Por ti, eternamente Capítulo 7: Noticias entre manos



—Muchas gracias, estamos a las afueras del Servicio Forense, hasta adonde ha llegado la familia de la joven fallecida recientemente y que es la noticia del momento en ésta mañana. Les recordamos que el día de ayer fue notificada la desaparición de un menor de solo cinco meses de vida. Me encuentro en compañía de la señora Ingrid, quien accedió a hablar unas palabras con nosotros. Señora Ingrid, cuéntenos un poco de lo que saben al respecto de éste extraño caso.

La cámara se trasladó del periodista a una mujer de aspecto saludable, de largo cabello oscuro, que con la mirada baja hablaba lento, intentando a medias controlar sus sollozos.

—Todo es tan extraño —comenzó con la voz temblorosa— estamos aquí para reclamar el cuerpo de mi sobrina.
— ¿Tienen alguna noción de qué es lo que le causó la muerte a su hija?

La mujer hizo una pausa.

—Mi sobrina estaba enferma, pero aún no han salido los resultados de los exámenes. Lo que más nos preocupa ahora es que desapareció mi sobrino—nieto, el hijo de ella.
—Según la información que tenemos, su familia ha hecho una denuncia por presunto secuestro.

La mujer se mostró sorprendida.

—Mire... yo... yo no puedo hablar de ese asunto porque el abogado nos dijo que era un tema complicado.
—Es decir que si están realizando algunas acciones.
—La verdad es que lo que más nos importa es la seguridad del niño, él tiene solo cinco meses de vida, necesita cuidados y estar con su familia. Por eso es que necesitamos de toda la ayuda posible, que la gente nos ayude a encontrar al niño, que miren a todas partes, porque por ahí está la persona que lo tiene, y necesitamos que nos lo devuelva.

La cámara regresó al periodista.

—Los informes más recientes nos indican que hay una sospecha sobre una persona que podría tener relación con Magdalena de la Torre, la joven fallecida, y quien podría saber del paradero del bebé o inclusive tenerlo en su poder. Desde ya se le solicita a toda la audiencia que si tienen cualquier información, se comuniquen a los números de la policía o a través de nuestros servicios de comunicación en las redes sociales. Adelante estudios.


                                                                       2

Víctor abrió los ojos lentamente. Estaba aún en la sala de espera de la urgencia en donde había pasado la noche, aún sentado en la misma silla, con Ariel durmiendo tranquilo y casi inmóvil en sus brazos. Había tratado de mantenerse lo más despierto posible, pero el sueño lo vencía a veces, haciéndolo dormitar por momentos mientras a su alrededor el movimiento seguía incesantemente. En ese momento despertó el bebé, que por cierto había dormido espléndido para su edad, despertándose solo dos veces durante la noche; el pequeño comenzó a bostezar, y por primera vez, Víctor sintió que se olvidaba de todo lo que estaba sucediendo, y se dedicó a mirar al niño en sus brazos.

—Todo lo que está pasando es tan increíble... de pronto estoy aquí contigo y... No estoy seguro de nada de lo que estoy haciendo ni sé si las decisiones que estoy tomando son las correctas, pero en ese momento, cuando Magdalena habló conmigo, no pude... simplemente tenía que hacerlo, no podía dejar de cumplir la promesa que había hecho, pero ahora todo es un torbellino y no sé qué es lo que va a pasar... Magdalena cuidó de ti, ella es tu madre, pero ahora... ahora tú me miras tanto, ¿será que me miras porque me tienes confianza? ¿O será que tienes miedo y no sabes cómo explicarlo? Sólo sé que estoy tratando de hacer lo correcto, y quisiera...

No pudo seguir hablando; un nudo en la garganta le quitaba la respiración, pero a la vez, al mismo tiempo que todo a su alrededor había cambiado para siempre, por primera vez experimentó una nueva sensación, una tibieza especial que solo surgía estando así, sólo mirando al pequeño bostezar en su regazo.

—Tengo que darte tu leche —murmuró en voz baja—, y luego voy a mudarte, todavía necesito saber qué hacer.

