La última herida capítulo 29: La verdad junto a ti




Cristian Mayorga no le había contado a nadie en el cuerpo de policía que había sido fármaco dependiente en la época de la secundaria. Ni siquiera sus padres los sabían. Todo empezó cuando un amigo le dio pastillas que estúpidamente probó repetidamente hasta necesitarlas desesperadamente; cuando perdió el conocimiento y despertó en un lugar que no conocía, vomitado y sin poder ponerse en pie, se asustó tanto que juró jamás haría algo como eso. Dio resultado, pero jamás había olvidado como encontrar unos almacenes de fármacos en las cercanías de lo que fuera un derruido estadio deportivo y que en el presente era un centro de alto rendimiento; como policía sabía que debería dar aviso, pero el miedo de ser delatado de alguna manera, o que alguno de los que conoció en ese corto tiempo pudiera hablar, siempre lo detuvo. Un pecado diario que trataba de pagar con esfuerzo y trabajo. Detuvo el auto a un par de calles de distancia y esposó a Antonio por ambas manos y además del tobillo sano, sin tomar en cuenta las protestas del hombre.

–No me ha dicho dónde vamos.
–Si su hermana está en manos de gente que quiere algo de ella –explicó mientras caminaban rápidamente– no pueden dejarla morir, por lo que necesitarán fármacos para mantenerla estable. Cerca de aquí puedo conseguir información, por favor no diga nada.

Siguieron caminando en silencio. Matilde estaba sorprendida de la capacidad del policía para deducir y tener siempre algo que hacer ante lo que iba sucediendo, aunque estaba claro que las cosas estaban fuera de la ley. No le había dicho directamente que Antonio había salido ilegalmente de la urgencia, pero no necesitaba hacerlo para saberlo, y el riesgo que estaba corriendo, yendo por ahí de civil con un prófugo y corriendo tanto peligro junto a ella hablaba demasiado bien de su persona como para cuestionar cualquier cosa; además en esos momentos era la única persona en quien podía confiar para encontrar a su hermana, y a pesar de todo, la esperanza no moría en su corazón, estaba segura de conseguir algo bueno de todo eso.
Unos minutos después llegaron a una casa, y el policía le hizo algunas preguntas al hombre de edad avanzada que salió, aunque hablaban en código porque no entendió a qué se referían. Un momento después la puerta se cerró.

–No hay noticias aquí. Pero aún podemos ir a otro sitio.
– ¿Dónde?
–A un depósito de medicamentos con los que trabajamos. Tendremos que llegar también a pie, pero será más distancia porque no quiero arriesgarme a que alguien vea a este hombre en las cercanías. Esperemos que todo salga bien.

Matilde notó que algo no estaba bien con el policía, no se estaba expresando como de costumbre.

– ¿Se siente bien?
–Sí, estoy bien.
–No lo parece.

EL oficial sonrió.

–No se supone que usted se preocupe por mí sino al contrario.
–Ha hecho por mí y por mi hermana mucho más de lo que debería –replicó ella sin hacer referencia a lo de Antonio, de lo que ninguno de los dos había hablado– lo menos que puedo hacer es preocuparme por usted, y no se ve bien.

El hombre observó por un momento a Matilde más allá de lo que estaban viviendo, algo que no había hecho en su momento con su hermana. Estaba hecha de acero aunque ella misma no se diera cuenta, pero a la vez era una mujer compasiva y dedicada a quienes creía que necesitaban su apoyo. Pasara lo que pasara, era afortunado por haberla conocido.

–Todos tenemos algunos fantasmas –respondió evasivamente– no es importante, pero se lo agradezco mucho.
–Nada que agradecer.

La imitación de la frase de él lo hizo sonreír un momento. Volvieron a subir al auto.


2


No se estaba sintiendo bien.
No sabía muy bien lo que le ocurría, pero claramente no estaba bien y eso ponía en riesgo sus planes y el anonimato en el que pretendía mantenerse hasta tener una idea clara de lo que estaba ocurriendo.

–Cálmate Patricia.

Por momentos no sabía dónde estaba, y ese maldito sonido dentro de su cabeza no cesaba; tenía las manos y el cuerpo frío, pero no era como el frío habitual, y tampoco se parecía a una baja de presión, era otra cosa que no había experimentado antes.

– ¿Qué otra cosa entonces?

Se dio cuenta de estar hablando en voz alta y miró en todas direcciones; la calle por la que iba estaba casi vacía, de modo que no tuvo que preocuparse ¿sería algún tipo de fiebre, algo relacionado con lo que le habían hecho?
No podía andar hablando por la vía pública, y definitivamente tenía que hacer algo al respecto. Poco antes había intentado comer, pero tenía el estómago cerrado y sintió náuseas al primer bocado, de modo que lo dejó y se ocupó de hidratarse, eso le caía mal también pero al menos podía soportarlo e ingerir líquidos era lo más importante en ese momento para seguir funcionando. Mientras caminaba se cruzó de brazos, casi rodeando el torso con ellos, intentando dar calor a su cuerpo, pero tenía una especie de insensibilidad en la piel, las manos parecían estar adormecidas. Además le costaba caminar con rapidez. Claro, como si la estuvieran esperando.

– ¿Dónde...?

Se guardó la pregunta cuando notó que estaba hablando en voz alta nuevamente; no lo necesitaba, era de hecho bastante importante guardar silencio y aparentar ser una persona normal caminando por la calle.

–Yo...

¿Cuál era su destino?
Por un momento que le pareció muy largo estuvo detenida cerca de una esquina, sin saber lo que iba a hacer o el destino de sus pasos; después lo recordó, pero las cosas se hacían cuesta arriba, parecía que estuviera quedándose dormida poco a poco a pesar de no tener sueño. Tal vez algún efecto de medicamentos, o resultado del ataque que había sufrido, pero estaba entendiendo que necesitaba mantenerse despierta y atenta. Tendría que hacer una parada en un sitio en donde podría conseguir algo para sentirse mejor.


3


El siguiente viaje había sido una discusión constante con Antonio; éste comenzó a demostrarse preocupado por la demora y a suponer que todo era una trampa para sacarle información. Por suerte la discusión cuando Mayorga le dijo que ya que había infringido la ley para sacarlo de la urgencia, muy bien podía arrojarlo a un canal para que se ahogara. Después de eso siguieron el viaje en silencio, hacia el nuevo destino, por lo que el oficial no se molestó en quitarle as esposas.

–No vaya a ninguna parte y trate de no llamar la atención.

Antonio le dedicó una mirada resentida.

–Es difícil moverme.
–No vamos a tardar tanto así que no se queje.

Antonio dijo algo más pero el policía ya había cerrado la puerta. Comenzaron a caminar alejándose del lugar donde estaba estacionado el auto.

– ¿Qué va a pasar con Antonio?
–Voy a ayudarlo a salir del país.
– ¿Qué? Pero eso no puede ser, es un criminal, no puede ayudarlo a...
–Matilde –la interrumpió él– sé que no es la decisión correcta para él, pero es lo único que nos permitió tener esa información, jamás se la habría dicho a la policía de manera oficial porque eso aumentaría el peligro, y dado como han sucedido las cosas le creo.

Matilde suponía algo como eso, pero de ninguna manera algo tan extremo. Sin embargo y pensando fríamente, no tenía argumento válido para criticar o estar en contra de esa decisión, y por otro lado lo mejor sería mantener a Antonio lo más lejos posible de ellas.

–Lo lamento, no quise sonar dura con usted.
–Tiene razón en serlo –concedió el hombre– pero de momento es lo único que podemos hacer que nos mantiene en un umbral de seguridad aceptable, o al menos mientras no nos encuentre alguien.

Se alejaron varias cuadras hacia el almacén del que había hablado Mayorga anteriormente. El lugar no era más que una bodega en una casa que aparentaba ser común y corriente, salvo que estaba habitada por personal contratado por la policía; eso significaba algún tipo de seguridad, aunque por precaución Cristian prefirió pedirle a Matilde que se quedara un poco retirada. Como la vez anterior volvió sin éxito.

–Lo siento, aquí tampoco hay información que nos sea útil.

Ninguno de los dos habló mientras caminaban de regreso al auto; en ese momento no era necesario decir que si el presentimiento del policía estaba errado, tenían las mismas posibilidades que antes, es decir ninguna. A medio camino Matilde se detuvo, lo que hizo que él la enfrentara.

– ¿Qué vamos a hacer?
–No lo sé Matilde, pero voy a pensar en algo, le prometo que voy a pensar en algo, no puede quedar así.

Sin pensarlo se había acercado más, y estaba justo frente a ella, las manos sobre sus hombros, intentando de alguna manera transmitirle calma, aunque él mismo no estaba seguro de nada. Durante un momento ambos permanecieron en silencio ¿Qué estaba haciendo? No podía tener ese tipo de actitud, era irregular y además era absurdo, solo producto del nerviosismo y de las cosas que habían dicho; debía mantener la mente clara y alejada de cualquier tipo de confusión.

–Yo...

La voz se le quebró. No debía hacer eso, lo que era correcto era mantener una distancia prudente y ser sensato. Pero parecía que no podía dejar de mirarla. Cuando se percató, el cañón del arma estaba apuntando a su rostro.

–Suelta a mi hermana.

Matilde dio un salto al percatarse de la presencia de otra persona junto a ellos, pero su sorpresa fue mayor al mirar a la mujer frente a ella. Estaba vestida de un modo muy extraño, pero la reconoció.

– ¡Patricia!

Dio un grito de alegría, y sin pensar en nada se arrojó a abrazarla; el policía no alcanzó a reaccionar a mantenerlas a distancia o prevenir del arma apuntando y se quedó un milisegundo congelado, aunque por suerte las dos mujeres se abrazaron sin que el arma se disparara. La joven rompió en llanto al poder abrazar a su hermana.

–Patricia, estás viva, no sabes cuánto te he buscado hermana...

Patricia devolvió quedamente el abrazo, sin quitar la vista del hombre; no estaba segura de haberlo visto antes ¿Por qué no se alegraba de ver a su hermana?

–Matilde...

Matilde se separó un poco para poder mirarla a los ojos; en ese momento no importaba nada más, solo tenía espacio en su ser para la alegría de ver nuevamente a su hermana después de tanto sufrimiento. Secó las lágrimas de sus ojos para no dejar de verla.

–Estás viva, tuve tanto miedo.
–Estoy bien.

De inmediato Matilde notó que no estaba bien. Estaba muy pálida y tenía la mirada perdida.

–Patricia dime cómo te sientes.
–Estoy bien. Dime quien es ese hombre.

El policía mantuvo la distancia y eligió una postura corporal relajada para no parecer amenazante, aunque internamente le estaba pareciendo a cada segundo más peligroso que ella tuviera un arma.

–Cristian Mayorga.

