Por ti, eternamente Capítulo 2: Todo o nada



Víctor estaba en la  habitación vacía, enfrentando a Magdalena, aún sin poder creer nada de lo que estaba viendo ni escuchando.

— ¿Estás diciendo que tu familia es la familia De la Torre?
—Supongo que entenderás por qué nunca lo había mencionado —repuso ella pesadamente— desde siempre he huido de la huella de mi familia, pero cuando descubrí todo esto las cosas se complicaron.

Víctor necesitaba sentarse, respirar, gritar, hacer cualquier cosa menos seguir allí; pero no podía, no podía moverse ni reaccionar, la sorpresa lo tenía fascinado, estúpidamente quieto frente a una mujer mortalmente enferma, sin poder hacer nada más.

—Cuando supe que estaba embarazada también supe que mi vida había cambiado para siempre, incluso antes de descubrir el cáncer; mi padre llegó a éste país de la mano de mi abuelo, y desde muy joven se involucró en distintos delitos, y con los contactos que tenía no le fue difícil formar el pequeño imperio que tiene ahora, con el que maneja los negocios, el movimiento de armas y tráfico en varias zonas de la Capital.

Él lo sabía de igual manera que cualquier persona medianamente informada, la familia De la Torre tenía contactos importantes, y se sabía que manejaban a Dealers y traficantes menores, pero de manera oficial solo era una familia de mucho dinero, que tenía inversiones en el exterior y en campos en el sur, lo que obviamente indicaba que además de lavado de dinero, había mucha manipulación de información. Y Magdalena era parte de esa familia.

—Dijiste que siempre tratabas de alejarte de tu familia, eso quiere decir que...
—Era inevitable que se enteraran de mi embarazo —replicó lentamente— pero aun así tenía la posibilidad de mantenerme al margen, pero saber que estaba enferma haría que quisieran quitarme al bebé, y eso no podía permitirlo.

Guardó silencio unos momentos, producto del cansancio que evidentemente le provocaba hablar; Víctor sentía el corazón oprimido.

— ¿Y entonces qué hiciste?
—Tuve que desaparecer —explicó ella— la única forma era desaparecer, aunque por fortuna tenía dinero en mi poder como para hacerlo. Al principio no sabía muy bien qué hacer, pero fui ingenua, porque creí que bastaba con dejar de frecuentar los sitios de siempre y no fue así.
—Entonces tu familia empezó a buscarte.
—Por eso me deshice de mi número, pero eso no era suficiente; gracias al dinero que tenía pude estar trasladándome de un sitio a otro, pero conforme pasaba el tiempo, la enfermedad avanzaba y todo se hacía más complejo. Como comprenderás tuve que abandonar los tratamientos, porque de quedarme o estar pasando regularmente, haría demasiado fácil que me encontraran, y además la enfermedad estaba muy avanzada como para poder hacer algo al respecto.

Víctor trataba de plantearse la situación, pero aunque estaba viendo el estado en que estaba ella, le resultaba difícil imaginarla tratando de ocultarse de su propia familia, enferma y además embarazada.

—Magdalena...  —murmuró lentamente— dijiste que estabas tratando de sacar adelante tu embarazo, pero no me has dicho que sucedió después.
—Llegó un momento en que empecé a sentirme invalidada, todo lo que hacía me significaba un gran esfuerzo, los dolores eran frecuentes y a menudo intensos, y en uno de los esporádicos exámenes que me hice, la doctora me dijo que la situación era extrema, si quería salvar mi vida o al menos prolongarla, tenía que interrumpir el embarazo a como diera lugar.

Entonces eso explicaba en qué había terminado todo; pero antes que pudiera decir algo más, Magdalena se le adelantó, hablando entre sola y con él, pero con mucha más determinación que antes.

—Te parecerá una locura, pero en ese momento, cuando me dijeron que debía detener el embarazo, fue la única vez que sentí auténtico miedo; ese fue el momento en que decidí que mi bebé iba a vivir, que viviría a costa de lo que fuera, y así fue.

Él no dijo nada, pero al escucharla comprendió lo equivocado que estaba al pensar que el bebé no había sobrevivido, y al dejar de pensar y comenzar a ver a su alrededor, descubrió que lo que inicialmente había creído solo eran algunas prendas de ropa apiladas, era mucho más.

—Oh, por Dios...

No pudo evitar la sorpresa; si no hubiera estado aún sujeto de la puerta, seguramente se habría caído de la impresión. Entre las impecables cobijas había un bebé, durmiendo o al menos reposando plácidamente, sin darse cuenta de nada de lo que ocurría a su alrededor.

