Maldita secundaria capítulo 1: Faltan tres meses: Primera parte




Secundaria Santa Sofía del Ángel
Martes 2 de Octubre
Sala de lenguaje. Tercer año

El ruido se apoderaba de la sala durante la tercera hora de clases mientras la profesora aún no llegaba. Santa Sofía del Ángel era una secundaria que llevaba poco tiempo en funcionamiento, era su primer año, y desde un principio el establecimiento había cosechado buenas críticas, tanto por su excelente infraestructura  como por un muy buen modelo de enseñanza. Cuando estaba acercándose el fin del año escolar, todo funcionaba en el establecimiento con total naturalidad, y desde luego los grupos  ya estaban armados y nada dentro de los salones parecía indicar que el Santa Sofía tenía muy poco tiempo como tal; a esto contribuyó desde el inicio una fuerte inversión que se notaba también en el plantel académico, la mayoría de ellos profesores con amplia trayectoria.
Adelante estaba Dani, robusto y fuerte, de piel trigueña, cabello castaño y rasgos agraciados, de sonrisa encantadora y gestos amigables y sinceros; junto a su silla de ruedas estaba Soledad, su mejor amiga, alta, muy delgada y de aspecto frágil, de piel blanca y melena oscura; se habían hecho amigos el primer día, aunque él resultaba siempre tan encantador que no era difícil que las personas empatizaran al poco de conocerlo. La joven bostezaba por el cansancio.

—Ay Dani, estoy muerta; recién está empezando Octubre y la cosa se está poniendo difícil con los estudios.

Dani mientras tanto sacaba de su mochila un texto de estudios.

—Tienes razón, aunque para ser sinceros, todavía no empiezan los exámenes. Imagínate que anoche tuve que ponerme a estudiar en mi casa.

Soledad lo miró con falso rencor. Dani tenía una gran facilidad para los estudios, tanto que habitualmente era señalado como una promesa profesional, aunque él no le daba importancia a esos elogios.

—Mira, para ti tal vez eso sea así, pero las personas normales siempre nos vemos en la obligación de estudiar afuera de éstas cuatro paredes.
—Ay, ni que yo fuera un fenómeno —se defendió él— lo que ocurre es que yo soy ordenadito aquí, y así tengo más tiempo libre cuando salimos de clase, es la mejor forma de que mi vida ande sobre ruedas.

Soledad hizo una pausa y suspiró.

—Como sea, ya están por llegar los exámenes finales, prométeme que no me vas a abandonar.
—Tranquila, te lo prometo.

A un costado de la sala, dos amigas conversaban animadamente; Lorena era de figura grande y corpulenta, de rostro muy agraciado, ojos claros y cabello largo castaño, el que lucía orgullosa con reflejos color violeta; junto a ella estaba sentada Carolina, de baja estatura, delgada, de cabello castaño rizado y actitud fresca y muy femenina.

— ¿Cómo me quedó?

Lorena se sacudió el cabello mientras su amiga la observaba.

—Cielos amiga, te quedó súper. Cuando me dijiste por teléfono que habías usado ese color, pensé que te quedaría horrendo, pero por lo que veo es solo un reflejo, se te ve muy bien.
—Gracias.

Carolina golpeó suavemente la mesa.

—Casi se me olvida, pero te juro que no me lo vas a creer: mi mamá te invitó a tomar el té uno de éstos días.

Lorena se llevó las manos a la boca.

— ¿Qué?
—Te lo prometo.
—Pero si tu mamá me odia Caro. Incluso recuerdo muy bien cuando te dijo ''No me gusta para nada esa amiga tuya tan espiritual" como si yo no estuviera presente.

Pero la otra joven sonrió. Eran amigas desde hacía tiempo y le importaba mucho que su familia no se interpusiera, aunque a veces sus padres eran un poco anticuados; de verdad Lorena tenía un estilo diferente, sabía de cosas sobrenaturales y de la suerte y ese tipo de temas, pero pensar que era una especie de hippie que la arrastraría al desastre era demasiado.

—Lo que pasa es que todo sucede por algo; todo empezó hace unos días cuando por accidente mi madre tiró a la basura un diario de vida que dejé olvidado, y me aproveché de esa situación, así que le hice un escándalo, y le dije que me había roto el corazón —mentira— y así fue como una cosa llevó a la otra, y para contentarse conmigo el otro día me dijo ''Un día de éstos podrías invitar a tu amiga a tomar el té''
—Es increíble.
—Lo mismo digo. Ahora eso sí, hay que aprovechar muy bien la ocasión, ya estoy harta de que no podamos compartir tranquilas por  mi mamá.

Al fondo de la sala estaba Fernando, de figura estilizada y elegante, atractivo y con el cabello negro con un osado corte, junto a Leticia, más baja que él, de rostro común y poco agraciado, cabello lacio, piel pecosa y actitud fuerte y decidida.

—Deberías haberme contado.
— ¿Qué cosa?
—No te hagas la loca que nadie me lo contó, te vi y no me lo contaste.
—No sé de lo que estás hablando.

Fernando se sacudió el cabello con las puntas de los dedos.

—Te vi en el centro comercial con ese rubio, te tenía muy atrapada.

La joven sonrió y se encogió de hombros.

—Ah, era eso. Fernando, pero eso fue solo una cosa que se dio en el momento. No era para escribir un libro ni algo por el estilo.
— ¿Y qué, te propuso algo?
—No, si te digo que fue una cosa del momento. ¿Y a ti te ha salido algo?

Fernando sonrió encantadoramente.

—Ay, el problema es que aquí hay muy poco material de donde elegir, tienes que considerar que no somos tantos. Pero por ahora estoy tranquilo, el año entrante seré un todavía más apuesto joven de cuarto y ahí espero que las chicas de tercero me persigan.

Rieron, pero Leticia miró hacia el otro lado del fondo de la sala; ahí, sentado sobre una mesa, solo, estaba Hernán, corpulento y fuerte, de facciones duras, piel morena y cabeza rapada, concentrado leyendo un comic de Futuro final.

