La última herida capítulo 11: Caminos cortados



Matilde había tenido que sacar dinero de un cajero automático para convencer al taxista de tener con qué pagar el largo viaje que estaban realizando; mientras iban en la dirección indicada llamó a la urgencia, pero le dijeron que su hermana seguía en observación y se le estaban realizando una serie de exámenes.
Llegar al sitio era distinto de escuchar hablar de él, pero Patricia no se había quedado corta en adjetivos acerca del lugar, un prado más que jardín cercado precediendo a una edificación no muy grande, de siete u ocho pisos que lo mismo podría ser una clínica privada como un conjunto de oficinas o cualquier otra cosa. Cuando se acercó a la oficina de conserjería junto a las grandes puertas de la entrada de automóviles ya temía lo peor, de modo que no fue tan sorpresivo que el hombre en ese lugar la tratara como si fuera loca por hablarle de una clínica y de personas que están tratando diversos tipos de heridas en ese sitio.

–Lo siento mucho señorita, tal vez está confundida, lo que hay en ese edificio es un centro de eventos y una serie de oficinas corporativas; es cierto que viene mucha gente aquí, pero son personas sanas y que vienen a trabajar.

La dejó con una tarjeta del centro de eventos en donde figuraba la dirección del lugar y varios números de contactos y la página web del sitio. Matilde sintió náuseas.

– ¿Adónde la llevo ahora?
–De vuelta al centro de urgencias por favor. Eso es todo.

Llorar o gritar ante lo que estaba sucediendo no habría sido suficiente, de hecho, mientras avanzaba en el taxi de regreso de aquel viaje le parecía que hacer algo así era infantil, como una niña que se queja porque le quitaron un dulce o un juguete.
Se sentía abrumadoramente sola.
¿La habían estafado a ella y su familia?
No podía pensar con claridad, las ideas se atropellaban en su cabeza a medida que regresaban una y otra vez a ellas, pero la información más concreta que tenía a su disposición era que su hermana estaba internada con un cuadro desconocido producido por un agente desconocido; comenzar a tratar de darle forma al conjunto de hechos que estaban aplastándola hacía que el accidente y las quemaduras fueran tan solo un juego de niños en comparación: cuál era el tratamiento, qué le habían dado a tomar como pastillas, que le inyectaron, como consiguieron que su piel se recuperara, qué agente extraño provocó ese ataque después de tanto tiempo de tratamiento, quien pudo robar las pastillas del departamento y porqué la oficina y la Clínica habían desaparecido en el aire eran solo las primeras preguntas en las que podía pensar, pero nada de eso la ayudaba, y su afán de ser independiente y capaz estaba hecho añicos debajo del peso de lo desconocido junto con la amenaza de algo sin nombre que en ese momento podría estar a punto de matar a su hermana.
Pero estaba estable.
¿Qué significaba estable? Podía ser que estuviera suspendida en algún estado ¡Por Dios! Las personas que quedan en estado vegetal, los cuadrapléjicos y los que tienen daño cerebral perfectamente podían quedar dentro de ese calificativo y solo pensarlo le revolvía los intestinos. ¿Y sus padres?

–Mamá, papá...

El accidente y las consecuencias en el cuerpo de Patricia, la hipoteca, la muerte de un hombre que más que un trabajador era un amigo de toda la vida, y ahora ella tenía que llamarlos para decirles que a su hija le estaba pasando algo extraño y potencialmente peligroso para su salud. Y que la clínica que hasta horas antes estaba devolviendo a su vida la normalidad anterior, simplemente se había esfumado.

– ¿Por qué?
– ¿Disculpe, me dijo algo?

El taxista la miraba curioso por el retrovisor; Matilde negó lentamente.

–No es nada.
–Parece que ha tenido un mal día.
–Todo mi mundo está de cabeza, voy a volverme loca.

Iba a decir algo más pero prefirió callar. De todos modos no sabía qué decir.

–No se vuelva loca señorita –dijo el taxista lentamente– así no va a arreglar nada. Piense las cosas con calma ¿tiene a alguien en la urgencia?
–Sí.
–Entonces tiene que estar bien porque si se enferma de los nervios no le va a servir de nada. ¿Sabe? solo tómese las cosas de poco a poco, espere a ver que le dicen, y si puede hacer algo, hágalo, pero no se apure.

