La última herida capítulo doce: Como bella durmiente



Una vez que terminó la llamada con Antonio, Matilde vio la hora y comprobó que era más de la una de la mañana y estaba completamente agotada. Volvió a pedir noticias de su hermana, pero seguía bajo cuidado y en toma de exámenes, de modo que no podía hacer mucho. Le recomendaron ir a dormir, pero no quería dejarla sola, no mientras no supiera algo concreto, mientras que por otro lado tenía la cita con Antonio muy temprano, y aún faltaba hacerse cargo de contactarse con sus padres y enfrentar lo que fuera que pasara. No le quedó otra opción que irse al departamento, se acostó y consiguió conciliar un sueño ligero, pero que ayudó a reponer algo de energías para lo siguiente: se levantó a las seis en punto, se dio una ducha, tomó desayuno rápidamente y se fue a la urgencia, donde seguía sin encontrar noticias. Mientras iba hacia el café donde se encontraría con Antonio, se aplicó cuidadosamente algo de maquillaje para disimular las ojeras, y se ató el cabello en una cola para mantener un aspecto más despierto; había elegido una tenida muy sencilla con pantalón holgado y blusa y un bolso de mano con zapatos bajos para poder estar preparada para cualquier cosa, ya fuera quedarse todo el día en la urgencia, salir a buscar a esa modelo o a recibir a sus padres, si es que podía contactarlos en primer lugar, aunque eso último lo estaba retrasando hasta poder tener alguna buena noticia.


2


El doctor Medel sabía que estaba haciendo algo incorrecto, pero dadas las circunstancias prefería hacerlo, al menos mientras supiera algo más. Encargar los exámenes de esa joven era una cosa, sacar los resultados a escondidas y borrar los expedientes era otra muy distinta. Sacar a la paciente y trasladarla personalmente y sin notificarlo hacia una sala cerrada e incomunicada no solo era suficiente para ser destituido, lo era para ir a la cárcel.

–Por Dios ¿qué fue lo que te hicieron?

Simplemente no podía dar crédito a lo que estaba viendo; tendría que mentirle a muchas personas, a auxiliares, técnicos, enfermeras, a guardias y también a otros doctores, pero en su interior sentía que estaba haciendo lo correcto, aún a costa de las consecuencias.
Entró en la sala empujando la camilla. Por suerte en el piso inferior de esa construcción estaba esa sala en desuso, pero perfectamente operativa, higienizada y sanitizada, a la espera que se terminara la reconstrucción de un acceso lateral del estacionamiento y que por el momento se usaba solo cuando estaban con lleno total.

–¿Cómo pudieron hacer algo así?

No podía dejar de mirarla mientras conectaba el suero y encendía el saturómetro; la información que veía en esa pequeña pantalla no le decía nada en especial, mucho menos cual era el motivo de ese sueño profundo, como si estuviera en coma pero sin estarlo; lo que habían hecho con ella era malo, definitivamente malo, pero al mismo tiempo su lado científico, el que había estudiado en la universidad y ahora lo hacía trabajar constantemente le decía que no solamente era eso, también era un gran descubrimiento ¿Pero lo sería realmente? Muchas veces en la historia de la medicina se consiguen avances sorprendentes, modificaciones que pueden llevar la vida de las personas a un punto inesperado, y de hecho la cirugía estética era uno de ellos, pero claramente esta mujer no había sido intervenida por métodos tradicionales. Había vuelto a ver la noticia y aquellas imágenes del accidente con el reporte de la policía: el delincuente involucrado en ese accidente estaba crítico en el hospital y había un policía muerto y Patricia también estaba allí, no podía ser simplemente que unas cuantas semanas después todo estuviera casi resuelto. ¡Si solo había pasado poco más de un mes¡ Su rostro estaba casi como debería haber sido antes o en este caso sería perfecto, y él mismo como especialista sentía que ella casi estaba completamente recuperada o que en su defecto habían pasado muchísimos meses desde que sufriera esas quemaduras; se podía ver claramente cómo la piel estaba tersa y suave. La regeneración celular había sido impresionante sin ningún tipo de intervención, sin fallas e inclusive podría decir que estaba en mejores condiciones que antes aunque no tenía una prueba del estado de la piel antes de sufrir quemaduras pero si lo comparaba con el estado de la piel del resto del cuerpo claramente había una diferencia ¿Cómo no se había dado cuenta su familia? De alguna manera sentía que le estaba diciendo la verdad, que no sabía qué es lo que estaba sucediendo, pero él como médico tenía que hacer algo al respecto y sacarla escondida era el primer paso y sabía que ahora ya no había vuelta atrás.
Esa mujer muy bien podía ser un descubrimiento revolucionario de la ciencia. La pregunta es por qué alguien en éste país o en cualquier parte del mundo era capaz de crear una técnica para curar las heridas de una forma tan milagrosa y no la compartía con nadie. Estaba seguro de que no había ningún tratamiento nuevo, ni siquiera en los países más avanzados y sin embargo ahí tenía la prueba de que se podía restablecer el estado de una piel quemada con heridas de segundo grado profundo hasta dejarla como estaba antes e incluso mejorar el aspecto general. ¿Por qué no iba a donde uno de sus superiores? ¿Porque no le avisaba la comunidad médica, al decano de la universidad donde había estudiado? la respuesta es simple: hacerlo destruiría toda oportunidad de investigar más, se comenzaría a realizar investigaciones al respecto que no lo involucraría a él. No podía quedarse simplemente de brazos cruzados esperando que todo estuviera resuelto, tenía que saber y tenía que salir a flote esa misma noche por lo menos uno de los datos necesarios para poder completar un informe. Escondido en ese lugar podía tomar muestras y examinarla de manera particular y tenía los medios para hacerlo, sólo debía actuar rápido y ser sumamente sigiloso. Pero en su mente no dejaba de vagar la idea de que haya día algo más; a menos que la hermana menor estuviera completamente chiflada o que realmente estuviera actuando de una manera magistral ella no sabía lo que estaba sucediendo y tenía razón al decir que los responsables de la recuperación milagrosa estaban completamente desaparecidos.
¿Tenía alguna relación el repentino sueño en el que estaba sumido Patricia con la recuperación milagrosa y la desaparición de los responsables de la clínica fantasma? ¿Qué pasaría si detrás de todo eso hubiera algo ilegal, alguna técnica, tratamientos, medicamento o tipos de intervención prohibida y que por eso repentinamente las cosas se hubieran salido de control? ¿Qué pasaría si en términos médicos alguien hubiera descubierto algo completamente revolucionario y lo aplicara sin más ni más? Sólo con el afán de conseguir dinero, fama o simple satisfacción de hacer experimentación esas cosas pueden pasar, pero si alguien lega a algún resultado a través de métodos cuestionables no puede responder ante la ley porque no tiene ningún tipos de permiso o autorización legal o incluso más, tal vez allí se podría estar cometiendo un crimen.


