La última herida capítulo 21: Nadie en quien confiar




El tránsito desde el café en donde una nerviosa Eliana los esperaba hasta el depósito de chatarra del que habló Roberto Medel se hizo tan breve como intenso; Eliana estaba con los nervios de punta después de su experiencia anterior, y ver a Matilde y Patricia no hizo más que aumentar su angustia, pero de momento decidieron dejar las explicaciones para un momento más apropiado.

- Es ahí.

Romina estaba exhausta para el momento en que llegaron al lugar, que no era otra cosa que un gran sitio cercado dentro del cual había vehículos por partes en todas direcciones, siguiendo algún tipo de patrón que seguramente el dueño entendía a la perfección; el olor a aceite y a metal se sentía a distancia y formaba una atmósfera lejana a la ciudad, algo como un paisaje antiguo y cerrado, con un ritmo propio.

-Roberto, qué sorpresa.

Medel se bajó de la ambulancia y saludó a un hombre gordo y grande que avanzaba hacia él a paso lento mientras se limpiaba las manos con un trapo; el hombre sonrió ampliamente.

- ¿Y quién es la señorita?
-Necesitamos meter la ambulancia aquí.

El hombre no replicó y se dio la media vuelta; abrió el portón del lugar con un sonido metálico que no guardaba relación con el ambiente impregnado de aceite y se quedó a un costado mientras el vehículo entraba. Romina descendió del vehículo con las llaves en las manos intentando demostrar confianza en si misma, aunque se sentía cada vez más cansada. Habían acordado dejar a las demás dentro de la ambulancia mientras consiguieran el vehículo en el que transportarse y hacer que salieran en el momento preciso, de modo que ella estaría el pendiente hasta que fuera necesario.

- ¿Que necesitan?
-Una camioneta grande de preferencia.
-Tengo una camioneta pero no es grande ¿Traen una carga?

Romina le dio a Roberto una mirada de advertencia, pero él se encogió de hombros sencillamente.

-Tenemos una camilla y tres personas.
-No es tan grande -repuso el hombre cruzando los brazos- tendrían que llevarse la camilla en la camioneta y los demás en un auto, es pequeño pero les servirá.
-Está bien.
-Esperen un momento.

El hombre desapareció tras uno de los caminos formados entre los escombros, momento que aprovechó la mujer para acercarse al doctor.

- ¿Se supone que hay una forma de pagar o algo así?
-De momento no -dijo el hombre- no es necesario, él sabe que puede confiar en mi y que le voy a devolver los vehículos, la ambulancia es una garantía mientras tanto.

Romina miró la ambulancia y las abolladuras en el morro. Ya encontraría la forma de restaurar eso después, en ese instante era importante solucionar lo más inmediato y sacar de allí a Patricia era primordial. Cuando dio la vuelta vio que el doctor tenía algo en las manos.

-Lo siento Romina, no voy a dejar que se la lleven.
-Que...

No pudo decir nada más. El golpe que recibió no fue con intención de hacer un daño grave, pero si con la fuerza suficiente para tirarla de espalda; la mujer chocó contra el morro de la ambulancia y se desplomó al suelo, aturdida por el golpe.

- ¿Qué fue eso?

Soraya reaccionó al escuchar el golpe y miró hacia adelante, pero  a través del vidrio del parabrisas no se veía nadie. Sin pensarlo fue a la parte trasera y abrió el cerrojo de la puerta, pero de inmediato algo jaló haciéndola salir atropelladamente.

- ¡Soraya!

La mujer trastabilló bajando del vehículo al perder el equilibrio, pero antes de poder recuperar completamente el equilibrio, el hombre que había tirado de la puerta se abalanzó sobre ella.

- ¡No!
- ¡Soraya!
- ¡Auxilio!

Eliana entró en pánico y bajó de un salto de la ambulancia, mientras Matilde intentaba infructuosamente sujetarla; sin embargo la carrera de la mujer no fue muy larga, ya que otro hombre en el exterior la sujetó violentamente. Entre los gritos de ella y el forcejeo entre Soraya y el primer hombre, Matilde reaccionó instintivamente y se arrojó al exterior para tratar de liberarla, pero entonces un tercer hombre se hizo presente en la escena, y era el mismo que los había recibido en primer lugar.

- ¡Por qué están haciendo eso, déjennos en paz!

El hombre le dio una bofetada que la arrojó al suelo de golpe. Durante un eterno momento la joven solo vio oscuridad, sin saber muy bien en donde estaba, pero la adrenalina hizo efecto y la llevó a levantarse del suelo con más energía que claridad del espacio a su alrededor; esto tomó al hombre grande por sorpresa y le permitió ponerse de pie y tomar una vara de metal del suelo casi al mismo tiempo, pero ver a uno de los otros hombres acercarse a la cabina de la camioneta le hizo entender todo ¡Querían llevarse a Patricia!

-No lo hagas más difícil niñita.

El hombre la miró amenazadoramente pero no se acercó, consciente del peso de la improvisada arma que la mujer tenía en sus manos; Soraya en tanto intentaba infructuosamente liberarse, mientras que Eliana solo lloraba y gemía bajo el abrazo forzoso de su captor. Por un momento la joven no supo qué hacer, no importaba lo que pretendiera, ella o una de sus amigas resultaría lastimada, pero dejar a su hermana a su suerte no era una opción. Sin pensarlo dos veces corrió hacia la parte delantera del vehículo, pero su carrera se vio interrumpida al ver a la doctora tirada en el suelo; el impacto la hizo perder el paso y dio tiempo suficiente para que el tipo que estaba subiendo al volante alcanzara a cerrar la puerta.

- ¡Deja en paz a mi hermana!

Llevada por la ira y la desesperación, Matilde solo atinó a lanzar un golpe con la vara metálica, y con ella destruyó el vidrio de la ventana, haciendo que el hombre se cubriera la cara con las manos.

- ¡Déjala, ya tenemos lo que queríamos!