Era un consejo bastante sencillo pero muy sensato.

–Se lo agradezco.
–Nada que agradecer –replicó él con una media sonrisa– espero que las cosas mejoren.

El resto del viaje fue silencioso. Tenía que calmarse en primer lugar, sentirse devastada era perfectamente válido en una situación tan loca como esa, pero era verdad que no servía de nada.
En la urgencia pidió hablar con el doctor  Medel, quien se mostró bastante irritado ante las noticias. Era un hombre cercano a la cincuentena, moreno, de brillante cabello gris que resaltaba sus ojos claros y le confería cierta autoridad junto a su cuerpo grande y fuerte.

–Matilde, no sé si tal vez no fui claro, pero necesito esas pastillas de las que me habló para poder analizar qué es lo que le causó a su hermana y hacer algo al respecto; si no las tengo, debo ordenar decenas de exámenes para descartar opciones, y eso toma mucho tiempo.

Matilde asintió pesadamente.

–Lo entiendo doctor, y sé que es una locura lo que le estoy diciendo, pero de verdad que alguien las robó del departamento, y no sé qué es lo que está pasando.
–Supongo que entiende que en éstas condiciones me resulta difícil creer que no consumen algún tipo de sustancia ilícita.

Y lo peor es que ni si quiera ella misma sabía si es que había o no alguna sustancia ilícita en el cuerpo de su hermana.

–Entonces haga esos exámenes sobre drogas en primer lugar para comprobar que lo que le digo es cierto. Doctor, solo quiero el bien de mi hermana, jamás haría nada para perjudicarla.

El hombre pareció creerle y la condujo hacia una oficina minúscula. Se veía cansado y alterado.

–Escuche, por alguna extraña razón le creo, pero lo que yo crea no sirve de nada para el caso de su hermana. Dígame todo lo que sabe.

¿Qué iba a decirle? ¿Iba a relatarle toda la historia reciente? El profesional haría una orden para internarla por desorden mental.

–No sé qué es lo que puedo decirle. Luego del accidente  encontramos un método, un centro en donde comenzaron a hacerle terapia para las quemaduras y a recetarle unas pastillas, dijeron que se hacía una receta personalizada según su constitución física, y que eran vitaminas para que pudiera sentirse bien durante el tratamiento.
– ¿Qué clase de tratamiento?

Hablar sobre algo que no existía, de algo que le habían dicho en su cara que no estaba era demencial, pero si algo de eso podía servir no iba a callarse.

–Según mi hermana, utilizaban una especie de ungüento sobre la zona quemada, desde los bordes hacia el interior, y le daban a beber un batido preparado durante el tratamiento y las pastillas para tomarlas dos veces al día en la casa; estaban en una caja que las mantenía refrigeradas.

Eso fue lo único que llamó la atención de todo lo que escuchara de sus labios. El doctor se sirvió café de una cafetera bastante antigua, y al no ofrecerle le dio la sensación de estar frío o ser de mala calidad.

– ¿Pastillas refrigeradas?
–Sí.
– ¿Que apariencia tenían?
– ¿Las pastillas? –repitió sin entender– son...pequeñas como un frijol, con infinidad de líneas en ella.

El doctor bebió un sorbo y dejó la taza en el pequeño escritorio. Su expresión cansada había sido superada por una de intriga.

–Dígame qué clase de líneas.
–No lo sé, solo eran líneas, como arrugas muy pequeñas en toda ella.

Medel se perdió en sus pensamientos por unos instantes, tratando de deducir algo de las palabras que escuchaba aunque para ella no tenían sentido.

–Usted dijo que preparaban esas pastillas para ella, como una receta ¿No le dieron el nombre, alguna referencia?
–Si lo hicieron Patricia no me lo dijo, y hablamos mucho del tema, siempre me contaba sus avances y las cosas que hacían.
–Lo que no me ayuda en nada. Me queda claro que esas pastillas no son algo conocido, de modo que si usted dice que no tiene más información lo único que puedo hacer es esperar los resultados de los exámenes que ordené del contenido del estómago de ella y de las muestras de sangre, se supone que debería aparecer algo ¿Sabe si alcanzó a tomar la pastilla por la tarde como me dijo?
–No estaba con ella, no lo sé.
–Igualmente debería salir algo en las muestras, pero aún no van a estar listas, tenemos mucho material en espera.