—Oye, pero parece que no todos pueden decir lo mismo.
— ¿Por qué lo dices?
—Por ese Hernán, es extraño —comentó en voz baja— mira, yo entiendo que éste es el primer año en que todos estamos aquí, pero ya está por terminar el año y sigue allí todo autista con las revistas, si apenas ha hablado por algún trabajo, pero nada más.

Fernando levantó las cejas.

— ¿Pero es que no lo sabes?
— ¿Qué?
—Es un rumor —se acercó en tono de secreto— pero dicen que su familia lo obligó a terminar la secundaria en diurna aunque ya está pasado de edad.
—Se le nota que está pasado.
—Claro Leticia, y debe ser humillante que todos estén mirándote y hablando de ti todo el tiempo.
—Debe ser tremendo.

Fernando le dedicó una mirada suspicaz.

—Noto unas miraditas extrañas...
—Por supuesto que no, solo estoy diciendo la verdad.

De pronto se abrió la puerta y entró de inmediato en inspector Vergara, un hombre de más de cincuenta, alto, de porte altanero, de piel blanca pecosa, mirada fría e impecablemente vestido de traje. Cuando entró, en la sala se hizo el silencio. Vergara no era un hombre agresivo ni mucho menos, era sabido por todos que era justo en el trato, aunque si era muy estricto con los estudiantes y detestaba los escándalos juveniles y ese tipo de cosas; nada se le escapaba a la vista, ni siquiera en los descansos, por eso al verlo en sala todos reaccionaron de la misma manera, algunos siendo más precavidos incluso y guardando discretamente los teléfonos celulares por si decidía pasar entre las mesas.

—Buenos días.

Para el momento en que los estudiantes respondieron el saludo en un coro respetuoso, todos estaban en sus puestos por arte de magia. El inspector paseó la mirada por el curso.

—La profesora Martínez va a llegar pronto.

Lorena miró extrañada a Carolina.

— ¿Que estará pasando? —murmuró en voz baja— nunca se aparece por algo tan sencillo.

El inspector volvió a alzar la voz.

—El director San Luis está en su oficina, esperando a las personas que voy a nombrar.

Se hizo un silencio aún más solemne; el director era un hombre bastante amable, por lo que saber que llamaba a alguien era símbolo de problemas, sobre todo si enviaba a ese inspector.

—Leticia Zamora, Fernando San Martín, Lorena Avad, Carolina Guzmán, Hernán Guerra, Soledad Gamez... y Daniel Rodas.

Sin esperar, Vergara salió y dejó la puerta entreabierta; de inmediato todas las miradas se volcaron en los siete a los que habían llamado, pero especialmente hacia Dani, quien no solo era popular por sus excelentes calificaciones y actitud gentil, sino también por pertenecer al reducido grupo de estudiantes que no causaba problemas. De ningún tipo. El primero en reaccionar fue el propio Dani.

—Dani. Me llamo Dani, no Daniel, todavía quedan listas equivocadas por aquí, pero me pregunto que habrá pasado ¿atropellé a alguien?

Se escucharon algunas risas nerviosas, pero Soledad lo reprendió mientras se ponía de pie.

—Dani, no es momento para bromas, nos acaban de llamar de la oficina del director.

Pero él no estaba alterado.

—No creo que sea un escándalo estudiantil o algo así.
— ¿Y eso por qué?
—Solo tienes que ver a los que nos llamaron: Fernando es muy popular, Leticia su amiga, tú y yo que estamos como en el grupo de los tranquilos, Carolina y Lorena que no pueden ser más sanas, y Hernán, que más allá de callado, no es ni problemático ni nada parecido. A lo que quiero llegar es a que si fuera algo grave llamarían a otros.

Quitó el seguro de la silla y se acercó a la puerta, pero antes de salir se dirigió a los demás.

— ¿Alguien podría tomar apuntes por mí?

Varios rieron mientras los siete comenzaban a salir.
Momentos después, el grupo avanzaba lentamente por el pasillo hacia la dirección y ninguno excepto Dani se veía animado. La oficina se encontraba en la sección delantera de la secundaria, al final de un pasillo en el segundo piso, por lo que no era un sitio muy visitado.

—Creo que lo estamos haciendo demasiado difícil.

Nadie le contestó.

—Está bien, reconozco que nos vamos a perder Lenguaje. Reconozco que nos citaron a la oficina del director y Vergara agregó mucho dramatismo a la escena, pero vamos a hablar con el director, ésto no es la Inquisición.

Soledad suspiró. Más atrás, Leticia iba más irritada que preocupada.

—No lo entiendo, ésto no tiene ningún sentido.
—Ésto va a bajar nuestros niveles de popularidad —comentó Fernando— además mira a tu alrededor, éste grupo es muy extraño.
—Es un fenómeno, deben estar haciéndonos trizas por nuestras juntas.

Leticia hizo una mueca de desprecio. Más adelante Soledad puso los ojos en blanco.

—Que desagradable; pero tiene razón en algo ¿por qué ellos?


Más atrás Carolina caminaba muda, Pero Lorena se frotaba los antebrazos.

Se me erizan los pelos —dijo en voz baja — el ambiente está muy cargado y nosotros también. Tengo un mal presentimiento amiga, te lo juro.

Sin embargo la voz de Hernán se alzó entre los otros; el joven pasó entre ellos con mal gesto.

— ¿Por qué no se callan de una vez? Quítense de mi camino.

Pasó entre los demás, apartando a todos de su paso, incluso a la silla de ruedas de Dani, para llegar primero a la puerta de la oficina.

— ¡Ten más cuidado! —le gritó Soledad— fíjate en lo que haces.
—Déjalo —intervino Dani con calma— estoy bien, no te alteres.

Soledad protestó algo más, pero Dani logró calmarla. Mientras tanto, Hernán llegó hasta la puerta de la oficina del director, mirando fijamente el letrero color bronce con su nombre. Antes que pudiera llamar, la puerta se abrió, y ante los siete apareció Vergara nuevamente. Formal, silencioso, frío, aunque casi podría decirse que también triunfante.

—Pasen, el director los espera.