Patricia se separó de Matilde y caminó hacia él con pasos lentos y torpes; el policía no quitaba la vista del arma ahora en el brazo al costado del cuerpo y el seguro descorrido, sabiendo que si ella decidía disparar probablemente no tendría tiempo de sacar el arma que había puesto en el cinturón a la espalda.

–Mayorga.
–Usted me conoce –respondió sinceramente– he estado tratando de ayudar a su hermana a encontrarla.

Matilde se quedó inmóvil al ver la mirada de Mayorga. Había comprendido que no debían sobresaltarla, y en ese momento era el hombre quien podía hacer que su hermana reaccionara; estaba rebosante de felicidad al verla nuevamente, viva y consiente, pero pasado el segundo de alegría, las preguntas comenzaban a aparecer en su mente con espantosa rapidez, y también los miedos. Se veía distinta y a primera vista no estaba bien, quizás afectada por los malestares de los que habían hablado antes, pero sostenía en arma en la diestra con asombrosa firmeza.

–Mayorga.
–Soy yo, no quiero hacerle ningún daño Patricia.
–Te conozco.

Estaban a dos pasos de distancia. El policía vio la mirada de ella,  muy fija en él pero a la vez haciendo veloces movimientos al resto el cuerpo, y supo que estaba preparada para todo a pesar de su estado.

–Solo quiero ayudarla Patricia.
–Eres policía.
–Lo soy –repuso lentamente– estamos aquí por usted, queremos ayudarla, por favor ponga el seguro en el arma.

Le estaba costando pensar. Pero Matilde estaba bien, y eso tenía que ser lo importante ¿Por qué estaba ahí? Continuaba mirando al policía, esperando algo, sin tener claro lo que estaba sucediendo, pero sabía que lo conocía, era Mayorga, el arrogante novato que había perdido el arma. El de los chocolates.

–Eres tú.

Mayorga asintió. Necesitaba que le pusiera el seguro al arma, y que todos dejaran de estar a campo traviesa en medio de la calle, porque si bien era bueno que la hubieran encontrado, su aparición por propio pie suponía una serie de preguntas adicionales, y hacía que el peligro confluyera en un solo punto.

–Por favor ponga el seguro, todo está bien.

Patricia estaba inmóvil ante el hombre y dándole la espalda a su hermana, que no se atrevía a moverse para no provocar algún contratiempo.

–Patricia, por favor ponga el seguro.

No estaba resultando. La mujer estaba en una situación claramente compleja, al parecer estaba en shock, lo que por cierto no era extraño considerando los acontecimientos que había vivido, pero eso solo aumentaba el riesgo en esos momentos; no era un delincuente, era una víctima, lo que indicaba que el miedo podía hacerla mucho más peligrosa que a una persona en estado normal con un arma, y a eso agregaba el peligro de ser policía y por lo tanto tener conocimiento de los movimientos del cuerpo humano en situaciones de tensión. Si él hacía cualquier movimiento inesperado, la reacción era inesperada, y si no lo hacía, probablemente también.
La mujer armada levantó el brazo armado hacia el policía.

– ¡Patricia no!



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La última herida capítulo 28: Historial médico




Mientras los policías de la unidad a la que pertenecía Cristian Mayorga continuaban con las operaciones encomendadas anteriormente por él, y se hacían cargo de investigar la pista recientemente filtrada, también tuvieron que agregar la búsqueda de Antonio luego de su fuga del centro de urgencias donde había estado confinado. Cristian sabía que había dado un paso sin vuelta atrás al ayudar a la fuga a un delincuente, pero al mismo tiempo se sentía tranquilo con su conciencia al tener la seguridad de tomar la decisión correcta. Para enfrentarse a la corrupción al interior del cuerpo de policía, de momento encarnado en el comandante Céspedes, necesitaba armas que la ley no iba a darle; acordó con Matilde no mencionar nada al respecto, y que ella y Antonio no mantendrían contacto de ningún tipo durante el trabajo que iban a hacer. Entraron en un centro de internet, donde Antonio buscó con habilidad científica la información que necesitaba.

–Esta lista –le dijo poniendo en sus manos un pendrive– es de las personas conocidas que han estado en la clínica, es bastante improbable que alguien de ellos sepa algo acerca de lo que estamos hablando, pero a usted le puede servir como arma para hacer alguna amenaza si llega el caso.
–Entiendo.
–Ahora, como le dije antes, no sé quiénes están en la cabeza de la clínica, pero puedo decirle que quien me dio las órdenes es algo así como un agente de seguridad de ellos, que es escocés y que vive en éste país bajo un nombre falso, Elías Jordán. Sobre la clínica no hay mucho que decir, pero si va a buscarlos, vea qué clase de permisos de funcionamiento hay recientes. Desde luego que es manipulado, pero algo de eso va a llamar su atención cuando lo vea físicamente.

Cristian asintió.

– ¿Tengo alguna forma de saber quién está del lado de la clínica?

Antonio sonrió.

–Eso es lo mismo que saber quién podría enfermar mañana. No se sabe, pero son muchísimos más de los que cree, se lo aseguro. Hay muchos a los que solo se les pide que observen, como a los policías o médicos, otros tenemos un poco más de mala suerte si sabe de lo que hablo. Pero claro, puede eliminar a cualquier persona que tenga un historial médico digamos, extraño, enfermedades o heridas sanadas sin huellas, accidentes seguidos de largos periodos de reposo aislado o viajes inexplicables, ya que muy probablemente son parte de los pacientes sino de los secuaces.
– ¿Pero eso significa que cada persona tratada es vigilada?
–Directamente no, pero ya sabe, el tratamiento es largo y mientras se realiza se averigua donde trabaja o estudia y los familiares que tiene, y a través de eso se busca a la persona más cercana que pueda estar al pendiente.
–Entonces ese hombre llamado Vicente fue enviado por la gente de la clínica.
–No lo sé –negó con la cabeza– es posible que por ser policía hayan decidido agregar alguna vigilancia adicional, pero con tan pocos datos no puedo decir de quien se trata.

Mayorga se guardó el pendrive en el bolsillo.

– ¿Que más hay en el dispositivo?
–La base de datos de personas tratadas que tengo, los registros de permisos ingresados por instalaciones de gran tamaño, los lugares en donde sé que estuvo la clínica, y los datos de que dispongo de las personas que sé que trabajan para la clínica, que son básicamente Elías Jordán, un par de trabajadores de centros médicos que consiguen medicamentos e informes si son necesarios y algunas otras personas.
–Usted estaba rastreando el teléfono de la doctora Miranda.
–El de Eliana, no sabía quién era la doctora.
– ¿Se usa ese sistema en el servicio de seguridad de la clínica?
–Sí, pero solo funciona en áreas pequeñas y conociendo el número en cuestión y estableciendo una comunicación primero.
– ¿Usted tiene una copia de ese programa?

El otro negó nuevamente.

–Quise copiarlo, pero la codificación era extremadamente difícil y no pude hacerlo, además nunca pensé que fuera necesario hasta que era demasiado tarde. Estaba en mi ordenador portátil, por lo tanto ahora que no está no tenemos nada.
–Pero si no se establece comunicación con el número, no pueden seguirlo.
–Pueden –replicó Antonio– pero el rastreo es lento y no tan preciso. Los teléfonos que tienen están ingresados en la base de datos del programa, por eso establecen una especie de línea invisible para poder seguir.
–Entonces no contestar llamadas ayuda.
–Solo si sabe de quien no contestarlas oficial. Pero si no sabe quién es y quien no, es lo mismo que tener las manos atadas nuevamente.

El panorama era a la vez más claro y aterrador; realmente cualquier persona de las que trataba a diario podía ser parte de esa agrupación, pero viéndolo desde otro punto de vista ¿No habría hecho lo mismo él de ser necesario? ¿No lo había hecho Matilde sin ninguna mala intención? La gente que manejaba la clínica aprovechaba el dolor de las personas para mantener su negocio, y funcionaba increíblemente bien. Antonio pareció leerle la mente.

–Usted cree que yo soy un criminal sin perdón por lo que hice y está haciendo esto solo porque está desesperado.
–No he dicho que usted no tenga perdón.
–Pero lo piensa.
–No me corresponde a mi decidir eso –replicó el oficial– por lo demás no tengo la autoridad moral para hacerlo; pero sí puedo decir que me enseñaron que toda persona puede redimirse de sus malos actos.

El otro mantuvo la sonrisa, pero estaba hablando seriamente.

–Está hablando como un policía. O como un párroco. Escuche, las cosas en éste mundo no son blanco o negro, no son policías contra ladrones, hay demasiados puntos intermedios.
– ¿Y su punto es?
–Que soy un criminal imperdonable solo desde un punto de vista opuesto a la situación que viví; nunca le hice daño a nadie en mi vida hasta que tuve que decidir entre la vida y la muerte.
–Y decidió la muerte de otros.
– ¿Porque no quiero que me maten? ¿porque no quería quedar deformado para siempre? tenga cuidado con lo que dice porque esos mismos argumentos son los que salvan vidas todos los días en circunstancias "legales" y lo sabe. Un doctor que elige operar a un paciente de alto riesgo está optando entre la vida y la muerte, y si falla habrá matado a una persona y jamás sabremos si tal vez habría vivido de no ser intervenido. Ustedes asesinan criminales para proteger personas, y siguen siendo asesinatos aunque después se descubra que dispararon contra la persona equivocada.

Cristian apretó los puños. De una u otra manera él había llegado hasta el punto que lo conflictuaba tanto en esos momentos.

–Lo que plantea es que todos podemos traspasar los límites, pero es distinto hacer algo por una circunstancia que tomar la decisión conscientemente. Usted decidió atentar contra la vida de Matilde.
–Porque  no hacerlo era morir, no me diga que lo correcto era morir en su lugar porque eso corresponde solo a los que se las dan de héroes; la naturaleza del ser humano es tratar de sobrevivir a toda costa, por eso es que un sitio como la Clínica puede subsistir, porque siempre habrá gente que quiere mantenerse vigente, del modo que sea. Cuando me enviaron a averiguar quién había hecho llegar la invitación a Matilde no tenía motivos para matarla, pero al saber que las cosas tomaron otro rumbo, no me dieron opción, solo conseguí mantenerme vivo por coincidencias de la vida, entre las que se encuentra usted por supuesto. De lo contrario estaría muerto, y esa posibilidad aún es muy alta, usted no puede derrotar a la gente de la clínica, nadie puede hacerlo.

El oficial se guardó sus comentarios.