—Ese...es tu bebé —murmuró sin dar crédito a lo que estaba viendo— es tu hijo...

Después se acercó torpemente, rompiendo al final la distancia que los separaba, y que parecía mucho más que algunos meses, parecía una vida completa, que los hubiera puesto por capricho en el mismo lugar. Sintiendo todavía el cuerpo lívido, Víctor se sentó en la cama junto a ella, e incluso ante su sorpresa, al verla de cerca, entre la apariencia enferma y la piel pálida, y tras las arrugas producidas por la delgadez y los dolores, seguía estando la misma mujer fuerte que él había conocido.

—Se llama Ariel —dijo ella con los ojos brillantes de orgullo— tiene cinco meses.
—Pero —dijo él en voz baja— ¿por qué me llamaste a mi en particular?
—Porque tú eres el padre de mi hijo.

A la sorpresa anterior se le sumó un nuevo golpe; estuvo a punto de decir "no puede ser" pero automáticamente su lado lógico le dijo que si, que mientras estuvieron saliendo, en alguna que otra ocasión no se habían cuidado, lo que hacía perfectamente posible que ese bebé fuera suyo. Y además, sacando una simple cuenta podía hacer calzar las fechas con espantosa facilidad. Pero aún en el estado en que estaba, Magdalena identificó con la rapidez del rayo la desconfianza en sus ojos.

—Magdalena...
—No esperaba que me creyeras —le replicó con entereza— pero para bien o para mal, es la verdad, e incluso hay una prueba de ello. Tiene el mismo lunar rojo en la cadera que tienes tú.

Inconscientemente se llevó la mano al costado. Cuando era niño, lo habían examinado por causa de ese lunar, y el resultado fue que era benigno, no representaba riesgo alguno, pero era hereditario, por lo que cualquier miembro de su familia, en caso de tenerla, podía también tenerlo.

—Magdalena, yo...
—No pensaba decírtelo desde el principio — lo interrumpió ella con fuerza — cuando estuvimos saliendo sé que no nos cuidamos en varias ocasiones, así que simplemente estaba asumiendo mi responsabilidad en el asunto; pero la enfermedad hizo que volviera a pensar muchas cosas, y entre ello, en lo que podía pasarme a mí, pero mucho más importante que eso, lo que pudiera pasarle a mi hijo.

Se detuvo unos momentos, claramente estaba haciendo un gran esfuerzo, pero no estaba dispuesta a detenerse, no todavía.

—Si el embarazo no estaba en mis planes, el cáncer estaba totalmente fuera de control; pero lo hice, y bastante bien creo, pero en el último tiempo entendí que mi tiempo había llegado. Estoy muriendo Víctor, y por eso tuve que llamarte, porque no tengo nadie más a quien recurrir.

A pesar de sentirse abrumado por todo lo que estaba oyendo y presenciando, al ver la mirada en los ojos de Magdalena, Víctor sintió como por un momento se olvidaba de todo, y como asomaba en su ser un nuevo estremecimiento, que no era más que admiración por una mujer indefensa y sola, que en vez de preocuparse por sí misma, estaba luchando como una leona por proteger a su hijo. Entonces rompió definitivamente la distancia que los separaba, y con el máximo de cuidado la tomó en sus brazos y la abrazó, tiernamente, acunando su cuerpo cansado, sintiendo como su propio corazón azotaba su pecho, invadiéndolo tanto de temor como de angustia, haciéndolo temblar con la respiración entrecortada.

—Debiste habérmelo dicho —murmuró conmocionado— yo nunca imaginé que podías estar pasando por algo así. Tal vez no sea el tipo más comprometido del mundo, pero algo habríamos hecho, no debiste pasar por todo esto, no debiste hacerlo tú sola.
—Ahora eso ya no importa.
—Claro que importa. Tú no te lo mereces.
—No estamos para esas cosas —replicó ella lentamente— perdóname Víctor, no quería involucrarte en esto.

Ambos guardaron silencio durante unos instantes, aún abrazados, quietos en medio de esa habitación vacía en un lugar olvidado, abrazados como jamás antes lo habían hecho, con todos los sentimientos a flor de piel, entregados a sus temores y angustias más profundas, que por una fatal coincidencia del destino los volvía a unir en las peores circunstancias posibles. Ella se soltó de él y quedó sentada en la cama, mirándolo fijamente.

—Te llamé porque eres la única persona que queda Víctor, eres el único en quien puedo confiar, y eres su padre. Debo pedirte que te lleves a Ariel.

Eso fue un golpe aún peor que todos los que había sentido antes.