Matilde no quería hacer esa pregunta, pero llegado el momento estaba obligada a hacerla, de manera directa, para saber a qué se enfrentaba.

–Doctor ¿qué le va a pasar a mi hermana?

Medel se esperaba esa pregunta, pero no por eso su tono de voz fue menos sombrío.

–Hacer un tratamiento alternativo como el que me ha relatado puede ser peligroso porque no tiene un sustento clínico, no hay un historial del qué tomarse. Usted no tiene las pastillas, no sabe o no puede encontrar  a la gente que hace el tratamiento, no hay recetas, es como buscar a ciegas. Me llama muchísimo la atención que haya perdido el conocimiento y que quede sin reacción hasta ahora, más de una hora después, pero como no sé qué ingirió, lamento decirle que las consecuencias pueden ser desde una simple intoxicación hasta secuelas de todo tipo.
– ¿Se va a morir?
–Honestamente me parece improbable, pero entre las alternativas también está eso, pero si es por hacer hipótesis, podría decirle mil cosas distintas. Lo que más me preocupa es esas heridas, cómo es que sanaron con tanta rapidez. Jamás había visto algo parecido, ni siquiera en países desarrollados o con las más avanzadas tecnologías. Ese nivel de avance en la recuperación de las quemaduras es equivalente a por lo menos cuatro meses de tratamiento, y en heridas de segundo grado superficial o intermedio, no profundo como me dijo que eran las que ella tenía.
– ¿Pero usted cree que tiene algo que ver con el ataque que sufrió?

El doctor le dedicó una mirada enigmática.

–Sería lo mismo que decir que una torcedura de tobillo está relacionada con una enfermedad degenerativa de los huesos; si no tenemos un punto de partida las opciones son tantas que nos perdemos en el camino. ¿Tiene alguna forma de encontrar a esa gente, ya agotó todas las posibilidades?

Matilde se lo pensó unos momentos.

–No estoy segura, estoy tan confundida que no sé muy bien qué pensar. Pero supongo que podría seguir intentando, creo que hay un par de personas con las que puedo hablar.
–Hágalo –dijo el doctor– voy a ver si puedo hacer algo por apurar el resultado de los exámenes, mientras tanto haga lo posible por conseguir alguna prueba adicional o las pastillas de las que me habló, si efectivamente todos los preparados son hechos para una persona, no sé con lo que puedo encontrarme en los resultados.
–Está bien doctor.

Salieron de la oficina y Matilde se quedó sola en el pasillo de la urgencia; su corazón latía con fuerza, estaba en medio de una situación en que no sabía absolutamente nada, y lo que le dijera el doctor Medel no hacía más que preocuparla con la incertidumbre. ¿Tendría que llamar a sus padres antes de saber algún detalle? En su memoria aún latían las críticas que recibió de parte de ambos después del accidente, pero en esas circunstancias en particular, aún considerando lo anterior, lo mismo podía estar todo bien en unas horas o complicarse muchísimo. Pero si, tenía que ser honesta y decir la verdad, incluso sin saber nada, transmitirles lo esencial, quizás no lo del asalto al departamento o lo de la clínica, pero si que Patricia estaba internada nuevamente y que no tenían más información.
Haciendo uso de toda la fuerza que le quedaba, marcó el número de Río dulce, pero para su sorpresa no dio tono.

– ¿Qué ocurre?

Volvió a marcar sin éxito. Irritada por tener que pasar por un problema tan doméstico en medio de la locura que estaba viviendo, marcó el número de su compañía de teléfonos.

–Lo siento señorita, pero no es un problema de señal, es por el temporal. Se cayeron algunas antenas en la periferia de la zona por la que está consultando, por lo tanto no hay conexión. Según lo que me informan del área técnica, la conexión va a estar repuesta mañana antes de las diez de la mañana.