3

La posibilidad de reunirse con Antonio y que él encontrara una forma de descubrir cosas a través de la red que ella no a hizo más efecto en su estado de ánimo de lo que la propia Matilde había pensado; en un principio bien podía ser sólo la necesidad de tener alguna buena noticia pero la verdad es que necesitaba algo a lo que sostenerse cuando se encontraba más sola que nunca. A pocos pasos de llegar al café donde iban a reunirse Antonio la llamó a su celular.

–Hola Matilde.

Por un momento pensó que le iba a decir que tenía algún tipo de contratiempo.

–Hola, estoy llegando.
–Qué bueno que todavía no hayas llegado dijo él porque necesito pedirte que nos juntemos en otra parte, el estacionamiento que está junto al café está lleno y vengo en auto ¿podrías torcer en la siguiente esquina en la calle Condell? si ves en el número 321 hay una puerta que dice "Restaurante oriental" porque  está en el subterráneo, me estoy estacionando.

Matilde caminó hasta la siguiente esquina y giró la dirección que le había dicho su amigo: una puerta entre dos locales comerciales tenía un letrero muy simple que decía "Restaurante oriental." Entró y caminó por una rampla hacia el subterráneo donde se veían luces y se escuchaba algo de ruido.

–Ya encontré el número –dijo ella– enseguida llego.

Guardó el teléfono en el bolsillo interior del bolso que llevaba al hombro y continuó caminando por la rampla ligeramente inclinada; las paredes estaban desnudas y eran de un color oscuro iluminada sólo por unos débiles focos en el techo. Unos momentos después llegó al subterráneo pero no se encontró con un restaurante sino que con el estacionamiento; iba a llamar a Antonio para preguntarle dónde estaba el lugar que le había mencionado cuando escuchó su voz.

–Hola.

El hombre venía con una mochila a la espalda además de un bolso y algunas cosas en las manos y parecía bastante atareado, pero sonrió al verla.

–Discúlpame por la instrucción que te di, estaba pensando como conductor y no como peatón –dijo a modo de saludo– a veces vengo a este restaurante y me parece que es un buen lugar para que comamos, hacen unos desayuno exóticos y muy ricos.

Matilde aún meditaba que era lo que podía decirle y que no sobre el caso de Patricia, pero la verdad es que estaba tan angustiada que cualquier cosa que pudiera ayudarle era mejor que la situación en la que se encontraba actualmente, e incluso no le importaba tener que trabajar el resto de su vida para pagar la hipoteca y además la multa que pesaba sobre su familia si a cambio conseguía algo. Por supuesto para que alguien cobrara esa hipoteca e hiciera válido el contrato que pesaba sobre su cabeza primero los responsables de la clínica o sus representantes deberían aparecer y eso a esas alturas parecía bastante improbable.

–Entonces aquí hay un restaurante.
–Está un poco más arriba, la verdad es que es una especie de zócalo y por eso no está a nivel de calle –dijo él sonriendo un poco incómodo– sólo tenemos que caminar por aquí y subir por el ascensor llegaremos enseguida.

Caminaron unos momentos en silencio a través del estacionamiento en la dirección que le había dicho Antonio, que parecía más comunicativo que de costumbre, o quizás Matilde no estaba para alegres conversaciones, en ese momento no lo tenía muy claro. El hombre llegó primero que ella hasta el ascensor, pero una vez llegado allí se volteó y volvió a sonreírle.

–Lo siento pero creo que vas a tener que pulsar tú el botón, estoy muy complicado con todo esto.
–¿Trabajo? –dijo ella escuetamente.
–Sí –respondió él apartándose de la placa donde estaban los botones– tengo que presentar algunos informes ya sabes lo que dicen, cuando llega el trabajo llega todo junto, y actualmente en Datacam hay muchísimo trabajo.

Había dos botones en la placa, uno de subida y otro de bajada, en el que Matilde pulsó el superior. Ya había tomado la decisión, aunque le costara muy caro le diría todo lo que sabía a Antonio, si es que él demostraba poder conseguir información que cualquier usuario común no pudiera. Comenzaría con algunas cosas sencillas y luego si todo iba como esperaba le explicaría lo de Cuerpos imposibles, el repentino ataque de su hermana y la necesidad que tenía de encontrar a alguien responsable de esa clínica  o en su defecto a la modelo que en un principio había permitido que llegaran hasta este lugar.

–Antonio –dijo lentamente– te agradezco que me des algo de tu tiempo, pero la verdad es que estoy pasando por un muy mal momento y necesito de tu ayuda.
–¿Qué ocurre? pensé que tu hermana estaba mucho mejor ¿acaso se agravó?

Matilde seguía mirando la pared mientras esperaban el ascensor, esa placa plateada en la pared desnuda con dos botones iluminados inmóviles y todo el mundo vuelto de cabeza a su alrededor. Necesitaba algo o alguien que pudiera darle algún tipo de ayuda, lo que fuera. Hasta ese momento había estado en un estado de negación, sin querer reconocerse a sí misma que las cosas estaban muchísimo peor de lo que imaginaba, y que tal vez sólo un milagro podría salvarla.

–Es algo parecido –dijo en voz baja– escucha, dijiste que trabajas en sistemas de internet y esas cosas y necesito que me ayudes.
–Por supuesto, si puedo ayudarte en algo.
–Necesito –titubeó un momento pero volvió a cobrar energía– necesito que me ayudes a encontrar a una persona, se trata de Miranda Arévalo, la modelo.
–¿Y por qué quieres hablar con ella?
–Es complicado, pero necesito hablar con ella urgentemente, es decir lo más pronto posible, pero como es una persona famosa no es tan sencillo como llamarla por teléfono o hablarle por las redes sociales y pensé que tú podrías usar tus conocimientos y ubicarla de alguna manera.
–Que sea una persona famosa hace que sea menos accesible.
–Lo sé. Solamente sé que está en un  programa en televisión por cable y que es rostro de algunas campañas.
–Pero tú no la conoces –dijo la voz a su espalda.
–No –dudó nuevamente, necesitaba al menos una respuesta inicial– Antonio ¿crees que puedas ayudarme?
–Soy experto en internet, redes y sistemas, creo que sí podría.

Escuchar eso era una luz de esperanza.

–Necesito hablar con ella.
–Pero tú no la conoces.
–La he visto dos veces –dijo Matilde sintiendo que se detenían los latidos del corazón– y ahora necesito desesperadamente encontrarla.
–¿De qué hablaron?
–Ella me entregó información sobre un lugar y ahora no puedo encontrar ese sitio, creo que ella es la única que me puede ayudar.
–¿De qué lugar te habló?

Matilde se giró y lo miró a los ojos; todo rastro de sonrisa había desaparecido de su rostro, la estaba mirando fijamente. Durante unos momentos ninguno de los dos dijo nada.

–¿Tiene que ver con Patricia?
–Sí –respondió ella con un hilo de voz–
–¿Patricia está bien?
–No. Antonio por favor dime que puedes encontrarla.
–Por supuesto que puedo, haré que hablen ya mismo.