Soledad evitó la mirada del inspector, no solo por lo que estaba ocurriendo, sino porque siempre le había tenido algo de miedo. Era un pésimo momento para que ocurriera algo así, solo faltando tres meses para que finalizara el año, y además de todo, en la secundaria era sabido que los asuntos comunes los veían los inspectores, el director solo se ocupaba de asuntos de verdad graves. La fría y calculada mirada del inspector terminó de cargar el ambiente, haciendo que todos se sintieran aún más presionados. Uno a uno entraron en la oficina, hasta que todos estuvieron dentro y prácticamente alineados. La oficina del director era un lugar muy limpio y espacioso, sin decoraciones grandilocuentes, solo mostrando algunos diplomas en las paredes y un único cuadro, donde se veía a San Luis más joven y formando parte del cuerpo de Bomberos; el director era un hombre de más de sesenta años, de figura grande y maciza, escaso cabello cano, ojos oscuros y rasgos endurecidos por los años de trabajo, pero que tenía una actitud amable y generosa, que era conocida por todos. Vestido de gris, elegante y sobrio, permanecía sentado tras el escritorio con un abrecartas entre las manos. Paseó la mirada por cada uno de los siete, y en seguida miró a Vergara, que todavía no salía del lugar.

—Muchas gracias Javier, puede retirarse.

Los ojos de Vergara brillaron por un instante, pero de inmediato asintió y salió lenta y silenciosamente. Unos momentos después los siete quedaron solos frente al director. El silencio era incómodo para todos, de modo que el hombre mayor dejó a un lado el abrecartas con forma de sable, y se puso de pie, aunque a pesar de lo que todos podían esperar, el hombre mayor no se veía molesto o irritado, más bien parecía preocupado.

—Muchachos. Les agradezco que estén aquí.

Hizo una pausa, que dejó claro que nada de lo que hubieran pensado era lo correcto; lo que fuera que estaba pasando era difícil para él.

—Lamento tener que interrumpirlos, saben que detesto hacerlo, pero ocurrió algo importante y no puedo esperar noventa minutos hasta el primer recreo. Les pido por favor que me escuchen con mucha atención.

Rápidamente las miradas de los siete se entrecruzaron; aunque habían tenido rencillas anteriores y la mayoría no se llevaban, todos estaban en ese momento en una situación similar, y por un instante las diferencias se borraron, ante la duda y la sorpresa. ¿Qué podía ser tan importante como para que los llamara el director en persona, y con tal tono de urgencia? ¿Por qué se veía preocupado en vez de alterado o severo?

—A primera hora de hoy, vino  a verme Adriano del Real.

El nombre le recordaba algo a Fernando, pero no sabía exactamente qué era.

—Por si no lo saben, éste señor fue dueño del terreno y de la construcción en la que estamos, por más de treinta años. Del Real pasó por una crisis económica, y a pesar de que hizo desesperados intentos, finalmente tuvo que aceptar la realidad, y para evitar un remate miserable, aceptó la oferta y se lo vendió a la sociedad Miramar, que construyó casi todos éstos edificios.

Leticia frunció el ceño. Era sabido que la sociedad Miramar había sido la benefactora que ayudó en la creación de la secundaria, de ahí que se convirtiera tan rápido en una institución de calidad, pero nada de eso parecía tener sentido.

—En agosto del año pasado se inició la remodelación del lugar, ya que como saben, antes de la crisis fue un instituto técnico; en fin, aunque para Agosto del año pasado ya no debería estar involucrado, éste hombre se las ingenió para mantenerse en las instalaciones hasta principios de Enero de éste año.
—Director —intervino Dani— disculpe pero ¿qué tiene que ver todo ésto con nosotros?

San Luis hizo una pausa muy breve, y siguió sin dar respuesta directa a la pregunta, aunque no estaba precisamente ignorándolo.

—A eso voy. Necesitaba explicarles todo para que entiendan lo que les diré ahora.

Lorena sintió escalofríos. Siempre había tenido una capacidad fuera de lo normal para percibir cosas, y en esos momentos sentía que lo único que quería, era no escuchar lo que iban a decirle.

—Una vez que Del Real salió definitivamente de aquí, personalmente me sentí aliviado; él no es una mala persona, de hecho tengo una muy buena impresión de él como hombre, pero tiene una sensibilidad exagerada y por lo mismo creo que no es apropiado para los negocios. En resumidas cuentas, para él el instituto era toda su vida, y cuando lo perdió, resultó destruido emocionalmente, y ahora cree que todavía mantiene un lazo de algún tipo con éste lugar.

Carolina no entendía lo que estaba pasando ¿por qué les estaba contando todo eso?

—Adriano del Real está aquí, y necesita hablar con ustedes siete.

Fernando ahogó una exclamación solo porque no quería más problemas de los que supuestamente iban a tener, pero ya recordaba cual era el motivo por el que ese nombre le parecía familiar: había toda clase de historias de su locura, no era simplemente un viejecito inocente.

—Director, ¿nos está pidiendo que vayamos a hablar con ese loco?
—Fernando, no hables así.
—Pero si usted mismo lo dijo.
—Escúchame. Adriano del Real no es una persona peligrosa, solo... necesito que muestren un poco de generosidad y hablen con él, nada más que eso.

Lorena intervino con un hilo de voz. No era eso, no se trataba de ese tema había algo más y podía sentirlo cada vez con más fuerza.

—Director, díganos qué es lo que está pasando.
—Por favor —replicó el hombre con voz suplicante— muchachos, ésta es una situación fuera de lo común, y les prometo que no recurriría a ustedes si no fuera absolutamente necesario, pero él necesita hablar con ustedes, es solo eso.
— ¿Pero por qué con nosotros? ¿Cómo es que sabe quiénes somos?

El director vio que estaba perdiendo la batalla,  pero no podía perder más tiempo.

—Eso es irrelevante. escuchen, les daré el resto del día libre y me aseguraré de que tengan toda la información de las materias del día de hoy. Esta secundaria necesita que todo siga funcionando en paz, y lo único que les pido es que hagan algo por todos nosotros. Por favor, Carolina, Dani, Hernán, Fernando, Lorena, Soledad, Leticia, ayúdenme en ésto.

Dani suspiró.

—Está bien.