–No veo la vida de esa forma, es demasiado derrotista, yo siempre creo que las personas pueden hacer cosas buenas, o cambiar el destino cuando es adverso.
–Matilde lo intentó y los resultados no son los mejores.
–Cometió un error, pero no lo hizo para dañar a nadie. Y recuerde que nada de eso pasaría si no existiera ese tratamiento que realiza la clínica, que por mucho que parezca el descubrimiento del siglo, oculta algo mortífero en su interior y por eso mismo es que hay tantos interesados hasta en matar por ello.
–Los descubrimientos científicos son cuestionables siempre, lo que pretende la clínica se consigue, solo mire los resultados de las personas que incluí en esa lista; lo diferente es el medio para llegar a ello, y la forma de mantener el secreto.

El policía decidió dejar la discusión con Antonio viendo que no había forma de llegar a un punto de entendimiento; lo que podía ver con claridad era que los criminales como los que dirigían la clínica tenían éxito porque existía gente desesperada como Matilde, y personas sin escrúpulos como Antonio dispuestos a mantenerlos a salvo.


2


Tomando el riesgo de ser descubierta o vista por alguien, Patricia encontró a uno de los soplones con los que trabajaba habitualmente; tuvo que entregarle algo de dinero y usar algunas amenazas para que se convenciera de su identidad a pesar de verla con el rostro tapado por un pañuelo, ya que era la única forma que tenía de ponerse al día. Poco después la información que estaba recibiendo era estremecedora.

–Tu hermana está bien, aunque parece que por poco, trataron de matarla.
– ¿Qué sabes al respecto?

El hombre con el que hablaba era un sin techo que escuchaba y veía según la conveniencia.

–Un hombre le disparó a un vehículo donde iba ella y otras personas, no sé claramente sin son dos o tres más. Mayorga de la Oriente cinco se hizo cargo, pero algo le pasó después.

Mayorga. Patricia lo recordaba bien, aunque había pasado tiempo.

– ¿Por qué?
–Porque la gente de su unidad fue a investigar el tema del tiroteo, según escuché al tipo lo detuvieron pero se fugó, y Mayorga está inubicable, Mendoza está a cargo y todos están como locos, pero no solo ahí.
– ¿Dónde más?
–Céspedes está haciendo muchas preguntas y tiene mucha gente en las calles, pero están buscando a más gente aparte de ellos dos. Primero, te están buscando a ti preciosa.

A ella. No podía demostrar fragilidad en esos momentos.

–Sé que me están buscando, no te estoy peguntando por mí.
–Está bien, no te alteres –replicó el hombre– solo digo que dos policías desaparecidos el mismo día es un poco extraño ¿No?
–Ve al grano.
–Como quieras. Pues eso, tu hermana, Mayorga, el tipo que la atacó a ella y hasta hace un rato a un doctor, pero apareció muerto.

Entonces el operativo policial en el edificio donde trabajaba debe haber sido para buscar pruebas, pero no parecía una escena de crimen.

– ¿Y a ese por qué lo buscaban?

El hombre la miró con las cejas alzadas mientras se cruzaba de brazos.

–Nadie habla de eso, lo que significa que es tema interno de la policía, qué sé yo, te mató a ti o a alguno de los tuyos, eso es lo único que explica que se muevan tanto y estén tan angustiados.
– ¿Cómo lo mataron?
–Apareció muerto a tiros en una zona pobre hacia allá –indicó al sur poniente– es todo lo que sé.

No era en la dirección donde había despertado ella, y definitivamente no era ella la responsable de los disparos.

– ¿Algún otro operativo, tiroteo, asalto importante?
–Nada que yo sepa preciosa, pero tú desde dentro podrías averiguar mucho más, supongo.

La policía estaba buscando a ambas, al hombre que las había atacado y a Mayorga. Nada de eso tenía sentido ¿En qué momento de su inconciencia había pasado a estar desaparecida?

–No hables de mí, espero que lo tengas claro.
–No lo haré –dijo él sonriendo– no tengo intención de tener problemas contigo, así que simplemente no he visto tu rostro, lo que claro, es verdad.
–Volveré por más información, así que ten los ojos abiertos.
–Considéralo un hecho.

Se alejó con muchas preguntas en la mente. Desde el momento de despertar que tenía muchas cosas en la cabeza, como cuando tenía un sueño y no podía recordarlo, pero la sensación seguía allí. Era algo completamente indefinible, no podía decir de qué se trataba, pero hablaba mucho de eso haber despertado alerta aunque no supiera lo que ocurría. Matilde estaba desaparecida, pero eso no quería decir nada en especial, ya que a la vez estaba inubicable el responsable del ataque y un oficial a cargo. Mayorga era un excelente oficial con un alto sentido del deber, si se había hecho cargo del caso del ataque a Matilde las cosas deberían haber salido bien, pero estaba claro que no era así ¿Y qué hacía Céspedes enviando gente a hacer nada? Él estaba en labores administrativas, de modo que efectivamente era muy raro que estuviera tan presente. Había algo que estaba amenazando al cuerpo de policía o a un policía en particular, eso tenía sentido con lo demás, y podría pensar que era por su propia desaparición en el caso de su unidad, pero no explicaba lo otro, tenía en las manos muchas cosas que no encajaban y ninguna herramienta excepto darse a conocer. Pero su sub consiente seguía diciéndole que no era lo correcto, y a decir verdad la muerte del médico que estaba en ese galpón en otro sitio le daba la razón, todo eso sin contar con la misteriosa desaparición de los otros hombres.


3


Desplazarse junto a Antonio con la pierna entablillada era bastante difícil, pero se acomodó con relativa comodidad en la parte trasera del auto; el policía y Matilde habían acordado que ella no hablaría delante de él, haciendo vista ciega de su presencia. La joven seguía sintiéndose insegura con su antiguo amigo cerca, pero sabía que no tenían otra opción, y con el día comenzando su última etapa las cosas se ponían cuesta arriba.

–Según usted –le dijo a Antonio mientras conducía– la muerte del doctor parece algo hecho por la clínica pero que él se llevara a Patricia no ¿Por qué?
–Por lo mismo que le dije antes, a ellos lo que principalmente les interesa es mantener un secreto, y van a aumentar la cantidad de muertos solo en caso de ser necesario ¿por qué no me dice qué es lo que pasa dentro de la policía que está tan nervioso?
–Porque eso no le incumbe. Continúe.
–Está bien. Le estaba diciendo que ellos quieren mantener el anonimato, y eso se consigue con menos muertes, no más. Si el doctor hubiera estado trabajando con la gente de la clínica, él habría terminado con Patricia, era una oportunidad absolutamente perfecta, y seguro que con un motivo médico.

Matilde recordó las palabras del policía más temprano, cuando le dijo que no tenía sentido que se llevaran a Patricia si querían matarla. El problema entonces se trasladaba a los motivos del doctor, pero al estar muerto no había nada que hacer.

–Es decir según usted si Patricia estuviera muerta ya se sabría.
–Claro, con eso se terminan los problemas de ellos.

Matilde tenía ganas de echarle nuevamente las manos al cuello, pero el policía puso una mano sobre la suya en el regazo, a tiempo para calmarla. Se mantuvo en silencio.

– ¿No le parece muy extraño que la gente de la clínica se deshaga del doctor pero no de Patricia?
–Lo único que se me ocurre es que ella no estaba con él en ese momento y lo callaron.

Ya había pensado en eso y no era un buen panorama porque volvía a poner a la hermana de Matilde en un punto invisible en el mapa ¿Y si terminaba en manos de gente de la clínica?

–Espere un momento, usted dijo que interrumpir el tratamiento de la clínica podía ser mortal ¿Qué síntomas puede experimentar el paciente?
–No soy doctor como para decirlo con claridad, pero lo primero que debería pasar es desorientación o dificultad de concentración porque el sistema nervioso estaría siendo afectado. Hasta donde pude documentarme, otros síntomas pueden ser hiperactividad e insomnio.

Una persona así sería difícil de controlar sin medicamentos. Cristian supo de inmediato que las probabilidades se reducían a dos, una en caso de ser delincuentes los que tuvieran a Patricia, y una en caso de ser ella quien hubiera escapado por alguna razón. Viró en la siguiente esquina.



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La última herida capítulo 27: La segunda mujer



Estaba comenzando la tarde cuando Cristian y Matilde llegaron a una zona al sur habitado de la ciudad en el auto de la doctora Miranda. De camino habían conseguido ropa de cambio para ella y de civil para él, porque según las palabras del policía, los ayudaba un poco a no ser reconocidos con tanta facilidad ya que en la unidad la habían visto con su atuendo y él desde luego que con uniforme llamaba demasiado la atención. En ese momento ambos llevaban ropa deportiva de colores pastel, la joven se hizo un recogido en el cabello y lo ató con una liga, y él se cubrió la cabeza con un jockey y los ojos con lentes ahumados.

–Por suerte éste auto no es llamativo.

La idea del policía era montar guardia en las cercanías del lugar donde se encontraban los galpones Ictur, que por lo que explicó eran las bodegas abandonadas de una desaparecida empresa y por lo tanto muy buen lugar para todo tipo de delitos. Matilde jamás había estado cerca de ese sitio.

– ¿Usted cree que de resultado?
–El sector tiene varias formas de llegar, pero aquí confluyen las vías más importantes; de todos modos no sé qué es lo que estoy buscando, así que solo queda mirar. De todos modos dejé una pista en la unidad, y mi auto está escondido. Dijo que tenía su celular en modo avión.
–Sí, no me atrevo a conectarlo de nuevo porque creo que Antonio nos encontró a través de los teléfonos.

El policía asintió.

–Es posible, no muy sencillo pero posible, sobre todo para alguien con conocimientos como él; de momento también dejé mi celular fuera de red. Espere un momento.

Usó su radio para llamar a alguna parte, dijo un par de cosas, y se quedó escuchando bastante rato. Después dio las gracias y cortó.

–Estamos en el lugar incorrecto.
– ¿A qué se refiere?
–Acabo de comunicarme a una de las unidades que informan de eventos donde sea necesaria ayuda, y me dicen que se dio un aviso hace casi una hora por un tiroteo, pero fue cancelado.
– ¿Y eso qué significa?
–Que alguien esconde algo porque fue cancelado por los oficiales que llegaron al lugar –dijo poniendo el motor en marcha– y fue en las cercanías de un sector industrial a no mucha distancia de aquí.

Dirigió el auto hacia otra vía.

– ¿Y por qué es tan extraño?
–Porque los sectores industriales no son área de tiroteos y ese tipo de situaciones, por lo general son muchas calles largas y rectas, con murallas o cercos altos, prácticamente no hay casas ni sitios que robar o donde esconderse. Y fue cancelado muy pocos minutos después, es muy extraño.

A Matilde no le parecía más extraño que todo lo demás, pero decidió seguir confiando en el hombre que estaba ayudándola en esos momentos. Minutos después llegaron a destino, una calle que como el resto de las anteriores solo tenía murallas con algunas puertas tras las cuales se veían extraños edificios y maquinarias y nada de gente en las veredas.