Los signos vitales de la paciente se encontraban en perfectas condiciones hasta el momento. La temperatura corporal estaba en el rango aceptable presión 90 sobre 110, ritmo cardíaco constante; la máquina marcaba cada uno de los latidos del corazón como un reloj, no podría estar en mejor estado y sin embargo estaba completamente inconsciente, sin demostrar ningún tipo de reacción ante los estímulos. El doctor Medel sabía que la paciente estaba en perfectas condiciones, pero llegado a ese punto también sabía perfectamente que en realidad no sabía nada. No había pasado el tiempo suficiente para asegurarlo, pero casi podría jurar que mientras respiraba ahí dormida en esa camilla, absorta del mundo, la piel de Patricia estaba recuperándose a una velocidad admirable.
La pregunta era de qué serviría que su piel se volviera perfecta si nunca más despertaba.



Próximo episodio: Caída libre

La última herida capítulo 11: Caminos cortados



Matilde había tenido que sacar dinero de un cajero automático para convencer al taxista de tener con qué pagar el largo viaje que estaban realizando; mientras iban en la dirección indicada llamó a la urgencia, pero le dijeron que su hermana seguía en observación y se le estaban realizando una serie de exámenes.
Llegar al sitio era distinto de escuchar hablar de él, pero Patricia no se había quedado corta en adjetivos acerca del lugar, un prado más que jardín cercado precediendo a una edificación no muy grande, de siete u ocho pisos que lo mismo podría ser una clínica privada como un conjunto de oficinas o cualquier otra cosa. Cuando se acercó a la oficina de conserjería junto a las grandes puertas de la entrada de automóviles ya temía lo peor, de modo que no fue tan sorpresivo que el hombre en ese lugar la tratara como si fuera loca por hablarle de una clínica y de personas que están tratando diversos tipos de heridas en ese sitio.

–Lo siento mucho señorita, tal vez está confundida, lo que hay en ese edificio es un centro de eventos y una serie de oficinas corporativas; es cierto que viene mucha gente aquí, pero son personas sanas y que vienen a trabajar.

La dejó con una tarjeta del centro de eventos en donde figuraba la dirección del lugar y varios números de contactos y la página web del sitio. Matilde sintió náuseas.

– ¿Adónde la llevo ahora?
–De vuelta al centro de urgencias por favor. Eso es todo.

Llorar o gritar ante lo que estaba sucediendo no habría sido suficiente, de hecho, mientras avanzaba en el taxi de regreso de aquel viaje le parecía que hacer algo así era infantil, como una niña que se queja porque le quitaron un dulce o un juguete.
Se sentía abrumadoramente sola.
¿La habían estafado a ella y su familia?
No podía pensar con claridad, las ideas se atropellaban en su cabeza a medida que regresaban una y otra vez a ellas, pero la información más concreta que tenía a su disposición era que su hermana estaba internada con un cuadro desconocido producido por un agente desconocido; comenzar a tratar de darle forma al conjunto de hechos que estaban aplastándola hacía que el accidente y las quemaduras fueran tan solo un juego de niños en comparación: cuál era el tratamiento, qué le habían dado a tomar como pastillas, que le inyectaron, como consiguieron que su piel se recuperara, qué agente extraño provocó ese ataque después de tanto tiempo de tratamiento, quien pudo robar las pastillas del departamento y porqué la oficina y la Clínica habían desaparecido en el aire eran solo las primeras preguntas en las que podía pensar, pero nada de eso la ayudaba, y su afán de ser independiente y capaz estaba hecho añicos debajo del peso de lo desconocido junto con la amenaza de algo sin nombre que en ese momento podría estar a punto de matar a su hermana.
Pero estaba estable.
¿Qué significaba estable? Podía ser que estuviera suspendida en algún estado ¡Por Dios! Las personas que quedan en estado vegetal, los cuadrapléjicos y los que tienen daño cerebral perfectamente podían quedar dentro de ese calificativo y solo pensarlo le revolvía los intestinos. ¿Y sus padres?

–Mamá, papá...

El accidente y las consecuencias en el cuerpo de Patricia, la hipoteca, la muerte de un hombre que más que un trabajador era un amigo de toda la vida, y ahora ella tenía que llamarlos para decirles que a su hija le estaba pasando algo extraño y potencialmente peligroso para su salud. Y que la clínica que hasta horas antes estaba devolviendo a su vida la normalidad anterior, simplemente se había esfumado.

– ¿Por qué?
– ¿Disculpe, me dijo algo?

El taxista la miraba curioso por el retrovisor; Matilde negó lentamente.

–No es nada.
–Parece que ha tenido un mal día.
–Todo mi mundo está de cabeza, voy a volverme loca.

Iba a decir algo más pero prefirió callar. De todos modos no sabía qué decir.

–No se vuelva loca señorita –dijo el taxista lentamente– así no va a arreglar nada. Piense las cosas con calma ¿tiene a alguien en la urgencia?
–Sí.
–Entonces tiene que estar bien porque si se enferma de los nervios no le va a servir de nada. ¿Sabe? solo tómese las cosas de poco a poco, espere a ver que le dicen, y si puede hacer algo, hágalo, pero no se apure.

Era un consejo bastante sencillo pero muy sensato.

–Se lo agradezco.
–Nada que agradecer –replicó él con una media sonrisa– espero que las cosas mejoren.

El resto del viaje fue silencioso. Tenía que calmarse en primer lugar, sentirse devastada era perfectamente válido en una situación tan loca como esa, pero era verdad que no servía de nada.
En la urgencia pidió hablar con el doctor  Medel, quien se mostró bastante irritado ante las noticias. Era un hombre cercano a la cincuentena, moreno, de brillante cabello gris que resaltaba sus ojos claros y le confería cierta autoridad junto a su cuerpo grande y fuerte.

–Matilde, no sé si tal vez no fui claro, pero necesito esas pastillas de las que me habló para poder analizar qué es lo que le causó a su hermana y hacer algo al respecto; si no las tengo, debo ordenar decenas de exámenes para descartar opciones, y eso toma mucho tiempo.

Matilde asintió pesadamente.

–Lo entiendo doctor, y sé que es una locura lo que le estoy diciendo, pero de verdad que alguien las robó del departamento, y no sé qué es lo que está pasando.
–Supongo que entiende que en éstas condiciones me resulta difícil creer que no consumen algún tipo de sustancia ilícita.

Y lo peor es que ni si quiera ella misma sabía si es que había o no alguna sustancia ilícita en el cuerpo de su hermana.

–Entonces haga esos exámenes sobre drogas en primer lugar para comprobar que lo que le digo es cierto. Doctor, solo quiero el bien de mi hermana, jamás haría nada para perjudicarla.

El hombre pareció creerle y la condujo hacia una oficina minúscula. Se veía cansado y alterado.

–Escuche, por alguna extraña razón le creo, pero lo que yo crea no sirve de nada para el caso de su hermana. Dígame todo lo que sabe.

¿Qué iba a decirle? ¿Iba a relatarle toda la historia reciente? El profesional haría una orden para internarla por desorden mental.

–No sé qué es lo que puedo decirle. Luego del accidente  encontramos un método, un centro en donde comenzaron a hacerle terapia para las quemaduras y a recetarle unas pastillas, dijeron que se hacía una receta personalizada según su constitución física, y que eran vitaminas para que pudiera sentirse bien durante el tratamiento.
– ¿Qué clase de tratamiento?