Continúa en Faltan tres meses: Segunda parte

La última herida capítulo 31: Un evento poco familiar




Matilde se había levantado muy temprano el día Sábado 21 de Noviembre; sus padres habían llegado la noche anterior por causa de un anuncio de lluvia, y con los ya habituales problemas para trasladarse hacia la ciudad prefirieron evitar contratiempos.

–Buenos días hija.
–Buenos días mamá, buenos días papá.

Su departamento había sido dejado tiempo atrás, y en esos momentos estaba en uno nuevo en otro edificio, a cierta distancia de donde habitara anteriormente. Con el tiempo la decisión había sido la correcta, aunque no lo pareciera en un principio; el departamento estaba en un primer piso y era bastante amplio, con tres habitaciones en total además del cuarto de baño, la sala y la cocina comedor, por lo que resultaba perfecto para las constantes visitas de sus padres los fines de semana.

–Traje tarta de pollo hija, si quieres te sirvo un poco ahora para el desayuno.
–Muchas gracias mamá.

Las mañanas de Sábado eran agotadoras, tanto cuando sus padres llegaban a primera hora como cuando llegaban el Viernes; desde luego sus padres eran madrugadores y la vida en Río dulce no cambiaba eso, de modo que al llegar mantenían esa costumbre. Matilde no iba a discutir con ellos.

–Te dejé frutas sobre el refrigerador, para que tengas para la semana.
–Gracias papá.

Jamás habían estado tan pendientes de ella como en esos últimos cuatro meses y fracción; no habían querido entender que su forma de enfrentar los acontecimientos era distinta, y cualquier tipo de intervención en ese sentido los violentaba profundamente. No podía culparlos.
Al menos podía agradecer que en esos momentos ya era posible hacer algo tan cotidiano como encender el televisor sin ser bombardeados por información de todo tipo, tanto en los noticieros como en cuanto programa de televisión existiera. Si hubiera aceptado ir a las entrevistas a las que fue llamada y cobrado por ello, seguramente podría haber vivido tranquilamente el resto de su vida.

– ¿Quieres jugo?
–De naranja por favor.

Se sentó a la mesa circular de la cocina mientras su padre servía jugo en vasos altos y su madre cortaba otro trozo de tarta. Era enternecedor ver como con el paso de los años la relación entre ellos se había hecho tan fuerte como para que su padre dejara de modo sutil sus costumbres machistas para acompañar a su amada esposa en todo tipo de labores, en ese caso las cotidianas. El amor hacía cosas impensadas.

–Gracias papá.
–Por nada.

Los tres se sentaron a la mesa una vez que su madre terminó de servir tarta de pollo para los tres. En otra época una cocinera de la hacienda había hecho la preparación del pollo y el sazonado, que era sumamente importante, y con el paso del tiempo la receta se había ido traspasando a otros trabajadores, y seguía siendo uno de los platillos más exquisitos de Río dulce.
La vida jamás había sido tan amarga como entonces.
Las discusiones con sus padres habían llegado casi al mismo tiempo que la invasión de la prensa y la policía; por desgracia las comunicaciones parecieron restablecerse de forma mágica la tarde del 27 de Junio, ya que muy poco después de ocurrida la tragedia, fue necesario hacer las llamadas pertinentes. Matilde supo entonces que era posible sentir más dolor incluso del que había sentido mientras rogaba a gritos por la vida de su hermana.

– ¿Puedes pasarme el cuchillo?
–Claro.

La muerte de Cristian Mayorga solo había aumentado el interés de los medios por cualquier cosa relacionada, y ella junto con su familia eran parte medular de la noticia.
Aunque no era lo único que había sucedido.
Los acontecimientos estaban precipitándose desde antes y la prensa no tardó en establecer suspicaces conclusiones acerca de muchos de los hechos. Nada de eso servía de nada en esos momentos.
El vehículo del servicio legal había llegado prácticamente al mismo tiempo que la policía, de modo que la autorización se gestionó casi de inmediato; en esa ocasión Matilde se sobrepuso a cualquier sentimiento de devastación que estuviera experimentando, y no permitió que se le alejara siquiera un milímetro. Las siguientes horas pasaron como en un ensueño, entre paredes blancas, mármol inmune a la sangre y al dolor y un olor indescriptible que parecía meterse por las fosas nasales hasta impregnar el alma y los recuerdos. Las lágrimas se estaban secando adheridas a las mejillas, pero de sus ojos no volvieron a brotar, como si aquellos hombres con trajes blancos se hubieran llevado, algo tardíamente, su capacidad de derramar lágrimas junto con ellos; se negó tenazmente a apartarse, y mantuvo en sus manos la pintura roja que como costras insensibles se secaba y endurecía sobre la piel, ya sin la tibieza que antes anunciaba que la fuente de ese color rojo era un cuerpo vivo con un corazón que latía.
Uno de los hombres del servicio legal le ofreció algo de beber con un calmante, pero la joven no lo aceptó; ya no necesitaba calmantes ni frases de consuelo, a partir de ese momento la vida que conocía había cambiado para siempre, y quería estar despierta y al pendiente de cada detalle, doliera lo que doliera.

–La tarta está deliciosa.
–Me alegro que te guste hija.