Pasar la noche en la urgencia había sido mejor idea de lo que él mismo había supuesto, porque en medio del constante movimiento de la urgencia, y al ser ésta un servicio público, desde luego tenía más demanda de la que podía soportar, de modo que un hombre, aun siendo joven, con un bebé en los brazos, no era nada llamativo, más bien era de lo que menos podía interesarle al resto. Se desperezó lo mejor que pudo, mudó al bebé, y después de darle la leche, decidió salir. Ya daban las siete y media, y con la amenaza constante de las noticias de primera hora, no quiso arriesgarse a ver su propia cara en alguna de éstas, aunque tenía al mismo tiempo algún tipo de curiosidad por saber qué era lo que estaban hablando de él. Salió de la urgencia por una calle lateral, sin saber muy bien aún qué hacer durante el día, pero lo que tenía totalmente claro es que no podía seguir sin información y sin teléfono, porque romper el chip con su número al que lo había llamado ese hombre amenazándolo podía ser una buena medida preventiva, pero el celular apagado en la mochila no le servía de nada; con él podía informarse de algunas cosas.

—Víctor.

Se quedó detenido ante la voz que lo llamó, sin saber qué hacer. Un momento después siguió su camino a paso más rápido, intentando parecer normal en medio de esa calle desierta, pero una mano lo sujetó por el hombro.

—Espera.

Se soltó, y entonces la voz tomó cuerpo y figura. Se trataba de Eduardo, un antiguo conocido, un tipo de casi su estatura, corpulento y de rasgos duros.

—Entonces si eras tú, el que dijeron hace un rato en las noticias.

No solo era impactante que alguien a quien había conocido en algún momento le hablara con tal propiedad, también lo era el confirmar que su identidad ya estaba en conocimiento público.

— ¿Qué es lo que quieres?
—No tienes que ser hostil, recuerda que antes fuimos amigos.
—Y recuerdo muy bien porqué dejamos de serlo; tienes malas costumbres.
—Tal vez, pero a mí no me gustan los chiquillos.

Sonaba peor escucharlo de lo que creía. Pero decidió obviar esa parte, lo primordial era salir de allí inmediatamente.

—Cállate y déjame pasar.
—No lo creo —replicó comenzando a acorralarlo—, ésta vez voy a ser bueno y voy a devolver a ese niño, su familia va a estar muy agradecida.

¡La recompensa! Víctor intentó alejarse, pero el otro tenía a todas luces más rango de movimiento y trató de acercarse al bebé.

—No te acerques.
—No me des problemas, es muy temprano para eso.

Víctor se dio vuelta para evitar al otro hombre, pero éste se le adelantó y le asestó un puñetazo en el costado.

— ¡¡Aahh!!
—No lo hagas más difícil amigo...

Volvió a golpearlo, pero eso le dio una pequeña oportunidad; Víctor giró lo más rápido que pudo y le hizo una zancadilla, haciéndolo caer con estrépito. Sin pensar en nada más, comenzó a correr.

— ¡Espera!

Al hacer caer al otro, tuvo el tiempo suficiente para alejarse, tras lo cual llegó a toda carrera a una calle más transitada; tenía el corazón a mil, pero no podía detenerse, así que subió a un bus que estaba pasando, sin saber siquiera hacia dónde iba, pero teniendo un poco de distancia de lo que acababa de ocurrir.

—Tranquilo —murmuró hacia el bebé—, todo está bien, ahora vamos a ir hacia otra parte, no te preocupes por nada, no te preocupes por nada.

Poco después, cuando creyó estar lo suficientemente lejos de la urgencia donde había tenido el enfrentamiento con Eduardo, Víctor buscó un teléfono público y marcó en él un número.

—Arriendo de autos Gómez y Gómez, habla Daniel.

La voz del otro lado de la línea se escuchaba bastante más decente que el aviso que había visto en el diario, pero en realidad esa era la idea.

—Hola, necesito rentar un auto barato.
— ¿Papeles al día?
—En realidad no.
—Eso le va a subir un treinta por ciento el costo.

Podían ser indecentes, pero tenían sus prioridades, y eso era lo realmente importante.

— ¿Puede ser para hoy?
—Sí, podría ser un sedán del '94.
—Necesito algo más barato y menos vistoso.

La voz hizo una breve pausa.