Hablar sobre algo que no existía, de algo que le habían dicho en su cara que no estaba era demencial, pero si algo de eso podía servir no iba a callarse.

–Según mi hermana, utilizaban una especie de ungüento sobre la zona quemada, desde los bordes hacia el interior, y le daban a beber un batido preparado durante el tratamiento y las pastillas para tomarlas dos veces al día en la casa; estaban en una caja que las mantenía refrigeradas.

Eso fue lo único que llamó la atención de todo lo que escuchara de sus labios. El doctor se sirvió café de una cafetera bastante antigua, y al no ofrecerle le dio la sensación de estar frío o ser de mala calidad.

– ¿Pastillas refrigeradas?
–Sí.
– ¿Que apariencia tenían?
– ¿Las pastillas? –repitió sin entender– son...pequeñas como un frijol, con infinidad de líneas en ella.

El doctor bebió un sorbo y dejó la taza en el pequeño escritorio. Su expresión cansada había sido superada por una de intriga.

–Dígame qué clase de líneas.
–No lo sé, solo eran líneas, como arrugas muy pequeñas en toda ella.

Medel se perdió en sus pensamientos por unos instantes, tratando de deducir algo de las palabras que escuchaba aunque para ella no tenían sentido.

–Usted dijo que preparaban esas pastillas para ella, como una receta ¿No le dieron el nombre, alguna referencia?
–Si lo hicieron Patricia no me lo dijo, y hablamos mucho del tema, siempre me contaba sus avances y las cosas que hacían.
–Lo que no me ayuda en nada. Me queda claro que esas pastillas no son algo conocido, de modo que si usted dice que no tiene más información lo único que puedo hacer es esperar los resultados de los exámenes que ordené del contenido del estómago de ella y de las muestras de sangre, se supone que debería aparecer algo ¿Sabe si alcanzó a tomar la pastilla por la tarde como me dijo?
–No estaba con ella, no lo sé.
–Igualmente debería salir algo en las muestras, pero aún no van a estar listas, tenemos mucho material en espera.

Matilde no quería hacer esa pregunta, pero llegado el momento estaba obligada a hacerla, de manera directa, para saber a qué se enfrentaba.

–Doctor ¿qué le va a pasar a mi hermana?

Medel se esperaba esa pregunta, pero no por eso su tono de voz fue menos sombrío.

–Hacer un tratamiento alternativo como el que me ha relatado puede ser peligroso porque no tiene un sustento clínico, no hay un historial del qué tomarse. Usted no tiene las pastillas, no sabe o no puede encontrar  a la gente que hace el tratamiento, no hay recetas, es como buscar a ciegas. Me llama muchísimo la atención que haya perdido el conocimiento y que quede sin reacción hasta ahora, más de una hora después, pero como no sé qué ingirió, lamento decirle que las consecuencias pueden ser desde una simple intoxicación hasta secuelas de todo tipo.
– ¿Se va a morir?
–Honestamente me parece improbable, pero entre las alternativas también está eso, pero si es por hacer hipótesis, podría decirle mil cosas distintas. Lo que más me preocupa es esas heridas, cómo es que sanaron con tanta rapidez. Jamás había visto algo parecido, ni siquiera en países desarrollados o con las más avanzadas tecnologías. Ese nivel de avance en la recuperación de las quemaduras es equivalente a por lo menos cuatro meses de tratamiento, y en heridas de segundo grado superficial o intermedio, no profundo como me dijo que eran las que ella tenía.
– ¿Pero usted cree que tiene algo que ver con el ataque que sufrió?

El doctor le dedicó una mirada enigmática.

–Sería lo mismo que decir que una torcedura de tobillo está relacionada con una enfermedad degenerativa de los huesos; si no tenemos un punto de partida las opciones son tantas que nos perdemos en el camino. ¿Tiene alguna forma de encontrar a esa gente, ya agotó todas las posibilidades?

Matilde se lo pensó unos momentos.

–No estoy segura, estoy tan confundida que no sé muy bien qué pensar. Pero supongo que podría seguir intentando, creo que hay un par de personas con las que puedo hablar.
–Hágalo –dijo el doctor– voy a ver si puedo hacer algo por apurar el resultado de los exámenes, mientras tanto haga lo posible por conseguir alguna prueba adicional o las pastillas de las que me habló, si efectivamente todos los preparados son hechos para una persona, no sé con lo que puedo encontrarme en los resultados.
–Está bien doctor.

Salieron de la oficina y Matilde se quedó sola en el pasillo de la urgencia; su corazón latía con fuerza, estaba en medio de una situación en que no sabía absolutamente nada, y lo que le dijera el doctor Medel no hacía más que preocuparla con la incertidumbre. ¿Tendría que llamar a sus padres antes de saber algún detalle? En su memoria aún latían las críticas que recibió de parte de ambos después del accidente, pero en esas circunstancias en particular, aún considerando lo anterior, lo mismo podía estar todo bien en unas horas o complicarse muchísimo. Pero si, tenía que ser honesta y decir la verdad, incluso sin saber nada, transmitirles lo esencial, quizás no lo del asalto al departamento o lo de la clínica, pero si que Patricia estaba internada nuevamente y que no tenían más información.
Haciendo uso de toda la fuerza que le quedaba, marcó el número de Río dulce, pero para su sorpresa no dio tono.

– ¿Qué ocurre?

Volvió a marcar sin éxito. Irritada por tener que pasar por un problema tan doméstico en medio de la locura que estaba viviendo, marcó el número de su compañía de teléfonos.

–Lo siento señorita, pero no es un problema de señal, es por el temporal. Se cayeron algunas antenas en la periferia de la zona por la que está consultando, por lo tanto no hay conexión. Según lo que me informan del área técnica, la conexión va a estar repuesta mañana antes de las diez de la mañana.

Lo bueno de consultar por teléfono es que no tenía que preocuparse por su expresión mientras le indicaban lo que pasaba. Dio las gracias y cortó. Así que sus padres no estarían comunicados hasta el día siguiente, no era extraño ya que a las afueras de pueblo más cercano a Río dulce había montes junto a la carretera, y en ocasiones había algún rodado o problema con los cables; por lo menos tendría algunas horas para reunir fuerzas para decirles lo que estaba pasando sin ser responsable de eso. Pero por contradictorio que sonara, necesitaba que alguien la acompañara, no sentirse perdida y sola en el mundo.

Haberle dicho al doctor que podía investigar con algunas personas más resultó ser prácticamente una mentira. ¿A quién le podía preguntar cualquier cosa? Ahora que se enfrentaba a una situación tan anormal, todo lo sucedido en el pasado tomaba un curso completamente distinto ¿Por qué si no le habrían exigido secreto? No había oficina, ni clínica, ni nadie a quien llamar, era como si todo lo de la recuperación de su hermana no fuera más que un sueño o una fantasía que no podía comprobarse.
El abogado.
No era exactamente la hora más indicada, pero no le importaba, una copia del contrato con Cuerpos imposibles estaba en poder de Benjamín Larios y seguramente podría obtener más datos al respecto; después de buscar durante un rato en su bolso encontró la tarjeta del profesional, pero le saltó el buzón de voz. Llamó a Soria, pero tampoco le contestó, aunque en su lugar escuchó la voz de una mujer joven.

