La última herida Capítulo 2: Sin rostro



Escuchar que era probable que su hermana Patricia quedara desfigurada de por vida significó para Matilde el mismo efecto que un golpe directo en el estómago.

–¿Desfigurada?
–Como dije, no se trata de un diagnóstico, pero el nivel de quemaduras es extremadamente preocupante –explicó el doctor con voz neutra– haremos lo posible por ella.
–Gracias –intervino Manieri haciéndose cargo– por favor infórmanos de cualquier avance, también cuando pueda recibir visitas.
–La verdad le recomendaría ir a descansar –opinó el especialista– ahora lo primordial es que mi gente haga su trabajo, es improbable que pueda recibir visitas pronto. Tengo que irme.

Matilde iba a decir algo, pero no supo qué decir; solo se quedó mirando como el doctor desaparecía tras una puerta.

–Oh por Dios...

Tuvo que sentarse nuevamente para evitar  caer al suelo; el viejo policía se sentó a su lado.

–Llamaré a sus padres.
–¡No!

El hombre la miró fijamente.

–Matilde, entiendo que estés muy conmocionada por lo que acaba de ocurrir, pero en un caso como éste, sobre todo en un caso como éste, es primordial que todo el circulo de ustedes los apoye, que se apoyen mutuamente.

Los padres de las hermanas no vivían en la ciudad, llevaban toda la vida en el campo. La sola perspectiva de que se enteraran de lo que estaba pasando le provocaba un nudo en la garganta.

–No, no puedo hacer eso, mamá moriría de un susto, no puedo darles esa noticia así como así.
–Matilde –replicó el policía con tono paternal– no puedes evitar que se sepa, tu hermana es una oficial de la policía, tarde o temprano la noticia va a saberse.

La joven sintió que se quedaba sin aire nuevamente. Por supuesto, en términos comunicacionales, un oficial de policía era tratado de manera distinta a un civil común, siempre que ocurría algún  tipo de accidente o delito en el que se involucraba alguien de uniforme, la noticia se expandía con rapidez. Sus padres casi no veían televisión, pero eventualmente alguien les haría saber la noticia. Pero no podía, simplemente no podía.

 –No, no puedo, no puedo.
–Escucha –dijo él en voz baja– entiendo que no quieras angustiarlos, pero está fuera de tu control. Además si se los dices tú será mucho mejor, puedes empezar por decirles que Patricia está fuera de peligro.

Quizás la noticia se hiciera bastante pública, pero  aún tenía un par de horas, a lo sumo, lo necesario para calmarse y decidir como actuar.

–Oficial Manieri, no puedo dejar que ellos se enteren ahora, no hasta que sepa qué es exactamente lo que está ocurriendo.

El hombre pareció concordar con ella.

–Tienes razón, lo mejor será esperar, pero quiero que sepas que no estás sola.
–Gracias.
–Tal vez necesitas hablar con alguien, llamar a personas cercanas de Patricia o tuyos. Lo más importante es que tengas apoyo.

Apoyo. Sentía que la cabeza le daba vueltas, llamar a alguien le parecía simplemente inconcebible, pero por otro lado era cierto que necesitaría algún tipo de ayuda. Su mente entonces voló a Eliana.

–¿Donde puedo hacer una llamada?


2


Eliana era una mujer baja, con un poco de sobrepeso en su figura, acentuado por el vestido de mangas anchas que llevaba en ese momento; vestía siempre de varios colores, y llevaba el cabello atado en un medio moño con un lazo a juego. En su rostro de facciones redondeadas se dibujaba la inquietud al momento de entrar en la urgencia, pero no estaba sola; Matilde la vio caminar por el pasillo junto a Soraya, ambas  sus amigas desde la época del instituto, pero también estaban acompañadas de Antonio, parte del grupo del instituto pero a quien no veía hacía mucho tiempo. Eliana la estrechó entre sus brazos.

–No me digas nada, ya tengo toda la información, no tienes que decir nada.
–Eli...

Iba a decir algo, pero una vez más las lágrimas asomaron a sus ojos, y eso que había logrado calmarse un poco en los recientes minutos, ayudada en gran parte por el calmante que le habían suministrado. Soraya también la abrazó, quedando las tres fundidas en un abrazo colectivo, las otras dos sosteniendo a quien en ese momento estaba  pasando por un mal trance. La joven se secó las lágrimas.

–Gracias por venir, es muy importante para mi.
–Para eso estamos amiga.
–Y no digas tonterías –exclamó Soraya– debiste llamar antes, somos tus amigas, solo dinos que es lo que podemos hacer por ti.

