisiera pensar que me equivoqué contigo, que toda esa apariencia y esas formas avasalladoras que tienes no es el real. No sé por qué te estoy diciendo esto.
—Por la misma razón que yo estoy hablando contigo, escucha, todo esto es muy extraño y acabamos de encontrarnos por accidente ¿Qué te parece si nos vemos de nuevo mañana, con la mente despejada y hablamos de lo que hemos hecho en estos años? estoy seguro de que podemos llegar a entendernos.
—Sí. Supongo que podemos intentarlo.

Acordaron encontrarse la tarde siguiente en el restaurant El retorno; Steve se fue a la casa con una agradable sensación entre manos, de pronto había acariciado la idea de salir de esa ciudad con el capital que le pertenecía, y además con la compañía de una mujer que no fuera como cualquier otra. De alguna manera sintió que desde siempre habían tenido en común un deseo de superación distinto al resto, sólo que ella se detenía a sí misma por absurdos preceptos morales.
Después de dormir algunas horas se dio una ducha y dedicó algo de tiempo  a analizar la nota que habían dejado en la casa el día anterior; mientras su padre siguiera inconsciente no podía resolver ni conocer más información desde ese lado, pero esa nota tenía que servirle de algo.
Se comunicó con Doug, el muchacho a quien pretendía utilizar para conseguir información, y se reunió con él a la hora de almuerzo en un restaurante de comida rápida. Decirle que escogiera lo que quisiera fue como abrir las puertas del cielo, y los primeros 15 minutos fueron en silencio hasta que el joven se cansó de comer a toda velocidad y Steve pudo conversar con él; lo que tenía sobre El amuleto era aproximadamente lo mismo que él sabía y que había averiguado Marcus.

— ¿Sabes algo? todo esto está delicioso —dijo el muchacho tomando otros sorbo de gaseosa—, pero no he averiguado nada más que lo que te dije.
—De todas maneras necesito que sigas averiguando lo que puedas de la vida de ese tipo.
—No es que tenga mucha vida como para poder preguntar ¿o sí?

El muchacho siguió riendo de su chiste, mientras Steve se preguntaba si sería bueno seguir esa vía de investigación cuando a través de su amigo y sin necesidad de pagar por ello podía averiguar también muchas cosas.

—Espera, hay algo que se me había pasado por alto.
— ¿De qué se trata?
—Me dijiste que querías saber cosas sobre la vida de este tipo ¿no es así? Pues cuando descubrí que estaba muerto me puse a pensar en que no había mucho más que pudieras hacer, pero a ustedes los escritores les gustan las historias sórdidas ¿verdad?
—Continúa.
—Pues mira, fui a hacer algunas averiguaciones, me metí en la morgue y descubrí algo que puede ser interesante.
—No le des más vueltas y dime de qué se trata.
—Está bien, está bien. Mira, conseguí ganarme la confianza de una persona que trabaja en el depósito de desechos de la morgue, y entre una cosa y otra me dijo que habían recibido un caso muy particular, un ahogado ¿sabes? Y me dijo que a ese ahogado le decían El amuleto, que era un delincuente y parece que cuando se enteran en la policía celebran cuando muere uno de ellos.

Resultaba un poco interesante que el muchacho pudiera investigar asuntos ocurridos en la morgue, pero como de todas maneras él ya sabía de qué forma había muerto el delincuente, eso no le prestaba utilidad.

—Resulta que no era un ahogado común ¿sabes? Se había muerto y todo, pero estaba congelado.
— ¿Qué quieres decir?
—Pues que no estaba simplemente helado por el agua; dicen que lo encontraron en un canal o en el lecho de un río, y que toda esa zona estaba congelada, el cuerpo era una paleta.