–Por desgracia no puedo conseguir la dirección sin decir mi rango y eso los pondría sobre alerta, pero el oficial con el que hablé me dijo que se había dado aviso en la calle del reloj, que es esta.

Avanzó a baja velocidad por una calle interminable donde cada edificio, por distinto que fuera a los habitacionales, lucía muy parecido a los otros. Poco después se detuvo junto a una entrada de vehículos.

–Aquí.
– ¿Cómo lo sabe?
–Porque el aviso incluía vehículos. Por lo que se ve, es parte trasera de la industria de la torre alta. Ponga atención por favor.
–Pero...

El hombre no esperó y bajó decididamente del auto, se acercó a la puerta y abrió. Desapareció de vista, y justo cuando Matilde estaba comenzando a asustarse por alguna nueva sorpresa, reapareció con la boca cubierta con una mano, cerró y volvió al vehículo.

– ¿Qué ocurre?

Estaba pálido y tosía intermitentemente; un momento después tuvo aire suficiente para huir.

– ¿Qué ocurrió?
–Estoy seguro de haber encontrado el lugar, y hubo heridos; arrojaron un producto químico para hacer desaparecer la sangre del piso, se ve muy poco porque  ha tenido tiempo de hacer efecto, pero no habrá pruebas médicas que puedan identificar eso.

Sonaba como a todo lo relacionado con la clínica.

– ¿Y qué puede haber pasado?
–Imposible saberlo, pero tal vez tuvieron algún problema o algo inesperado, tal vez algún delincuente, no lo sé, solo puedo rogar que les haya salido algo mal.

También podía significar que Patricia había empeorado. En ese momento se le ocurrió una idea y conectó su celular a la red móvil. Instantáneamente anunció mensajes y llamadas perdidas, pero antes de poder revisarlas vio una llamada entrante.

– ¿Hola?
–Hasta que te encuentro –dijo Lorena rápidamente– Céspedes está buscándote hace horas, y no es el único.
–Choqué el auto.
– ¿Qué?
–Se me cortaron los frenos y me di contra un poste, estoy en la urgencia del San Agustín, por eso no tenía el teléfono operativo. Pero estoy bien, solo un par de golpes en la cara. ¿Qué necesita Céspedes tan urgente?
–Suerte que no fue grave –replicó ella– dice que le llegó información de tu caso, algo sobre el doctor y que probablemente lo iban a encontrar, avisó a tu unidad y como no estabas fue Mendoza.
– ¿Sitio?
–Te envié un mensaje con los datos. Además llamó el mismo Mendoza queriendo saber de ti, aunque no me dijo por qué.
–Gracias, salgo ahora mismo a ver de qué se trata. Por favor dile a Céspedes que salgo en seguida de la urgencia y retomo lo que estábamos hablando.
–De acuerdo.

Cortó.

–Algo está mal –le dijo mientras revisaba los mensajes en el celular– cielos, el mensaje de Céspedes dice que encontraron una nota de despedida del doctor en la urgencia donde tenía a Patricia, pero mi gente no encontró nada extraño en su departamento.
–Van a matarlo, o ya lo hicieron –dijo Matilde automáticamente– seguramente lo encontraron de alguna manera, o siempre estuvieron conectados, y ahora ya no les sirve.
–No es eso, no puede ser. Mendoza me dice que le llegó un soplo de movimientos extraños y un vehículo como el que usted me describió en otra parte, y es posterior a lo otro. Quieren llevarme a otra parte. Tengo otro mensaje diciendo que hay una pista. No hay nada de los galpones, creo que algo cambió mientras estábamos de camino, algo que hizo que Céspedes se pusiera nervioso porque él jamás contacta a nadie por temas rutinarios si no está a cargo de un caso, los casos de su unidad los lleva otro.

Miró a la joven y vio el temor en sus ojos: temía por su hermana, pero él estaba pensando en otra cosa.

–Su hermana no está muerta.
–No podemos saberlo.
–Sí, podemos –dijo él con convicción– recuerde lo que dijo Antonio, lo que quieren eliminar es a su hermana, mientras haya movimiento significa que no lo han hecho. Es más, creo que no está en poder de ellos como le dije antes.
–Pero si realmente es así, eso no concuerda con la nota de despedida que dijo que había aparecido.
–Puede ser que ella esté en otro sitio. Primero debo salir de dudas sobre la nota.

Volvió al teléfono y marcó un número. La llamada fue breve.

–Está muerto, acaban de encontrarlo baleado en una calle de la periferia, coincide con la foto que tenemos de él, aunque está sin documentos. Y estaba solo.


2


Se dio cuenta que estaba en la periferia de la ciudad, hacia el sur, y que había estado en una de las zonas industriales por las que alguna vez había hecho algún patrullaje. Pero siguió conduciendo, solo con la tranquilidad de saber dónde estaba, porque lo demás dentro de su cabeza seguía siendo lo mismo. Seguía aterrada y sin saber cómo actuar. Finalmente condujo hacia el oriente, de regreso a la civilización, pero detuvo la marcha en un terreno deshabitado junto al inicio de la carretera urbana. Apagó el motor, y lloró. Lloró como una niña asustada, rogando en su mente por el abrazo de su madre, por el consuelo de su padre, por tener la vida que siempre había tenido, no eso que era en aquel momento. Cuando se cansó de llorar se secó las lágrimas, respiró profundamente y decidió que ya era suficiente; la mujer en el espejo era ella y al mismo tiempo no lo era, se parecía a esos experimentos visuales que hacen en la televisión en los programas de chismes. Su perfil, la nariz, el arco de las cejas, los ojos, eran los mismos de siempre, pero para comenzar los labios eran diferentes, los pómulos parecían mucho más pronunciados, loas párpados los de alguien más joven, y la frente más lisa. También la piel era diferente, aunque no podía asegurar de qué forma. Nada de eso había pasado durante el tratamiento ¿Tendría que ver la píldora que ingirió por accidente? ¿Dónde había despertado, quienes eran esos delincuentes con los que se enfrentó, dónde estaba Matilde? Eran demasiadas preguntas y no tenía respuestas, pero no solo eso, también tenía mucho miedo. A pesar de no tener la más remota idea de lo que pasaba, no podía alejar de su mente las palabras de ese hombre "Nos darán el dinero" significaba una transacción, algo además del ataque que había sufrido, y no saberlo la exponía mucho más. La lógica le decía que debía ir a la unidad en primer lugar a buscar ayuda y algunas respuestas, pero sentía que no era lo correcto, no sin saber más, quizás mientras estuvo inconsciente escuchó algo que, si bien no recordaba claramente, hacía eco en su cerebro.

–Tranquila Patricia.

Ya había superado el momento de las lágrimas. Se miró fijamente en el retrovisor e hizo un esfuerzo por verse de un modo más frío. No parecía ella a primera vista, con unos momentos alguien que la conociera se daría cuenta, o como mínimo dudaría. Revisó las cosas que había sacado de la bodega en donde estuvo encerrada; dinero suficiente para comer dado el caso, y para comprar ropa en alguna tienda de ocasión, tarjetas con diversos nombres de hombre y mujer, seguramente robadas en una de las billeteras, una identificación y otros documentos en la otra. Roberto Medel ¿Doctor? Una tarjeta con número de teléfono y número de oficina particular ¿Por qué un doctor estaba junto a un delincuente en circunstancias tan poco usuales? Ahora pensaba que había cometido un grave error al huir de ahí, pero desde un punto de vista objetivo era lo correcto ya que el riesgo era grande. Separó el dinero, la tarjeta e identificación del doctor como las cosas útiles en una de las dos, y todo lo demás en la otra. Contaba con dos armas en total, y las mantendría a mano por si eran necesarias, pero ya tenía algo por dónde empezar, averiguar quién era ese hombre; también tenía que averiguar qué había pasado con su hermana, pero no estaba preparada para ir por ella mientras no se sintiera al menos un poco segura en el espacio, y consigo misma.


3



Para el momento en que llegó a la urgencia en donde estaba internado Antonio, el oficial Mayorga iba de uniforme y pidió un breve reporte: sin novedad. Entró a hablar con Antonio.

–Buenas, de nuevo.

El hombre lo miró atentamente.

– ¿Qué hace aquí? No me diga que todavía no se convence de mis palabras.

El policía acercó una silla y se sentó junto a él.

–Necesito que me ayude.

Antonio rió alegremente ante lo que escuchaba.

–Usted bromea conmigo oficial, eso no es bueno.
–Estoy hablando en serio.
– ¿Está asustado? –dijo Antonio sonriendo– no puedo ayudarlo, ahora solo soy un hombre herido y condenado a muerte, no tengo utilidad para nadie, ni para mí mismo. Pero usted puede ayudarse, solo tiene que dejar de ayudar a Matilde, y eso lo va a sacar de la línea de fuego de inmediato.

Mayorga lo miraba fijamente. El hombre estaba convencido de lo que decía, y, Dios lo perdonara, pero lo que iba a hacer era lo único que se le ocurría para luchar contra un poder desconocido. Su vida como policía estaba terminada después de dar el paso que seguía, pero si lograba su objetivo, tal vez valdría la pena.

–Dejar de ayudar a Matilde no servirá.
–Eso es lo que quiere la gente de la clínica. Escuche, a Matilde la quieren eliminar porque es una molestia y porque sabe más de la cuenta, y a Patricia, ya sabe por qué.
–El doctor que se llevó a Patricia está muerto. Lo asesinaron a balazos.

En esa ocasión Antonio no se demostró sorprendido como cuando poco antes le habían dicho que el profesional se había llevado a la mujer.

–Entonces lo encontraron bastante rápido. Si viene a tratar de hacerme sentir mal por la muerte de Patricia se equivoca, ya ni siquiera lamento lo que me pasa a mí.
–Patricia sigue desaparecida.

En ese momento sí que se mostró sorprendido; Mayorga hizo una pausa lo suficientemente larga para que el otro pudiera pensar en las consecuencias de lo que estaba sucediendo.

– ¿Qué quiere?
–Su ayuda, ya se lo dije.
–No puedo ayudarlo.
–Puede, trabajó con ellos, aunque me diga que no sabe nada ni puede contactarlos, sí puede reconocer su forma de trabajar, han pasado cosas que usted mismo sabe no tienen relación con ellos.

Antonio se lo pensó un momento.

–Traté de matar a Matilde, iba a matar a Patricia, no hay forma de creer que ella quiere mi ayuda.
–Yo le estoy pidiendo ayuda, no ella. Y lo hago porque puedo ofrecerle algo que ella no.
– ¿Protección?
–Una salida –dijo entregándose a su destino– si me ayuda, si consigo mi misión, lo ayudaré a escapar.

Ambos guardaron silencio un momento, evaluando las palabras del otro. Antonio frunció el ceño, pensativo.