Soraya tenía un carácter muy fuerte, era tan llamativa como se veía: era alta y fuerte, usaba un corte de cabello sumamente osado, irregular y resaltando el color oscuro, que probablemente solo le quedaba bien a ella. En ese momento usaba camisa y jeans, una tenida casual pero elegante, justo a su medida.

–¿Has tenido alguna noticia?
–En la última hora no.
–Déjame ir a preguntar a ver que noticias hay.

Sin decir más, Soraya se alejó hacia la recepción que estaba a la vuelta del pasillo en donde Matilde había pasado la ultima hora y media. Antonio se acercó y abrazó cuidadosamente a la joven.

–Lo lamento mucho por tu hermana y por ti.
–Gracias.
–Estoy aquí para ti, estoy contigo para lo que necesites.

Durante un instante no dijeron nada, pero la imagen del hombre subió muchos puntos con esa aparición; poco antes de salir del instituto, ella y Antonio tuvieron un altercado académico, porque se embrollaron en proyectos similares para presentar como calificación y, en parte por inmadurez y en parte por la presión, discutieron y se culparon mutuamente, situación que nunca hablaron pues después de la titulación él tomó algún trabajo y desapareció del mapa. Que ante una dificultad se presentara desinteresadamente significaba en realidad mucho.

–Muchas gracias por venir.
–No tienes nada que agradecer.

Soraya volvió a paso firme.

–Acabo de hablar con la enfermera y me dice que de un momento a otro tendremos un informe sobre Patricia.
–¿Como conseguiste averiguar eso?
–Le pregunté que tan fuertes estaban los turnos aquí y le hablé de lo duro que es el trabajo y como me preocupo por mi hermanita.
–¿Cual hermanita?
–Es una amiga que es enfermera, esos datos siempre sirven Eliana –afirmó simplemente– lo importante es que vas a tener algo de información.
–Estoy tan nerviosa –dijo con voz cansada– se suponía que solo íbamos a tomar desayuno, pero luego ocurrió todo tan rápido, no puedo creer que ahora esté en ese estado...

En ese momento apareció un doctor y se les acercó; Matilde había hablado con él algunos minutos antes para conocer alguna novedad.

–Señorita Andrade.
–Doctor, ¿Hay alguna novedad?

El hombre hizo un asentimiento leve a modo de saludo a todos.

–Su hermana se encuentra fuera de peligro vital, pero las quemaduras que sufrió son preocupantes.
–El doctor dijo que eran de mucho cuidado.
–Lo son –replicó con voz neutra, aunque frunciendo ligeramente el ceño– su hermana sufrió quemaduras producto de la explosión de un balón de gas de uso doméstico; no tengo mayores datos del sitio en donde ocurrió, pero ella tuvo suerte porque la onda expansiva previa al fuego la arrojó hacia atrás, lo que significa que al ser alcanzada por el fuego, éste tocó su cuerpo en un angulo más beneficioso si lo hay.
–¿Que significa?

El doctor explicó simplemente con las manos, dejando una con los dedos apuntando hacia el techo y la otra en diagonal.

–Si hubiera estado de pie, el fuego habría quemado las vías respiratorias, intoxicando en segundos el sistema, lo que la habría expuesto a quemaduras internas, daño pulmonar y a un shock séptico, en un caso más avanzado. Al caer de espalda, de ésta manera, las vías respiratorias quedaron a salvo del fuego, por lo que las quemaduras son principalmente externas, lo que no quiere decir que no sean de cuidado: providencialmente el ojo derecho no sufrió daños, pero la piel del lado derecho del rostro, el cuello, el hombro y parte del brazo fueron afectadas, son lo que se conoce como quemaduras tipo B, que son las más graves –el doctor hablaba a un ritmo continuo, pero sencillo de entender– éstas lesiones requieren un largo tratamiento, medicamentos, injertos de piel y sumo cuidado.

El hombre hizo una pausa, que Matilde aprovechó para intervenir.

–Quiero verla doctor.
–En éste momento está dormida por efecto de los sedantes, probablemente por la tarde será más propicio verla; ahora lo primordial es que usted se tranquilice, tiene que estar preparada para verla.

Preparada. Otra palabra que no tenía sentido.