–Buenas noches.
–Buenas noches, necesito hablar con el señor Soria, soy Matilde Andrade.
–Matilde –replicó la voz cordialmente– está hablando con Rosario. El señor está durmiendo ahora mismo ¿La puedo ayudar en algo?

Rosario era una asistente del abogado,  por eso la conocía.

–No estoy segura, necesito hablar urgentemente con Benjamín Larios, es un tema familiar.
–Benjamín –repitió la mujer– no creo que sea posible, está de vacaciones, se fue a alguna playa no recuerdo donde y al parecer quiere desconectarse de todo. De cualquier manera estaba muy cargado de trabajo, pero me dijo que no tenía pendientes de ningún tipo.

Por supuesto, las cosas siempre pueden ir un poco peor.

–No puede ser, necesito encontrarlo, es por un contrato y él tiene la copia, la idea era que estuviera en un lugar seguro.
–Por desgracia no hay forma de acceder a su documentación sin su ayuda ¿Es muy urgente?
–Es de vida o muerte.
–Comprendo –replicó la otra mujer con voz seria– ahora me es difícil,  pero a primera hora de la mañana puedo ver de que manera ayudarla.
– ¿No puede hablar con el abogado? Estoy segura que él entendería.

Sonia le respondió de inmediato y seguía sonando igual de seria; al menos no la estaba tomando por loca.

–Lo haría, pero está con medicamentos para dormir, ha tenido problemas para conciliar el sueño. Lo lamento Matilde, pero por ahora no puedo hacer nada.

Le dio las gracias y cortó. Nuevamente estaba en la mitad de la nada, sin tiempo para reaccionar y mucho menos para pensar en lo que podía estar sucediendo, y la verdad es que no quería comenzar el camino de suponer de qué podía tratarse realmente toda aquella situación porque eso la aterraba.
Miranda Arévalo.
La escultural figura de la modelo apareció en su mente; claro, ella le había pasado la tarjeta con la referencia de Cuerpos imposibles ¿Cómo podría contactarla? Pensar en una nueva coincidencia era dejar demasiado al destino, además una figura del espectáculo como ella no es de las personas que puedes encontrar en una guía telefónica. Pero es que tampoco sabía mucho acerca de esa mujer. Podría investigar en internet, ver si trabajaba de manera estable en alguna parte, pero ese tipo de noticias nunca le llamaban la atención, prefería el cine y la música a los famosos. Marcó el número de Soraya.

–Cariño, justo estaba pensando en ti –dijo la enérgica mujer sin saludar– hace días que no te veo y una eternidad desde que no vemos a Patricia ¿están todos bien?

No podía esperar algo distinto de Soraya, pero definitivamente no era el momento para contarle todo. Tal vez al día siguiente.

–Bien, Soraya, ¿Tú sabes algo de Miranda Arévalo?

Soraya dudó lo que en su frecuencia era mucho tiempo.

– ¿La modelo? Pues no es que sea su fan, pero es famosa, asquerosamente bonita y es rostro de varias campañas de maquillaje y ropa ¿por qué lo preguntas?
–Es complicado –respondió con evasivas– ¿Sabes si tiene algún trabajo fijo, alguna aparición en un programa o algo?
–Tiene un programa en el cable –respondió automáticamente– espera que estoy viendo la guía en éste momento –haces preguntas extrañas a veces– es en el canal Tv Ozz, es de belleza, se supone que si sigues sus rutinas de ejercicio y comes igual de sano serás tan bella como ella, aunque no dicen nada de los genes. Sale dos veces a la semana ¿por qué me estás preguntando eso?
–Necesito algo de información –replicó rápidamente–  me pregunto si habrá alguna forma de encontrarla o hablar con ella.
– ¿Hablar así como en persona? –preguntó Soraya bastante sorprendida– es difícil, ya sabes lo que hablan de los famosos que se contaminan con la gente común como uno a menos que haya una campaña de por medio, pero están sus cuentas en las redes sociales.
–Eso no me sirve, necesito hablar con ella en persona, o por último por teléfono.

Había intentado sonar natural, o a lo sumo cansada, pero su amiga notó el temblor de su voz. De ahí a hacer una relación directa con Patricia, un paso.

– ¿Ocurre algo con tu hermana?
–Nada en especial –respondió sabiendo que esa mentira no soportaría mucho tiempo– es solo que necesito hablar con esa modelo, después te cuento los detalles.
–Mira –dijo Soraya pasando por alto la anterior respuesta– estoy viendo ahora mismo en la red, y dice que ella va a participar en un evento para la marca de cremas para las arrugas en unos días, se supone que es en el hotel Lamarca. Fuera de eso, supongo que tendría que ocurrir un milagro para que la encontraras.

Los milagros estaban bastante lejos de ella en esos momentos; pero no necesitaba un problema extra, de modo que decidió decir una pequeña mentira para mantener ocupada a su amiga.

–Escucha, necesito que nos juntemos tú, Eliana y yo mañana en la tarde, pero no tengo cabeza entre el trabajo y todo ¿podrías buscar un lugar bonito para que conversemos las tres?
–Claro, mañana en la mañana tengo varias cosas que hacer pero puedo en la tarde, te llamo apenas tenga el lugar.
–Te lo agradezco, te dejo, hablamos luego.
–Hablamos.

Mientras tanto estuviera ocupada no la acosaría con preguntas. Se sentía mal por mentirle, pero era necesario mientras no pudiera organizar todo, y eran demasiadas las cosas fuera de lugar. Si tan solo pudiera encontrar una forma de encontrar a la modelo rápidamente.
Su teléfono anunció una llamada. Era Antonio, el mismo amigo del instituto que luego del accidente de Patricia había hecho una serie de averiguaciones en internet por ella. ¿Le había dicho que trabajaba en eso o era un recuerdo errado?

–Antonio.
–Hola –replicó él con algo de sorpresa en la voz– cualquiera diría que esperabas mi llamada.
–Creo que necesito tu ayuda –dijo sin preámbulos– necesito contactarme con una persona famosa ¿podrías hacer algo por mí?
–Seguro que si –dijo Antonio con naturalidad– ¿De quién se trata?
–Miranda Arévalo.

Se hizo un silencio bastante prolongado, tanto que Matilde miró  el celular creyendo que se había cortado la comunicación.

– ¿Hola?
–Ah, la modelo –dijo al fin con una risita– lo siento, es que de primera no sabía de quien me hablabas.
– ¿Entonces podrías encontrarla?
–Por supuesto, mañana a las ocho voy a estar en el café Starhounds de Las Almeras con Vegas antes de ir a trabajar, si me encuentras ahí te puedo dar una noticia.
– ¿Crees que puedas conseguirte un número o algo tan pronto?
–No te aseguro algo tan concreto Matilde, pero trabajo en redes, siempre puedo investigar cosas si me lo piden, y si es para ti, con mayor razón.

Era una respuesta mucho mejor que lo que se esperaba antes de recibir esa llamada.

