Por ti, eternamente Capítulo 12: Disparos y sangre



Ariel aún dormía mientras Víctor seguía hablando con Gladys en su casa. La mañana se estaba acercando con rapidez, pero en esos momentos se sentía tranquilo a pesar de todo, ya que la mujer demostraba seguridad y confianza en él, algo que no estaba percibiendo mucho en el último tiempo. Había podido cargar el teléfono celular en la batería que ella tenía en la casa, y después del café y comer algo de pan casero se sentía mucho más calmado.

—No sé cómo agradecerle...
—Ya, ya —lo cortó ella con un gesto de la mano— no te enredes en esas cosas. Ahora vamos a buscar tus recipientes para que cargues agua caliente, la vas a necesitar para el resto del viaje.

Salieron lentamente al sol de la mañana.

—Señora Gladys ¿Por qué vive aquí?
—Porque el lugar me quedó cuando mi esposo murió hace años.
—Pero es un lugar tan solo...
—Me gusta la soledad —replicó ella con tranquilidad— además la ciudad no es lo mío, aunque desde luego que es útil cuando tengo que ir a comprar cosas que no se dan en el campo, pero todas esas máquinas y el ruido son algo que no quiero para mí.

Tomó un hacha de junto a la puerta y siguieron hasta el furgón, donde Víctor tomó los termos y las botellas de bebida vacías con el fin de llenarlas de agua fría.

—Ya sabes en donde está el agua, llena esas botellas mientras voy al costado, después ven conmigo.
—Está bien.

Mientras se devolvía a la casita, Víctor se extrañaba de la tranquilidad que estaba encontrando en un lugar tan impensado como ese; pero no podía engañarse, eso solo era pasajero, tenía que terminar de recargar y salir de ahí lo más pronto posible. Ya había decidido, con la mente más despejada, que lo que haría sería esconderse hasta que las cosas se calmaran un poco, contactar un abogado y enfrentar todo lo que estaba pasando. Sabía que sería muy difícil y que en primer lugar querrían quitarle al bebé, pero podía exigir un examen de adn y eso le daría puntos en su favor, aparte que no tenía que presentarse de manera directa, también podía acordar con el abogado que lo representara mientras seguía oculto, había visto casos en las noticias de personas que hacían eso por su seguridad. Una vez dentro de la casa reemplazó el agua de los termos por agua recién hervida, lavó las botellas de bebida y las llenó con agua fría, cargando todo de vuelta al furgón; un momento después volvió a la casa, y tomó a Ariel de una de las sillas, volviendo con él en brazos al exterior. Gladys estaba cortando leña con una facilidad sorprendente.

—No me mires así —dijo sonriendo— esto no es tanto un trabajo de fuerza, es costumbre.
—Usted tiene muchas sorpresas.
—No digas tonterías. Ahora no te quedes ahí, ayúdame a dejar la leña en esa bodega, puedes dejar al bebé en una de las repisas de dentro.

Víctor obedeció y entró en la bodega, donde dejó al bebé sobre una repisa a la izquierda de la entrada. Iba a salir cuando sintió el sonido de un motor.

— ¿Qué es eso?

No era el motor del furgón; iba a salir pero la voz de Gladys lo hizo quedarse inmóvil.

— ¡Oiga!
—Buenos días señora —saludó una voz correcta pero autoritaria— necesito hacerle unas preguntas.
—Esto es territorio privado —replicó ella firmemente— salga de aquí.

Estaba al lado del bebé, a muy poca distancia de la puerta, y sintió que su corazón se oprimía; el suelo era de tierra, lo que ahogó sus pasos, pero en ese lugar tan pequeño solo podía quedarse ahí, inmóvil. ¿Había crujido o no la madera al dejar sobre ella al pequeño?

—Soy el oficial Armendáriz, estoy buscando a una persona.

¡Un policía! Tenía que salir de ahí de inmediato, no podía quedarse, pero estaba encerrado en una bodega de paredes de madera de unos cuantos metros cuadrados, con una única vía de escape que conducía en línea recta al sitio en donde estaba Gladys y ese hombre.