–¿Que quiere decir con preparada?
–Escuche, siempre soy directo con mis pacientes y no voy a mentirle. La mujer que usted conoce, no será la misma que verá después; una herida, en éste caso una quemadura en una zona visible, más aún en el rostro, cambia a la persona, y como su hermana es bueno que lo sepa para que pueda ayudarla. El primer cambio es visual, la quemadura que sufrió en la cara puede, y será tratada, pero al ser del tipo que es, la piel nunca quedará igual, ella tendrá que aprender a convivir con esa parte de su persona modificada, arruinada para siempre. En muchos casos éste tipo de heridas provocan trastornos de comportamiento en la persona afectada, quien ve que todo su espectro personal, lo que es para el mundo, está destruido; tanto ella como su familia necesitarán apoyo sicológico, para ayudarla a enfrentar ésta nueva forma de vida. Lo sé porque trabajé años en un centro de ayuda a quemados, y créame cuando le digo que, si bien su hermana es afortunada por seguir con vida, es probable que por mucho tiempo se sienta desdichada de no haber seguido el mismo rumbo que el otro policía. Cuando su hermana sea trasladada a una habitación podrá verla, ahora tengo que atender otros pacientes.

Ninguno de los cuatro dijo nada mientras el doctor volvía a sus labores, pendientes de la desoladora expresión que surcaba el rostro de Matilde; su hermana, su graciosa y fuerte hermana, la policía, la protectora, la divertida, había pasado por una situación que había marcado con fuego el cuerpo, y probablemente, también el alma.


3


  Parecía que estaba en trance, pero aunque le habían dicho que estaba saliendo de la inconsciencia inducida por los medicamentos, Patricia no daba ninguna señal de percatarse de su presencia o la de nadie a su alrededor; a Matilde se le rompió el corazón cuando al fin pudo entrar en la habitación en donde estaba recostada su hermana.

–Patricia...soy yo, Matilde...

El doctor le había advertido de lo que iba a ver, aunque ciertamente nunca se está preparado para ese tipo de impresiones. La mujer tenía rasurada casi toda la parte derecha de la cabeza por causa de las quemaduras y el tratamiento, pero la verdad de aquellas heridas permanecía oculta bajo las vendas y parches, que abarcaban también el ojo, la mejilla y parte de la barbilla. Y la piel quemada se dejaba notar de todas maneras.

–Escucha, yo...

Trató de seguir, pero sintió un nudo en la garganta; se había esforzado por entender que llorando no la ayudaría, y que debía estar fuerte y serena. No era momento para llorar, en esa ocasión ella estaba obligada a ser quien protegiera.

–Sé que estás confundida y que tienes miedo y dolor, pero debes saber que estoy aquí, que todos los que te queremos estamos aquí. Te vamos a curar, vamos a ayudarte a que estés bien así que tú solo debes estar tranquila y confiar en nosotros, todos te vamos a apoyar.

El silencio de Patricia solo podía compararse con su quietud, inmóvil como si en el más profundo sueño siguiera sumida; pero tenía los ojos abiertos, estaba despierta o despertando y aún así no había reacción. ¿Que debía hacer?

–Te amo hermanita.

Durante muchos años se habían tratado cariñosamente de hermanita e incluso muchas veces en la actualidad lo hacían, pero nunca antes esa frase coloquial había tenido tanto sentido como en una situación como esa. Son embargo ella misma estaba llegando a su limite en ese momento, y su única opción era mantener la careta con la que entrara algunos minutos antes.

–Ha venido gente ¿sabes? –dijo tratando de sonar natural– tengo que atenderlos un poco, ahora que también voy a decirles que ya estás enterada de su compañía. Volveré en un rato.

Se puso de pie lentamente, sin querer parecer apresurada o demostrar que huía de algo o de ella misma, y le dedicó una larga mirada mientras el corazón le azotaba el pecho por la emoción; optó por no decir nada más ante el peligro de quebrarse, y salió cerrando muy lentamente la puerta.
Una vez fuera, aún creyendo solo momentos antes que lloraría, se quedó quieta sintiendo un agudo y punzante vacío en su interior, silencio frío igual que el que había en el interior de la habitación.
Los demás estaban en la cafetería, iría con ellos a sentarse un rato; mientras caminaba por el pasillo se metió las manos en los bolsillos del pantalón, y la izquierda chocó con el teléfono celular.

–¿Que...?

Se sorprendió de encontrarlo, básicamente porque estaba pensando en cualquier cosa menos en el celular desde el momento en que ambas habían salido del departamento. Estaba apagado seguramente producto del golpe cuando cayó en la calle, pero que lo estuviera no significaba nada en ese momento, en realidad nada significaba mucho para ella después de esa charla con el silencio.

–Oh por Dios...

Solo en ese momento la imagen de la tía Silvia apareció en su mente, y su estómago dio un vuelco. Mientras apuraba el paso hacia la cafetería, mantenía oprimido el botón de encendido del dispositivo; tía Silvia era hermana de su padre y no era del tipo de personas que pueden calificarse como malas, pero tenía la pesima costumbre de comunicar las malas noticias de golpe y tan pronto como llegaran a sus oídos, lo que significaba que mientras ella estaba negandose a llamar a sus padres para revelarles la noticia del horrendo accidente la tía podía haberlos llamado para contarles  ¿cuanto tiempo pasó desde que llegaron los equipos de socorro? No lo sabía, había perdido la noción del tiempo por completo desde que vio a su hermana enfrentando a un delincuente en la calle, y de pronto el tiempo transcurrido era vital.