—Tengo un huevito del '89, una camioneta blanca del año pasado y un furgón utilitario con algunos años.
—El furgón.
— ¿Quiere ir a buscarlo o se lo voy a dejar?
—Lo necesito en la esquina de Miguel Antares y Guérnico lo más pronto posible.
— ¿Lo quiere por el día o por el momento?
—Por cuatro días.
—Perfecto, espere ahí y se lo voy a pasar a dejar.

La voz cortó y Víctor colgó el auricular. Aún se encontraba en un sector bastante céntrico de la ciudad, pero la dirección que había dado era más alejada, y confiaba en que fuera la mejor decisión: tenía que salir como fuera de la Capital.

Casi media hora después, Víctor se encontró en la calle acordada con un hombre de aspecto desaliñado que conducía el furgón de color gris desteñido que había solicitado. El vehículo no estaba tan mal tenido, si te fijabas en los detalles pequeños.

—Buenas —dijo el hombre— ¿usted es...?
—El que lo llamó —respondió Víctor—, necesito llevármelo ahora.

El hombre parecía totalmente desinteresado en él, lo que era perfecto para sus planes.

—Claro. Tome —le pasó unas llaves—, en la guantera está la tarjeta con mi número y "lo otro"
— ¿Qué otro?
—Usted dijo que no tenía documentos —explicó como si los estuvieran escuchando—, ahora los tiene, solo que va a tener que ser inteligente para usarlos, no resisten mucho análisis. El estanque está lleno, y por el precio que le dije, lo dejé con algunos litros en la parte de atrás.
—Comprendo —replicó Víctor entregándole el dinero—, gracias.
—No lo rasguñe ni lo choque, al término del plazo de cuatro días puede dejarlo en la dirección que aparece en la tarjeta o llamarme al número. Y por supuesto, si tiene algún problema, ni yo lo conozco ni usted me ha visto.
—Comprendo.

El hombre recontó el dinero.

—Seguro.

El hombre se guardó el dinero en el bolsillo, y dando media vuelta caminó lentamente. Víctor subió al vehículo, dejó los bolsos atrás y al bebé en el asiento de junto, mientras evaluaba el interior; estaba claro que no les podía importar mucho el furgón, porque de seguro no valía mucho más del dinero que había pagado por el arriendo. Revisó la guantera, y encontró un porta documentos con tarjetas, fotos y esas cosas, y además una licencia de conducir a nombre de un tal Orlando Ortiz, cuyo rostro era de esas caras que se parecen a cualquier persona. Comprobó su rostro en el reflejo del espejo retrovisor, y en ese momento agradeció no tener rasgos demasiado notorios, de modo que la imagen podía pasar por una suya, con algo de suerte. Respiró profundo y comenzó el viaje.


                                                                  3


Álvaro se subió a la camioneta negra ocupando el volante, mientras Romina se sentaba en el asiento del copiloto con el bolso y varias cosas en las manos.

—Pensé que me ibas a venir a buscar más tarde, son las ocho y cuarto.
—La frase de: "El tiempo es oro" es tuya.

Iniciaron la marcha a velocidad moderada.

— ¿Adónde vamos?
—A visitar a la familia del niño. ¿Has visto cómo se están moviendo todos? Ayer la noticia salía tímidamente en las noticias, y ahora ya está puesta la denuncia, se sabe la identidad del tipo y están haciendo los exámenes al cadáver de la madre.

Romina se ataba el cabello mientras hacía conjeturas.

—Tenemos que apurarnos, estos tipos de prensa ya deben estar organizándose. ¿Qué tienes?
—Esto.

Le alcanzó una carpeta que ella comenzó a revisar.

—Déjame ver. Segovia, 24 años, soltero, no tiene ningún familiar vivo, sus padres murieron, trabaja —o trabajaba supongo—, en una tienda de ropa en el centro comercial, no tiene antecedentes, no tiene deudas, bueno, una en un casa comercial pero es baja, no tiene hijos... es básicamente un tipo común y corriente, no hay mucho material que sacar de aquí. Ah, pero mira, podemos pasar a la casa de la familia, después al centro comercial y de ahí directo a la casa de Segovia, a ver lo que conseguimos.

Poco después ambos estaban en la casa de Fernando de la Torre, sentados en el patio frente a él y a Sonia, su esposa, una mujer alta y de cabello rubio, quienes estaban sentados muy juntos y quietos.