–No se burle de mí.
–No estoy bromeando.
–Pasaron más cosas de las que me ha dicho ¿verdad? –dijo suspicazmente– es personal, y está desesperado igual que yo.
–Es verdad –replicó el policía valientemente– ahora es un asunto personal, por eso me estoy jugando la cabeza en esto. Usted está muy seguro de su destino, me dijo que está muerto porque la gente de la clínica va a eliminarlo por fallar en deshacerse de ellas.
–Es verdad.
–Pero no pueden matarlo si no sabe dónde está. Ayúdeme y yo lo ayudo a escapar, después solo tiene que poner tanta tierra de por medio como pueda, y jamás volver.

El hombre en la camilla guardó silencio; era una situación que no se había planteado que ocurriera.

– ¿Cómo puedo saber que en realidad va a hacerlo?

No podía decirle que desconfiaba de sus propios compañeros de trabajo porque eso le daría un arma innecesaria.

–Porque no le estoy hablando de pedir una orden al fiscal, le estoy hablando de sacarlo de aquí y hacer lo que tengamos que hacer. No tengo tiempo para perder.

El otro se sabía perdido de todas formas, de modo que tomó la opción.

–Le creo. Dígame específicamente qué puede garantizarme y qué quiere.
–Quiero que me diga todo lo que sabe, que me enseñe a saber quiénes pueden estar del lado de ellos y a identificar sus actos. Y se lo dije, puedo sacarlo del país. Pero nada más.
–No puedo darle garantías de tener éxito.
–Intentarlo es más que dejar las cosas como están –replicó el policía– ahora decida, no voy a darle otra oportunidad.
–Está bien, lo que diga, voy a ayudarlo con lo que me dice. A estas alturas supongo que su gente ya pasó por mi departamento, pero no encontraron un ordenador.
–Efectivamente.
–Lo supuse, no tenía nada importante pero deben haberlo sustraído por precaución. Necesito un ordenador, calmantes para el dolor, y claro, si no morimos en el intento, también necesito que me saque del país. Y sobre no volver, créame que si usted logra sacarme, jamás volveré.


4


Con ropa normal se sentía bastante más segura. Patricia dejó el auto en un estacionamiento, compró ropa barata en una tienda de oportunidades y llevó el vehículo a un sector residencial donde no hubieran cámaras de fiscalización de tránsito, tras lo cual entró a un baño público y se cambió, quedando con una blusa y pantalón sencillos, el cabello atado y lentes oscuros. Las cosas que llevaba consigo las puso en un bolso que se llevó cruzado, con lo que completó una apariencia más común. Confiaba en haber borrado las huellas del auto con bastante eficiencia por si era encontrado por la policía y periciado, y se había desecho de las tarjetas de crédito y de los teléfonos que encontró, tras lo cual compró un número para tener en caso de necesitarlo. Pretendía ir a la oficina particular del doctor Medel, pero se encontró con un operativo en el edificio y por seguridad prefirió mantenerse al margen. Sin embargo en los reportes no había nada de tiroteos o heridos en el sector donde se encontraba.

–Esto no puede ser.

Necesitaba saber si Matilde estaba bien, y a pesar de saber que no era el momento correcto, llamó a su número, aunque lo encontró fuera de área. Un doctor involucrado en su secuestro o lo que fuera ¿Qué podía estar sucediendo en realidad? Sintió más miedo por Matilde, pero a la vez no encontrar nada en el obituario y tampoco noticias trágicas al respecto le dio algo de tranquilidad. Pero en realidad era el día siguiente del último que recordaba, era Lunes por la tarde y seguramente muchas operaciones podían estar llevándose a cabo o siendo verificadas por la prensa en esos momentos, de modo que no podía saberlo. Tenía que ir a la unidad, y al mismo tiempo sentía que no debía hacerlo. Además ¿Cómo iba a explicar su cambio físico si ni ella misma sabía que le estaba pasando a su cuerpo? Tendría que recurrir a un soplón para descubrir qué pasaba, pero ser otra persona podía complicar todo.



Próximo capítulo: Historial médico

La última herida capítulo 26: Fuera del mapa




Cristian Mayorga se había criado en una familia no muy numerosa, pero si profundamente unida, aunque en ciertos puntos se le había dado un exceso de libertad como él mismo opinaba ya de adulto. Por ese motivo es que al entrar en la policía se había sentido más poderoso de lo que debía y correspondía; en ese sentido Patricia había sido un factor decisivo por bajarlo de la nube en la que estaba, aunque desde luego no era lo único. Sus superiores y compañeros más antiguos en las unidades en que había estado le significaron un gran aprendizaje, y por supuesto el trabajo en terreno y la interacción con la gente día a día: como alguien le había dicho en una ocasión, ver una actitud positiva de una persona compensa mil malos ratos. Y era verdad. No se trataba de ser un héroe ni nada por el estilo, y de verdad que muchas veces las jornadas eran extensas y agotadoras, y que entregar malas noticias a familiares era realmente triste, pero a fin de cuentas las buenas noticias hacían que todo valiera la pena; y ahora estaba arriba de un auto junto con una víctima de intento de homicidio, hermana de una víctima de secuestro y de una especie de organización criminal que tenía contactos infiltrados en la policía, con alcances que no llegaba a imaginar del todo. Lo de Céspedes había sido doloroso porque significaba que una de las personas en las que confiaba dentro de la institución era parte de una agrupación que no solo empleaba métodos de intervención quirúrgica ilegales, sino que tenía una red de individuos dedicados a eliminar cualquier posible amenaza en pos de hacer prevalecer el anonimato e impunidad. Era un oficial antiguo, un hombre respetado y querido por muchos en la institución, y era un traidor, estaba del lado equivocado ¿por qué, por qué?
No podía seguir lamentándose por eso, pero si podía pensar en lo que significaba cada una de las palabras de Antonio, que en comparación era el más sincero de esos dos involucrados. Tenía razón en decir que Matilde había tenido mucha suerte, ya que al haber gente de la policía en medio, las posibilidades se reducían. Para ambos. A pesar de estar en servicio, Cristian no pudo evitar pensar en sus palabras y lo que representaban para su entorno "no te queda mucho tiempo Matilde, y a usted tampoco si sigue en medio"
Su madre.
La imagen de su madre ganó mucho espacio en su mente; su madre, esa mujer de aspecto bastante frágil en realidad pero que tenía dentro un gran carácter, y amor ilimitado para sus tres hijos. Él amaba a sus padres y hermanos por igual, pero sabía que de todos, a quien más iba a herir con su muerte llegado el día, sería a su madre, ella tenía tanto sentido de la protección y el cariño, que aunque sus hijos ya eran adultos, seguía atentamente todos sus momentos, desde la preocupación por una enfermedad hasta acompañarlos en cualquier trance. Sería tremendo para ella, pero él no era del tipo de persona que abandona por miedo, lo sabía cuando entró en la institución y pensaba mantener esa promesa. Más allá de eso, en un tema más práctico, pensar que podía hacer una investigación por sí solo cuando había personas como Céspedes trabajando para el bando contrario era francamente absurdo, y a la vez tan peligroso e insensato como pedir ayuda nuevamente sin tener la más remota idea de quién era quién en la organización a la que dedicaba su vida.

–Matilde, tenemos que hablar.

Detuvo el vehículo en una calle interior. Matilde también había estado muy callada en el viaje ¿sospecharía algo?

– ¿Qué ocurre?

¿Qué podía hacer? Dejarla al cuidado de quien fuera la ponía justo en la línea de fuego de la misma manera que mantenerse con ella, pero llegados a ese momento no tenía más opciones.

–Hay algo que tengo que decirle.

Matilde había estado pensando en todo lo ocurrido últimamente. Si bien era cierto que la conversación con Eliana la había herido, también era un punto de quiebre, su decisión de no involucrar a sus seres queridos en algo tan peligroso nuevamente. En la unidad policial le facilitaron un teléfono y pudo comprobar que las líneas seguían cortadas, de modo que podía sentirse relativamente segura respecto de sus padres, que muy probablemente estarían resignados a esperar mientras recuperaban la comunicación. Pero el policía estaba distinto al viaje anterior.

–Lo escucho.
–Matilde, esto es muy difícil para mí.

No. No él también. Matilde contuvo la respiración, mirando al policía en una nueva dimensión que no se esperaba ¿Traicionada por sus percepciones? ¿Iba a decirle que tenía que matarla con alguna descarada excusa como las de Antonio? Tenía la espalda rígida, no podía moverse, y aunque pudiera, seguramente él la liquidaría antes siquiera de salir del auto.

–El comandante Céspedes, el hombre que le presenté diciendo que era de mi total confianza, está relacionado con la clínica.

Estaba congelada. ¿Ese iba a ser su destino, ser atacada en situaciones en las que no podía defenderse? La única vez que había reaccionado ante algo no consiguió nada, quizás todo ya estaba terminado desde antes y solo se negaba a creerlo.

–Él me manipuló para hacerme creer que hay una pista o un lugar que investigar, pero es una orden que le dieron. Me envió junto con usted a una trampa.

El hombre dejó de mirarla por el retrovisor y volteó hacia ella con ojos brillantes y una expresión de desazón total en el rostro. No era un hombre amenazante, todo lo contrario.

–Cometí un error imperdonable Matilde, le di a ese hombre toda la información del caso creyendo que iba a ayudarme, y lo que conseguí fue ponerlo al corriente de todos nuestros pasos. Ahora Matilde, igual que usted, no tengo en quien confiar.
– ¿Cómo es que sabe que él está involucrado?
–Lo descubrí en su oficina, vi una nota escrita diciéndole que me enviara a los Galpones Ictur, un lugar abandonado donde seguramente espera una trampa; él no me vio descubrir la nota, de modo que unos momentos después guió la conversación hacia ese punto. Lo siento Matilde, dije que iba a ayudarla y solo he empeorado las cosas.

Durante esos breves momentos la joven volvió a pasar de un extremo a otro de estado de ánimo; del temor fue directo a la incertidumbre, y en seguida a la confusión ¿Le estaba diciendo eso como confesión antes de hacer algo irreparable?

– ¿Qué va a hacer?
–Honestamente no sé muy bien qué hacer. He estado pensando en esto y el único punto bueno que veo es que supe lo que iba a pasar con algo de anticipación, pero sinceramente, Céspedes no es el único involucrado en lo de la clínica y no hay forma de descubrir cuánta gente más lo está. El solo hecho de saberlo a él, precisamente a él involucrado, hace que todo sea peor. Quiero ayudarla Matilde, terminar con esto y ponerla a usted y a su hermana a salvo, pero si tengo que decirle la verdad, no sé si pueda hacerlo.

No iba a matarla. Matilde sintió una oleada de alivio casi tan grande como el sentimiento de admiración hacia el policía: estaba ahí, con el poder de su lado, confesando un error y asegurando que quería ayudarla, en ese momento era la mujer más afortunada del mundo, y también la más desdichada.