—Tranquilícese señora, estoy realizando un procedimiento de rutina.

Con el cuerpo pegado a la pared junto a la puerta de la pequeña bodega, Víctor estaba inmóvil, sintiendo que sólo lo separaban del policía unos cuantos metros y un saliente del umbral que no tenía más de treinta centímetros de ancho. La voz se acercaba, si entraba ahí, no habría donde esconderse. Unos segundos de silencio, y Víctor sintió los pasos del policía, casi junto a él, a tan solo una delgada muralla de distancia, avanzando hacia la bodega. Un momento después la mano del policía apareció en el borde de madera y los dedos se posaron sobre el borde, un anticipo de su entrada, a punto de rozarlo, todavía sin saber de forma concreta si en el interior había o no alguien; el joven contuvo la respiración, mirando con pánico la mano que estaba casi tocándolo.

— ¡No se mueva!

La voz de la mujer se escuchó fuerte y totalmente decidida en el exterior, y la mano se quitó del borde de madera, los pasos volviéndose sobre sí mismos. Afuera, el policía volteó hacia Gladys, que lo apuntaba con el fusil.


—Señora, baje esa arma.
—Le dije que saliera de aquí, éste es territorio privado.
—Señora —continuó él como si no le importara la amenaza del arma, tratando de controlar la situación— soy policía, ésta es mi placa y estoy realizando una investigación.
—No puedo saber si es verdadera o no, hay muchos delincuentes vestidos de policías dando vueltas por ahí.

Armendáriz sin embargo estaba mirando en dirección al furgón, y decidió jugar una carta que por lo general funcionaba.

—Estoy buscando al propietario de ese furgón.
—Me está viendo, si puedo manejar un fusil, un vehículo es pan comido.
— ¿De verdad? —dijo él con un dejo de duda— ¿Lo tiene hace mucho?
—Se lo compré a un hombre que estaba de paso, ahora no me haga repetirlo, salga de mi propiedad.
—Señora, estoy buscando a un prófugo de la justicia, es un delito protegerlo así que...
— ¡Ya le dije que salga de mi propiedad! No me importa si dice que es policía, soy una mujer mayor, vivo sola y si me amenazan dispararé, salga de aquí ahora mismo, la próxima vez lo diré con un disparo.

Armendáriz se rindió, y optó por volver sobre sus pasos hacia el automóvil que lo esperaba a cierta distancia. Gladys lo vio regresar al vehículo, y saliendo del territorio, comenzar un rodeo por el norte.

—Víctor —murmuró con la vista fija— sal ahora.

Se encontraron en el umbral de la puerta de la bodega; Víctor tenía en sus brazos al bebé, que por suerte seguía durmiendo sin enterarse de nada.

—Está rodeando mi granja, quiere estar en punto de vista desde el norte, seguro que vuelve con más gente, tienes que irte ahora mismo.
—Gracias, no sé cómo agradecerle, pero no debió arriesgarse.
—No hables tonterías, ese tipo es una bestia, no me gustó para nada. Escucha, tienes que irte por ese lado —apuntó hacia unos árboles— parece cerrado, pero el furgón pasará bien, luego encontrarás un camino en la maleza, si sigues por ahí cortarás camino, pero tienes que ir a toda máquina.

Subió rápido al vehículo, dejó a Ariel en el asiento del copiloto y encendió. De inmediato apuró la marcha, enfilando hacia los árboles que le había indicado su salvadora, pero sabía que el policía ya había detectado el movimiento; con el ruido y la velocidad el pequeño se despertó, pero no parecía nervioso, al menos no todavía.

—Tranquilo bebé, todo está bien, todo está bien...