Esa era la voz de Medel. Matilde volteó hacia atrás y vio que alguien estaba sacando la camilla con Patricia en ella, y como activada por un resorte volvió a correr en esa dirección.

- ¡Patricia!

Rugió con toda su fuerza mientras llegaba a la puerta trasera: el doctor Medel y el hombre gordo tenían la camilla abajo del vehículo mientras un poco más atrás Soraya seguía intentando soltarse, pero no se veía a Eliana por ninguna parte.

- ¡Deje a mi hermana!

Miró directamente a Medel alzando la vara metálica en las manos, pero alguien apareció de un costado y se arrojó sobre ella, derribándola.

- ¡Noo!

Cayó con todo el peso del hombre sobre ella y perdió la vara; sintió el golpe en la espalda y la cabeza y nuevamente su vista quedó ciega, solo que en esa ocasión no alcanzó a reaccionar cuando unas manos la tomaron por los hombros y la azotaron contra el suelo otra vez.

- ¡Ahhgg!

Se retorció en si misma al sentir el golpe en la espalda. Su propio grito se oyó como un sonido gutural, con la garganta cerrada por el impacto, el cuerpo resguardando su propia integridad cerrando las vías. Luchó por ponerse de pie, escuchando con horror el sonido de un motor, pero no era la ambulancia a su lado ¡Patricia!

-No...

Hizo un esfuerzo supremo y consiguió arrodillarse, esforzándose en ese momento por enfocar la vista en lo que tenía delante; un furgón negro estaba echando marcha atrás ¡Se la estaban llevando!

- ¡Patricia no!

Se desgarró la garganta al gritar, pero esa expulsión de energía hizo que tuviera fuerzas para ponerse en pie. No se ocupó de lo que estaba pasando a su alrededor ni de la imagen en su mente de la doctora tendida en el suelo, solo reaccionó y corrió de vuelta a la cabina de la ambulancia, subió y trató de encender, pero las llaves no estaban.

- ¡No, no!

Miró en derredor tratando de encontrarlas, y las vio en el asiento del copiloto, seguramente abandonadas por el hombre que la iba a echar a andar en un principio. Con manos sorprendentemente firmes encendió el vehículo, y sin esperar más retrocedió a toda velocidad mientras por el retrovisor veía desaparecer al furgón negro.
No iba a detenerse, tenía que sacarla de ahí, conseguir ponerla a salvo nuevamente, había pasado demasiado como para quedarse así nada más.

- ¡Patricia!

La ambulancia era un vehículo muy pesado y ella no tenía costumbre de conducir, de hecho solo en las vacaciones conducía una de las camionetas pequeñas de sus padres en el campo, pero sujetó el volante con todas sus fuerzas y giró en la misma dirección que el furgón. Con dificultad logró enderezar la marcha y presionó el acelerador con fuerza, ignorando los gritos de los músculos de su cuerpo que rogaban por descanso. Salió a la calle, aparentemente por otra salida, a poca distancia de quienes huían, pero aun estaba demasiado lejos de ellos; con la vista fija en su objetivo, Matilde le suplicó al motor  rindiera un poco más, y sin pensar en ninguna otra cosa, aceleró a fondo y consiguió ponerse por delante del furgón, tras lo cual frenó.

- ¡Ahh!

Sintió golpe del choque y trató de evitar el latigazo en el cuerpo, pero solo lo consiguió a medias. Aún llena de adrenalina volvió a tomar el volante entre las manos y giró, para atravesar la ambulancia y evitar que huyeran, pero nuevamente se vio sorprendida cuando un sonido muy fuerte seguido de una especie de estallido remeció el vehículo en el que estaba. El sacudón la hizo comprender que la habían chocado nuevamente, pero al presionar nuevamente el acelerador sintió un agudo chirrido metálico ¡Un neumático! La máquina se negó a moverse con la misma ligereza anterior, y solo se desplazó un par de metros entre el intenso sonido, hasta que la joven, presa de la desesperación, bajó a la carrera, aunque solo para ver como el furgón se alejaba a toda velocidad.


2


La unidad médica de urgencia en la que terminaron era bastante pequeña y se encontraba a cierta distancia de la chatarrería donde Patricia había sido secuestrada; estaba abarrotada de gente, pero la presencia de la policía hizo que les dieran atención primero que al resto. Eliana estaba sedada luego del shock que había sufrido anteriormente, y tanto Soraya como Matilde estaban en observación. La doctora había sido derivada a otro centro. Matilde se había negado desde el principio a ser internada o detenida de cualquier manera, pero la aparición de la policía muy pronto luego de los hechos no le dejó muchas alternativas. Después de minutos de gritos y ruegos consiguió que una patrulla siguiera el rumbo aún desconocido del furgón y entregó los datos que tenía del doctor Medel, pero fue el nombre y cargo de su hermana lo que hizo que el oficial superior prestara más atención, diera las órdenes correctas y además la acompañara hasta la urgencia. Una vez que el doctor que la examinó descartó heridas graves, encargó que le curaran el corte en la pierna y los rasguños sufridos en el fallido intento de rescate y la dejó en observación. El policía a cargo de la investigación se identificó como Cristian Mayorga, era un hombre alto y de figura fuerte, de mirada sincera y voz ronca, que entró en el cubículo con un asentimiento de cabeza.

- Mi gente sigue buscando el furgón.
-Gracias oficial.
-Llámeme Cristian -replicó él amablemente- ¿Cómo está?
-Tranquila.

No era verdad. Matilde tenía los ojos secos al igual que el alma, en esos momentos no podía siquiera llorar, después de la experiencia vivida anteriormente ¿Cómo había llegado hasta una situación como esa? Las cosas no solo estaban fuera de control, también había algo más peligroso y que probablemente estaba ahí desde el principio y que no quiso ver en su momento. El policía había escuchado atentamente sus palabras y enviado gente a buscar el furgón negro y averiguar acerca de Medel y Antonio sin mostrarse incrédulo frente a la historia del secuestro que siguió al intento de asesinato, o tal vez era algún tipo de respeto por el estado mental en que ella se encontraba.

