Maldita secundaria capítulo 14: Cambios inesperados



Sala de libros
Lunes 22 Octubre

—Disculpen el retraso —dijo Teresa entrando— pero ya llegué.

Alberto se acercó a uno de los libreros.

—Me encantó la idea de tener ésta base de operaciones acá, es un lugar simple y no muy visitado.
—Sí, es cierto...

Dani no alcanzó a decir nada más, cuando sintió como el pomo de la puerta giraba lentamente.

—Se suponía que la dejé con pestillo —susurró Teresa.
—Nunca se me ocurrió probar desde afuera —se excusó Dani— pero podemos hacer lo del otro día.

Rápidamente repartieron libros, un segundo antes que apareciera el inspector Vergara en la sala. El hombre les dedicó una de sus habituales miradas autoritarias.

—Buenos días.
—Buenos días inspector —lo saludó Dani con una sonrisa espléndida— ¿ya es hora de clase?
—Faltan cuatro minutos —replicó el otro con una expresión indescifrable en el rostro— ¿a qué se dedican?
—Estamos preparándonos —respondió Teresa tratando de sonar creíble— ya está finalizando el año, así que adelantamos para los exámenes del año entrante y para el futuro.
—Debe ser una preparación muy exhaustiva si además de todo incluye textos de energía nuclear.

Dani sabía que desde tiempo Vergara estaba tras ellos; Teresa respondió con más convicción de la que realmente sentía.

—Es importante porque tiene que ver con lo que pretendo estudiar.
—Qué interesante, coménteme más.

Alberto, que estaba casi fuera de vista del inspector golpeó los dientes unos con otros para que ella entendiera el mensaje.

—Se trata de una carrera muy importante.
—Lo imagino.
—Y ésta área —señaló el libro— tiene que ver con comida.
—No veo de qué manera.

Alberto contuvo un ataque de risa; casi sin moverse estaba tratando de transmitir en mensaje, de modo que puso cara de dolor e hizo lo que él consideraba un disimulado gesto de taladro con un dedo.

—Claro, porque cuando no se cuida el cuerpo después de la comida puede haber graves consecuencias, así que esta carrera es importante en la medicina, quiero estudiar radiología para exámenes.

Alberto se tragó un suspiro de alivio mientras Leticia tiraba al suelo su libro para desviar la atención.

—Ay que tonta, se me cayó.
—Trate de no sufrir por eso —replicó el inspector saliendo— no se tarden en ingresar a clase.

Fernando se asomó a la puerta unos segundos después.

—Ya se fue.
—Déjenme adivinar —comentó Alberto— Vergara es uno de los problemas extra de los que tenemos que ocuparnos.
—Y tiene una increíble capacidad para aparecer en los lugares incorrectos —comentó Leticia— pero no sólo está él, Carvajal también es un problema.
—Y al final no hemos avanzado mucho —se quejó Fernando.
— ¿Como que no? —se escandalizó Alberto— ya nos pusimos de acuerdo, tenemos algunas luces de lo que deberíamos hacer y ya quedamos en que no hay que estar solos. Propongo entonces que hagamos patrullajes periódicos, es la única forma de saber si es que se teje algo con los espíritus.

Primer recreo
Sala de química

—Es una ironía que se te haya quedado un libro justo en ésta sala después de la escenita de más temprano.

Teresa tomó el libro y se acercó a la puerta.

—Gracias por acompañarme, ahora vamos a ver si es que está pasando algo en el patio.

Alberto se acercó a la ventana.

—Qué extraño, tenía la sensación de que hoy iba a ocurrir algo como para recibirnos, pero parece que las cosas están calmadas.

En eso una silla se elevó por los aires y voló directo hacia Teresa.

— ¡Nooo!

Mientras, Dani y Soledad estaban caminando por el último patio.

—Oye Dani, ¿tú crees que los nuevos sean realmente de ayuda?
—Espero que sí, aunque a decir verdad, ellos se han tomado las cosas mejor que nosotros al principio.

Soledad sacó el teléfono celular de su bolsillo.

—Creo que lo mejor es que veamos cómo van los demás. Ay no...
— ¿Qué pasa?
—Mira, no hay señal.
—Ah, pero no te preocupes, llama desde el mío... —dijo él sin darle importancia— que extraño, tampoco tiene señal.

Se miraron, llegando ambos a la misma conclusión.

— ¿Crees que sea por los espíritus?
—Prefiero salir de dudas —dijo poniéndose los guantes— adelántate y trata de encontrar a alguien más, enseguida te alcanzo.