–No sabes cuánto te lo agradezco.
–No hay qué agradecer –dijo él– me gusta poder ayudar. Iba a preguntarte cómo va todo, pero podemos hablar en persona mañana. Te espero.




Próximo episodio: Como bella durmiente.

La última herida Capítulo 10: Personas invisibles



Ver a su hermana sufriendo convulsiones congeló a Matilde durante una eterna milésima de segundo; la mujer se sacudía violentamente sin control, los ojos aparentemente cerrados, el velador de su cuarto volcado, objetos de todo tipo desperdigados por todas partes. La joven reaccionó de manera instintiva a inclinarse para tratar de sujetarla, pero al hacerlo descuidadamente lo primero que recibió fue un manotazo involuntario en la cara.

– ¡Patricia!

El tiempo parecía pasar muy lentamente mientras estaba ocurriendo eso; nuevamente se acercó, ésta vez arrodillándose a horcajadas sobre la mujer y consiguió sujetar sus brazos, aunque los movimientos que realizaba eran tan violentos que parecía que en cualquier momento iba a ser arrojada a un costado.

– ¡Patricia por favor!

Estaba entrando en pánico, pero gritar no iba a servirle de nada. Haciendo uso de toda la fuerza de su cuerpo, presionó el de su hermana y con un mínimo de control, sujetó su cabeza para evitar que siguiera golpeándose contra la superficie del suelo.

– ¡Reacciona por favor!

Sus ojos estaban en blanco y continuaba sacudiéndose con violencia, de modo que Matilde le quitó el pañuelo del cuello y lo enrolló sobre sí mismo; casi le cogió un dedo con los dientes, pero el pañuelo contuvo esas reacciones, sin embargo era muy difícil hacer nada más mientras siguiera teniendo que sujetarla de esa manera. Podía sentir su propia respiración jadeante por el esfuerzo físico y por la angustia tan repentina, y el corazón azotando su pecho enloquecido, tenía la adrenalina a mil y sentía que iba a desmayarse, pero no podía soltarla, tenía que contenerla antes que se hiciera algún daño mayor ¿Cómo iba a pedir ayuda así, sola en la habitación y en el departamento sin soltar  a su hermana a su suerte?
La respuesta llegó por si sola, tan sorpresivamente como había comenzado todo eso, las convulsiones se detuvieron, y fue como si algo se apagara, simplemente se quedó muy quieta, en una posición extraña, con la cabeza ladeada y los ojos entrecerrados sin orientar.
¿Muerta?

– ¡Patricia!

Gritó enloquecida el nombre de su hermana, pero al acercarse comprobó que no estaba muerta, aunque si inconciente: su respiración se había vuelto extrañamente tranquila. Por un momento Matilde no supo cómo reaccionar o qué hacer, pero un instante después el mismo instinto que la había llevado a sujetarla en un principio la hizo levantarse y correr de vuelta a la sala, tenía que alcanzar el celular y llamar a una ambulancia en ese mismo instante.

– ¿Patricia, ocurre algo?

La voz fuera del departamento preguntando por su hermana la descolocó, pero recordó que era Vicente, la cita de ella. No importaba quien fuera, necesitaba ayuda de quien fuera en ese momento. Corrió a abrir.

–Ayúdame por favor.

El hombre que estaba parado fuera era efectivamente alto, fuerte y atractivo como se lo había dicho su hermana. La miró con una expresión muy extraña en el rostro ¿Tendría cara de loca en ese momento?

–Disculpa, escuché unos gritos, yo...
–Ayúdame –lo interrumpió ella angustiada– mi hermana tuvo un ataque o algo parecido, ayúdame a conseguir una ambulancia.

El hombre se la quedó mirando con los ojos muy abiertos durante un segundo, pero todo estaba sucediendo a un ritmo muy lento para Matilde, quien volvió a hablarle con urgencia.

–Por favor, mi hermana está...
– ¿Dónde está? Puedo llevarla en mi auto.

Entró casi junto con ella y la joven le indicó  el cuarto, mientras tomaba el celular y marcaba el número de urgencias. Un segundo después el hombre salía a la sala hablando rápidamente.

–Iré por mi auto.

Salió a toda carrera mientras Matilde volvía a la habitación ¿era normal que estuviera tan quieta? ¿Por qué esas convulsiones, porque de manera tan repentina?

–Buenas tardes, cuál es su urgencia.

El servicio contestaba casi de inmediato. Vicente había dicho que podían llevarla en su automóvil, pero no sabía si debía moverla o no. ¿Qué pasaba si la ambulancia no era tan veloz como la agente que le hablaba?

–Mi hermana acaba de sufrir un ataque o algo parecido, está inconciente.
–Comprendo, vamos a ayudarla, necesito su dirección para poder enviar una unidad.
–Calle Bernardo Asturias 615, edificio sur, no sé que hacer, tuvo convulsiones.
–Una ambulancia va en camino en éste momento –replicó rápidamente la mujer del otro lado de la línea– ¿ella se golpeó la cabeza, tiene rastros de sangre en la boca o espuma?
–No lo sé –contestó arrodillándose junto a su hermana– estaba bien, luego sentí un ruido y estaba con convulsiones en el suelo, pero ahora no reacciona, perdió el conocimiento, está muy quieta pero respira, no sé qué es lo que debo hacer...

La mujer replicó con seguridad.

–Escuche, es importante que verifique que la vía aérea no esté obstruida y que la aleje de cualquier cosa con la que pueda golpearse.
–Una persona podría llevarla en su auto...
–No lo haga, si no está absolutamente segura de que no se haya golpeado la cabeza no la mueva hasta que llegue personal especializado. Dígame su nombre.

Las lágrimas habían comenzado a correr por sus mejillas, y ver a su hermana tan increíblemente quieta era tan atemorizante como ver las convulsiones poco antes.

–Matilde.
–Matilde, la ambulancia está muy cerca de su domicilio. Mientras tanto ayúdeme con alguna información ¿Su hermana sufre alguna afección al corazón, algún tipo de mal congénito?
–No –respondió automáticamente– no tiene ningún tipo de enfermedad pero...

¿Tenía que mencionar lo del accidente? No sabía qué hacer, de modo que optó por decirlo de inmediato.

– ¿Hay algo más?
–Ella...ella sufrió quemaduras hace unas semanas, está en tratamiento...
– ¿Qué clase de quemaduras?
–De segundo grado, pero estaba recuperándose, hasta ahora llevaba una vida normal, solo tenía que guardar reposo.
–Comprendo. Matilde, la ambulancia está llegando en éste momento, los paramédicos ya están informados de todos los detalles que usted me informó, por favor ayudelos con toda la información que pueda servir al respecto.


2


La segunda vez en una situación como esa en tan poco tiempo era demoledor, pero a la vez completamente diferente de lo ocurrido después del accidente. En ésta ocasión el traslado fue muy breve, en menos de cinco minutos ya estaban entrando a las brillantes y asépticas instalaciones de la urgencia de una clínica privada; ella misma había registrado algunos números en su celular poco después del accidente, todavía muy angustiada y tratando de tener a su mano alguna forma de prestar ayuda en caso de ser necesario. La camilla fue descargada del vehículo rápidamente e ingresada a una sala adonde un doctor ingresó de inmediato acompañado de algunos asistentes; lo único que no fue distinto es que la dejaron afuera, aunque a diferencia, una mujer joven apareció de la nada y la condujo a una silla y le ofreció un vaso con agua.