-Matilde.
-Dígame.
-Matilde, sé que está pasando por una situación que resulta muy fuerte, pero necesito que hable conmigo, que me diga todo lo que sucedió, detalle por detalle, para poder ayudarla.

Antonio les había disparado después de utilizar a Eliana para llegar hasta ellas, y por una providencia del destino habían escapado con vida, solo para terminar perdiendo a su hermana nuevamente y ser testigo del shock por el que pasó una de sus amigas y la agresión de la otra, además de las heridas que sufriera la doctora Miranda.

-Matilde.

Estaba sentada en la camilla, contemplando el parche en la pierna y los diversos cortes en los brazos, seguramente se los hizo al subir a la ambulancia con los vidrios rotos o cuando la golpearon posteriormente. Todo había salido horriblemente mal.

-Matilde.

El hombre usó un poco de su voz autoritaria, la misma entonación que ella escuchara esa ya lejana mañana de voz de su propia hermana. Parecía que entre ese día y el presente había años luz de distancia. Levantó la vista hacia él.

-Si.

El hombre la miraba fijamente a una distancia prudente.

-Hable conmigo. Necesito información para poder ayudarla, a usted y a los demás.
-El único nombre que sé es el del doctor Roberto Medel, se lo dije antes.
-No hablo de eso. Hábleme de lo que pasó antes, necesito que me de mayor información.

La joven no contestó. El policía pareció darse por vencido, pero no dejó de hablar.

-Escuche, sé que está mal, pero cuando me dijo que su hermana era policía, que era Patricia Andrade... sabe, se supone que los policías tenemos que ser completamente imparciales, pero es inevitable que cuando le pasa algo a uno de los nuestros nos afecte de un modo mucho más personal. Y a mi en particular, escuchar que Patricia nuevamente estaba en una situación complicada, me hizo mucho mal. No debería estar hablando de esto, pero aunque no la conozco mucho, Patricia tuvo una influencia muy grande en mi vida y en mi forma de enfrentar el trabajo.

Todo lo que había pasado hasta ese momento era como una bola de nieve que no hacía más que crecer. Ese policía le decía que hablara con ella, que le diera la información. Antes lo hizo, con Antonio, con el doctor Medel ¿Había logrado que el peligro llegara más rápido? Creyendo hacer lo mejor solo había causado desgracias.

-Hace tres años -dijo él hablando solo- estaba recién salido de la escuela, creía que era el dueño del mundo y que iba a salvar a todos con mi gran poder. Era más ingenuo que autocomplaciente, gracias al cielo. Entonces vi  un carterista quitarle el bolso a una señora, y salí a perseguirlo; lo atrapé, pero fui descuidado y permití que el tipo me quitara el arma y saliera disparado con ella. Entonces -continuó con una risita nerviosa- apareció Patricia, corriendo como una maratonista. Cielos, corrió y corrió y lo atrapó limpiamente; me reprendió como era de esperar, pero aunque debería haberme denunciado a mis superiores por mi pésima actitud, no lo hizo, aunque me obligó a prometer hacer horas extra de servicio durante un mes sin pedir remuneración. Lo que hizo en esa ocasión, su forma de resolver una situación y de, a la vez, enseñarme algo tan importante como a preservar el orden y guardar respeto por mi trabajo hizo que aprendiera una gran lección y decidiera hacer las cosas de la manera más eficiente, siempre pensando en los demás y en todas las posibilidades. Recuerdo que al mes le mandé una caja de chocolates carísimos como agradecimiento junto con una nota diciendo que jamás volvería a cometer el mismo error si podía evitarlo, y me envió de vuelta una nota diciendo que no parecía muy agradecido si pretendía que engordara comiendo esas cosas.

Matilde levantó nuevamente la vista hacia él. Los chocolates. Lo recordaba porque un fin de semana su hermana le había dicho que hicieran un panorama de hermanas con películas y esas cosas, y llegó con una caja de bombones, de todos tipos. Y recordó cómo le dijo que eran un regalo de un policía nuevo al que le había salvado la vida. Era él.

-Cometí muchos errores -dijo sintiendo la garganta cerrada- hice todo mal pensando que estaba ayudando a mi hermana, y ahora ella está desaparecida y hay muchas personas sufriendo. No quiero que nadie más sufra por mi culpa.

El policía le dedicó una mirada de comprensión, aunque decidió mantenerse a distancia de todas maneras.

-Solo quiero ayudarla Matilde. También quiero que esto termine.

¿Lo haría Patricia? ¿Confiaría ella en ese policía, al que una vez había ayudado?

-Ni siquiera sé por dónde empezar, han pasado tantas cosas y además de eso, hoy todo ha sido un infierno.

Mayorga iba a decir algo pero se interrumpió para hablar por el radio. Su rostro se contrajo mientras escuchaba, aunque se esforzó por sonar profesional mientras daba algunas instrucciones. Después la miró.

-Hay un hombre herido y detenido ahora mismo. Me informan que fue en el sector en que usted dice que le dispararon.
-Debe ser él -replicó ella ansiosamente- no pueden dejar que se vaya.
-No se irá Matilde. Escuche, vamos a hacer lo siguiente: haré que alguien de sistemas investigue algo acerca de ese hombre y del doctor del que me habló, y usted va a decirme todo lo que sucedió. Le prometo que haré lo que esté en mis manos para encontrar a su hermana.



Próximo capítulo: Otro rostro

Libros para después


Suena bastante raro ver el tiempo que ha pasado, y como he ido evolucionando en mi trabajo en este blog. Al día de hoy cuento con una base de seguidores en este sitio, a quienes estoy profundamente agradecido, tanto por soportar las veces en que he sido inconstante como en ver mis cambios, y espero también mis mejoras.

Las novelas que publico aquí son escritas de corazón, son un regalo para ustedes y quien quiera leerlas, y me haría feliz que si alguien gusta del material, se sienta libre de compartir y hacerme el honor de comentar y criticar la obra, porque cuando más aprendo y crezco, es cuando tengo interactividad con ustedes.

