Maldita secundaria capítulo 1: Faltan tres meses: Primera parte




Secundaria Santa Sofía del Ángel
Martes 2 de Octubre
Sala de lenguaje. Tercer año

El ruido se apoderaba de la sala durante la tercera hora de clases mientras la profesora aún no llegaba. Santa Sofía del Ángel era una secundaria que llevaba poco tiempo en funcionamiento, era su primer año, y desde un principio el establecimiento había cosechado buenas críticas, tanto por su excelente infraestructura  como por un muy buen modelo de enseñanza. Cuando estaba acercándose el fin del año escolar, todo funcionaba en el establecimiento con total naturalidad, y desde luego los grupos  ya estaban armados y nada dentro de los salones parecía indicar que el Santa Sofía tenía muy poco tiempo como tal; a esto contribuyó desde el inicio una fuerte inversión que se notaba también en el plantel académico, la mayoría de ellos profesores con amplia trayectoria.
Adelante estaba Dani, robusto y fuerte, de piel trigueña, cabello castaño y rasgos agraciados, de sonrisa encantadora y gestos amigables y sinceros; junto a su silla de ruedas estaba Soledad, su mejor amiga, alta, muy delgada y de aspecto frágil, de piel blanca y melena oscura; se habían hecho amigos el primer día, aunque él resultaba siempre tan encantador que no era difícil que las personas empatizaran al poco de conocerlo. La joven bostezaba por el cansancio.

—Ay Dani, estoy muerta; recién está empezando Octubre y la cosa se está poniendo difícil con los estudios.

Dani mientras tanto sacaba de su mochila un texto de estudios.

—Tienes razón, aunque para ser sinceros, todavía no empiezan los exámenes. Imagínate que anoche tuve que ponerme a estudiar en mi casa.

Soledad lo miró con falso rencor. Dani tenía una gran facilidad para los estudios, tanto que habitualmente era señalado como una promesa profesional, aunque él no le daba importancia a esos elogios.

—Mira, para ti tal vez eso sea así, pero las personas normales siempre nos vemos en la obligación de estudiar afuera de éstas cuatro paredes.
—Ay, ni que yo fuera un fenómeno —se defendió él— lo que ocurre es que yo soy ordenadito aquí, y así tengo más tiempo libre cuando salimos de clase, es la mejor forma de que mi vida ande sobre ruedas.

Soledad hizo una pausa y suspiró.

—Como sea, ya están por llegar los exámenes finales, prométeme que no me vas a abandonar.
—Tranquila, te lo prometo.

A un costado de la sala, dos amigas conversaban animadamente; Lorena era de figura grande y corpulenta, de rostro muy agraciado, ojos claros y cabello largo castaño, el que lucía orgullosa con reflejos color violeta; junto a ella estaba sentada Carolina, de baja estatura, delgada, de cabello castaño rizado y actitud fresca y muy femenina.

— ¿Cómo me quedó?

Lorena se sacudió el cabello mientras su amiga la observaba.

—Cielos amiga, te quedó súper. Cuando me dijiste por teléfono que habías usado ese color, pensé que te quedaría horrendo, pero por lo que veo es solo un reflejo, se te ve muy bien.
—Gracias.

Carolina golpeó suavemente la mesa.

—Casi se me olvida, pero te juro que no me lo vas a creer: mi mamá te invitó a tomar el té uno de éstos días.

Lorena se llevó las manos a la boca.

— ¿Qué?
—Te lo prometo.
—Pero si tu mamá me odia Caro. Incluso recuerdo muy bien cuando te dijo ''No me gusta para nada esa amiga tuya tan espiritual" como si yo no estuviera presente.

Pero la otra joven sonrió. Eran amigas desde hacía tiempo y le importaba mucho que su familia no se interpusiera, aunque a veces sus padres eran un poco anticuados; de verdad Lorena tenía un estilo diferente, sabía de cosas sobrenaturales y de la suerte y ese tipo de temas, pero pensar que era una especie de hippie que la arrastraría al desastre era demasiado.

—Lo que pasa es que todo sucede por algo; todo empezó hace unos días cuando por accidente mi madre tiró a la basura un diario de vida que dejé olvidado, y me aproveché de esa situación, así que le hice un escándalo, y le dije que me había roto el corazón —mentira— y así fue como una cosa llevó a la otra, y para contentarse conmigo el otro día me dijo ''Un día de éstos podrías invitar a tu amiga a tomar el té''
—Es increíble.
—Lo mismo digo. Ahora eso sí, hay que aprovechar muy bien la ocasión, ya estoy harta de que no podamos compartir tranquilas por  mi mamá.