Lo bueno de consultar por teléfono es que no tenía que preocuparse por su expresión mientras le indicaban lo que pasaba. Dio las gracias y cortó. Así que sus padres no estarían comunicados hasta el día siguiente, no era extraño ya que a las afueras de pueblo más cercano a Río dulce había montes junto a la carretera, y en ocasiones había algún rodado o problema con los cables; por lo menos tendría algunas horas para reunir fuerzas para decirles lo que estaba pasando sin ser responsable de eso. Pero por contradictorio que sonara, necesitaba que alguien la acompañara, no sentirse perdida y sola en el mundo.

Haberle dicho al doctor que podía investigar con algunas personas más resultó ser prácticamente una mentira. ¿A quién le podía preguntar cualquier cosa? Ahora que se enfrentaba a una situación tan anormal, todo lo sucedido en el pasado tomaba un curso completamente distinto ¿Por qué si no le habrían exigido secreto? No había oficina, ni clínica, ni nadie a quien llamar, era como si todo lo de la recuperación de su hermana no fuera más que un sueño o una fantasía que no podía comprobarse.
El abogado.
No era exactamente la hora más indicada, pero no le importaba, una copia del contrato con Cuerpos imposibles estaba en poder de Benjamín Larios y seguramente podría obtener más datos al respecto; después de buscar durante un rato en su bolso encontró la tarjeta del profesional, pero le saltó el buzón de voz. Llamó a Soria, pero tampoco le contestó, aunque en su lugar escuchó la voz de una mujer joven.

–Buenas noches.
–Buenas noches, necesito hablar con el señor Soria, soy Matilde Andrade.
–Matilde –replicó la voz cordialmente– está hablando con Rosario. El señor está durmiendo ahora mismo ¿La puedo ayudar en algo?

Rosario era una asistente del abogado,  por eso la conocía.

–No estoy segura, necesito hablar urgentemente con Benjamín Larios, es un tema familiar.
–Benjamín –repitió la mujer– no creo que sea posible, está de vacaciones, se fue a alguna playa no recuerdo donde y al parecer quiere desconectarse de todo. De cualquier manera estaba muy cargado de trabajo, pero me dijo que no tenía pendientes de ningún tipo.

Por supuesto, las cosas siempre pueden ir un poco peor.

–No puede ser, necesito encontrarlo, es por un contrato y él tiene la copia, la idea era que estuviera en un lugar seguro.
–Por desgracia no hay forma de acceder a su documentación sin su ayuda ¿Es muy urgente?
–Es de vida o muerte.
–Comprendo –replicó la otra mujer con voz seria– ahora me es difícil,  pero a primera hora de la mañana puedo ver de que manera ayudarla.
– ¿No puede hablar con el abogado? Estoy segura que él entendería.

Sonia le respondió de inmediato y seguía sonando igual de seria; al menos no la estaba tomando por loca.

–Lo haría, pero está con medicamentos para dormir, ha tenido problemas para conciliar el sueño. Lo lamento Matilde, pero por ahora no puedo hacer nada.

Le dio las gracias y cortó. Nuevamente estaba en la mitad de la nada, sin tiempo para reaccionar y mucho menos para pensar en lo que podía estar sucediendo, y la verdad es que no quería comenzar el camino de suponer de qué podía tratarse realmente toda aquella situación porque eso la aterraba.
Miranda Arévalo.
La escultural figura de la modelo apareció en su mente; claro, ella le había pasado la tarjeta con la referencia de Cuerpos imposibles ¿Cómo podría contactarla? Pensar en una nueva coincidencia era dejar demasiado al destino, además una figura del espectáculo como ella no es de las personas que puedes encontrar en una guía telefónica. Pero es que tampoco sabía mucho acerca de esa mujer. Podría investigar en internet, ver si trabajaba de manera estable en alguna parte, pero ese tipo de noticias nunca le llamaban la atención, prefería el cine y la música a los famosos. Marcó el número de Soraya.

–Cariño, justo estaba pensando en ti –dijo la enérgica mujer sin saludar– hace días que no te veo y una eternidad desde que no vemos a Patricia ¿están todos bien?

No podía esperar algo distinto de Soraya, pero definitivamente no era el momento para contarle todo. Tal vez al día siguiente.

–Bien, Soraya, ¿Tú sabes algo de Miranda Arévalo?

Soraya dudó lo que en su frecuencia era mucho tiempo.

