Por ti, eternamente Capítulo 14: Caminos convergentes



Álvaro llegó pedaleando a toda la velocidad que podía al sitio en donde estaba estacionada la camioneta; se bajó de un salto, dejó la bicicleta tirada, y corrió hasta ella, que estaba sentada sobre el capó.

— ¡Romina!

Ella volteó lentamente al escuchar su voz. Se le veía alterada, demacrada por el susto que había pasado, pero aún conservaba el control de sí misma.

— ¿Te hicieron daño?
—No —replicó ella con voz grave—, no estaban detrás de mí, yo no era lo importante.

Eso lo tranquilizó mucho, aunque aún sentía el corazón oprimido por la idea de que a su amiga le hubiera pasado algo grave.

— ¿Qué ocurrió?
—Estaba distraída —explicó hablando lento, cuidando las palabras—, me estacioné aquí porque Segovia estaba siguiendo ésta ruta, pero de pronto lo perdí, fue de esos momentos en que pestañeas y desaparece. Estaba en eso cuando aparecieron esos hombres, eran tres, con facha de matones, me quitaron los binoculares, me reventaron un neumático y se fueron.

Álvaro procesaba la información a toda velocidad. Por teléfono ella no le había dicho casi nada.

— ¿Qué te dijeron?
—Eso es lo que me preocupa —siguió más grave— me preguntaron por Segovia y el niño.
— ¿Qué?

Si antes estaba angustiado por ella, esa información lo dejó helado.

—Eso es lo que querían saber. Ya cambié la llanta. ¿Cómo te fue?
—Dejé a Armendáriz con una mano herida y esperando a que llegaran sus colegas. Seguro que viene todo un contingente para acá.

Pero de pronto él se sintió inseguro y débil; Romina y él no solo eran amigos hace años por motivos laborales, realmente su amistad había sobrepasado lo técnico y todo lo que les pasara era importante. En esos momentos no solo se preocupaba por el caso, la seguridad de Romina estaba primero.

—Romina... lo lamento.
—No es tu culpa.
—Puedes dejarlo, no tienes por qué involucrarte.
—Eso no es lo que me preocupa.
— ¿A qué te refieres?

Se miraron fijo unos momentos; si, Romina estaba nerviosa por lo que había vivido poco antes, pero había pasado momentos duros, era fuerte y lo resistiría.

—Nos falta algo muy importante en éste caso Álvaro. Piensa en esto, hay matones persiguiendo a Segovia, ¿Por qué? ¿De dónde salieron? ¿Quién es Segovia?
—Comprendo tu punto, pero lo que no comprendo es qué es lo que tendrían que ver ellos con él, a menos que lo que estuvimos hablando al principio fuera así.
—Que hay algo que no sabemos. Eso explicaría por qué es que Armendáriz está en el caso, por qué e.s que la familia hizo una denuncia tan rápido y por qué el tipo escapó de esa manera.
—Sí, pero aunque tuviera sentido, aún no sabemos nada. Tiene que haber un nexo —siguió él un poco más animado—, imagino que puede ser algún tema de familia, una venganza o algo parecido, resulta más comprensible si tomamos en cuenta la desaparición del niño.

Romina bajó del capó.

—No podemos publicar nada sin tener una información concreta, si lo hacemos nos vamos a hundir de inmediato. Tenemos que descubrir qué es lo que realmente se oculta tras éste caso.


2


Esa tarde de Sábado se estaba convirtiendo en el día más largo de la vida de Víctor, pero no solo tenía eso en mente, también otras cosas; perder el furgón había tenido varias consecuencias para él, la primera de ellas, que no tenía un par de bolsos, en donde tenía ropa suya y comida. Por otra parte, si podía pensar en algo bueno de todo lo que le estaba pasando, contaba que había rescatado el bolso con las cosas de Ariel, que en los otros dos había comida para el bebé, insumos y algo de comida para adulto, y que conservaba la mochila con los más esencial como el dinero y el teléfono celular, aunque no tenía el mapa y eso hacía todo mucho más complicado. La noche se acercaba con rapidez, lo que significaba que tenía que encontrar donde alojar, y principalmente deshacerse del vehículo del policía. A la hora de escapar de esa pelea el auto le había servido de mucho, ya que alcanzaba una gran velocidad, pero no solo era vistoso, sino que de seguro ya estaba encargado por robo, de modo que solo era cuestión de tiempo para que alguien notara que estaba pasando, y siempre estaba la posibilidad de que se le cruzara alguna patrulla de policía. Estaba en una zona semi rural, muy próximo a una zona industrial, por lo que tenía la posibilidad de encontrar alojamiento o algo. Estacionó el automóvil a un costado de la ruta, cerca de unos árboles, y apagó los faros. Desde ese momento era mejor caminar.

— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre, tienes hambre?

El bebé se removía incómodo en las cobijas en las que estaba envuelto; durante la tarde se había mostrado de bastante buen humor y silencioso como siempre, pero el propio Víctor había optado por concentrarse lo más posible en conducir, no quería pasar por una nueva sorpresa cuando todavía sentía los malestares de los golpes y el dolor incesante en la cara, cerca del ojo izquierdo.

—Espera, ahora te veo. Oh, te hiciste. Lo siento, tengo la cabeza en cualquier parte, ahora te cambio, espera un poco.


Reclinó el asiento del conductor, y tomó uno de los bolsos para preparar la muda del bebé. Mientras tanto pensaba en todo lo que estaba sucediendo.

—Ahora te cambio, vas a ver como quedas sequito.

El niño se comportaba muy calmado cuando estaba cerca suyo. Era sorprendente, pero al pensarlo, le daba la sensación de que estaban en contacto más tiempo, como si de alguna manera Magdalena le hubiera traspasado algo de sus conocimientos y su experiencia, para que las cosas no resultaran tan difíciles; sabía muy bien que todo sería más complejo que antes, pero eso mismo lo impulsaba a creer en su plan original, es decir conseguir un sitio en donde refugiarse y contactar un abogado, en esos momentos era la única forma de protegerse, porque estaba claro que si la policía lo encontraba no iba a poder ni hablar antes de terminar en un calabozo. Pensó en Arturo, pero desechó la idea de inmediato, no podía exponerlo, no después de todo lo que había pasado, además ni siquiera tenía la seguridad de que poner a su amigo en peligro a vez sirviera de algo.

— ¿Lo ves? Ya estás seco de nuevo, ahora ya podemos seguir, te voy a llevar a pie para ver si pasamos un poco más discretos.

Una vez ya cambiado el bebé, se quedó tranquilo como era su costumbre hasta el momento; estaba decidido, tenía que seguir a pie, pero internarse en la próxima zona industrial solo, caminando y con el bebé en sus brazos seguía siendo tanto motivo de peligro como todo lo que había pasado antes, además el sol estaba iluminando con fuerza a pesar de la hora y eso era peligroso para el niño, en gran medida. Pero de todas maneras tenía que seguir, así que haciendo uso de lo que se le ocurrió y lo poco que tenía a mano, se echó a la espalda la mochila y los bolsos, cargó al pequeño en sus brazos, y lo cubrió a él y a si mismo con una cobija para protegerse de la luz, y comenzó a caminar.

—Escucha, vamos a caminar un rato así, para que estés cubierto del Sol; cuando estemos más allá o encuentre donde alojarnos te voy a descubrir.

Poco después escuchó el sonido de un motor acercándose, lo que hizo que se asustara nuevamente. ¡La policía!
No tenía donde esconderse; la calle por donde había entrado en la zona industrial estaba cubierta por murallas y puertas a la calle, y en el momento en donde sintió el sonido del motor estaba lejos de la siguiente esquina. Se quedó quieto en la vereda, apoyado en un poste de luz aún apagado, con el bebé en brazos y cubierto por la cobija; no tenía sentido correr, más le valía taparse lo posible de la cara y esperar.

—Tranquilo...

Sentía el corazón a mil, pero el vehículo que se acercaba no era un auto de policía, de hecho no era de calidad como el que usaba el grandote; bajó la vista cuando se estacionó junto a él, quedándose quieto, rogando que pasara, que lo dejara solo para saber qué destino elegir. Pero cuando el automóvil arrancó, se quedó con una tremenda sorpresa.