En tanto, en la sala de química, Teresa estaba aprisionada contra la puerta por una silla que le atrapaba la cabeza entre las patas. Aún tenía espacio para respirar, pero la fuerza que estaba moviendo la silla estaba haciendo más presión contra la madera; mientras tanto Fernando trataba de quitar la silla.

—La próxima vez que diga que las cosas van bien, alguien que me golpee.

Fernando en tanto luchaba inútilmente por mover la silla.

—Deja de hablar y ayúdame.
—Lo más probable es que eso lo esté haciendo Matías, así que si se trata de energía, lo que tenemos que hacer es que se consuma de alguna manera...
—Alberto, lo que sea que vayas a hacer, hazlo ya.
—Si, está bien, mi culpa, solo tengo que hacer ésto...

Se acercó a un mechero y lo encendió, pero sorprendentemente la llama que salió del mechero casi llegaba al techo y era muy superior a lo que en realidad podía salir de ahí.

— ¡Pero que estás haciendo, nos vas a quemar vivos a los tres!

El propio Alberto retrocedió extrañado ante el resultado, que claramente no era el que se esperaba.

—Alberto, ayúdame con algo que no nos mate a todos.

Alberto sacó el celular y se acercó a la ventana para marcar mientras Fernando intentaba sin resultados quitar la silla, que ya comenzaba a hacer marcas en la puerta.

—Hola.
—Luciana, ¿estás sola?
—Si, ¿por qué?
—Estamos en química, ¡auxilio!

Luciana se apuró hacia el pasillo donde estaba la sala de química, pero la voz de Alberto la detuvo antes de tocar el pomo de la puerta.

— ¿Luciana?
—Soy yo.
—Estamos en problemas aquí, tienes que evitar que la gente se acerque a la puerta hasta que lo solucionemos.
— ¿Pero qué quieres que...?

Iba a decir algo más, pero volteó y vio que la maestra Santelices iba con un grupo de estudiantes. No supo qué hacer, pero con toda la gente ahí, hizo lo único que se le ocurrió y fingió un espectacular desmayo. Una vez en el suelo se quedó muy quieta, y sintió como se le acercaban, pero vio que en vez de aproximarse a ella, la maestra iba hacia la puerta.

— ¡Noo!

Se abalanzó sobre la maestra, que por milagro consiguió mantenerse equilibrada con ella prácticamente abrazada a sus piernas.

—Maestra... ¿qué pasó?
—Iba a buscar unas sales, pero por lo visto ya estás mejor, te llevaré a la sala para que te sientes.
— ¡No!
— ¿Por qué no?

Luciana hizo que la mujer se le acercara más.

— ¿Caí en alguna posición indigna?

La mujer la miró con infinita condescendencia.

—No. Ahora no se preocupe y acompáñeme a la sala.
— ¿Pero y no me va a acompañar a la enfermería? No me siento muy bien.
—Supongo que podría mandarla con uno de los chicos.
— ¿Solo con uno, no va a ir usted?
—No la veo tan mal como para necesitarme a mí y a todo un curso.
—Pues no pero...

Precisamente en ese momento la puerta de la sala se abrió, y salieron los chicos acompañando a Teresa que se cubría el cuello con las manos.

En tanto, en el primer patio, Soledad se encontró con Hernán.

—Hernán, ¿has visto a alguien más?
—No, ¿por qué, qué pasó ahora?
—No hay señal en los celulares, y con Dani creemos que puede ser algo de los espíritus.

Hernán comprobó en su móvil que no había señal.

—Diablos, revisa por acá, yo iré a la parte de adelante.
—Está bien.

El rapado se alejó a paso rápido hacia adelante, mientras Soledad se acercaba a las escaleras, pero Carolina y Lorena aparecieron bajando atropelladamente.

— ¡Baja, aléjate!

Solo alcanzaron a llegar abajo, cuando una voz las interrumpió.

— ¡Señoritas! ¿Qué es lo que...?

La inspectora Carvajal iba a decirles algo más, pero su expresión mutó en una mueca de espanto; acto seguido cayó desmayada. Las chicas voltearon hacia la escalera, y se toparon casi frente a ellas con dos enajenados.

—Diablos, estamos en problemas.

Pero antes que pudiera pasar nada más, por los altavoces se emitió un agudo sonido que parecía una falla de audio. Las chicas se taparon los oídos con el ruido, pero cuando volvieron a mirar, lo dos enajenados estaban de pie frente  a ellas, cabizbajos y totalmente inmóviles.