Steve se quedó sin palabras; si El amuleto había sido encontrado muerto un día después de la golpiza que su grupo le había dado a su padre, todavía existía la posibilidad de que estuviera al mando en ese atentado. Sin embargo, si hubiese sido congelado, hacía que todos los otros hechos inconexos tuvieran sentido: el trozo de papel dejado dentro de su casa, el perro muerto afuera de esta misma, el ataque a su padre y la propia muerte de El amuleto habían sido perpetrados por la misma persona, por eso es que parecía tan extraño que alguien mediocre y sin talento como él estuviste detrás de cualquier parte de esa maquinación. En este momento Steve comprendió que alguien más había utilizado a El amuleto, su conexión con Kronenberg y a su padre en su propio beneficio, es decir el delator no era algo tan simple como eso, era la mente escondida detrás de una trama mucho más compleja, y esa persona oculta aún entre las sombras todavía estaba consciente del peligro y se esforzaba por eliminar cualquier prueba posible.

—Escucha, lo que has conseguido hasta ahora es muy interesante y me va a servir para mi libro, pero yo también estuve haciendo mis averiguaciones y descubrí que ese tipo trabajaba con seis personas ¿crees que podrías averiguar quiénes son y dónde están?
—Sí, creo que sí.
—Entonces hazlo —dejó unos billetes sobre la mesa—, como puedes ver cumplo mis promesas, sigue investigando y verás más de estos.

Por la noche Steve fue al restaurant en donde había acordado encontrarse con Miranda. Por un momento tuvo la sensación de que no iba a llegar, sin embargo apareció en el recinto; Steve había ido preparado para la ocasión vistiendo un traje negro semi formal sin corbata, con una camisa de color púrpura bajo el saco. Ella entró a paso lento, buscándolo con la mirada perdida; nunca había sido especialmente voluptuosa, pero el vestido que llevaba en esos momentos, largo, con mangas largas, y escote cerrado de color negro con destellos resaltaba una delicada figura. Su cabello largo estaba recogido en un moño a la altura de la nuca, dejando el rostro despejado; se dio cuenta de que llevaba muy poco maquillaje, dando un poco de color oscuro a los párpados y un rojo pálido en los labios En los instantes previos a el encuentro de las miradas ella parecía desorientada o triste.

—Hola —dijo el acercándose a paso lento—, escucha, lamento que nos hayamos encontrado de esa manera ayer; durante estos años pensé muchas veces en que al volver a vernos sería distinto.
—Está bien. Supongo que es parte de nuestra naturaleza.

Mientras caminaban hacia la mesa que él había reservado, un hombre mayor vestido de forma muy elegante se acercó a saludarla.

—Miranda, qué gusto verte.
—Coronel Keyton siempre es un placer.

El hombre mayor de cabello cano soltó una risa que sonó casi como un bufido.

—Por favor niña, ya no soy un coronel a estas alturas, lo fui en el tiempo de tu abuelo.
—Lo siento —replicó ella sonriendo—, debe ser la fuerza de la costumbre.
—Sí, dicen que lo que nos enseñan las fuerzas armadas nunca se olvida.

¿Fuerzas armadas?

— ¿Quién es?
—Steve Maori, es un amigo. Te presento a un gran amigo de mi familia el señor Terence Keyton.

Se saludaron de manera formal mientras la mente de Steve trabajaba a toda velocidad.

—Supongo que debes estar muy contenta de tener algo de tiempo fuera de Afganistán, para visitar a tu familia y compartir con amigos.

Miranda se vio incómoda ante la declaración del hombre mayor, sin embargo se repuso en una milésima de segundo y asintió con sencillez.

—Sí, creo que sí; además siempre es un gusto ver que goza de tan buena salud.
—Eso es verdad, aún no me muero.

El hombre se despidió y salió del restaurante; las miradas de Steve y Miranda se cruzaron. Entonces ella estaba de visita de regreso en su hogar después de haber estado en Misión como parte del ejército. Dada la situación bélica en ese lado del mundo, era imposible que una científica hubiese estado allí.

—Así que eres un soldado.
—Escucha, yo…
—Supongo que no vas a creer —intervino con una gran sonrisa— que yo soy de la clase de hombre que se intimida ante una mujer que sabe manejar armas y ese tipo de cosas.
—No esperaba que lo supieras.
— ¿Por qué? No es alguna clase de Misión secreta ¿O sí?