Parte de ese trabajo también es este cambio.

El título original Cuentos para después fue fruto de una inspiración, a una forma de decir que los estereotipos de libros o cuentos son para otro momento, porque lo que aquí hay es historia real. Ahora he visto que en el ajetreado mundo actual un nombre inexacto puede alejar a nuevos lectores. Por eso es que a partir de ahora el blog pasa a llamarse Libros para después, un nombre sencillo si los hay, pero que intenta a la vez mantener la esencia del original y un enfoque más correcto. Espero haber tomado la decisión correcta y que esta forma de fijar nuevamente el rumbo me ayude también a llegar a más personas. Pero hay más.

A través del tiempo he dado origen a algunas extensiones de éste sitio, las que tienen como objetivo hacer más sencillo que tú puedas acceder a los mismos contenidos. 
Tienes la página de Facebook Libros para después donde semana a semana publico episodios de la novela más actual además de algunos enlaces o avances.
También puedes llevar contigo mis novelas a través de la aplicación  en La traición de Adán en Wattpad tanto en el ordenador como en el móvil; esta sensacional aplicación también me ha permitido iniciar un nuevo sueño, que es Un cuarto de libro donde les cuento mis experiencias acerca de las novelas que he leído. Pronto en Wattpad también estarán mis demás obras.

Espero poder siempre estar publicando, y estoy luchando para avanzar en las letras, para hacerme un poco más experimentado y estar siempre a tiempo con un nuevo episodio. Sé que he fallado al ser inconstante, y como escritor no tengo excusa, salvo decir que cuando una semana no he subido un nuevo episodio, ha sido por causas que exceden a mi poder. También pido humildemente disculpas por las faltas de puntuación o estilo que he cometido, y puedo decir que siempre estoy trabajando para mejorar mis textos a fin de hacerlos más completos, correctos, amigables, y sobre todo, reales.

Espero que a través de las aplicaciones y sitios que les he comentado, este blog que hago con tanto cariño, respeto y sacrificio, se haga día a día más fuerte, para que siempre puedan leer mis historias, y yo nutrirme de lo que tengan para decirme. 

Antes de terminar por hoy, solo contarles que pronto las novelas tendrán un sitio propio dentro del mismo blog, a fin de hacer más sencillo para un nuevo lector poder acceder a las obras pasadas sin perderse en las publicaciones. Pronto tendrán espacios para conocer mis obras:

La traición de Adán
Maldita secundaria
Por ti, eternamente
La última herida

Desde ahora tienen a su disposición un blog para conocer, leer, comentar y vivir las novelas que aquí se publican, y pueden atreverse a entrar en nuevos mundos donde hay historias que podrían estar sucediendo, incluso cerca de ustedes mismos.  
Los invito a Libros para después.



Saludos a todos.

La última herida capítulo 20: Sacrificio válido




En el momento en que el neumático se reventó, Romina perdió el control del vehículo; sabía manejar bien y había conducido camionetas, pero la ambulancia era pesada y claramente necesitaba un ajuste, de modo que con un neumático menos, las cosas se salieron de control.

-¡Noo!

Intentó inútilmente controlar el volante, pero la calle frente a ella se convirtió en un borrón sin sentido y cuando volvió a ver algo con claridad, la muralla estaba horriblemente cerca. Impotente y con el corazón detenido por el impacto, Romina solo pudo atinar a presionar el freno con todas sus fuerzas, mientras escuchaba gritos y ruidos extraños en sus oídos.

"Vamos a morir"

No hubo más tiempo, y la ambulancia se estrelló contra la muralla; sintió el golpe, su cuerpo sin dominio de sí mismo, el colchón de aire recibiendo el golpe, ella aplastándose contra esa superficie, como cayendo de cara en el agua, sin alternativas.

"vamos a morir"

Todo se puso oscuro. Después la consumió el silencio.

Antonio respiraba agitadamente mientras se ponía de pie del otro lado de la calzada. Era su única oportunidad y la había aprovechad muy bien, siguiendo en el ordenador portátil la señal del teléfono al que llamaba Eliana. Ya sabía hacia donde iban, tenía claro que Patricia en realidad nunca había salido de esa urgencia ¿Cómo no lo había supuesto? Estaba nervioso, por supuesto, pero el disparo había sido limpio, solo tenía que aprovechar la oportunidad y terminar con todo eso.

-Ya está...

Le estaba volviendo el alma al cuerpo. Tanto preocuparse y preguntarse dónde estaría Patricia, dónde podían haberla llevado en tan poco tiempo, cuando bastaba con saber que esa mujer que estaba con Soraya era doctora para deducir que la tenían oculta. Ahí, justo frente a sus ojos. Ahora solo tenía que deshacerse de Patricia, y todo habría terminado. No importaba si Soraya y esa doctora seguían vivas o no, lo importante es que él llegaría primero a la urgencia y terminaría el trabajo. Iba a irse cuando sonó su celular, pero en vez de preocuparse, respondió con tranquilidad.

-Ya está todo controlado, no hay de qué preocuparse.

Pero la voz del otro lado de la línea parecía más divertida de lo que nunca antes había escuchado de esa persona, y eso hizo que su respiración se cortara de golpe.

-Cometiste un error.
- ¿De qué hablas?
-No está muerta -replicó lentamente, disfrutando cada palabra- No está muerta.

Por un momento pensó que su corazón había dejado de latir. Pero no, solo estaba latiendo mucho más fuerte, tanto que no parecía suyo, no parecía algo real. Sin decir nada, sin responder, solo escuchando esa siseante respiración, volteó lentamente hacia la ambulancia, la misma que creía albergaba a dos personas.

-No...
-Son demasiados errores en la misma jornada -dijo el hombre con total naturalidad- no puedo permitirlo más.

Un nuevo silencio, tan amenazante como el anterior. No, no era posible, no podía haber sobrevivido.