–Lo lamento mucho.
–Gracias. Matilde, creo que hay una posibilidad de descubrir algo a través de la trampa que me puso el comandante, pero no quiero dejarla sola, ahora el peligro es muy grande; por desgracia tengo que ser honesto y decirle que no sé si pueda encontrar a su hermana, y ni siquiera asegurar su vida.

Pero ella sonrió.

–Me dijo la verdad y me dio esperanza, eso es más de lo que podía esperar después de todo lo que he vivido. Pero –siguió seriamente– también tengo que decirle algo; usted está involucrado en el caso por mí, seguir a mi lado es más peligroso.
–Ni lo mencione –la interrumpió él– eso no está en discusión. Voy a ayudarla hasta donde pueda, pero por desgracia tengo las manos desnudas, después de lo que pasó no puedo llamar a ningún informante ni contactar a mis colegas sin pensar que va a ser otro error.
–Estoy de acuerdo en eso, tampoco siento deseos de hablar con nadie, da la sensación de estar hablando con desconocidos o involucrando a más personas que son inocentes. Pero usted dijo que creía poder hacer algo.

Mayorga inspiró profundamente. No estaba especializado en trabajo se inteligencia y seguimiento, pero era lo único que se le ocurría.

–Antes le dije que pensaba que la desaparición de su hermana y la afección que tiene eran dos casos separados pero que estaban cruzados. Aún pienso lo mismo, y creo que lo que puedo hacer es tratar de descubrir los nexos de quienes intentan matarme para llegar a Patricia, porque su caso está más adelantado que el nuestro.
– ¿Por qué lo cree?
–Porque al pensar en todo lo que me dijo Céspedes, le quitó importancia a todo menos a esto; pienso que ya saben dónde está su hermana.
–O que ya está muerta.

Sus palabras sonaron mucho más duras de lo que ella misma se esperaba. Desde el momento de su desaparición había estado aferrada a la esperanza, creyendo que podría encontrarla, ahora tenía que enfrentarse a la posibilidad real de haberla perdido para siempre. Pero el policía no.

–No creo que esté muerta.
– ¿Por qué no?
– ¿Recuerda lo que dijo Antonio? Patricia es lo único que amenaza a la gente de la clínica porque en su cuerpo está la prueba de lo que hacen. Si estuviera muerta no habría necesidad de matarla a usted, porque sería solo una persona sola sin pruebas, después de eso desestimar su versión es un juego de niños.

Tenía razón.

–No lo sé, creo que tiene razón. Pero si es así –continuó con más fuerza– eso no cambia nada. Si efectivamente mi hermana está condenada a muerte por lo que le hicieron, quiero que muera junto a la gente que ama, no encerrada en una habitación fría y oscura y rodeada de personas malvadas, al menos eso será un consuelo si no puedo hacer nada más.
–Tiene un corazón de oro Matilde. Escuche, como le decía, lo que se me ocurre es seguir a las personas que estén en el lugar del que le hablé, porque pienso que ya tienen pista de su hermana. Después de eso, creo que todo sería improvisar, pero no podemos ir en éste auto, es un blanco de disparo a distancia.

Matilde rebuscó en la mochila que milagrosamente seguía entera en su poder, y le enseñó las llaves de la doctora.

–Tenemos un auto. Pero estoy preocupada por la doctora Miranda, ella resultó herida por ayudarme y temo que alguien quiera hacerle daño.

Mayorga ya había pensado en eso acerca tanto de ella como de Antonio, y le parecía de lo más probable. Pero no podía hacerse cargo de tantas cosas a la vez.

–No creo que esté en peligro de momento, los golpes que sufrió se complicaron y está sedada y en observación, no es una amenaza para ellos, además recuerde que ella la ayudó a usted, no a su hermana.
–Espero que sea así.


2


– ¿Qué dijeron?
–Ya están cerca.

Patricia supo que no tenía más tiempo. De todos modos no tenía forma de armar un plan, lo único que tenía a su favor era el elemento sorpresa y las ganas de sobrevivir. Abrió los ojos lo mínimo que pudo, procurando no moverse, y miró hasta donde alcanzaba: nadie suficientemente cerca. Las voces venían de la izquierda, con un poco más de eco, seguramente la salida estaba en esa dirección; tenía que hacerse de un arma y salir de ahí lo más pronto posible, todo lo demás era irrelevante, incluso su cargo y sus conocimientos de la educación en el cuerpo de policía, en esos instantes debía preservar su vida y descubrir lo que ocurría. Conteniendo la respiración apretó y soltó los músculos, sentía las extremidades, de modo que creía poder moverse con relativa normalidad; se arriesgó a girar un poco la cabeza y por primera vez vio a las personas, dos hombres adultos, uno de aspecto fuerte, el otro rechoncho y más bajo, dándole la espalda en ese momento. Se tocó los muslos con las yemas de los dedos, tenía una sabanilla como las de hospital, aunque no sentía los parches o vendas que debería en las zonas quemadas, seguramente se las habían quitado también. Miró hacia la derecha y vio la pared, buen punto de arranque, pero todavía tenía que saber si había alguien más. No, no había tiempo. Levantar la cabeza fue sencillo, articular los brazos también; de ahí en más solo fue entrenamiento, se dirigió agazapada hacia los dos hombres, con la vista fija en una herramienta en el suelo. Un momento después se alzaba cuan alta era con la llave en las manos, cuando el hombre más gordo volteó hacia ella.

–Epa qu...

El golpe fue asestado justo en la cabeza, y con un sonido sordo hizo que quedara estático una milésima de segundo, antes de derribarlo aturdido. El otro hombre volteó sobresaltado, con los ojos muy abiertos hacia ella, con algo similar al temor dibujado en el rostro.

–No puede...

Patricia no le dio oportunidad y levantó nuevamente la llave hacia él; sin embargo el hombre reaccionó y se cubrió con los brazos. Su grito de auxilio resonó en el lugar.

– ¡Ayúdenme!

Patricia no se lo pensó dos veces y volvió a golpear, una, dos, tres veces más, hasta que lo hizo caer al suelo. Miró a los lados y vio a dos hombres correr hacia ella, uno de ellos tenía un arma en las manos.

–A–ayuda...

El hombre en el suelo se retorció, pero no reaccionaba lo suficiente como para poder hacer algo; llena de adrenalina y fuerza, la mujer corrió hacia la puerta y la encontró abierta, pero era un pesado artefacto de metal que iba a demorarla.

– ¡Quédate quieta!

El hombre levantó el arma mientras corría hacia ella junto al otro. No sabía dónde estaba, no era tan sencillo como salir y esperar que no le dieran alcance o que le asestaran un tiro. Miró de nuevo hacia el interior, y vio dos vehículos, eso sería mucho más útil, aunque probablemente saliera herida. Dejó la puerta y corrió hacia los vehículos, pero el hombre armado estaba peligrosamente cerca y volvió a gritarle amenazadoramente.

– ¡Que te quedes quieta!

Lo hizo. Miró fijamente a los dos, estaba claro que eran delincuentes, pero no eran asesinos, o al menos no de los que matan a la primera, o el hombre ya lo habría hecho. El desarmado se acercó corriendo al gordo; entonces ese era el jefe, y probablemente el importante de los cuatro.

–No me dispares.
–Maldita, no vuelvas a moverte.

Había sido un error dejar la llave con la que había desarmado a los otros.

–No está respirando ¿Qué hacemos?

Vio la indecisión en los ojos del hombre que tenía en frente, y no lo dudó más. Con toda su fuerza se lanzó sobre él, sabiendo que no tenía oportunidad ante alguien mucho más alto y fuerte que ella. A pesar de la cercanía, logró caer sobre él, con las manos llevadas a la diestra y evitar que le disparara. Durante eternos instantes forcejearon, pero ella sabía que solo disponía de un microsegundo más antes que el otro pudiera llegar ahí y golpearla.

– ¡Suéltame!

Se retorció en sí misma, logró tomar entre los dedos el cañón del arma y tiró con todas sus fuerzas. El hombre rugió de dolor por el tirón en la mano, y le dio la oportunidad de arrebatársela.


– ¡Cuidado!

Esa fue otra voz. Patricia no lo pensó dos veces, levantó el arma hacia el techo y disparó un tiro. De inmediato se puso de pie y retrocedió lo suficiente, pero la voz que había dado la alerta era de un tercer hombre que estaba armado. Ambos dispararon.

– ¡No!

Patricia se movió con rapidez y precisión, y disparó nuevamente contra el hombre armado, acertando también al segundo tiro; el hombre se derrumbó de espalda. Sin esperar más, disparó hacia el que había quitado el arma en una pierna, y otro disparo al tercero que ya comenzaba a correr. Con el sonido de los disparos  en sus oídos y los aullidos de dolor de dos de los delincuentes, la mujer se dio un momento para respirar y controlarse, sabía que no debía disparar de nuevo, no de manera gratuita y contra personas desarmadas y ya inmovilizadas. Por el momento tenía la situación bajo control, pero no iba a quedarse ahí, era demasiado peligroso y seguramente los disparos se escucharon a mucha distancia. Rápidamente se hizo de la segunda pistola, y fue hasta el hombre gordo al que había derribado en primer lugar y registró sus bolsillos: un teléfono celular, una billetera con dinero y tarjetas. El otro tenía un celular, una billetera y otro teléfono, los que se dejó consigo; necesitaba ropa, así que pensando en eso le quitó la chaqueta de casimir al hombre, pero los pantalones no le servirían y perdería demasiado tiempo, tendría que arreglárselas con eso.

–Ou...

Se quejó en voz baja, apretando los dientes. Tenía una herida en el brazo izquierdo, pero no era más que un raspón, seguramente por el disparo que falló por muy poco, sangraba y dolía, pero en realidad no era nada. ¿Cómo debía escapar, de a pie o en el auto o el furgón? Tal vez el auto, pero el tiempo apremiaba, no esperó más, se puso de pie y fue hasta el vehículo, sin poder creer la suerte que estaba teniendo al encontrarlo con la llaves en el encendido. Era un auto modificado o armado con partes de diferentes modelos, pero al mirar en el panel vio que tenía gasolina. Hizo un ovillo con la chaqueta con las cosas dentro y las puso en el asiento del copiloto, pero al pasar frente al espejo retrovisor, un rostro apareció frente a ella.

– ¡Aaaahh!

Cayó sentada en el asiento sin poder moverse por la sorpresa. Toda la adrenalina se esfumó de golpe, y fue sustituida por un poderoso escalofrío que la recorrió por completo. No era posible.

–Tranquila, tranquila.

Su propia voz resultó demasiado débil y aguda; lentamente se acercó al espejo y volvió a mirar, sin querer ver.

–Dios mío...