Al fondo de la sala estaba Fernando, de figura estilizada y elegante, atractivo y con el cabello negro con un osado corte, junto a Leticia, más baja que él, de rostro común y poco agraciado, cabello lacio, piel pecosa y actitud fuerte y decidida.

—Deberías haberme contado.
— ¿Qué cosa?
—No te hagas la loca que nadie me lo contó, te vi y no me lo contaste.
—No sé de lo que estás hablando.

Fernando se sacudió el cabello con las puntas de los dedos.

—Te vi en el centro comercial con ese rubio, te tenía muy atrapada.

La joven sonrió y se encogió de hombros.

—Ah, era eso. Fernando, pero eso fue solo una cosa que se dio en el momento. No era para escribir un libro ni algo por el estilo.
— ¿Y qué, te propuso algo?
—No, si te digo que fue una cosa del momento. ¿Y a ti te ha salido algo?

Fernando sonrió encantadoramente.

—Ay, el problema es que aquí hay muy poco material de donde elegir, tienes que considerar que no somos tantos. Pero por ahora estoy tranquilo, el año entrante seré un todavía más apuesto joven de cuarto y ahí espero que las chicas de tercero me persigan.

Rieron, pero Leticia miró hacia el otro lado del fondo de la sala; ahí, sentado sobre una mesa, solo, estaba Hernán, corpulento y fuerte, de facciones duras, piel morena y cabeza rapada, concentrado leyendo un comic de Futuro final.

—Oye, pero parece que no todos pueden decir lo mismo.
— ¿Por qué lo dices?
—Por ese Hernán, es extraño —comentó en voz baja— mira, yo entiendo que éste es el primer año en que todos estamos aquí, pero ya está por terminar el año y sigue allí todo autista con las revistas, si apenas ha hablado por algún trabajo, pero nada más.

Fernando levantó las cejas.

— ¿Pero es que no lo sabes?
— ¿Qué?
—Es un rumor —se acercó en tono de secreto— pero dicen que su familia lo obligó a terminar la secundaria en diurna aunque ya está pasado de edad.
—Se le nota que está pasado.
—Claro Leticia, y debe ser humillante que todos estén mirándote y hablando de ti todo el tiempo.
—Debe ser tremendo.

Fernando le dedicó una mirada suspicaz.

—Noto unas miraditas extrañas...
—Por supuesto que no, solo estoy diciendo la verdad.

De pronto se abrió la puerta y entró de inmediato en inspector Vergara, un hombre de más de cincuenta, alto, de porte altanero, de piel blanca pecosa, mirada fría e impecablemente vestido de traje. Cuando entró, en la sala se hizo el silencio. Vergara no era un hombre agresivo ni mucho menos, era sabido por todos que era justo en el trato, aunque si era muy estricto con los estudiantes y detestaba los escándalos juveniles y ese tipo de cosas; nada se le escapaba a la vista, ni siquiera en los descansos, por eso al verlo en sala todos reaccionaron de la misma manera, algunos siendo más precavidos incluso y guardando discretamente los teléfonos celulares por si decidía pasar entre las mesas.

—Buenos días.

Para el momento en que los estudiantes respondieron el saludo en un coro respetuoso, todos estaban en sus puestos por arte de magia. El inspector paseó la mirada por el curso.

—La profesora Martínez va a llegar pronto.

Lorena miró extrañada a Carolina.

— ¿Que estará pasando? —murmuró en voz baja— nunca se aparece por algo tan sencillo.

El inspector volvió a alzar la voz.

—El director San Luis está en su oficina, esperando a las personas que voy a nombrar.

Se hizo un silencio aún más solemne; el director era un hombre bastante amable, por lo que saber que llamaba a alguien era símbolo de problemas, sobre todo si enviaba a ese inspector.

—Leticia Zamora, Fernando San Martín, Lorena Avad, Carolina Guzmán, Hernán Guerra, Soledad Gamez... y Daniel Rodas.

Sin esperar, Vergara salió y dejó la puerta entreabierta; de inmediato todas las miradas se volcaron en los siete a los que habían llamado, pero especialmente hacia Dani, quien no solo era popular por sus excelentes calificaciones y actitud gentil, sino también por pertenecer al reducido grupo de estudiantes que no causaba problemas. De ningún tipo. El primero en reaccionar fue el propio Dani.

—Dani. Me llamo Dani, no Daniel, todavía quedan listas equivocadas por aquí, pero me pregunto que habrá pasado ¿atropellé a alguien?

Se escucharon algunas risas nerviosas, pero Soledad lo reprendió mientras se ponía de pie.

—Dani, no es momento para bromas, nos acaban de llamar de la oficina del director.