-No puede ser...
-Envié a una persona a revisar el lugar cuando comenzaste a demorar las cosas -dijo aún más lentamente- y ella no está ahí. Ni viva ni muerta.

Antonio sintió que se le contraía el estómago, como después de un golpe directo. Sangre helada, latidos disparados, estaba entrando en pánico, pero no podía permitirlo, no si su suposición era cierta.

-Sé dónde está.

No podía caminar, no podía moverse, el cuerpo estaba paralizado por el miedo; tenía que reaccionar, antes que comenzara a llegar la gente al lugar del choque.

-No sé cómo puedes saber dónde está si me dijiste que la mataste.

La ambulancia. Se obligó a caminar.

-Acabo de descubrirlo. Me desharé de ella, tendrás una prueba, te lo prometo.
-Ya no puedo confiar en ti. Te dije que hay demasiado en juego.

Es demasiado sencillo, reacciona, solo tienes que caminar un poco más y terminar el trabajo. Matilde está en la ambulancia, siempre estuvo allí, solo debes eliminarla; continúa hablando, termina el trabajo y todo será un mal sueño.

-Está aquí.

No lo sabía. La distancia entre él y la camioneta parecía no disminuir, eran kilómetros de angustia y de duda.

-No te creo.
-La intercepté de camino al lugar en donde está la otra -tenía que sonar convincente, tenía que dominar el maldito nervio que estaba torturándolo- Terminaré el trabajo, te llevaré una prueba.

La voz no dijo nada durante unos segundos. Interminables segundos. Estaba siendo demasiado vago, necesitaba sonar creíble, necesitaba que escuchara el sonido del disparo a través del silenciador en el auricular, para que decidiera cambiar de opinión. Ya no le importaba nada, saldría de ahí, de ese país y de toda esa porquería en la que se había metido tiempo atrás, se iría tan lejos como fuera posible.

-Solo presta atención -dijo luchando por hablar con una seguridad que abandonaba su cuerpo- voy a hacerlo ahora, solo escucha un momento más, vas a ser el primer testigo.

La voz no dijo nada, señal inequívoca de su espera, pero también de la amenaza. Antonio siguió caminando, cruzó la calle hacia el punto donde estaba la camioneta, inmóvil con el morro aplastado contra la muralla; miró en ambas direcciones, pasó un auto solitario cuyo conductor no prestó atención, no había gente cerca, pero las personas de ese edificio no tardarían en salir. Ya estaba llegando al vehículo, caminando lentamente desde atrás, cuando escuchó una voz.

- ¡Matilde! ¡Despierta!

No tendría que verla a los ojos de nuevo. Sonrió, las cosas estaban tomando el mismo curso finalmente, para cuando supieran que él estaba involucrado, estaría demasiado lejos.

- ¿Por qué Matilde, por qué no te quedaste en el ascensor?

Finalmente llegó a la ambulancia. Tan fácil, incluso la puerta trasera estaba entreabierta, seguramente por el golpe. Nunca había empuñado el arma con tanta seguridad en la diestra.

- ¡Baje esa arma!

La voz del policía sacudió su espacio y sus pensamientos; inconscientemente volteó hacia el origen de la voz y vio a un hombre de aproximadamente su edad, apuntando su arma mientras lo miraba fijamente.

- ¡Baje el arma o disparo!

No había tiempo de pensar. Qué más daba uno o dos.
Sonaron dos disparos, el primero derribó al policía, el segundo falló en dar en Antonio. Pero cuando se dio vuelta para terminar con su propósito, Antonio notó que la llamada había sido cortada.

-No, no, no, no... ¡No!

Marcó de regreso. Tenía que decirle que era solo un retraso, que las cosas iban a arreglarse, pero el número apareció apagado. El chirrido de los neumáticos vino casi de inmediato, con el sacudón de la ambulancia la puerta trasera se abrió, y el hombre pudo ver a Matilde y a Soraya, por un momento solamente, antes que el vaivén de la puerta lo golpeara. Escuchó los gritos de ellas y trastabilló hacia atrás, intentando en un ínfimo instante mantener el equilibrio y apuntar a su objetivo. Vio la mirada de Soraya directo en él y en el arma, pero para cuando pudo disparar, la ambulancia ya había hecho otro movimiento brusco y el motor rugía para poder arrancar.

- ¡Noo!

Disparó otra vez, luego nuevamente hacia abajo, tratando de darle a los neumáticos, pero el movimiento del vehículo no le permitió dar en el blanco. Activado por la adrenalina y la desesperación comenzó a correr, aun le quedaban tres balas, sabía que podía hacerlo, sabía que podía.

- ¡Ahh!

Una bala impactó en la pierna izquierda y lo tiró al suelo. Al caer perdió el arma, y con ella la única posibilidad de terminar con lo que se había propuesto. Gritó de dolor mientras caía al suelo.


2


Romina sentía que estaba apretando el volante mucho más de la cuenta, pero no podía soltarlo; el colchón de aire estaba sobre su pecho y sus piernas y creía tener sangre en la cara, probablemente en la nariz, pero no podía dejar de mirar al frente, si dejaba de hacerlo se quebraría por completo. El choque había sido menos fuerte de lo que podría haber sido en realidad, pero sentía la presión en la parte trasera del cuello, adormecimiento en la extremidades y el pulso sumamente acelerado, sus conocimientos médicos le decían que no estaba en shock y probablemente ya no iba a estarlo, pero el lado científico era amenazado por el corazón que solo sabía que el peligro era mortal, que los disparos eran completamente reales y que solo la Providencia logró que salieran de ahí. Presionó el acelerador un poco más para alcanzar a cruzar la siguiente calle sin que la detuviera el semáforo y siguió derecho, no sabía dónde estaba, solo que tenía que seguir y seguir.
Mientras tanto en la parte de atrás, Soraya había dejado a Matilde tendida en el costado del vehículo, y con movimientos sorprendentemente lentos se acercó a la parte trasera y jaló la puerta y cerró. Cuando afirmó el seguro interno, se devolvió junto a su amiga que ya estaba reaccionando después de choque.