— ¿Qué? ¿Pero por qué, qué quieres decir?
—No puedo negar la realidad, y ahora estoy en un punto en que no puedo seguir; estoy muriendo, y sé que ya no hay nada que pueda hacer. Últimamente había luchado por mantenerme a flote, por darle todo lo que necesitaba y su alimento, pero estoy consciente de que ya no puedo más. No me quedan más fuerzas.

Hizo una nueva pausa, pero en sus ojos seguía estando el mismo fuego, la misma decisión que la había llevado a contactarlo.

—En éstas condiciones ya no puedo hacerme cargo de él; durante éste tiempo he estado cambiando de sitio para que mi familia no me encuentre, pero últimamente ya no tengo energías para desplazarme; es solo cuestión de tiempo para que mi familia o los hombres de mi padre me encuentren, y cuando lo hagan, se quedarán con Ariel.

Ahora lo entendía todo; de alguna manera en ese momento comprendía por qué había contestado la llamada, y por qué estaba ahí.

—No puedo permitir que mi hijo crezca en el mismo mundo en que crecí yo, en medio de la delincuencia, rodeado siempre de peligro, mostrando una imagen que no es, viviendo una vida falsa mientras que alrededor sabes que puede pasar lo peor en cualquier momento. No puedo permitirlo, pero ésta vez la enfermedad me supera, por eso es que te ruego que te hagas cargo de él.

Víctor tomó en sus  manos el bultito que era el bebé. Dentro de las suaves cobijas el pequeño se veía completamente relajado, durmiendo con los ojos semicerrados, abstraído de todo lo que estaba pasando a su alrededor.

—Tiene tus ojos.
—Y tiene tus labios.
—Se ve tan tranquilo — siguió mirándolo con ojos vidriosos — se llama Ariel, ¿verdad?
—Sí, ese era el nombre de mi bisabuelo. Él fue un hombre de mucho esfuerzo, siempre luchó por lograr todo con una vida honrada, y fue el último miembro de mi familia en lograrlo.
—Es decir que lo llamaste así para darle una buena estrella.
—Sí, y creo que la tiene, porque a pesar de todo es sano y fuerte, y además tiene un gran carácter.

El bultito casi no pesaba en sus manos, pero su significado se hacía enorme en sus hombros.

—Magdalena, yo no sé si voy a poder hacerlo...
—Víctor...
—Todo esto es tan repentino, y yo solo soy un hombre, no sé si podré cuidar de otra persona, mucho menos de un niño...
— ¿Puedes sentir el latido de su corazón?

Obligándose a callar, el hombre se quedó con el bebé muy cerca de su cuerpo, y sintió cómo el estómago le daba un vuelo al notar el vigoroso latido del corazón contra su pecho.

—Sí, lo siento.
—Entonces no necesito nada más.
— ¿Qué quieres decir?
—Ser padre no es algo que vaya en la sangre —murmuró ella lentamente— es algo que se siente, y cuando necesites encontrar el camino, él mismo es quien te va a ayudar.

Víctor volvió a mirarla a los ojos; era una extraña mezcla, la esencia de la mujer que había conocido, junto a la fuerza y la decisión de una madre. Pero en ella había algún tipo de paz, una tranquilidad que no se escuchara antes por teléfono, ni tampoco en los minutos que habían hablado.

—Tienes que irte. Sé que mi padre envió gente a buscarme, es solo cuestión de tiempo que me encuentren.
—No, no puedo —exclamó él— no puedo simplemente irme, tengo que llevarte conmigo.
—No seas iluso, no te sería de ninguna ayuda —replicó ella con determinación— además, no quiero que mi hijo vea muerte, ni siquiera la mía. Estaré lista para lo que suceda, solo necesito saber si puedo confiar en ti, si te harás cargo de Ariel.

Víctor sentía que la sangre se le congelaba; no podía pensar con claridad, no podía hacerse la idea de lo que ella estaba insinuando, ni tampoco reaccionar de ninguna manera. Pero ahí, en ese lugar tan frío y seco, no pudo responder de otra manera.

—Lo haré. Me haré cargo de Ariel, te lo prometo.

Ella sólo asintió, y se quedó muy quieta, mirando con nostalgia a su hijo; parecía dormitar, seguramente por el esfuerzo que había hecho. Víctor se acercó a ella con nerviosismo, temiendo lo peor, pero ella seguía ahí, solo descansando, solo con una media sonrisa al saber que dejaba a su hijo con quien esperaba fuera la persona indicada. Él se puso de pie con dificultad, pero volvió a sentarse junto a ella, susurrando muy bajito para no incomodarla.

—Dejaré a Ariel en un lugar seguro, y volveré a buscarte, para que alguien te atienda. Espérame Magdalena.



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