–Beba por favor, es un sedante leve.
–No necesito un sedante –dijo con la garganta seca– necesito saber qué es lo que le pasa a mi hermana, porqué es que tuvo esas convulsiones y qué es lo que le va a pasar.
–Por favor mantenga la calma, le aseguro que los doctores van a...

Pero Matilde se puso de pie resueltamente. Temblaba de pies a cabeza, pero no iba a llorar, no mientras no supiera porqué su mundo y el de su hermana estaba otra vez de cabeza. Para su sorpresa el mismo doctor que había visto entrar salió a paso rápido.

– ¿Usted es familiar de la joven que ingresó hace un momento?
–Si, por favor dígame que le sucede.
–Acompáñeme.
–Pero que...
–Acompáñeme por favor.

El hombre le habló con tanta fuerza que no pudo menos que seguirlo a una puerta lateral; al entrar se encontró con una oficina minúscula que no podía ser más que una bodega de archivos antiguos.

–Señorita, ésto es muy grave.
– ¿Que le ocurre a mi hermana?
– ¿Qué es lo que estaban haciendo ustedes dos? –replicó el hombre intensamente– Su hermana podría estar muerta, es un milagro que no lo esté.

La estaba acusando de algo. A Matilde le daba vueltas todo.

–No entiendo de que...
–Es una sobredosis de fármacos –la cortó él– no me diga que no vio las pastillas, los paramédicos me dijeron que estaban desperdigadas por toda la habitación cuando llegaron al lugar.

¿Fármacos? ¿Pensaba que Patricia y ella eran drogadictas?

– ¿De qué está hablando? –dijo nerviosamente– no son drogas, mi hermana no consume...

Pero el profesional parecía bastante hastiado.

–Escuche, habitualmente veo como mujeres jóvenes y con futuro se arruinan la vida consumiendo distintos tipos de medicamentos, para adelgazar, para mantenerse despiertas, para concentrarse mejor, sé perfectamente qué cosas pueden pasar, ella tenía convulsiones ¿verdad? No pierda tiempo y dígame qué clase de medicamentos estaba consumiendo específicamente.
– ¡Mi hermana no se droga! –chilló Matilde por sobre la voz del doctor– ella jamás ha hecho algo como eso, las pastillas de las que habla son vitaminas, se las recetaron como parte del tratamiento por las quemaduras que tiene.
–Esas quemaduras son antiguas –intervino él con desconfianza– y no se recetan vitaminas por quemaduras superficiales, no vi ninguna muestra de daño en las vías aéreas.
–Es policía –replicó ella a la defensiva– no podría hacerlo, la sacarían de la unidad, le estoy diciendo que no son drogas ni nada por el estilo.

El doctor frunció el ceño, claramente confuso por la información que estaba recibiendo.

– ¿Policía? ¿Cómo se hizo esas quemaduras?
–Hubo un tiroteo y explotó un balón con gas y...
–No puede ser –el semblante del doctor cambió por completo, no había tanta furia en su mirada como confusión– ella es...no puede ser, el estado de esas quemaduras es...

De alguna manera lo había descubierto, o lo sospechaba ¿Que tenía que hacer? Por una parte no debía revelar ningún tipo de información acerca de Cuerpos imposibles, pero estaba en una situación de emergencia y siempre en casos médicos había que aportar toda la información posible. Desde los primeros y sorprendentes resultados del tratamiento no se le había pasado por la mente que pudiera ocurrir algo como eso ¿Debería haberse dirigido a ellos?

–Doctor, por favor –pidió para desviar la atención– dígame que es lo que le está pasando a mi hermana, ayúdela.
– ¿Está completamente segura de que no se trata de drogas?
–Ya le dije que no, por favor no haga ésto, estoy preocupada por ella.
–Debería estarlo –replicó el doctor a su vez– su hermana es la del tiroteo hace un mes, pero el nivel de avance de esas quemaduras... usted le dijo a los paramédicos que habían sido de segundo grado, aproximadamente un quince por ciento del cuerpo, la extensión coincide pero no la recuperación. ¿Qué fue lo que hizo, siguió algún tipo de tratamiento no convencional, que tipo de especialista le recetó esas pastillas?

Eran demasiadas preguntas y todas apuntaban a Cuerpos imposibles. ¿Qué debía hacer? Por primera vez deseó no estar allí, no tener que debatirse entre dar la información que podría ayudar a su hermana y poner en juego el futuro económico de la familia.

–Mi hermana está realizando un tratamiento alternativo, pero nos dijeron que no habían peligros ni efectos secundarios, además todo estaba bien, se estaba recuperando perfectamente.
–No me ha dicho qué clase de profesional le recetó esas pastillas ¿Son solo vitaminas, de que tipo son?

No tenía ningún tipo de respuesta sensata para eso.

–Eso nos dijeron, vitaminas para que se mantenga saludable, las preparaban según su constitución física.
–Si no es una especie de droga entonces los síntomas tienen que ser provocados por algo más –reflexionó el doctor hablando más consigo mismo que con ella– podría ser un cuadro alérgico, pero no puedo determinar nada sin el componente. Necesito una muestra de esas pastillas si no son lo que creo.
–No las tengo aquí ¿Que va a pasar con mi hermana, se va a recuperar?
–No sé que es lo que le está pasando a su hermana si efectivamente no se trata de drogas como me acaba de decir, necesito realizar una serie de exámenes y comprobar los medicamentos que está ingiriendo. Por ahora puedo decirle que está estable.

Estable era muchísimo mejor que el último pronóstico que hicieran de su hermana en una situación similar. Tenía que volver al departamento.

–Gracias a Dios, estaba tan preocupada cuando la vi con esas convulsiones.

El doctor abrió la puerta y ambos salieron del lugar.

–No he dicho que  no sea preocupante, mientras no sepamos a qué se debe el estado de su hermana no podemos hacer nada. ¿Cuánto puede tardarse en traer esas pastillas?
–Menos de diez minutos.
–Por favor traigalas –dijo él aún confuso– cuando llegue solicite hablar con el doctor Medel, la atenderé de inmediato.


3


Matilde encontró un taxi y salió disparada de vuelta al departamento de su hermana; por suerte el taxista comprendió que se trataba de una emergencia y se tardó prácticamente lo mismo que la ambulancia en el viaje de ida al centro de urgencias, quedando en el estacionamiento mientras ella llegaba hasta el cuarto de su hermana.
En la puerta del departamento descubrió que había ocurrido algo más mientras ella no estaba.

–No...

Tan pronto abrió la puerta se encontró con un caos: el sofá y los sillones estaban volteados, y había cosas tiradas por el suelo ¿Un robo justo en ese momento? No tenía tiempo para ocuparse de eso, de modo que fue directo a la habitación, pero la intrusión de la que fuera víctima no se quedaba ahí, las cosas del cuarto también estaban revueltas.