No era su cara. Era otro rostro, otras facciones, no las suyas, las que estaban ahí mirándola con temor y nerviosismo. Torpemente se tocó la cara mientras se miraba, como si con palpar su propia piel pudiera comprobar de manera irrefutable que lo que había en el pequeño espejo no era una fantasía.
¿Qué le habían hecho? ¿Por qué su cara había desaparecido junto con las quemaduras, por qué era otra persona distinta a la que siempre había sido?

–Respira, solo respira...

Se obligó a mantener la calma, retiró la vista del espejo y al ver a los hombres el sonido volvió a sus oídos; tenía que salir de ese sitio cuánto antes. Tomó las llaves con dedos temblorosos y encendió el auto, que hizo un suave ronroneo; contuvo las ganas de vomitar, de llorar y de gritar con todas sus fuerzas, estaba obligada a ser fuerte, al menos mientras no estuviera fuera de ahí. Condujo lentamente, como una principiante, esquivó a los hombres caídos y salió del lugar a una calle que no le era conocida. Era de día.

–Mantén la calma –se ordenó– sal de aquí, busca a Matilde, busca ayuda.

Se aferró al volante y presionó el acelerador, procurando no mirar el rostro aterrorizado que se dibujaba en el reflejo, haciendo un esfuerzo por no pensar para no entrar en pánico. Sin embargo mientras conducía a mayor velocidad las lágrimas asomaban a sus ojos sin que lo pudiera evitar.

– ¡Deja de llorar!

Su corazón azotaba violentamente su pecho. Estaba viva, había escapado de una situación de extremo peligro con solo unos rasguños, todo lo demás era por completo irrelevante de momento, tenía que seguir siendo fuerte, los llantos estaban completamente de más. Volvió a gritarse con toda su fuerza, se dio la orden como si dependiera de ello su vida, y con la vista fija en la calle recta y sin cruces cerca, mantuvo el curso hacia adelante, conduciendo sin saber aún donde estaba y sin saber qué destino tomar.




Próximo capítulo: La segunda mujer

La última herida Capítulo 25: Una nota sobre el escritorio




Llegando a la unidad policial donde se desempeñaba Céspedes, Cristian dejó a Matilde en la recepción y le dijo a Lorena, la encargada ese día de la recepción, que se mantuviera atenta a ella, mientras él iba a la oficina del comandante.

–Permiso.
–Pasa.

Entró a la oficina que como de costumbre olía a madera nueva. En las paredes los trenes representados en distintas repisas en réplicas de alta calidad, que brillaban en su pequeña perfección; el comandante siempre estaba agregando alguno nuevo a su colección, y a los que se les ocurría, como a él el año anterior, hacerle un regalo, les resultaba cada vez más difícil encontrar un modelo que no tuviera.
Durante su carrera, Céspedes había estado a cargo de varias unidades, pero finalmente se había quedado en la de búsqueda de personas extraviadas, motivo por el cual no le era difícil entender lo que Mayorga le había dicho sobre el caso de las hermanas; en determinado momento habían trabajado juntos, y aunque de eso hacía un tiempo ya, el viejo policía era una fuente inagotable de conocimiento y apoyo, el que compartía con gusto, por lo cual no había sido difícil forjar una buena relación con él, que prácticamente era una amistad.

– ¿Cómo te fue en la oficina?
–Mal, la saquearon. Señor, todo esto parece solo confirmar mis suposiciones anteriores, hay alguien que está tratando por todos los medios de hacer desaparecer cualquier prueba de lo que ha sucedido; lo único bueno que puedo rescatar de todo es que hay una pista concreta del furgón en donde se llevaron a la paciente.

Cristian se sentó ante el escritorio donde, del otro lado, estaba el comandante atendiendo a todo lo que escuchaba.

–Al menos hay algo bueno que rescatar. Según mi experiencia, cuando una persona es sustraída o retenida, es de vital importancia saber cuáles son las motivaciones de  quien lo hizo, para poder determinar con más precisión los movimientos que puede realizar después.
–En este caso no lo sabemos con total claridad, pero siguiendo la idea que le decía antes, es decir dos móviles cruzados, es posible que el doctor descubriera algo en la paciente que podría serle de utilidad, y viendo un buen negocio, decidió poner manos a la obra.
–En ese caso es improbable que el vehículo sea el mismo durante mucho tiempo, puede ser que no les sea de utilidad, sobre todo si es que ella está en un estado delicado. Tal vez otro vehículo grande como ese, incluso un camión pequeño donde transportarla, aunque yo no dejaría fuera a las ambulancias de servicios médicos particulares.

El más joven frunció el ceño, pensativo.

–Son demasiadas posibilidades, pero confío en la pista que tenemos y a partir de ahí y de los datos que encontremos del doctor y del otro hombre podamos construir algo más concreto.
– ¿Ya tienen sus datos?
– ¿Del otro hombre? Sí, es básicamente un delincuente de poca monta, ha estado en prisión algunas veces e involucrado en otras tantas por delitos de todo tipo, desde robo y agresión hasta falsificación de documentos públicos, aunque su área favorita parece ser la mecánica. La chatarrería es propiedad de un anciano que no se hace cargo de ella y desde luego no hay documentos en regla, pero el aporte desde ese lado no es mucho más.

Céspedes se puso de pie y caminó a paso lento hacia el pequeño bar que estaba en la esquina opuesta al escritorio. No era un mini bar en el estricto sentido de la palabra ya que no tenía licores en su interior, a cambio de ellos había todo tipo de infusiones que el comandante bebía constantemente para combatir su deseo de fumar, como él mismo se lo explicara en alguna ocasión. Cristian se sentía bastante preocupado por la rapidez que estaban demostrando quienes estuvieran detrás de aquel misterioso tratamiento y asesinato, porque a pesar de saber que en palabras sencillas no podía dar por hecho algo solo porque las circunstancias se lo indicaban, no había forma de pensar de otra forma.

– ¿Quieres un trago?
–Gracias.
– ¿Algo en particular?

Para él no había mayor diferencia entre unas y otras que había probado, pero para no ser descortés se decantó por la primera que recordó.

–Menta estaría bien.
–Tal vez hay que investigar un poco más por ese lado, quizás el anciano que mencionaste no sea tan inocente como parece.

Cristian se puso de pie. Tenía que encontrar algo, una pista o prueba que lo ayudara a orientarse, y definitivamente decidir qué hacer con Matilde; momentáneamente creía que era lo correcto estar junto a ella, pero no podía seguir así de manera indefinida, no era una película de acción y ya era bastante irregular no haber derivado su cuidado a alguien más. Entonces su vista fue a dar al escritorio, a un trozo de papel bajo uno de los trenes de colección a escala. Nunca había trenes en el escritorio a excepción del grande en la esquina y que era regalo de su esposa, los demás estaban todos en diferentes repisas en las paredes, en dos muebles de esquina en las que quedaban desocupadas. Era una locomotora que le había regalado él, la reconoció porque le había costado muchísimo encontrar alguna que no estuviera ya en la colección del comandante. Regalo de amigo secreto para las festividades de fin de año, el regalo oficial era una enciclopedia de la historia de los trenes.

– ¿Hielo?
–Si, por favor.

De pronto la habitación pareció sumergirse en un silencio absoluto, donde lo único que Cristian podía oír era el sonido de su respiración, y a su espalda el sonido de los cubos de hielo. Uno, dos. Céspedes tomaba su infusión siempre con tres cubos.
La nota estaba evidentemente debajo del tren para ocultarla, pero desde el ángulo de él, del otro lado del escritorio, podía ver con relativa claridad las letras, que aunque estaban orientadas hacia quien se sentara al otro extremo, eran breves y claras.
Uno.

–Sobre eso –lo de la chatarrería– me parece bastante lógico que el doctor haya contactado a alguien que sepa de vehículos si quería transportar a una persona en ese estado, de pronto hay otro lugar en donde tengan furgones adaptados.

Dos.

–Es posible.

"Llévalos a los galpones Ictur"

Su mundo estaba derrumbándose mientras el comandante le servía una infusión. Las palabras de amenaza de Antonio, los temores de Matilde, la muerte de la modelo, la desaparición de la clínica, la existencia misma de la clínica, todo estaba relacionado con los tentáculos de una organización cuyo alcance no sólo no llegaba a dimensionar, sino que había subestimado por completo.
Tres.
El tercer cubo de hielo. Tenía que cambiar la expresión en su rostro, todo lo que era, su vida probablemente dependía de eso, de mantenerse sereno y no demostrar lo que estaba sucediendo. ¿Cuánto podía tardar en devolver la pinza al balde de metal y cerrar la puerta del mini bar? Domina tus sentimientos, vuelve a tu centro, no dejes que tu cuerpo exprese lo que te está pasando.

–Yo prefiero Arándano.

Volteó hacia el comandante y recibió el vaso con mano firme, mirándolo a los ojos.

–Gracias.
–Por nada.
–Es posible que tengan algún otro depósito o escondite.
–Los sectores donde se están construyendo autopistas al norte de la ciudad.

Que no lo diga.

–Es una opción.
–El hospital abandonado de la calle San Pedro. Los galpones Ictur, están dejados hace años y el dueño no hace nada por ellos.

¿Por qué no le había dado un tiro ahí, en medio de la oficina? ¿O enviado que le dispararan antes de llegar?

–No lo había pensado –dijo mientras bebía– esos galpones son enormes, podría ocultarse cualquier cosa ahí.
–Puede ser, además tiene buena conectividad.

Bebió otro trago, lento para poder mirar sin hablar. Qué capacidad de mentir, cuánta falsedad detrás de todo lo que conocía. Pero él mismo estaba aprendiendo, estaba dando examen al mirarlo sin demostrar que ya sabía todo de sus planes. Estaba usando toda su fuerza, los conocimientos de control de impulso, todo lo que tenía a la mano para mantenerse fuerte y no reaccionar como quería.

–Tal vez pueda darme una vuelta por ahí, para no despertar sospechas.

Céspedes asintió en silencio. El más joven se terminó la infusión de un trago, sintiendo que le quemaba la garganta, y dio un par de pasos hasta el bar para dejar el vaso encima.

–Gracias por todo, me ha ayudado mucho con sus consejos, señor.
–Nada que agradecer –dijo el otro sonriendo– lamento no poder hacer más.
–Ayudarme a tener la mente clara es mucho.
–Llámame si necesitas cualquier otra cosa; mientras tanto voy a tener a mi gente al pendiente de lo que sea necesario.
–Gracias. Permiso.