La policía se había hecho presente en el lugar de la balacera debido al llamado de los vecinos asustados; el cuerpo de Cristian Mayorga había sido llevado por otro vehículo, seguramente porque los policías querían hacer sus propios trámites de manera particular, a fin de cuentas era parte de los suyos. Alguien le facilitó el teléfono para que pudiera hacer la llamada a sus padres, ya que había perdido el bolso y de todos modos no sabía si después de todo lo ocurrido su número siquiera funcionaría. Se sintió extrañamente desprovista de sentimientos, incluso cuando escuchó los llantos de su madre como música de fondo a la voz helada y quebrada de su padre; solo se limitó a decir lo que debía, y luego cortó.
La policía se dedicó a hacer su trabajo investigativo, mientras que sus padres viajaban a la cuidad; llegaron en poco tiempo, junto con algunos de los trabajadores antiguos de Río dulce que conocían a las hermanas desde pequeñas. En la ceremonia hubo mucho más gente de la esperada, amigos de la familia, de las hermanas, colegas de la unidad donde Patricia se había desempeñado hasta antes del accidente, y muchos otros con los que había trabajado anteriormente; incluso llegaron varios compañeros del trabajo de Matilde además de algunos del instituto. Eliana no apareció. Soraya llegó un poco tarde, pero su presencia fue tan valiosa como siempre, y su abrazo, quizás el primero que despertó en ella una auténtica emoción digna de derramar lágrimas, aunque no llegó a hacerlo. Se contuvo.
Para el momento en que se llevó a cabo la ceremonia era el primer día de Julio, paradójicamente un día con mucha luz, aunque con mucho viento también; en medio de la llegada de los asistentes un policía le dijo que la investigación se estaba llevando a cabo, y que iban a necesitar más declaraciones de ella y de los otros involucrados en los hechos, aunque no eran muchos en realidad. Supo que el funeral de Cristian había sido realizado la jornada anterior, y consiguió que alguien le hiciera llegar el número de su madre, de modo que la llamó brevemente para darle las condolencias previa una explicación de lo que él había hecho por ayudarla. La voz de la mujer, traspasada de dolor, dando las gracias por la llamada, y haciendo patente la calidad humana de su hijo, le atravesó el pecho incluso desde el otro lado de una línea telefónica, haciendo que entendiera que la mejor opción había sido no presentarse ante ella, porque no habría podido soportarlo.
Sin embargo la ceremonia la soportó por un escaso margen.
La culpa y el dolor estaban mezclados en su interior desde el principio, pero las cosas se volvían mucho más complejas conforme las pensaba; no podía dejar de sentir que todo era culpa suya, que ella había acercado a su hermana a la posibilidad de tocar una solución inimaginable, para luego no poder rescatarla del mal que la amenazaba, ni a ella ni a las personas que la rodeaban. Sus padres escucharon la historia lo mismo que la policía, pero Matilde omitió o suavizó algunos de los datos relacionados con la clínica, ya que llegó a la conclusión que nada de eso serviría para aclarar nada, además de la amenaza implícita que significaba tener al superior de Mayorga del lado de la clínica, lo que significaba directamente que en cada nuevo cuestionario podía haber un oído inapropiado. Por otro lado, estaba cada vez más segura de la capacidad de la gente de la clínica para eliminar de su camino no solo a personas, sino que también las pruebas que pudieran inculparlos, o tan siquiera levantar un sutil manto de sospecha.
Lo correcto era respirar, y continuar.
El desconsuelo de sus padres era completamente comprensible, si bien no culparon a Matilde de nada y se esforzaron por hacerle ver que estaban felices de verla con vida; la propia Matilde sabía que las cosas entre ellos jamás serían iguales a partir de ese momento. Tomó la decisión de abandonar el departamento porque ese lugar le producía demasiado dolor y necesitaba un sitio nuevo que le resultara al menos frío y ajeno, con lo que quizás dio la señal equivocada: sus padres decidieron hacerse presentes en la ciudad los fines de semana para estar con ella y acompañarla, sin querer escuchar nada al respecto. Solo hubo una discusión sobre las visitas, y Matilde tuvo la buena conciencia de guardar silencio antes de detonar una bomba de racimo que solo los habría hecho sufrir más: ellos llevarían ese dolor a la tumba, e independiente de lo que pudieran sentir en su interior acerca de las responsabilidades de su hija menor, incluso en caso de creerla culpable, no iban a hacer o decir algo en contra de ella. Matilde se preguntaba en ocasiones si la persistencia en visitarla y ocuparse de ella era para apoyarla, o para sentir que algo en sus vidas era normal. O si pretendían aliviar su conciencia de algún tipo de culpa. De todos modos, fuera de lo lógico cuando ella les contó su versión modificada de los acontecimientos pasados y la única discusión a la que llegaron, no volvieron a hablar de su hija mayor, al menos no con ella. Matilde no sabía si era una especie de trato tácito entre ellos o simplemente que estaban en una etapa de negación, pero no tuvo fuerzas para averiguarlo, sobre todo porque cualquier cosa relacionada con Patricia revivía el ardor de la culpa que sentía en su interior; aceptó las visitas de sus padres cada fin de semana, y que la trataran con cordialidad, comenzando una rutina que no por extraña dejaba de ser real: en la semana hacía su trabajo, cada vez más integrada al grupo y más lejos de ser el centro de las atenciones y las condolencias, se iba a casa y trataba de descansar, y el fin de semana lo pasaba junto a sus padres, viviendo un ambiente aparentemente normal pero en el que sabía que ningún tema doloroso o grave se trataba. Era como estar suspendida.

–Mamá, tengo todo lo que me encargaste la semana pasada para lo del bordado.
–Gracias hija, quería volver a bordar hace tiempo.
–De nada.