Pero él no estaba alterado.

—No creo que sea un escándalo estudiantil o algo así.
— ¿Y eso por qué?
—Solo tienes que ver a los que nos llamaron: Fernando es muy popular, Leticia su amiga, tú y yo que estamos como en el grupo de los tranquilos, Carolina y Lorena que no pueden ser más sanas, y Hernán, que más allá de callado, no es ni problemático ni nada parecido. A lo que quiero llegar es a que si fuera algo grave llamarían a otros.

Quitó el seguro de la silla y se acercó a la puerta, pero antes de salir se dirigió a los demás.

— ¿Alguien podría tomar apuntes por mí?

Varios rieron mientras los siete comenzaban a salir.
Momentos después, el grupo avanzaba lentamente por el pasillo hacia la dirección y ninguno excepto Dani se veía animado. La oficina se encontraba en la sección delantera de la secundaria, al final de un pasillo en el segundo piso, por lo que no era un sitio muy visitado.

—Creo que lo estamos haciendo demasiado difícil.

Nadie le contestó.

—Está bien, reconozco que nos vamos a perder Lenguaje. Reconozco que nos citaron a la oficina del director y Vergara agregó mucho dramatismo a la escena, pero vamos a hablar con el director, ésto no es la Inquisición.

Soledad suspiró. Más atrás, Leticia iba más irritada que preocupada.

—No lo entiendo, ésto no tiene ningún sentido.
—Ésto va a bajar nuestros niveles de popularidad —comentó Fernando— además mira a tu alrededor, éste grupo es muy extraño.
—Es un fenómeno, deben estar haciéndonos trizas por nuestras juntas.

Leticia hizo una mueca de desprecio. Más adelante Soledad puso los ojos en blanco.

—Que desagradable; pero tiene razón en algo ¿por qué ellos?


Más atrás Carolina caminaba muda, Pero Lorena se frotaba los antebrazos.

Se me erizan los pelos —dijo en voz baja — el ambiente está muy cargado y nosotros también. Tengo un mal presentimiento amiga, te lo juro.

Sin embargo la voz de Hernán se alzó entre los otros; el joven pasó entre ellos con mal gesto.

— ¿Por qué no se callan de una vez? Quítense de mi camino.

Pasó entre los demás, apartando a todos de su paso, incluso a la silla de ruedas de Dani, para llegar primero a la puerta de la oficina.

— ¡Ten más cuidado! —le gritó Soledad— fíjate en lo que haces.
—Déjalo —intervino Dani con calma— estoy bien, no te alteres.

Soledad protestó algo más, pero Dani logró calmarla. Mientras tanto, Hernán llegó hasta la puerta de la oficina del director, mirando fijamente el letrero color bronce con su nombre. Antes que pudiera llamar, la puerta se abrió, y ante los siete apareció Vergara nuevamente. Formal, silencioso, frío, aunque casi podría decirse que también triunfante.

—Pasen, el director los espera.

Soledad evitó la mirada del inspector, no solo por lo que estaba ocurriendo, sino porque siempre le había tenido algo de miedo. Era un pésimo momento para que ocurriera algo así, solo faltando tres meses para que finalizara el año, y además de todo, en la secundaria era sabido que los asuntos comunes los veían los inspectores, el director solo se ocupaba de asuntos de verdad graves. La fría y calculada mirada del inspector terminó de cargar el ambiente, haciendo que todos se sintieran aún más presionados. Uno a uno entraron en la oficina, hasta que todos estuvieron dentro y prácticamente alineados. La oficina del director era un lugar muy limpio y espacioso, sin decoraciones grandilocuentes, solo mostrando algunos diplomas en las paredes y un único cuadro, donde se veía a San Luis más joven y formando parte del cuerpo de Bomberos; el director era un hombre de más de sesenta años, de figura grande y maciza, escaso cabello cano, ojos oscuros y rasgos endurecidos por los años de trabajo, pero que tenía una actitud amable y generosa, que era conocida por todos. Vestido de gris, elegante y sobrio, permanecía sentado tras el escritorio con un abrecartas entre las manos. Paseó la mirada por cada uno de los siete, y en seguida miró a Vergara, que todavía no salía del lugar.

—Muchas gracias Javier, puede retirarse.

Los ojos de Vergara brillaron por un instante, pero de inmediato asintió y salió lenta y silenciosamente. Unos momentos después los siete quedaron solos frente al director. El silencio era incómodo para todos, de modo que el hombre mayor dejó a un lado el abrecartas con forma de sable, y se puso de pie, aunque a pesar de lo que todos podían esperar, el hombre mayor no se veía molesto o irritado, más bien parecía preocupado.