La voz de ella lo negó, pero su actitud corporal lo negaba a pesar de que la joven quisiera evitarlo; era una soldado, no una científica, o quizás era ambos y estaba en Gotham por una misión.
Oh por Dios.
La forma en la que estaba vestida la madrugada anterior le había parecido extraña porque no hacía frío. El vestido que llevaba en esos momentos era elegante, pero tenía algo en común con esa tenida casual: llevaba cubierto el pecho y los brazos.
Oh por Dios.

—Miranda…

Se acercó a ella y puso su mano en el brazo izquierdo, aplicando un poco de presión; ella se retiró, conteniendo una queja.
Oh por Dios.
No tenía frío en la madrugada, ni estaba usando ese vestido con mangas por casualidad, sino porque estaba cubriendo las heridas. Debió haber reconocido el suéter oscuro con cuello de tortuga que ella llevaba la madrugada anterior, debió suponer que una mujer de contextura delgada y no muy voluptuosa, con la cabeza y cara tapadas y ropa deportiva podría pasar por un hombre delgado. Debió reconocer los elegantes movimientos como los de una mujer que usaba la destreza en lugar de la fuerza bruta. Debió recordar que en primaria ella era por mucho la más destacada en todas las artes físicas de destreza.
¿Entonces eso significa que cuando vuelva a salir con el rostro cubierto, volveremos a pelear?

2

La salida que hizo esa noche fue en cierto modo un desafío; necesitaba encontrarse de nuevo con el adversario de esa pelea, necesitaba saber si la mujer con la que había tenido una cena desastrosa poco antes era la misma que también se cubría el rostro para enfrentar a desconocidos. Después de llegar a las conclusiones a su encuentro con Miranda, no había logrado concentrarse, y ella misma no se mostró interesada, y en todo momento ausente y cabizbaja ¿sabría en realidad quién era él?
Todo era una maraña en esos momentos ¿cómo podía adivinar algo como eso? Se sentía traicionado, con ganas de tomar a esa mujer por los hombros y exigirle que le dijera la verdad, que le explicara por qué lo había seguido esa noche, por qué la pelea, y qué era lo que quería lograr o demostrarse. Como si fuera un llamado, después de deambular por calles y tejados durante un par de horas, se encontró a cierta distancia con unos traficantes que se repartían el botín de algún desgraciado, y decidió intervenir para ver si tentaba a la suerte.

—Pero miren quién está aquí, parece que hay otro loco justiciero en esta maldita ciudad —exclamó uno de ellos sacando del cinto del pantalón un cuchillo—. ¿Qué es lo que haces tú, arrojas mariposas?

Steve no estaba de ánimos para escuchar comentarios sarcásticos, de modo que se lanzó con todo en contra de los tres sujetos. Derribó a uno de ellos con una patada, empujó al segundo y se dedicó por un momento al bocón del cuchillo; confirmó las cualidades del traje cuando un corte resbaló en el brazo, y aprovechó la cercanía para arrojarse con toda su fuerza contra él; cayeron enzarzados en una pelea cuerpo a cuerpo, donde la defensa física le daba la ventaja a Steve. Uno de los otros asestó una patada en la parte trasera de la cabeza, y aunque no causó mayor daño, dio tiempo suficiente para que el que estaba bajo él lo empujara contra la pared del edificio contiguo; el impacto lo llenó de adrenalina, se levantó y con un giro se puso de pie, adoptando posición de boxeo, con la que pudo deshacerse de forma eficiente de uno, y luego del otro. Con los tres tipos en el suelo, se tomó un momento para absorber la adrenalina y llenarse de ella, como si de una droga se tratase. Levantó la vista al cielo, y vio una sombra pasar.
Era una nave, pequeña y veloz, que como una ráfaga de silencio había pasado sobre los edificios.

— ¿Acaso al fin te encontré, murciélago?



Próximo capítulo: El sonido de una explosión

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