Nunca había bordado en realidad, pero cuando ambas eran pequeñas lo hacía para detalles de la ropa como los nombres; probablemente estaba buscando en el pasado lo que no tenía en el presente.
La investigación de la policía, como era de prever, no avanzaba en ninguna dirección, y Matilde en particular no había hecho nada para aportar datos que de todos modos no ayudarían; oficialmente se investigaba alguna posible venganza de delincuentes contra Mayorga, quienes lo habrían encontrado en descampado en medio de un operativo irregular; sobre las acciones del policía, si bien estaba claro que eran irregulares, en ningún momento se puso en duda que fueran por un bien mayor pese a las consecuencias, aunque para Matilde era un intento de aplacar cualquier duda porque otra cosa habría levantado dudas. Ver a Céspedes en las noticias en el funeral con cara de sufrimiento había sido muy duro, pero ella no podía hacer nada, ni siquiera hablar al respecto. Respecto a Antonio no había noticias, lo que a ella le decía que jamás volvería a tenerlas gracias a la intervención de la clínica; sabía que probablemente debería alegrarse, pero con el tiempo había llegado a una especie de paz al respecto: él no era el enemigo. Lo que estaba meridianamente claro era que lo relacionado con los actos criminales de Antonio quedaría suspendido en el aire mientras el involucrado siguiera figurando como persona en posible desgracia, mientras que cualquier delito cometido por el doctor Medel quedaba sin mayor objetivo al encontrarse su cuerpo; también seguía en investigación.
Matilde no podía menos que admirar el trabajo de la gente de la clínica y de aliados como Céspedes y quien estuviera con él. Visto de fuera, parecía un lamentable acto heroico de un policía que empleaba métodos equivocados con mal término, un doctor involucrado en alguna clase de ajuste de cuentas, un informático tal vez metido en líos de dinero con delincuentes peligrosos, y dos hermanas en medio de una serie de acontecimientos desafortunados. Y así quedaría para siempre, hasta que el archivo del caso tuviera tanto polvo encima que nadie quisiera saber el nombre bajo la capa gris.
La doctora Miranda era otro motivo por el que Matilde se sentía culpable: el golpe en la cabeza durante el enfrentamiento con los delincuentes que estaban en la chatarrería era más grave de lo que aparentaba. Matilde sintió horror al enterarse de eso, cuando esperaba que al menos ella no estuviera en malas condiciones. Había daño neurológico, por lo que la mujer había perdido el control de sí misma y casi toda la capacidad de comunicarse, de modo que estaba internada en un centro de tratamiento especializado, y en compañía de su esposo, que sorprendentemente tomó la decisión de acompañarla. Él se mostró sumamente gentil con ella tiempo después cuando le hizo una visita, le agradeció su preocupación y le dijo que era probable que en el mediano plazo Romina volviera a valerse por sí misma, si bien no iba a ser la de antes y jamás podría ejercer su profesión nuevamente; el hombre la amaba profundamente y su determinación quizás consiguiera que los pronósticos se hicieran realidad.
Su amistad con Eliana estaba irremediablemente rota y la joven no hizo esfuerzos por buscarla; entendía, quizás mejor que cualquier persona, que ella tomara la decisión de mantenerse alejada por su propia seguridad antes que seguir las desventuras de otra persona. Además, tenía razón. Soraya era un caso que Matilde no podía determinar claramente, pero si tenía que hacer un juicio acerca de su comportamiento, podía decir que en su amiga se confrontaban el miedo y una cuota de resentimiento; desde su punto de vista, apartarla en un momento duro había sido un golpe, una forma de desconfiar de ella y no lo superaba por mucho que las pruebas dijeran que era lo correcto, y desde luego, el miedo hacía su parte para que la relación no fuera como antes. Hablaban cada pocos días, pero faltaba algo, esa parte lúdica y de comprensión mutua que siempre habían tenido. Matilde no tenía fuerzas para enfrentar conflictos de ese tipo, además que al mismo tiempo sentía que era mucho mejor que Soraya se mantuviera a prudente distancia de ella por mucho que le hiciera falta como amiga.
En un principio pensó en abandonar el trabajo de la misma manera que lo había hecho con el departamento, pero luego vio que eso no tendría sentido y agregaría problemas en vez de evitarlos ya que tendría el estrés de conseguir una nueva ocupación, y desde su jefe directo en adelante todos se habían mostrado tan comprensivos y cariñosos con ella que al final resultaba agradable poder contar con ellos. Por otro lado habían entendido su silenciosa manera de negarse a hablar del tema y eso también era de mucha ayuda. Trabajar le daba un norte a su vida.

–Hija.
–Dime mamá.

A veces sentía que sus padres la miraban largamente, lo que era comprensible por sus silencios; a veces pasaba horas sin moverse, completamente callada, pensando, pero rara vez expresaba sus pensamientos de la manera en que aparecían, porque esas tormentas provocaban exactamente las reacciones que amenazaban la estabilidad de sus padres. Lo mejor era callar y continuar.
La muerte de Miranda Arévalo, cuyo verdadero nombre era Ariana De Rebecco, había tenido lugar mientras sucedían otros acontecimientos, y oficialmente no tenía nada que ver con Matilde ni con la policía; según el informe del forense, la modelo había sido encontrada muerta en su departamento, ahogada en la tina de su baño producto de haberse quedado dormida por consumo de medicamentos. Perfecto, quizás dentro de todo eso, la muerte más perfecta de todas, la que menos llamaría la atención acerca de las horribles maquinaciones de la clínica y que a la vez distraería a la opinión pública. A diferencia de otras modelos, Miranda era muy gentil y amable con los medios y en los eventos en los que participaba y resultaba fantástica en las campañas, de modo que su muerte fue ampliamente cubierta por los medios, contando de su desconocida faceta solidaria al participar en fundaciones y entrevistando a sus compañeros de trabajo acerca de su personalidad; con su muerte opacaban la relevancia de los hechos realmente importantes y eso funcionaba en muchos niveles. Inicialmente Matilde había pensado tratar de comunicarse con sus familiares, pero le llamó muchísimo la atención que no los tuviera, o al menos eso es lo que informaron los medios; investigando un poco más supo que entre la biografía conocida de la modelo, se comentaba que era originaria de una ciudad al norte y de una familia muy pequeña, cuyo padre murió al ser ella una niña. La madre murió tiempo atrás. Fantástico, la más mediática de los involucrados no tenía familiares cercanos, por lo tanto nadie que pudiera reclamar por los informes del forense ni tratar de exigir verdad. Matilde buscó en los videos de la prensa, semanas después, al hombre que había visto con ella la primera vez que la viera luego del accidente de Patricia, pero no lo vio en ninguno de ellos; incluso trató de ubicarlo en videos o fotos de eventos anteriores, pero no estaba en ninguno de ellos, por lo que la lógica indicaba que él podría haber sido silenciado de la misma manera que otros involucrados, pero a Matilde le parecía que en su caso las cosas eran más bien diferentes: sentía que ese hombre era parte de la gente de la clínica  aunque a decir verdad no tenía ningún fundamento para eso; solo lo había visto una vez. Y sin embargo estaba segura de la conexión, y encontraba en su desaparición del funeral la respuesta a esa interrogante; solo podía respirar y continuar.

– ¿Por qué tienes marcado el día de mañana en al calendario?

El 22 de ese mismo mes estaba marcado desde días atrás en el calendario en la cocina, solo un círculo en rojo alrededor del número, pero que resaltaba porque por un lado ella no marcaba fechas, y por otro porque no se celebraba nada. Matilde desvió lentamente la vista hacia el papel colgado en la muralla.