- ¿Matilde?

La joven se incorporó lentamente y enfocó la vista en su amiga y luego en lo que la rodeaba; estaban en movimiento, dentro de la ambulancia aún, pero le dolía el cuerpo en partes distintas de las que ya arrastraba desde la mañana. Soraya tenía un corte en la mejilla y la miraba con ojos muy abiertos.

-Amiga...

Las dos mujeres se abrazaron tratando de consolarse mutuamente: si en algún lugar de su alma, quizás en lo más profundo, Soraya albergaba aunque fuese alguna acerca de la historia del intento de asesinato por parte de Antonio, ahora no le quedaba la más mínima duda. Aún por una fracción de segundo, lo había visto, mirándola con un arma en las manos. La ambulancia se detuvo.

- ¡Doctora!

Se soltaron y se acercaron a la parte de adelante. La mujer estaba sentada muy quieta, con los brazos sobre el volante y la cabeza apoyada en ellos, cerrados los ojos.

- ¿Puede oírme?
-Estoy bien -dijo la mujer con voz ronca- ¿Tienen alguna herida?
-Estamos bien -replicó Matilde sin mucha convicción.

Soraya se asomó a la ventana trasera. La reciente experiencia solo había aumentado sus sentidos, y en ese momento la posibilidad de volver a encontrarse con Antonio era tremendamente alta.

-Fue Antonio. Lo vi.

Matilde ahogó un grito de horror, pero se obligó a mantenerse en control; Patricia seguía en el mismo sitio y tenían que ir por ella.

-Tenemos que sacar a Patricia de ese sitio -dijo con voz temblorosa- si Antonio está cerca, seguramente descubrió dónde está ella, o nos siguió para poder dar con su paradero, tenemos que ir.

La doctora la interrumpió con voz más segura.

-Ya lo sé. Lo sé -continuó más lentamente- lo sé, es solo que... estoy nerviosa, solo estoy tratando de controlarme.

Finalmente levantó la cabeza y se miró en el retrovisor. Tenía sangre en la boca junto a los dientes y estaba despeinada y pálida, pero fuera de eso parecía en buenas condiciones, para el año del que era esa ambulancia era prácticamente un milagro que el colchón de aire se activara ante el choque, aunque eso le había salvado potencialmente la vida. Volteó hacia atrás.

-No podemos sacar a Patricia de la urgencia con el vehículo así, llamará la atención de todo el mundo antes siquiera de llegar a la puerta.

Soraya se secó la transpiración de la frente con la manga de su camisa.

-Es verdad, pero ¿Qué podemos hacer?
-Nada -sentenció Matilde- no podemos hacer nada, pero no voy a dejar a mi hermana ahí ni un minuto más. Soraya, si tú...

La otra se le adelantó y la interrumpió con tono firme.

-Ni siquiera lo pienses. Estamos juntas en esto.

La doctora asintió.

-Es una locura, pero no tenemos tiempo para otra alternativa; iremos así como estamos, y roguemos porque las cosas salgan bien de una vez por todas.


4


Arriesgando todo y sin saber qué era lo que podía llegar a pasar y mucho menos el paradero de Antonio, las tres mujeres llegaron a la entrada posterior de la urgencia, y coordinadas con el doctor Medel, lograron subir la camilla a la parte trasera de la ambulancia; en un principio Romina pretendía librarse de él, pero no podía hacerlo sin dar explicaciones que solo complicarían todo, de modo que dejó que él subiera también. No disponían de mucho tiempo hasta que las personas que habían visto el vehículo y escuchado sus débiles explicaciones se lo dijeran a alguien importante, específicamente a cierta mujer que estaría encantada de arruinar la carrera de alguien más. Su vida profesional estaba terminada.

Matilde se quedó sin palabras al ver a Patricia tendida inconsciente en la camilla blanca en la que el doctor la había subido. Pero no era por ese estado, en el que lamentablemente ya la viera anteriormente, sino por el dramático cambio en su rostro. No era Patricia, o al menos no era completamente ella ¿Qué le habían hecho?

- Dios mío...
-No puedo creer esto -dijo Soraya tapando su boca con las manos- sencillamente no puedo.

Una vez que salieron del perímetro de la urgencia, la doctora dirigió el curso de la ambulancia hacia el lugar en donde Eliana debía de estarlas esperando de no mediar alguna nueva complicación, pero no dejaba de pensar en que ese vehículo, ahora chocado, llamaba demasiado la atención, y en la ciudad era solo cuestión de tiempo para que la policía interviniera y quisieran saber lo que pasaba, ante lo que se sentía nerviosa y preocupada. Por algún motivo sentía que la policía sería solo un problema más.



Próximo capítulo: Nadie en quien confiar

La última herida capítulo 19: Sigue caminando




- ¿Dónde vamos?

La doctora estaba cada vez más nerviosa; casi no tenía dudas, ese caso era algo parecido a lo que Roberto le había dicho anteriormente sobre Patricia, pero eso solo hacía que todo fuera muchísimo más peligroso: si efectivamente los interminables rumores acerca de una congregación de profesionales que trataban a personas de poder, y aplicaban en ellas tratamientos sorprendentes y de alcances insospechados, quien sea que hubiera cometido un error, el que desencadenó el ataque de Patricia, estaba claramente dispuesto a todo con tal de mantener el secreto. Ese hombre llamado Vicente, el amigo de Matilde, ¿Cuánta gente más? No sabía en quien confiar y había dejado a Patricia en manos de Medel, quien por cierto no le producía la más mínima confianza, de modo que las alternativas se cerraban.

-Estamos llegando, ya lo verá.

En todo el mundo había pocas personas en quien podía confiar, pero si tenía que elegir a una sola, era Santito. Estacionó el automóvil y bajó a carreras; la casa no tenía timbre, pero ella entró sin golpear.

-Buenos días.

Santito era un hombre de edad indescifrable que vivía recluído por decisión propia en una casa donde hacía sus negocios de todo tipo: ella lo conoció en la época de la universidad, cuando andaba buscando métodos para mantenerse despierta, típica historia de estudiante que llega a un dato por medio del amigo del conocido de un amigo.