—Muchachos. Les agradezco que estén aquí.

Hizo una pausa, que dejó claro que nada de lo que hubieran pensado era lo correcto; lo que fuera que estaba pasando era difícil para él.

—Lamento tener que interrumpirlos, saben que detesto hacerlo, pero ocurrió algo importante y no puedo esperar noventa minutos hasta el primer recreo. Les pido por favor que me escuchen con mucha atención.

Rápidamente las miradas de los siete se entrecruzaron; aunque habían tenido rencillas anteriores y la mayoría no se llevaban, todos estaban en ese momento en una situación similar, y por un instante las diferencias se borraron, ante la duda y la sorpresa. ¿Qué podía ser tan importante como para que los llamara el director en persona, y con tal tono de urgencia? ¿Por qué se veía preocupado en vez de alterado o severo?

—A primera hora de hoy, vino  a verme Adriano del Real.

El nombre le recordaba algo a Fernando, pero no sabía exactamente qué era.

—Por si no lo saben, éste señor fue dueño del terreno y de la construcción en la que estamos, por más de treinta años. Del Real pasó por una crisis económica, y a pesar de que hizo desesperados intentos, finalmente tuvo que aceptar la realidad, y para evitar un remate miserable, aceptó la oferta y se lo vendió a la sociedad Miramar, que construyó casi todos éstos edificios.

Leticia frunció el ceño. Era sabido que la sociedad Miramar había sido la benefactora que ayudó en la creación de la secundaria, de ahí que se convirtiera tan rápido en una institución de calidad, pero nada de eso parecía tener sentido.

—En agosto del año pasado se inició la remodelación del lugar, ya que como saben, antes de la crisis fue un instituto técnico; en fin, aunque para Agosto del año pasado ya no debería estar involucrado, éste hombre se las ingenió para mantenerse en las instalaciones hasta principios de Enero de éste año.
—Director —intervino Dani— disculpe pero ¿qué tiene que ver todo ésto con nosotros?

San Luis hizo una pausa muy breve, y siguió sin dar respuesta directa a la pregunta, aunque no estaba precisamente ignorándolo.

—A eso voy. Necesitaba explicarles todo para que entiendan lo que les diré ahora.

Lorena sintió escalofríos. Siempre había tenido una capacidad fuera de lo normal para percibir cosas, y en esos momentos sentía que lo único que quería, era no escuchar lo que iban a decirle.

—Una vez que Del Real salió definitivamente de aquí, personalmente me sentí aliviado; él no es una mala persona, de hecho tengo una muy buena impresión de él como hombre, pero tiene una sensibilidad exagerada y por lo mismo creo que no es apropiado para los negocios. En resumidas cuentas, para él el instituto era toda su vida, y cuando lo perdió, resultó destruido emocionalmente, y ahora cree que todavía mantiene un lazo de algún tipo con éste lugar.

Carolina no entendía lo que estaba pasando ¿por qué les estaba contando todo eso?

—Adriano del Real está aquí, y necesita hablar con ustedes siete.

Fernando ahogó una exclamación solo porque no quería más problemas de los que supuestamente iban a tener, pero ya recordaba cual era el motivo por el que ese nombre le parecía familiar: había toda clase de historias de su locura, no era simplemente un viejecito inocente.

—Director, ¿nos está pidiendo que vayamos a hablar con ese loco?
—Fernando, no hables así.
—Pero si usted mismo lo dijo.
—Escúchame. Adriano del Real no es una persona peligrosa, solo... necesito que muestren un poco de generosidad y hablen con él, nada más que eso.

Lorena intervino con un hilo de voz. No era eso, no se trataba de ese tema había algo más y podía sentirlo cada vez con más fuerza.

—Director, díganos qué es lo que está pasando.
—Por favor —replicó el hombre con voz suplicante— muchachos, ésta es una situación fuera de lo común, y les prometo que no recurriría a ustedes si no fuera absolutamente necesario, pero él necesita hablar con ustedes, es solo eso.
— ¿Pero por qué con nosotros? ¿Cómo es que sabe quiénes somos?

El director vio que estaba perdiendo la batalla,  pero no podía perder más tiempo.

—Eso es irrelevante. escuchen, les daré el resto del día libre y me aseguraré de que tengan toda la información de las materias del día de hoy. Esta secundaria necesita que todo siga funcionando en paz, y lo único que les pido es que hagan algo por todos nosotros. Por favor, Carolina, Dani, Hernán, Fernando, Lorena, Soledad, Leticia, ayúdenme en ésto.

Dani suspiró.

—Está bien.



Continúa en Faltan tres meses: Segunda parte

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