–Tengo que visitar a alguien.

Sin embargo no era la única fecha. Otra fecha, el mes de Diciembre, también estaba resaltada; tampoco en ese caso daría respuestas.

– ¿Vas a visitar a algún amigo?
–Un conocido –respondió enigmáticamente– solo un conocido.



Próximo capítulo: Escaleras arriba

Republicación de novelas, novedades y más

Con la llegada de un nuevo año, he decidido darle un nuevo impulso a este sitio, desde el cual se llevan todas las publicaciones base.

Para comenzar, la página de Facebook de libros para después continuará con sus publicaciones de episodios semanales y algunos adelantos exclusivos.

Continúan las publicaciones a través de los fabulosos sitios Wattpad y Wordpress & You are writter. A través de estas plataformas se conocerán las novelas ya terminadas igualmente en un formato semanal.

Por su parte, librosparadespues.blogspot.com se une a las aplicaciones, y además de ir publicando semanalmente un nuevo episodio de la novela en etapa de publicación, también compartirá los avances de las novelas antiguas que han sido nuevamente publicadas, para entregar una mayor movilidad; al mismo tiempo, se habilitará una versión reunida de los enlaces de todos los episodios, a fin de facilitar la búsqueda de quienes quieran ver o recordar algo.

Ahora comienza la nueva publicación de las ediciones definitivas de La traición de Adán, Maldita secundaria, Por ti, eternamente, y continúan los emocionantes episodios de La última herida.





Pronto muchas más novedades




La última herida capítulo 30: Dos caminos



Los tres quedaron congelados durante un interminable instante; Matilde se había cubierto la boca con las manos después de soltar un grito de horror al ver que, en un rápido movimiento, su hermana había levantado el brazo y apuntado al policía. Nadie se movió.

–Los chocolates.

Con un rápido movimiento de los dedos giró el arma y se la entregó al policía, que reaccionó y la recibió con un gesto estudiadamente lento.

–Sí, los chocolates.

Patricia volteó lentamente hacia Matilde.

– ¿Por qué no contestas el teléfono?
–Han pasado muchas cosas hermana.
–Supongo que si –dijo vagamente– pero no me siento bien, no sé qué es lo que me pasa.

Matilde no supo qué decir, pero Mayorga intervino.

–Escuche, sé que vino aquí para conseguir medicamentos, déjeme ayudarla; después tenemos que salir de aquí para ir a un lugar seguro, entonces le explicaré todo.

La mujer se quedó mirando a su hermana un largo momento; estaba muy cansada. Pero tenía claros sus objetivos, o al menos estaba bastante segura de tenerlos claros.

–Está bien.


2


Antonio no tenía considerado quedar esposado al vehículo mientras el policía y Matilde iban a buscar a Patricia, o al menos se lo esperaba, pero no con la precaución de cazarle también un pie. Sin embargo y por primera vez en su vida, le sería útil la capacidad de dislocar los huesos de las manos, aptitud que de niño parecía una gracia frente a los otros; se había tardado y resultada difícil, pero finalmente tenía la mano libre, así que se ocupó de buscar en el auto algo que pudiera ayudarle a escapar.

–Vamos, vamos, tiene que haber algo.

Estaba empezando a preocuparse por el paso de los minutos, pero al parecer algo estaba demorando a la parejita y eso de momento le venía estupendamente; estirando el cuerpo todo lo que pudo y tratando de ignorar el dolor de la pierna herida, consiguió hacerse de un clip, con el que empezó a intervenir la esposa que ataba su tobillo. El auto no tenía las llaves en el encendido y en eso el policía había sido precavido, pero una vez libre daba igual como desplazarse, lo esencial era escapar del peligro y estar junto a Matilde mientras buscaba a Patricia era el segundo peor lugar en el mundo después de estar en manos de la policía. Sabía que las oportunidades eran pocas, pero si por azar del destino se abría una puerta cuando pensaba que todo estaba perdido, al menos lo iba a intentar. Logró hacer que la esposa cediera y se dispuso a sentarse en el asiento trasero para recuperar el aliento, pero al levantar la vista vio algo que le congeló la sangre.

–No puede ser...

Era un automóvil blanco con los vidrios ahumados, incluso el delantero. Era de la clínica, de eso no había duda; se agazapó en el asiento para poder mirar sin ser visto ¿Solo  una cuadra de distancia? Era lo mismo que nada, pero tenía un mínimo de espacio para poder reaccionar. Las llaves no estaban en el encendido y con la pierna herida su única alternativa era el auto, de modo que se dedicó a los cables para poder hacerlo arrancar.
¿Cómo habían descubierto donde estaban? Por un momento creyó que podía escapar de las garras de la clínica gracias a que el policía estaba infringiendo la ley y eso no se lo esperarían, pero por lo visto alguien dentro estaba siguiendo sus pasos. Eso era, alguien dentro de la policía, alguien muy cercano a Mayorga era de la clínica, y por eso el grandote se escapó, para evitar que lo mataran. O porque estaba interesado en Matilde, o ambas.

–Vamos, vamos...

Lo que estaba haciendo ese policía era ilegal, por eso estaba de civil y tan nervioso, de hecho había traspasado la línea entre la primera y la segunda visita que le hizo. Tal vez su superior, o su pareja de trabajo o como se le llamara; seguramente le dijo algo a la persona incorrecta y trataron de convencerlo ¿Dinero quizás? Tal vez esa persona le ofreció mucho dinero, pero el muchachito bonito escogió ser honesto, y tuvo que escapar antes que lo mataran. Por eso salieron a hurtadillas de la urgencia, y en ningún momento se comunicó por radio ni habló con nadie.

–Por favor...

Consiguió que el auto arrancara, pero antes de hacer algo más volvió a asomarse. El auto estaba detenido por la misma calle a tan solo unos cuantos metros, y de él descendió un hombre alto, vestido completamente de blanco, con las manos dentro de los bolsillos del cortaviento que llevaba puesto. Era un asesino de la clínica ¿Entonces lo que hablaron acerca de Patricia era mucho más grave de lo que se imaginaba? Por un momento pensó en hablarles y delatar a la parejita, pero de inmediato recordó las palabras de aquella voz diciéndole que no tendría oportunidades. No, no podía confiar en nadie. Sin esperar más, y mientras el hombre caminaba hacia el auto, sujetó el volante con fuerza y presionó el acelerador a fondo.
El cuerpo del hombre chocó contra el auto, pero Antonio no aminoró la marcha.
Vio a alguien más saliendo del auto, creyó ver un arma, pero nada lo detuvo. Esquivó el auto blanco a toda velocidad y siguió conduciendo en línea recta.