–¿Que pasa?

El celular no encendía. Comenzó a andar casi al trote hacia la escalera que llevaba al segundo piso donde se encontraba la cafetería, mientras le quitaba torpemente la tapa al celular y removía la batería para poder encenderlo de una vez. Llegando al segundo piso estaba entrando en pánico.

–¿Que pasa Matilde?
–Mi celular no enciende –replicó forcejeando con el aparato– no enciende, tengo que revisar algo ahora.

Eliana le quitó el celular de sus manos temblorosas e hizo el procedimiento, pero el objeto no respondía.

–No sé que le pasa, pero no enciende ¿a quien tienes que llamar?

Había llamado a Eliana desde el teléfono de la urgencia, y si su celular estaba apagado no podía saber si tenía llamadas perdidas ¿y si su madre estuviera llamando desesperada mientras tanto?

–Necesito revisar la agenda de mi teléfono –replicó nerviosamente– tengo que encontrar a mi tía Silvia.

Soraya y Antonio se acercaron a ver que pasaba en la entrada de la cafetería, pero como de costumbre ella reaccionó primero y puso la tarjeta del celular en el suyo y lo encendió.

–Mira, ya está resuelto, puedes ver la agenda y todo.

Matilde recibió agradecida el celular e ingresó a la lista de llamadas perdidas en donde figuraban varias de sus amigas allí presentes y un par más, pero ninguna de la tía Silvia. ¿Que iba a hacer? No podía llamarla para preguntarle si había o no llamado a sus padres o conocido la noticia, si no era así la pondría sobre aviso.

–¿Han visto las noticias?
–Si –reaccionó Soraya a la velocidad del rayo– aquí está el  señal de noticias, pusieron un extra sobre el accidente aunque no dieron muchos detalles, en la edición del mediodía debería pasar algo.

Faltaban veinte minutos para el mediodía.

–Matilde –intervino Eliana con cuidado– ¿que ocurre, que pasó cuando viste a tu hermana?
–Necesito saber si la noticia del accidente es publica, es decir si ha salido en muchos medios.
–Yo puedo revisar eso si lo necesitas –intervino Antonio– si quieres lo veré en un minuto.
–Si, por favor, muchas gracias.

El hombre sacó de su bolsillo un moderno celular y comenzó a navegar en la red a través de él, mientras las mujeres se ocupaban de Matilde.

–Amiga, dinos que pasa.
–Es mi tía Silvia –explicó revolviendo el teléfono en las manos– ella es muy escandalosa, temo que les diga a mis padres lo que está pasando.
–¿Pero es que no los has llamado?
–Eli, son personas mayores, mi padre tuvo problemas al corazón, no puedes llamarlos de golpe para decirles algo así, además recién hace unos minutos sé con alguna claridad lo que pasa.
–Si, lo siento, tienes razón.
–Lo que me preocupa es que ella lo haya hecho.

Se quedó un momento en silencio, ordenando sus ideas; su tía trabajaba en un alto cargo administrativo en una compañia de servicios digitales, era por lo general una mujer ocupada en días de semana, al menos hasta el almuerzo, y esa era una hora perfecta para enterarse de chismes y ver las noticias ¿almorzaría a la una, quizás a las dos? Eso significaba que, descontando las personas del pueblo o los trabajadores de la hacienda, el principal peligro de que sus padres recibieran la noticia de manera inesperada estaba a una hora de distancia.
En ese momento el teléfono anunció con luces y estruendo una llamada, que la hizo dar un salto de susto. Pero solo fue el inicio, porque el numero que figuraba en pantalla, era el de la casa de sus padres.

–Es de mi casa...

Eliana le iba a quitar el celular al ver como palidecía, pero Matilde no la dejó.

–Tengo que contestar.
–Pero mira como estás, déjame hablar con ellos.

Tenía ganas de vomitar solo de pensar en el estado mental en que estarían ambos, sin contar siquiera si quien llamaba era su madre llorando por que a su padre le hubiera dado un ataque. Pero tenía que contestar. Durante un aterrador instante miró el celular como si éste pudiera hablarle por si solo, pero al final se obligó a contestar.

–Hola.

Tenía la garganta seca, pero para su sorpresa, quien habló del otro lado de la conexión fue su padre.

–Matilde.
–Papá...
–¿Quieres explicarme que es lo que pasa con Patricia, que sucede?



Próximo episodio: Cristales en mil pedazos

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