Ni el mismo se convencía de sus palabras e iba conduciendo con el corazón oprimido, pero de verdad la decisión de Gladys había sido la acertada, porque de seguro, los compañeros de ese policía estaban por ahí, mucho más cerca de lo que quería imaginar.
Siguiendo las instrucciones de la mujer, Víctor dirigió el vehículo a través de los árboles, encontrándose con un sendero por el que podía avanzar. Tenía que seguir al sur, y luego tomar por la planicie, de modo que presionó el acelerador mientras intentaba calmar al bebé. Mirando por el retrovisor no vio a nadie, y eso lo calmó un poco, tenía que poner la mayor distancia posible entre ese hombre y él.

Los siguientes minutos fueron de angustia para Víctor; conduciendo a toda velocidad esperaba traspasar la planicie lo más pronto posible, pero el furgón no daba más de sesenta o algo así, lo que significaba que no estaba avanzando realmente muy rápido. Con temor vio que a la izquierda, aunque aún más atrás, se divisaba el automóvil a toda marcha, ese vehículo podía alcanzar más velocidad que el que estaba conduciendo, y se trataba de un factor que no podía controlar.

—No puede ser, no puede ser...

Mientras tanto, Armendáriz iba en su automóvil con la vista fija en el furgón; había interpretado mal las señales, creyó que podría encerrarlo, pero el tipo lo sorprendió y se escapó por un entramado de árboles que desde luego no podía haber visto desde antes, lo que lo hizo ganar tiempo; ahora estaba cerca, pero las cosas no terminaban, no iba a detenerse hasta atraparlo.

El furgón llegó a una sección de la carretera, donde pudo tomar un poco más de velocidad, pero no era demasiada la diferencia. En el horizonte al sur solo se veía algo de bosque y la carretera, la única opción que tenía era seguir y seguir.

—Vamos, vamos... por favor...

Tenía el pie en el acelerador a fondo, conduciendo con las manos aferradas al volante,  tratando de convencerse de que todo iba a resultar, que podría sacarle la distancia suficiente al policía y salir de su vista, porque solo necesitaba eso, solo necesitaba  alejarse de él.
Pero el auto del policía iba a gran velocidad, y poco a poco se acercaba al furgón, disminuyendo cada vez más la distancia entre ellos; después de unos momentos el automóvil gris casi iba a su lado.

—No... no... no...

Mirando de reojo, vio la mirada penetrante del policía, su expresión dura y escuchó su voz atronando en la vía.

— ¡Detente ahora!

En una maniobra estudiada, el policía atravesó el auto en el camino del furgón; Víctor trató de esquivarlo, pero no tuvo posibilidad y se vio obligado a frenar. Con el brazo izquierdo sujetó al niño que se movía incómodo en el asiento, y trató de seguir, pero para ese momento el hombrón ya había saltado del auto y se acercaba a la puerta del conductor.

— ¡No!

Hizo un intento de volver a avanzar, pero Armendáriz abrió con violencia la puerta y lo jaló de un brazo.

— ¡No!

Armendáriz tenía como prioridad sacar al sujeto del vehículo y alejarlo del pequeño, claramente era la única forma de preservar su seguridad, sobre todo cuando el tipo acababa de hacer una carrera loca alejándose de la ciudad. Con un tirón más logró sacarlo del asiento, pero Víctor se sujetó de la puerta y el espejo retrovisor.

— ¡Suéltame!
— ¡Baja del vehículo!

No quería usar violencia si no era necesario, pero en esos momentos el otro estaba oponiendo resistencia.

— ¡Déjame!
— ¡No opongas resistencia!

El policía trató de alejarlo de nuevo, pero Víctor seguía sujeto; el espejo retrovisor se soltó, y en un acto desesperado, el joven golpeó al policía en el pecho, consiguiendo soltarse por un instante. De inmediato se acercó otra vez al furgón, pero Armendáriz, viendo que la situación se complicaba, optó por sacar su revólver.

— ¡Alto o disparo!

Víctor se quedó a medio subir del furgón, volteado hacia el policía, mirando espantado el arma que lo apuntaba. Adentro el niño lloraba asustado por los gritos.

—No puedes dispararme, no hice nada.
—Te estás resistiendo al arresto —replicó el policía, implacable— y estás siendo buscado por el rapto de ese niño. Ahora baja del vehículo con las manos en alto.