– ¿La modelo? Pues no es que sea su fan, pero es famosa, asquerosamente bonita y es rostro de varias campañas de maquillaje y ropa ¿por qué lo preguntas?
–Es complicado –respondió con evasivas– ¿Sabes si tiene algún trabajo fijo, alguna aparición en un programa o algo?
–Tiene un programa en el cable –respondió automáticamente– espera que estoy viendo la guía en éste momento –haces preguntas extrañas a veces– es en el canal Tv Ozz, es de belleza, se supone que si sigues sus rutinas de ejercicio y comes igual de sano serás tan bella como ella, aunque no dicen nada de los genes. Sale dos veces a la semana ¿por qué me estás preguntando eso?
–Necesito algo de información –replicó rápidamente–  me pregunto si habrá alguna forma de encontrarla o hablar con ella.
– ¿Hablar así como en persona? –preguntó Soraya bastante sorprendida– es difícil, ya sabes lo que hablan de los famosos que se contaminan con la gente común como uno a menos que haya una campaña de por medio, pero están sus cuentas en las redes sociales.
–Eso no me sirve, necesito hablar con ella en persona, o por último por teléfono.

Había intentado sonar natural, o a lo sumo cansada, pero su amiga notó el temblor de su voz. De ahí a hacer una relación directa con Patricia, un paso.

– ¿Ocurre algo con tu hermana?
–Nada en especial –respondió sabiendo que esa mentira no soportaría mucho tiempo– es solo que necesito hablar con esa modelo, después te cuento los detalles.
–Mira –dijo Soraya pasando por alto la anterior respuesta– estoy viendo ahora mismo en la red, y dice que ella va a participar en un evento para la marca de cremas para las arrugas en unos días, se supone que es en el hotel Lamarca. Fuera de eso, supongo que tendría que ocurrir un milagro para que la encontraras.

Los milagros estaban bastante lejos de ella en esos momentos; pero no necesitaba un problema extra, de modo que decidió decir una pequeña mentira para mantener ocupada a su amiga.

–Escucha, necesito que nos juntemos tú, Eliana y yo mañana en la tarde, pero no tengo cabeza entre el trabajo y todo ¿podrías buscar un lugar bonito para que conversemos las tres?
–Claro, mañana en la mañana tengo varias cosas que hacer pero puedo en la tarde, te llamo apenas tenga el lugar.
–Te lo agradezco, te dejo, hablamos luego.
–Hablamos.

Mientras tanto estuviera ocupada no la acosaría con preguntas. Se sentía mal por mentirle, pero era necesario mientras no pudiera organizar todo, y eran demasiadas las cosas fuera de lugar. Si tan solo pudiera encontrar una forma de encontrar a la modelo rápidamente.
Su teléfono anunció una llamada. Era Antonio, el mismo amigo del instituto que luego del accidente de Patricia había hecho una serie de averiguaciones en internet por ella. ¿Le había dicho que trabajaba en eso o era un recuerdo errado?

–Antonio.
–Hola –replicó él con algo de sorpresa en la voz– cualquiera diría que esperabas mi llamada.
–Creo que necesito tu ayuda –dijo sin preámbulos– necesito contactarme con una persona famosa ¿podrías hacer algo por mí?
–Seguro que si –dijo Antonio con naturalidad– ¿De quién se trata?
–Miranda Arévalo.

Se hizo un silencio bastante prolongado, tanto que Matilde miró  el celular creyendo que se había cortado la comunicación.

– ¿Hola?
–Ah, la modelo –dijo al fin con una risita– lo siento, es que de primera no sabía de quien me hablabas.
– ¿Entonces podrías encontrarla?
–Por supuesto, mañana a las ocho voy a estar en el café Starhounds de Las Almeras con Vegas antes de ir a trabajar, si me encuentras ahí te puedo dar una noticia.
– ¿Crees que puedas conseguirte un número o algo tan pronto?
–No te aseguro algo tan concreto Matilde, pero trabajo en redes, siempre puedo investigar cosas si me lo piden, y si es para ti, con mayor razón.

Era una respuesta mucho mejor que lo que se esperaba antes de recibir esa llamada.

–No sabes cuánto te lo agradezco.
–No hay qué agradecer –dijo él– me gusta poder ayudar. Iba a preguntarte cómo va todo, pero podemos hablar en persona mañana. Te espero.




Próximo episodio: Como bella durmiente.

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