—Muchas gracias por recibirnos señor De la Torre.
— ¿Ustedes son de la televisión?
—No. Somos periodistas, y estamos recopilando datos para hacer un reportaje que va a salir en la prensa escrita sobre lo que ha estado sucediendo, y por supuesto que estamos en conexión directa con la policía.

De la Torre frunció el ceño.

—Pero nosotros ya hablamos con la policía.

Romina reaccionó a la velocidad del rayo.

—Lo sabemos, pero en éstas circunstancias todo lo que podamos hacer es importante, además que la policía tiende a prestar atención solo a las pruebas o elementos concretos, mientras que nosotros estamos interesados en toda la historia.

De la Torre ya había hablado con su abogado, y él mismo le había recomendado dar alguna entrevista para sensibilizar a la gente y además para estar prevenido ante cualquier situación.

—Magdalena siempre fue una buena muchacha; tenía su carácter, pero nunca pensé que iba a salir con algo como eso. De pronto empezó a alejarse de la familia, no la veíamos mucho por acá, y ya sabe, siempre es por algo.
—Ella no es mi hija —comentó la mujer—, pero siempre la quise como si lo fuera; cuando las cosas se pusieron complicadas quise hablar con ella, pero no quería hablar con nadie de la familia, era como si de pronto le diéramos alergia, y casi al mismo tiempo supimos que andaba con ese tal Víctor y luego quedó embarazada, pero ese solo fue el comienzo de los problemas reales, porque cuando se embarazó desapareció, dejó de venir a la casa y no contestaba el teléfono.

Álvaro tomaba notas mientras Romina seguía con las preguntas; el caso se ponía cada vez más interesante.

— ¿Y qué ocurrió entonces?
—Traté de dar con ella, de hacer que volviera o que por lo menos hablara conmigo —respondió De la Torre—, pero no había forma. Magdalena quiso alejarse y desaparecer, no podía hacer nada, usted sabe que cuando las personas son adultas uno no las puede obligar. Al menos de vez en cuando contestaba el teléfono, pero después simplemente dejó de contestar. Y entonces empecé a preocuparme, a tratar de dar con ella, pero no había forma, al menos lo que parecía era que quería esconderse a propósito.

Romina aguzó la vista.

—Pero usted dijo que ella contestaba el celular al principio y después no; ¿Qué era lo que le decía?

El hombrón hizo una breve pausa, recordando.

—Reconozco que estaba enojado. Preocupado por ella, pero enojado, sentía que todo estaba mal, que una muchacha joven como ella, que siempre fue de su casa, no tenía por qué alejarse de su familia y de su vida así como así, sobre todo estando embarazada. Pero al final cuando no me quería escuchar si la regañaba, le pedía que volviera, siempre le dije que estábamos esperándola aquí, pero nunca me escuchó.
— ¿Cómo supieron de la existencia de Víctor Segovia?
—Por ella. Un día, antes que quedara embarazada, empezó a decir que saldría con él, o la escuchabas hablando por teléfono, y parecía importante, o eso creo, usted sabe que las cosas entre los jóvenes no son como entre uno que es más adulto.
— ¿Pero si no tienen la seguridad, como puede creer que ese hombre tiene al bebé?

De la Torre ya estaba preparado también para esa pregunta; Claudio lo había advertido bien.

—Porque mi asistente llamó al número de ella, cuando me informaron que la habían encontrado; contestó una voz de hombre, y cuando le preguntó por Magdalena y mi nieto, simplemente cortó y ya no pudimos contactarlo.

Romina estaba tomando notas mentales adicionales a las que estaba tomando Álvaro; para armar lo que pretendía, necesitaba algunos datos más.

—Cuénteme un poco más de esa situación, es decir cuando supo de la muerte de su hija.

Sonia le dedicó una mirada de reprobación a la periodista e iba a decir algo, pero De la Torre se le adelantó calmándola.