—Qué extraño, no se mueven.
—A lo mejor el ruido los afectó, puede ser parecido a los golpes en la cabeza.

Soledad volteó para mirar a la inspectora Carvajal que seguía tendida en el suelo.

—Tenemos que ayudar a la inspectora.
—Yo ni lo intentaría —dijo Carolina— si esos dos estaban así, es probable que hayan más, dejémosla ahí y vamos a ver qué pasa  con los demás.

Por otro lado, Hernán estaba en el segundo piso del primer edificio cuando sonaron los altavoces, y se sorprendió al encontrar a dos de ellos de pie e inmóviles frente a una puerta.

— ¿Y a éstos dos que les pasa?

Iba a devolverse por el pasillo cuando pensó que en realidad, fuera de cualquier situación, era extraño que los dos estuvieran frente a la puerta de esa salita, así que los rodeó y se acercó.

— ¿Hay alguien ahí?

Se sintió un poco ridículo hablándole a una puerta al lado de dos zombies, pero al cabo de un rato sintió ruido adentro.

— ¿Hay alguien? Es Hernán.

La puerta se abrió y salió Leticia.

— ¿Estás bien?
—Si, ¿y a esos que les pasó?
—Seguro fue por el sonido, ahora vamos.

Abajo, en el pasillo junto al segundo patio, se encontraron Soledad, Carolina y Lorena con Teresa, Alberto, Luciana y Fernando, y al poco regresó Dani y Leticia con Hernán.

— ¿Escucharon eso? —comentó Luciana— ese ruido de los altavoces sí que fue raro.
—Pero la buena noticia es que parece que eso afecta a los enajenados —dijo Leticia— así que tendríamos que irnos a las salas.

Alberto chasqueó los dedos.

—Sería genial poder haber grabado ese sonido, la frecuencia seguramente es muy anormal y eso nos ayudaría a defendernos en cualquier situación peligrosa.

Los demás lo estaban mirando muy fijamente.

—Está bien, de acuerdo, solo era una hipótesis.

Hernán se apoyó en una muralla.

— ¿Qué les pasó a ustedes?
—Teresa estuvo en riesgo pero logramos salir adelante —explicó Fernando— aunque ahora la puerta de química tiene algunas marcas.
— ¿Qué pasó?
—Una silla salió disparada y la atrapó.
—Cielos.
—Es un milagro que no me haya pasado nada grave —dijo la aludida con voz ahogada— me asusté mucho.
—Suerte que lograron salir de esa —comentó Lorena— debe haber sido difícil.
—Puse un afiche, pero luego habrá que ver que hacer para cubrirlo —dijo Alberto— o no sé cómo vamos a explicar que la puerta tiene marcas casi como agujeros en ella.

En ese momento los altavoces volvieron a emitir el intenso y agudo sonido de antes; todos se taparon los oídos, pero Hernán gruñó irritado ya que estaba precisamente debajo de un parlante.

—Diablos, voy a quedar sordo.
—Es mejor que nos vayamos a las salas antes que nos vean afuera —comentó Dani— el recreo ya terminó.

Pero el rapado comenzó a caminar hacia el otro extremo del patio, directo a una pequeña bodega.

—Luego los alcanzo.
—Ten cuidado —dijo Dani.

Alberto iba a decir algo, pero Dani le hizo un gesto con la mano.

—Ah, es decir que...
—No te hagas ideas Alberto, Hernán es...

Iba a decir algo más, pero se quedó quieto mirando hacia adonde había ido el rapado; el inconveniente con los altavoces podía muy bien no ser normal, pero fuera de eso, en esa bodega había una toma de energía, un puente que conectaba los motores con las edificaciones de atrás. De pronto miró a Lorena, y vio en ella la misma expresión, ella estaba pensando lo mismo.

—Fernando, ve por Hernán.
—Está bien pero...
— ¡Ahora!

Fernando apuró el paso; Dani nunca subía la voz, así que si lo había hecho era porque pasaba algo malo.

—Hernán.

El otro estaba muy cerca de la bodega; en ese momento recordó que había reclamado por el sonido, eso significaba que podía tener los oídos tapados.

— ¡Hernán!

Aún no escuchaba. Fernando comenzó a correr hacia él, pero parecía demasiado lejos, y con el corazón oprimido volvió a gritar mientras gesticulaba desesperadamente.

— ¡Hernán! ¡Quítate de ahí! ¡Hernán!

Después fue demasiado tarde. La bodega hizo una explosión sumamente ruidosa que lanzó al rapado al suelo.



Próximo capítulo: Última oportunidad

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