-Romina, qué alegría verte.

El hombre era de baja estatura, de piel pecosa y cabello relativamente corto, aunque desordenado; en ese momento vestía una jardinera de mezclilla con evidentes muestras de haber estado trabajando en el jardín.

-Santito, te necesito.
-Siempre me necesitas -dijo él riendo- pero hace tiempo que no pasa.
-No, no es eso, necesito la ambulancia, no puedo explicarte por qué.

Le pareció mejor no decirle nada, aunque era improbable que alguien pudiera establecer una relación entre ellos.

- ¿Está todo bien?
-No, no lo está.

El hombre adoptó una actitud mucho más seria, que a pesar de su aspecto le dio un aire de autoridad; no era de los que hacen preguntas innecesarias.

-Atrás, las llaves están en la guantera.
-No sabes cuánto te lo agradezco. Escucha -replicó mirando a sus ojos tan oscuros- si llega a aparecer alguien...
-No creo que me encuentren, iré a dar un paseo donde mis familiares en el sur.

Ninguno de los dos dijo más. Era un hombre inteligente, muy por sobre la media y gracias a eso podía desarrollar sus propios medicamentos y fórmulas, y era lo suficientemente astuto como para saber cuando había peligro cerca.

-Perdóname por meterte en ésto.
-He pasado por cosas peores -repuso él livianamente- no pasa nada. Pero promete que vas a cuidarte.
-Lo haré.

Un par de minutos después Matilde y Soraya subían a la ambulancia.

- ¿Qué pasará con su auto?
-Este barrio es tranquilo aunque está relativamente cerca del Boulevard, el progreso todavía no llega hasta aquí -tardaremos menos de diez minutos en llegar, dijo para si- estará a salvo, ahora lo importante es que podamos entrar y sacar a su hermana. Matilde, tiene que estar muy atenta, si Antonio está en las inmediaciones las cosas van a ponerse muy feas.

Aún no daba el mediodía, pero la jornada se estaba haciendo interminable. Mientras la doctora conducía hábilmente rumbo a la urgencia en donde permanecía oculta Patricia, Soraya tuvo un sobresalto.

- ¿Qué pasa?
-Ay no, creo que he cometido una tontería.

Mientras lo decía, miró impotente su teléfono celular que ahora mantenía fuera de área. Con todo lo que pasaba lo había olvidado por completo.

- ¿Que pasa?
-Más temprano, cuando estaba tratando de dar contigo, llamé a Eliana: le dije que Patricia había tenido un ataque.

Matilde sintió que el alma se le iba nuevamente al suelo; Eliana, su amiga querida, su amiga tan acogedora y amable, ella sabía más de lo que era apropiado ¿cuanto tiempo había pasado desde la llamada a Soraya?

-No puede ser, si no te encontró a ti, puede querer contactarse con ella ¿Que hacemos?
-Llámela desde mi teléfono.

La doctora le pasó su celular, y Soraya marcó el número de su amiga; después de unos momentos de angustiosa espera Eliana contestó.

- ¿Hola?
-Eliana.
-Hasta que llamas mujer, me tienes preocupada con lo que me dijiste temprano -replicó la mujer al otro lado de la conexión sin saludar- tenías razón, Matilde no contesta el teléfono, estaba preocupada, pero me llamó Antonio y dice que está con ella y con Patricia, que tuvieron que trasladarla a otro centro porque se puso grave.

Soraya sintió que se le salía el corazón por la boca. Antonio había actuado rápidamente y con mucha precisión, pero ella no sabía si en ese momento se encontraba allí o no, junto a su amiga indefensa e inocente de todo lo que estaba sucediendo.

- ¿Te reuniste con él?
-No, pedí permiso en el trabajo, estoy tan atareada, ahora mismo voy para el Hospital General a acompañarla.

Aun podía advertirle. Durante un momento la mujer no supo cómo transmitir la información sin provocarle un ataque de histeria.

-Eliana, escucha.
-No puedo, estoy llegando al tren subterráneo.
-¡Escúchame! -gritó nerviosamente- no puedes ir, es una mentira, Antonio ha enloquecido, es muy peligroso.

La voz de Eliana adquirió un tono mucho más serio.

-No es momento para bromas.
-Estoy hablando en serio -dijo firmemente- por favor no vayas, devuélvete a tu trabajo.
-Soraya...
-¡Haz lo que te digo! -exclamó desesperada- te lo ruego, no hagas esto, es muy peligroso, no puedo decirte más detalles ahora pero no puedes ir.
-No entiendo de lo que estás hablando -dijo la voz dejando oír la duda en su voz- dime qué es lo que está sucediendo.

Soraya miró a Matilde y tomó la decisión que creyó más acertada.

-Patricia no está en el Hospital General. Por favor, por lo que más quieras escucha mis palabras, no puedes confiar en Antonio. Es muy peligroso, te lo juro por mi abuela que está en el cielo que no es una broma.

Jamás sacaba a colación a su abuela, y eso hizo el efecto necesario para que su amiga le creyera.

-Soraya, estoy asustada, ¿Por qué Antonio va a ser peligroso?
-No tengo tiempo de explicarlo.

Matilde le hizo gesto de hablar ella misma, pero Soraya la silenció con un mano; lo mejor era mantenerla desaparecida.

-Pero...
-Por favor -continuó seriamente- solo... solo regresa a tu trabajo y quédate ahí, te explicaré todo con detalles.
-Oh por Dios...

La voz de Eliana se quebró del otro lado de la conexión. Soraya se maldijo por haber puesto el teléfono en altavoz justo en ese instante, porque Matilde reaccionó como si la hubieran pinchado.

- ¿Qué pasa?
-Está aquí.