—No puede ser...

Le habían arrojado unas monedas.

—Creyeron que era un mendigo —murmuró para sí, sin creerlo—, Ariel, creyeron que era un mendigo ¿te das cuenta?

Por primera vez sintió algo similar al alivio; que creyeran que era un mendigo tenía sentido viéndolo bien, ya que se notaba que traía bultos y estaba muy tapado, pero no solo eso, también era una buena idea para continuar.

—Ya sé lo que voy a hacer. Voy a ser un mendigo, es la forma perfecta de salir de la vista de todo el mundo. Por ahora me voy a olvidar de los medios de transporte, lo principal es conseguir un lugar donde alojar, antes que caiga la noche.


3


Armendáriz iba en el asiento de atrás de un automóvil que conducía Marianne; tenían que reunirse en la siguiente zona poblada, pero en esos momentos el policía estaba pensando en todo lo que había pasado antes.

—Tome.

Marianne le alcanzó unas vendas; la compañía de ella era apropiada, nunca hacía preguntas inadecuadas, y en un momento como ese, aunque probablemente tenía decenas de preguntas, no las iba a hacer mientras él se mostrara silencioso y pensativo. No se trataba de la mano, de hecho la quemadura no era grave y no acostumbraba a quejarse por cualquier cosa, lo que tenía realmente herido en esos momentos era el orgullo, y más importante que eso, la seguridad en sí mismo; desde un principio había subestimado a Segovia y su capacidad física, en primer lugar por verlo como un tipo normal, casi flacucho, que no tendría conocimientos de técnicas de combate ni reflejos entrenados, y eso fue un tremendo error. Es cierto que el hombre no conocía nada específico, pero estaba realmente desesperado, y en casos así la gente podía sorprender, como había pasado en el momento del enfrentamiento que tuvieron; al final, con dispararle a la rueda del furgón solo había logrado asustarlo más, y detonar con ello reacciones inesperadas. Ahora había pasado de estar a un paso de él a solo tener una noción de donde se encontraba ¿Cómo estaría el pequeño?

—Señor...
—Si Marianne.
— ¿Quiere que nos detengamos un momento? Aún falta un poco para llegar al punto de encuentro.

Levantó la vista del suelo y la miró por el espejo retrovisor. Para su sorpresa vio que su mirada no era de incógnita, sino de angustia.

—Estoy bien Marianne.

Se miraron un momento más.

— ¿Qué ocurre?
— ¿Cómo se encontraba el menor?

¿Estaba preocupada por el pequeño, por él o por el destino de la investigación ahora que sabía que su oficial al mando tenía en la cuenta un vergonzoso fracaso?

—Está bien. Y vamos a mantenerlo así.

Ella desvió la vista del retrovisor y volvió a la pista; no más palabras, pero en esos momentos se preguntaba si ella era la única que tenía dudas acerca de su cargo.


 4


La idea de aparentar ser un mendigo había resultado estupenda; desde que lo hiciera, al llevar el cuerpo cubierto y al bebé fuera de vista se sentía mucho más seguro, aunque cuando ya terminaba la tarde su problema se había trasladado a encontrar un sitio donde alojar;

—Tienes que ir por ahí.

Quizás por primera vez en su vida escuchar que le demostraban rechazo lo hacía sentir bien, resultaba reconfortante pasar desapercibido después de estar siendo buscado por la policía; después de bastante trecho llegó a la puerta de una casa que le habían indicado, donde salió a recibirlo una mujer de alrededor de treinta años, morena, de mirada penetrante y fuerte, que lo miró de arriba a abajo.

—La hospedería está más abajo.
—Necesito un cuarto para pasar la noche, tengo dinero.

Ella dudó un momento; iba a mandarlo al diablo, tenía que adelantarse.

—Por favor, solo quiero dormir y darme un baño.
—Está bien, pero si haces cualquier desorden te vas de inmediato, no me importa que hayas pagado.
—Le prometo que no haré nada.
—Entra. Tendrás que pagarme ahora mismo.