—Está bien cariño, es normal que pregunten; mire, hace un tiempo decidí pedirle a algunos de mis trabajadores de confianza que me ayudaran a buscar a mi hija.
—Podría haber llamado a la policía.
— ¿Para decirles qué? ¿Que mi hija mayor de edad no quería hablar conmigo y se había ido de casa? No, eso era ridículo, pero sí podía pedirle ayuda a la gente que tengo a mi alrededor, y le pedí a algunos de mis hombres de confianza que la buscaran, que recorrieran las calles tratando de encontrarla, mientras trataba de comunicarme con ella. Cuando me avisaron que la habían encontrado muerta, yo... no supe qué hacer, sabía que estaba enferma pero no tan grave, y además pasó lo otro, mi nieto no estaba y no había ninguna razón para que no estuviera, y además en esa casa abandonada... De pronto me dijeron que su celular estaba allí, y había un número, el último que había marcado, así que mi asistente llamó y le contestaron, pero no hablaron.
— ¿Qué quiere decir?
—Que la persona, la voz de hombre, contestó, pero luego se quedó callado, y se escuchaba un llanto... después ya no pudimos volver a llamar.

Álvaro intervino con una pregunta que lo estaba asfixiando.

—Señor De la Torre, usted hizo una denuncia por presunto secuestro, pero ¿Qué sabe de Segovia, el hombre al que frecuentaba su hija? ¿Tiene alguna información de su paradero?
—Parece que nadie en la ciudad sabe dónde está.

Minutos después Romina y Álvaro ya estaban de vuelta en la camioneta rumbo al centro comercial en donde trabajaba su objetivo.

—Éste caso es demasiado interesante.
—Pero la familia sabe algo —comentó ella agudamente—, estoy segura de eso. O conocen algo de Segovia que nadie más conoce y que no está en los informes, o la madre les dijo algo importante.

Álvaro meneó la cabeza, aún con algunas dudas.

—Sí, concuerdo contigo, pero no es mucho como para avanzar; la madre del bebé está muerta, la familia claramente ya fue aconsejada sobre qué decir y qué no, y el tipo éste está desaparecido. ¿Y si solo fuera una coincidencia?
— ¿Qué quieres decir?
—Ya sabes, sólo han pasado algunas horas, no sabemos con exactitud qué ocurre, excepto que la familia tiene datos que nosotros no. Lo que sabemos es que a la fiscalía le parece plausible porque aceptaron la denuncia hoy en la mañana, pero todavía necesitamos algo más, no quiero descubrir que el tipo simplemente se fue de juerga y no tiene idea de nada.


                                                                     4


Víctor conducía el furgón a baja velocidad, comenzando a salir de la ciudad. El vehículo claramente resistía el viaje, pero igualmente tenía sus dudas.

—Debí haberte comprado una silla para bebé —comentó en voz baja, tratando de sonar natural—, pero al menos te tengo bien ubicado aquí junto a mí; cielos, ahora entiendo por qué me rentaron el vehículo con tanta facilidad, porque probablemente no valga mucho más de lo que pagué por él cuando lo arrendé. Cuatro días, de verdad no creo que esto resista cuatro días de viaje, pero ¿sabes qué? no lo vamos a necesitar tanto tiempo, porque tengo un plan, y ahora lo vamos a necesitar solo dos días, para ese momento ya vamos a estar fuera de la ciudad y podremos tomar algún bus provincial, de esos que van para zonas menos pobladas. Tenemos dinero gracias al cielo, y por suerte hay buen tiempo, así que no hay qué preocuparse.

Pero sí estaba preocupado; aún sentía las palpitaciones de los golpes a los costados del cuerpo, resultado de su enfrentamiento con Eduardo. Había sido una increíble mala suerte encontrarse precisamente con él en esas circunstancias, pero al menos agradecía haberse librado, en gran parte por suerte. Miró el celular sobre el panel del vehículo; ahora estaba encendido y funcionando con la tarjeta de prepago que había comprado, pero tener celular nuevamente era al mismo tiempo bueno y malo, porque lo que había ideado para poder informarse de lo que ocurría mientras salía de la ciudad, por otro lado lo tentaba de contactar a sus amigos. ¿Que estaría pensando Arturo? Le había mentido, y por supuesto que una parte de sí le decía que tenía que aclarar las cosas, pero estaba sometido a demasiadas amenazas como para arriesgarse, y la existencia de personas como Eduardo y la rapidez de esa denuncia por presunto secuestro que ya había confirmado por la radio lo hacían sentirse más desconfiado todavía. Lo mejor era esperar.



Próximo capítulo: Verdades a medias





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