2


Roberto seguía contemplando embelesado el cuerpo de Patricia, específicamente su cara, que es donde se mostraba el cambio más dramático; ahí estaba, alguien tenía el secreto de la juventud y la belleza eternas y podía aplicarse, y no solo eso, era aplicable en seres humanos con resultados que no solo eran sorprendentes, también resultaban absolutamente revolucionarios. Existía una probabilidad muy grande de éxito, que por cierto y sin lugar a dudas, se encontraba fuera de los márgenes legales pero la pregunta era ¿por qué? ¿Qué hacía que ese tratamiento estuviera al margen y por lo tanto oculto del conocimiento popular o siquiera médico? Esperaba que las muestras que había tomado sirvieran para dilucidar algunas de esas interrogantes, pero definitivamente tenía que mantenerse junto con Romina, apelaría a cualquier cosa con tal de hacerlo, era de vital importancia realizar un estudio mucho más acabado del tema.

-Preciosa -dijo en voz baja- eres la llave de tantas verdades. Y mi puerta de salida.


3


- ¿Qué dices?
-Está en la vereda de enfrente -murmuró Eliana con un hilo de voz- está ahí...

Matilde se cubrió la boca con las manos ante el terror que le estaba transmitiendo la voz de su amiga, pero Soraya volvió a amenazarla apuntando hacia ella con dedos temblorosos.

- ¿Te vio?
-No lo sé, Soraya...
-Dijiste que ibas al tren subterráneo.
-Si...
-Entra mujer, entra.
-Está bien, está bien. Soraya, creo que me vio.

Soraya contuvo una exclamación de angustia; sentía que las cosas estaban a punto de ponerse peores, pero tenía que mantener la calma, tenía que ayudar en lo que pudiera a su amiga, y lo que podía hacer era orientarla para que no se quedara inmóvil.

-Eso no importa ¿Estás bajando?
-Voy por las escaleras.

Matilde quería gritarle que corriera, que pusiera toda la distancia posible entre ese hombre y ella, pero entendía que debía mantenerse callada, que solo conseguiría confundir a su amiga si le revelaba su presencia en ese instante.

-Escucha, solo baja y entra en el primer tren, no importa donde vaya, solo sube.

La voz de Eliana se escuchaba agitada y nerviosa, e hizo una larga y tensa pausa.

- ¿Eliana?
-Creo que me está siguiendo -replicó nerviosamente- no veo ningún guardia, no veo nadie que...
-Escucha, solo escucha mis palabras -la interrumpió Soraya con tono firme- no te preocupes por eso, solo entra al tren ¿está bien?

Eliana no acostumbraba reaccionar tan bien a situaciones de estrés y ellas lo sabían de la era del instituto, era quien más sufría con exámenes y esas cosas, de modo que ambas podían imaginarse muy bien lo que estaba sintiendo en esos momentos.

-Estoy en el andén, estoy angustiada, no estoy segura si me siguió o no y hay tanta gente...
-Tranquila, solo debes subir al carro, dime en que...

La voz de Eliana fue sustituida por un instante por un chirrido.

- ¿Eliana?

Luego se escuchó silencio, aunque la llamada continuaba; inmediatamente la voz de la mujer del otro lado de la línea.

-Soraya.
-Eli, háblame.
-¡Soraya!

La llamada se cortó.

-¡Eli!

Matilde no pudo contener un grito de espanto al escuchar la voz de su amiga e inmediatamente ver como la pantalla del celular anunciaba que la llamada se había cortado.

-Maldición.

Matilde sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

-No puede ser, no puede ser, tenemos que hacer algo por ella, Antonio va, Antonio va...

Se quedó sin palabras y rompió en llanto; primero Patricia, ahora Eliana, las personas a las que quería estaban sufriendo, en riesgo y era su culpa, era definitivamente su culpa y no podía seguir soportando algo así. Soraya no se movía, mientras por su mente pasaban miles de ideas atroces de lo que podía pasar en esa estación de metro. La doctora conducía en silencio, intentando no perder el norte mientras seguía hacia la urgencia; pero antes de un minuto el teléfono anunció llamada del mismo número al que habían llamado antes.

-¿Soraya me oyes?
-Ay por Dios -exclamó la mujer soltando un gritito de angustia- casi me matas del susto.
-Se cortó la llamada, estoy en el tren, no lo veo, creo que lo perdí, pero sigo muy nerviosa, no sé si puede estar en otro de los carros...

Matilde se secó las lágrimas mientras luchaba por volver a respirar con normalidad; la otra mantenía algo de su temple.

-Hacia qué dirección vas.
-Hacia presidente Hermias.
-Bien, sé lo que tienes que hacer, vas a seguir dos estaciones más y te bajas en Israelíes ¿Recuerdas la cafetería que está ahí?
-Sí, si, la recuerdo.
-Pues te quedas ahí, pides un té o lo que sea y te calmas, voy a llegar en un rato, te voy a explicar todo lo que está sucediendo.
-Está bien pero no te tardes.
-Solo no te muevas de ahí ¿está bien?
-De acuerdo.

Cortó. Matilde sentía que había envejecido durante los últimos minutos.

-Qué susto por Dios. Tenemos que ir por ella.
-Primero lo primero -intervino la doctora- estamos llegando a la urgencia, vamos a llegar por la entrada posterior. Es importante que se queden en la parte de atrás y estén listas y atentas a todo, no me tardaré.

No pudo decir más. El impacto sacudió la ambulancia y quebró la relativa calma en su interior.




Próximo episodio: Sacrificio válido

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Como algunos de los que me conocen saben, soy escritor. De hecho mis novelas están en publicación en http://milrobots.blogspot.com/

Sin embargo, ahora ambos blogs van a tener la oportunidad de estar unidos, y yo tendré la oportunidad de llevar a cabo un proyecto que mezcla ambas aficiones, la literatura y los robots.

La novela plantea un universo en donde la raza predominante es de robots con vida y sentimientos, y en cada temporada abordo los conflictos y guerras que puedan suceder.

De momento está en etapa de pre - producción, pero ya me siento muy contento de asegurar que esa novela que tanto tiempo ha esperado, al fin verá la luz.

Pronto más anuncios al respecto.