3


Los tres estaban muy cerca de la esquina tras la cual estaba estacionado el auto cuando sintieron un chirrido infernal de neumáticos. Mayorga supuso que lo peor había pasado, e inmediatamente corrió hacia la esquina mientras sacaba el arma de servicio. Ya no le importaba Antonio; lo que hubiera pasado con él estaba fuera de su poder, y aunque fuera prácticamente criminal pensarlo, lo que fuera que hubiera pasado con él se lo merecía, o como mínimo era la consecuencia de sus actos. Pero quizás nunca antes había estado tan seguro de algo en su vida, y más aún en su trabajo, en esos momentos no era un policía, era un hombre que estaba dispuesto incluso a transgredir la ley, a cambio de hacer lo que creía correcto. Volvió a pensar en su madre, y rogó al cielo que pasara lo que pasara, ella siempre estuviera bien. Lentamente se acercó al muro exterior de la casa de la esquina, y se asomó cuidadosamente.
El disparo dio de lleno en el pecho y lo arrojó de espaldas como si un ariete lo hubiera golpeado.

– ¡No!

Matilde gritó de horror al ver caer al policía al mismo tiempo que escuchaba el disparo. Inconscientemente había volteado hacia el origen del sonido, y pudo ver claramente al hombre aparecer empuñando un arma.

– ¡No, no!

Volvió a gritar de desesperación al ver que el hombre apuntaba hacia ellas ¿Cómo las habían encontrado? Todo estaba perdido entonces, había encontrado a su hermana solo para morir, lo mismo que habría pasado si no hubiera luchado tanto.
Se escuchó un nuevo disparo.

– ¡No!

Pero Patricia había reaccionado con impensada rapidez, y se interpuso entre el atacante y su hermana. Matilde no alcanzó a hacer nada en esa milésima de segundo, y ambas cayeron al suelo, la menor de las hermanas abrazando a la mayor.

– ¡Patricia!

Cayó semisentada, con Patricia desfallecida en sus brazos. Tenía los ojos en blanco, y en medio del terror sintió como sus manos se manchaban de sangre; había recibido el disparo por ella.

–Patricia ¿por qué? No te mueras hermanita, no te mueras...

Se aferró a ella gritando y llorando sin poderse controlar, olvidando incluso la amenaza del hombre que a pocos metros mantenía la pistola en alto. Su hermana enfocó la vista en la de ella.

–Hermanita...
–Patricia por favor no...

Durante un instante solo la miró con unos ojos tan fijos que podrían perderse en el vacío. Estaba desangrándose en sus brazos sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, pero estaba ahí, mirándola con ternura, la misma ternura con que la miraba cuando eran niñas.

–Hermanita...
–Patricia no... no...

Sus lágrimas cayeron sobre las mejillas desprovistas de color de su hermana. No importaba cuánto hubiera cambiado por fuera, por dentro seguía siendo la misma de siempre, nunca dejaría de ser su hermana mayor.

–Perdón –dijo con un hilo de voz– tenía que hacerlo...

Matilde apretó el cuerpo inmóvil en sus brazos.

–Perdóname Patricia –dijo entre sollozos– perdóname por haberte hecho esto...
–Está bien –repuso lentamente, en un susurro– solo... solo...

Su voz se apagó, y se quedó inmóvil en brazos de su hermana, mientras la sangre de la herida de la espalda brotaba con menos intensidad. Dos mujeres tendidas en el suelo, sangre y silencio después de los disparos.

El hombre que había hecho el disparo estaba a pocos metros de distancia y mantuvo el blanco en la mira.

–Terminemos con todo esto.

Pero otro de los hombres lo detuvo. Por el momento los disparos habrían asustado a las personas del lugar lo suficiente para no hacerlos salir, pero eso no sería por mucho tiempo.

–Espera. Los del otro grupo están detrás del automóvil, tenemos que irnos.
–No he terminado.

El segundo asintió, contradiciendo las palabras de su colaborador.

–La que tenía que desaparecer es ella, esa es la orden. El policía estaba en el camino, pero la mujer no es nuestro objetivo.
–Es ella la que dio problemas.

Se miraron fijo un instante.

–A Dartre solo le importan las pruebas. Y todo morirá con ella, la otra mujer no importa. Déjala vivir.

El hombre bajó el arma, la guardó y se pasó las manos por el cabello, nervioso.

–Está bien. Vámonos de aquí entonces.

Los hombres se subieron rápidamente al auto, y éste emprendió la marcha.

Ya no se movía. Matilde se abrazó desesperadamente a su hermana, luchando con la fuerza de su alma por mantenerla consigo, rogando al universo que no se la llevaran, que le permitieran mantenerla a su lado más allá de lo físicamente posible. No se movía.
La sangre escurriendo entre sus dedos, escapando del cuerpo inmóvil de su hermana, y el sonido del motor comenzando a alejarse. Todo el mundo había desaparecido de sus ojos y de sus oídos, y se concentraba en su hermana, en su amada hermana que no reaccionaba. Sin poder contener las lágrimas que brotaban de sus ojos, con el corazón violentamente azotado por el dolor y la desesperanza, Matilde rogaba, desde lo más profundo de su ser, que las cosas no terminaran así; no podían terminar así, no para su hermana, para la mujer fuerte y noble que tantas veces le había demostrado que ser correcto era lo correcto en la vida. Las cosas no podían ser tan injustas, no podía ser que se cometiera un crimen en plena calle, y que los asesinos escaparan impunemente, llevándose consigo la vida de una persona hermosa, destruyendo todo lo que había construido, destruyendo sus sueños, y a los seres que amaba junto con ella.

–Patricia... ¡Patricia!





Próximo capítulo: Un evento poco familiar