Entró junto a ella en la casa; no era muy grande, pero estaba bien ambientada y se veía cómoda. Pagó una cantidad de dinero que desde luego era más de lo que le habrían cobrado si no aparentara ser lo que era, pero no le importó, en esos momentos salir de la calle era lo más importante.

—Tiene baño propio, pero no hay teléfono, si quieres puedes usar el de la sala pero solo para alguna emergencia o algo local. A las once puedes pedir una once o cena, en la mañana a las nueve un desayuno, y eso es todo. Me llamo Eva.
—Muchas gracias.

La mujer lo volvió a mirar de arriba a abajo ¿Que acaso los mendigos no daban las gracias? quizás estaba hablando demasiado bien.

Por fin entró en el cuarto, cerró con pestillo para evitarse problemas, y de inmediato cerró la cortina que cubría la única ventana en la habitación, para después despojarse de la cobija que lo cubría. Ariel estaba somnoliento, pero de todos modos pareció más relajado al sentirse libre también.

—Por fin, ahora podemos tener un poco de tranquilidad.

De inmediato dejó en el suelo la mochila y los bolsos, y al bebé sobre la cama. La sensación de ligereza era sorprendente, pero no era lo único, también sentía cansados los brazos.

— ¿Sabes qué? Creo que tengo que encontrar la forma de llevarte cargando sin tenerte en los brazos, es muy complicado para los dos, además si voy a seguir así necesito disimularte lo mejor posible.

Buscó en uno de los bolsos hasta que encontró una sábana o algo parecido, con la que se envolvió y le hizo una serie de nudos, hasta que formó una improvisada pero firme mochila, como un canguro para llevar al bebé a la espalda o al pecho.

—Estupendo, mañana cuando salgamos de aquí te voy a llevar de ésta forma y vas a estar más tranquilo; ahora lo que necesitamos los dos es un baño, que no por parecer de la calle tenemos que estar malolientes.

Fue directo al baño, y se alegró de encontrar que la ducha tenía tina. Parecía un sueño, y como no pensaba desperdiciarla, dejó corriendo el agua tibia para que se llenara, y volvió a la cama donde Ariel, como ya era su costumbre, lo miraba fijamente.

—Esto es algo que los dos necesitamos, vas a ver como duermes después del baño.

Se desnudó, y de inmediato, arrodillado en el suelo despojó al bebé de sus ropas.

—Espero que no te asuste el agua porque si lloras voy a tener que inventar una mentira bien grande, y aquí ni siquiera hay equipo de música como para disimular. Vamos.

Entró al baño con el bebé en brazos, pero no pudo evitar quedarse mirando un momento su reflejo en el espejo; en el torso desnudo podía ver una serie de marcas enrojecidas, por los golpes que había recibido del policía, y las heridas con sangre seca en la cara producto de ese aterrador disparo, y aún después de varias horas le costaba ver con el ojo izquierdo, pero al menos el dolor había disminuido.
Se recostó con suma lentitud en el agua tibia y reconfortante, sintiendo que esa tibieza lo abrazaba, calmando el dolor y el cansancio que sentía ¡Qué cansado estaba! Una vez que estuvo recostado en la tina, bajó con cuidado al bebé que mantenía en alto, haciendo que tocara poco a poco el agua, aunque el pequeño no se asustó en lo más mínimo.

— ¿Se siente bien?

Al principio se veía algo confundido, pero al estar con el agua casi hasta los hombros se sintió mucho más a gusto y le sonrió.

—Ah, parece que te gusta, que bien, lo que es a mí me hace genial, no me había dado cuenta pero estoy cansado y adolorido. ¿Qué dices? podemos quedarnos en un lugar así, yo podría trabajar en una pensión o en alguna tienda, en éstos pueblos dicen que siempre hay trabajo para el que lo necesita, así que solo sería eso. Podríamos quedarnos aquí para siempre.

De pronto el niño golpeó el agua con una de sus manos, lo que pareció resultarle muy divertido porque rio alegremente.

— ¡Oye! Mira lo que haces, te gusta jugar con agua.

Se quedó mirándolo mientras el niño golpeaba el agua una y otra vez, riendo divertido.



Próximo capítulo: Asuntos personales

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