– ¿Pero qué es lo que está pasando?

Independiente de lo que claramente había ocurrido, Matilde no pudo menos que notar que además de la violación del domicilio sucedía algo mucho más desconcertante: las pastillas de Patricia no estaban y la caja tampoco.

–No puede ser...

El velador había sido vaciado y el cajón estaba en el suelo al igual que varias cosas arrancadas del armario, pero la caja que mantenía a temperatura las pastillas no estaba, y todas las que viera desperdigadas por el suelo tampoco. Por un momento se quedó mirando el suelo sin comprender lo que pasaba ¿Por qué alguien entraría para llevarse las pastillas de su hermana y en un momento como ese?
Un escalofrío recorrió su espalda.

–Dios mío...

Se devolvió a la sala, donde el equipo de música seguía en su lugar, lo mismo que el televisor, los electrodomésticos de la cocina y hasta los adornos de los muebles. No sabía exactamente qué cosas había en todo el departamento, pero lo que estaba a la vista seguía en el mismo sitio, revuelto o tirado, pero sin remover las cosas de ahí. Solo faltaban las pastillas.
La clínica.
Se le secaba la garganta. Su hermana había sufrido un extraño ataque hacía poco, el doctor la acusaba de consumir algún tipo de sustancia ilícita y un desconocido entraba al departamento en su ausencia y se llevaba las pastillas entregadas en Cuerpos imposibles, pero nada más. Nada de eso tenía sentido, tenía que controlarse, el doctor necesitaba información acerca de lo único que no podía decirle.

– ¿Que voy a hacer?

Estaba sudando frío. En ese mismo momento los doctores podían necesitar esas pastillas para verificar si le produjeron algún daño o una reacción alérgica ¿Podía ocurrir algo así después de tantos días? Según Patricia  cada vez que iba hacían una nueva receta de vitaminas personalizada ¿Acaso agregaron algún componente? Lo más cercano era la oficina donde había comenzado todo eso. Nerviosamente revisó su bolso, iba a salirle un dineral el taxi hasta allá pero era lo único que se le ocurría en ese momento.


4


Tan pronto el taxi se detuvo frente a la puerta del edificio, Matilde bajó rápidamente y corrió a la entrada. Adriana, esa mujer tan encantadora y oportuna la había asistido desde el principio, seguramente le diría que hacer, o tal vez sería necesario trasladarla hasta las mismas instalaciones donde la trataban habitualmente para realizar algún procedimiento en particular.

En el mesón de recepción había un hombre de mediana edad.

–Buenas noches señorita.

Por un momento no reaccionó, había estado desde el principio encontrarse con esa mujer o en su defecto con otra de apariencia similar.

–Buenas noches, necesito hablar con Adriana.
– ¿Adriana? –dijo el hombre– ¿Algún departamento en particular?

Esa era una pregunta extraña.

–No, ella trabaja en esa oficina –señaló la puerta donde había entrado sola la primera vez y con su familia posteriormente– Adriana Vegas.

El hombre se puso de pie sin disimular la sorpresa en su rostro.

– ¿Trabajar en éste lugar? Señorita, creo que está equivocada ¿Está segura de que es en éste edificio?

Matilde se acercó a la puerta mientras el hombre rodeaba el mesón.

–La oficina está en éste lugar, tiene que haberla visto.
–Señorita, eso es una bodega.
–No, es una oficina, vine aquí hace un par de semanas, están tratando a mi hermana.
–Señorita...

Matilde llegó primero que él a la puerta y giró el pomo; del otro lado había cajas y repisas con cosas de todo tipo, desde televisores viejos hasta utensilios de aseo.

–Señorita, haga el favor de salir.

La voz del hombre no era amenazadora, pero sí lo era precavida, quizás qué se estuviera imaginando que era ella. Matilde se sentía completamente mareada.

–Estaba aquí –dijo tontamente– estaba aquí, la oficina de atención, estuve aquí para llevar a mi hermana a la clínica.
– ¿Clínica? –exclamó el conserje con total escepticismo– señorita, éste es un edificio residencial, no hay forma de que haya una clínica aquí.

La joven volteó hacia él luchando con las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.

–Es una oficina, aquí reciben a los pacientes, me atendió Adriana Vegas de la clínica, no puede ser que no sepan nada de ella.

El hombre la miró como si fuera una loca. Probablemente porque estaba comportándose como una.

–Señorita, éste es un edificio residencial, no hay oficinas ni tiendas ni nada parecido aquí, es mejor que se vaya o tendré que llamar al administrador.
–Llámelo, seguramente él sabe más que usted de eso –replicó ella con voz temblorosa– es aquí, no pueden simplemente haber desaparecido.

El hombre suspiró sin disimulo y se acercó al mesón desde donde tomó un auricular; murmuró unas palabras colgó. Tan solo un instante después apareció un hombre de alrededor de cuarenta años, bien vestido y con cara de sueño.

– ¿Que sucede? Mi nombre es Rodolfo, soy el administrador ¿Qué puedo hacer por usted?
–Necesito encontrar a la persona de esa oficina –señaló acusatoriamente la puerta abierta de la bodega– estuve aquí hace poco con mi familia, reciben a las personas antes de derivarlas a la clínica, no sé por qué ahora no están pero estaban, necesito encontrar...
–Señorita –la cortó el hombre claramente molesto– disculpe, pero nada de lo que está diciendo tiene sentido ¿Clínica? La clínica más cercana está a diez minutos en automóvil.
–No es eso, si usted es el administrador tiene que saberlo ¿Acaso no vio la oficina? Tenían pantallas y archivos, Adriana estaba en ese mesón, es imposible que no lo sepa.

El hombre que se había presentado como Rodolfo le dedicó una mirada evaluadora.

–En éste edificio tenemos cuatro conserjes, dos de día y dos de noche, y ninguno de ellos es mujer. Y le vuelvo a indicar, aquí no hay ninguna clínica ni oficina de nada, es una de las normas de convivencia no desarrollar ningún tipo de negocio en las instalaciones, la mayoría de los edificios de éste sector tiene esa misma regla, por eso es que tienen ésta ubicación y la plusvalía.
– ¡Pero estaba aquí!
–Escuche, no sé de qué está hablando, pero está claro que lo que sea que busca no se encuentra aquí –avanzó hacia la puerta de la bodega y la cerró– ahora le voy a pedir que se vaya o tendré que llamar a la policía y no se tardarán en llegar.

Lo dijo en serio. Matilde no sabía que más hacer en ese momento, no si la oficina y la mujer no estaban y nadie parecía saber nada al respecto; además ¿Cómo demostrar que estaba en lo cierto? Estaba anocheciendo y en donde estaba la oficina había una bodega y las cosas parecían cada vez más difíciles de asimilar.
Entonces un pensamiento atroz se hizo presente.

–No...

La clínica Cuerpos imposibles era su única alternativa, sabía cómo llegar  por lo que le comentara su hermana anteriormente. Tenía que llegar allí y tratar de hablar con alguien.
Siempre y cuando al llegar a ese lugar encontrara lo que se disponía a buscar.
Se sintió horriblemente sola.




Próximo episodio: Caminos cortados