Pero Víctor sentía palpitar en la cabeza un golpe fruto del forcejeo con el policía; algo en su interior le decía que no podía rendirse, no aún.

—Ven a buscarme.
—No lo hagas más difícil Segovia...

Pero el joven se arrojó al interior del furgón donde aún gemía el pequeño y lo tomó en sus brazos. Armendáriz se acercó un poco más, pero no podía arriesgarse a provocarle algún daño.

—No te acerques. No voy a permitir que se lo lleven —exclamó haciendo acopio de valor—. Ariel es mi hijo, le prometí a Magdalena que lo iba a mantener a salvo y lejos de su familia.

El policía decidió tomar otra estrategia.

—Está bien, está bien, solo cálmate, ¿quieres? mira, vamos a calmarnos los dos, voy a dejar mi arma en el suelo, ninguno de los dos quiere hacerle daño a ese niño.
—No voy a hacerle ningún daño, pero ustedes están equivocados, la familia De la Torre está detrás de esto.
—Está bien, tienes razón, solo déjame ayudarte a...
— ¡No te acerques!

Estaba muy alterado, pero Armendáriz había pasado por decenas de situaciones como esa. Solo necesitaba calmarlo un poco, acercarse un paso más, y tendría todo controlado. El hombre tenía al bebé tomado principalmente con el brazo izquierdo, sabía cómo atacar para separarlo del niño.

—No estoy acercándome, tenemos que calmarnos los dos, estamos muy alterados.
—No estoy alterado, estoy asustado —replicó Víctor presa de los nervios—, todo está de cabeza ahora, y lo único que quiero es que alguien me escuche. Ese hombre me amenazó, por eso tuve que esconderme, porque en cualquier momento podían hacerme algo, y si se llevan a Ariel estará en peligro con...

No pudo seguir hablando, porque el policía lo sorprendió con un ágil movimiento; con un gesto estudiado se acercó y a la vez alargó los brazos, quitándole al niño de las manos.

— ¡No!

Pero el movimiento del policía fue perfecto, le permitió tomar al bebé con una mano, mientras con la otra apartó a Víctor, empujándolo con fuerza.

— ¡Ariel!

Con nada más que un instante disponible, Armendáriz dejó con increíble suavidad al niño sobre el capó de su auto, y de inmediato se volvió hacia su objetivo, que en ese instante trataba de llegar a él. Se inició un forcejeo entre ambos, donde Víctor estaba en obvia desventaja física, pero se movía tanto que el policía no conseguía sujetarlo.

— ¡Quédate quieto!
— ¡Suéltame!

Armendáriz no estaba dispuesto a perder más tiempo, de modo que golpeó sin piedad al joven en el torso, con el objetivo de dejarlo sin aliento y dominarlo por completo. Pero cuando casi tenía la situación controlada, el otro lo sorprendió y se sacudió violentamente, logrando soltarse de su captor.

— ¡Segovia!

Sin aliento y medio de rodillas, Víctor avanzó con torpeza hacia la parte posterior del furgón; los golpes que había recibido lo dejaron sin aliento y no podía moverse más rápido, pero la descarga de adrenalina era tal que no podía detenerse así sin más. Armendáriz recogió su arma del suelo y disparó a uno de los neumáticos traseros, reventándolo y haciendo gritar de terror al joven.

— ¡Alto!

El grito sonó aterrador y potente en sus oídos, pero el joven abrió la puerta trasera del vehículo; en la sombra vio la figura gigante e imponente del policía, a una mínima distancia, cerrando todas las opciones, en esos momentos estaba atrapado y todo iba a terminar. Lo siguiente ocurrió sin pensar, solo una reacción automática ante el peligro mortal que estaba a su espalda. Estiró la mano al interior del furgón, sujetó algo sólido y se giró, lanzando un golpe directo al lugar de donde se originaba la sombra.

Dos gritos desgarradores se escucharon en el lugar, al mismo tiempo que la explosión de un disparo.



Próximo capítulo: Lejanía

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