Salió de la oficina casi completamente seguro de haber representado su papel tan bien como Céspedes, pero no fue capaz de ir donde Matilde de inmediato. Se metió al baño y cerró con pestillo, tras lo cual se quedó de pie, inmóvil, tapando su boca con las manos para no gritar. Había estado en casa de sus padres como invitado, cenando y charlando de la vida, el muy maldito lo conocía, y había acudido a su llamado con tanta intención de ayudarlo, atendiendo a todas sus palabras. Y él le había dicho todo, absolutamente todo acerca del caso. Ni siquiera era necesario que le dijera lo de los galpones Ictur, podría haberlo dejado pasar a través de un soplo de alguien, pero al final las cosas iban a tomar el mismo rumbo, al final él, en su intención de ayudar y descubrir la verdad, habría ido a ese sitio. De una u otra manera lo habría hecho, por eso le había dicho que tenía que separar los hechos de las suposiciones, por eso su interés en delegar los temas al forense, a los oficiales, a quien sea, para despejar el camino. En algún momento, incluso, alguien, alguno de sus informantes podría haberlo llamado "Oiga Mayorga, hay gente cerca de los galpones Ictur." y él se habría hecho cargo personalmente porque era el jefe de la unidad, porque tenía un alto sentido del deber, y porque ya le habían aconsejado no hacer demasiado ruido sin tener pruebas.

–Maldita sea...

Se mojó la cara y se miró al espejo; estaba alterado, pero de momento en control. ¿Qué iba a hacer? Decirle a Matilde estaba descartado por completo, eso sería un error y sobre la gente ¿Acaso tenía alguna idea? Él mismo, como un completo idiota, había ido de cabeza a meterse allí a pedir consejo al policía que consideraba más recto y sabio de todos los que conocía. Se secó la cara con una toalla de papel y salió con la misma expresión serena que tenía antes.

–Matilde.

Ella se puso de pie al verlo. El policía, haciendo una jugada ciega, se acercó al mesón de recepción.

–Lorena, más tarde voy a volver por acá para hablar con el comandante, pero no sé si tiene mi número ¿se lo podrías dejar por si se surge algo para que me avise?
–Claro –replicó ella– sin problema.
–Gracias. ¿Por casualidad tienes por ahí el dato del nombre del dueño de los galpones Ictur?

Ella buscó hábilmente en el ordenador.

–Jeremías Órdenes, vive en el sur, jubilado, empresario, poco más.
–Gracias, me voy.
–Hasta luego.

Salió junto a Matilde y subieron al auto. Una vez arriba ella le dedicó una mirada interrogadora.

– ¿Dónde vamos?

No lo sé. Quería decirle a ella, o a alguien, que no lo sabía, que era un estúpido de pies a cabeza por ponerse a sí mismo, a ella y a toda una investigación en juego por tomar una mala decisión, pero a la vez se preguntó si eso sería realmente así ¿Qué habría pasado si no llama a Céspedes? Viendo las cosas nuevamente, tal vez nada habría cambiado, excepto que no sabría de dónde venía el golpe.

–Hay una nueva pista.

Quizás sí era lo correcto. De esa forma tenía un arma que antes o de otra forma no, y eso debía agradecerlo. Las cosas no eran igual que antes y realmente no sabía en quien confiar, pero tenía un arma, y dependía de él utilizarla de la manera correcta.


2


Sólo había abierto los ojos un momento, pero le servía para saber a ciencia cierta que estaba viva. Y no estaba en un centro asistencial, ni en su departamento o el de Matilde. Y no había nadie a quien conociera cerca. Dos voces alrededor, dos hombres, a una distancia de algunos metros, las voces hacían cierto eco, por lo que podía suponer que el sitio era grande o de techo alto, o ambas cosas.

Tenía el cuerpo adormecido, no podía saber si estaba en condiciones de moverse con libertad, pero su mente estaba clara. Como quizás en mucho tiempo no había estado.

Estaba en el departamento, preparada para salir con Vicente, cuando fue a la habitación para ingerir la píldora. La había olvidado. Con la prisa y la emoción del momento se precipitó sobre el velador y tomó la caja para sacar de ella una de las pequeñas pastillas llenas de líneas como un mapa.
La píldora cayó de su mano sobre el velador.
No se preocupó, simplemente la tomó y se la echó a la boca.
Pero en el mismo momento en que la tragaba, vio la píldora en el velador, a muy poca distancia de donde tomara antes el otro objeto ¿Qué había ingerido? De golpe recordó la píldora que ella misma había dejado fuera antes, y que olvidó tirar a la basura; por error tomó la otra, lo supo un instante después cuando sintió que algo le quemaba la vía digestiva. Era algo que no se parecía a nada, pero en una milésima de segundo sintió una horrible quemazón dentro de su ser, mil veces más fuerte que el condimento picante o el licor más fuerte que conociera, y además dolía. Quiso llamar a Matilde, pero se le cerró la garganta, y todo alrededor se puso oscuro. Sintió el golpe contra el suelo, como una descarga eléctrica.
De niña había metido el dedo en un enchufe, y aunque era muy pequeña, recordaba el efecto a la perfección. Estaba siendo electrocutada, sin poder defenderse, sin siquiera gritar. Lo siguiente era que estaba tendida de espalda en algún sitio que no conocía, sola y probablemente rodeada de gente peligrosa, eso lo supo al escuchar algo como "solo tenemos que dejársela a ellos y nos darán el dinero"
Tranquila, se dijo una vez más. Podía estar desnuda y desorientada, pero estaba lúcida, aparentemente no atada, y viva, y seguramente eso era más de lo que podía esperar. Matilde. ¿Estaría viva ella también? Por favor, se dijo, que no le hayan hecho daño a ella, no a mi hermanita.




Próximo capítulo: Fuera del mapa


La última herida capítulo 24: Vía de escape




Cristian y Matilde llegaron de vuelta  a la urgencia en donde permanecían sus amigas; de camino el oficial llamó al comandante Céspedes, quien al escuchar su petición prometió encontrarse con él en el mismo sitio. La joven fue hasta donde estaba Eliana, y se encontró con ella acompañada de Miguel, su esposo.

–Matilde.

Aunque tal vez debió haberlo supuesto, encontrarse con la airada mirada de Miguel fue una sorpresa: el hombre no era muy alto y su apariencia era tan gentil como su comportamiento, pero en una situación como esa estaba defendiendo lo que le parecía más importante.

– ¿Qué haces aquí?
–Quería saber cómo está Eliana.
–Es bastante tarde para preocuparte por su estado –dijo él manteniéndose junto a la camilla donde ella estaba sentada– ahora las cosas se pusieron bastante graves.

Matilde miró a su amiga, que le devolvió una mirada que  no por temerosa era menos furiosa que la de su esposo.

–Lo lamento, nada de esto debió haber pasado, solo quería que supieras que lo lamento, no pensé que ocurriera algo como esto.
–Lo siento Matilde pero no puedo hacer esto –dijo Eliana mirándola fijamente– no puedo, es superior a mí. Estuve contigo cuando Patricia tuvo el accidente, pero todo esto es distinto ¡Trataron de matarme!
–Lo sé y estoy tan asustada como tú.
–Eso no me sirve –respondió la otra mujer echándose atrás el cabello– no cuando veo que el mundo a tu alrededor se convierte en un infierno. No voy a permitir que eso me suceda a mí también, no me importa si pierdo tu amistad en el camino, no puedo permitir que algo así vuelva a pasar.

Estaba siendo muy dura con ella, pero Matilde sabía que cada una de esas palabras tenía fundamento, solo que no creyó que sucediera algo así. En ese momento apareció Soraya con unas vendas en el brazo derecho y expresión cansada. Su voz también sonaba extraña, distinta de la habitual energía que tenía.

–No le hables así a Matilde.
– ¿Por qué no? –la voz de Eliana se elevó un poco más, casi era un chillido– nada de esto habría pasado si no me hubieran involucrado, tú también estás en medio de ésta locura ¿o me vas a decir que no te importa todo lo que vivimos?
–Por supuesto que me importa, y me importa Matilde tanto como tú, si fuera a revés, habría hecho lo mismo para tratar de ayudarte, y lo sabes.
–No se trata de eso Soraya, no somos ni detectives ni nada por el estilo, si esa gente hubiera querido nos habrían matado a las tres, no puede ser que no te des cuenta. No quiero estar en una situación como esa, tengo una familia y no pretendo dejarla.

Ese fue un golpe muy bajo para Soraya, pero ella no atacó de vuelta. Aparentemente los golpes que había sufrido la tenían más débil de lo que aparentaba.

–Estás viendo la parte que quieres, sabes tan bien como yo que ni Matilde ni Patricia son responsables de lo que está pasando, pudo ocurrirle a cualquiera.
–Pero no nos va a pasar a nosotros –intervino Miguel– Soraya, siempre te he respetado como amiga de mi esposa, pero no puedes decidir qué es lo que debemos hacer. Y lo que voy a hacer es alejarnos de todo lo que está sucediendo.
–Miguel...
–Tiene razón –intervino Matilde– Soraya, ellos tienen razón.

Su amiga volteó hacia ella sin dar crédito a lo que oía. Pero ella mantuvo su decisión.

–La policía se está haciendo cargo de la situación, ustedes no deben seguir exponiéndose.
–Pero dijiste que...
–Estaba asustada, no supe qué hacer –explicó Matilde. Estaba muriendo por dentro al decir eso, pero prefería mantener protegidas a las personas que le importaban– solo reaccioné y eso provocó muchos problemas. Es importante que lo entiendas.
–No tengo nada que entender, no voy a dejarte sola.
–No me vas a dejar sola –replicó la joven forzando una sonrisa– escucha, la policía apresó a Antonio y harán que confiese sus motivos, y hay oficiales buscando a mi hermana, dijeron que solo era cosa de tiempo para encontrarla. Tú y Eliana deben descansar.

Por un momento su amiga no supo qué decir. Se quedó mirando a sus ojos muy fijamente, sin hablar, intentando descubrir algún mensaje oculto en las palabras de Matilde; después de un tenso silencio se dio por vencida.

–Estás equivocada.
–No, no lo estoy y en el fondo lo sabes. Quiero pedirle perdón a todos por haber traído tantos problemas, y sé que no puedo arreglarlo ahora, pero puedo decirles que lo lamento mucho, y que de verdad espero que puedan reponerse de lo que ha sucedido. Tienen que irse a casa.
–Matilde...
–Miguel –dijo apelando a la rabia de él– dijiste que ibas a poner distancia.
–Sí, pero no te diré nada más.
–Es lo mejor. Soraya, podrías ir con ellos, estoy segura que se harán excelente compañía.

La mirada de Eliana se suavizó.

–También creo que es buena idea, además no te ves muy bien.

Soraya iba a decir algo más, pero prefirió guardar silencio y se rindió.

–Está bien. Lo que tú quieras Matilde, solo espero que estés tomando la decisión correcta.


2


Cristian Mayorga estaba pensando en cómo las cosas en la vida siempre parecían pasar por algo. Había conocido a Patricia en circunstancias completamente diferentes, y ella había sido realmente fundamental para él en su carrera al hacer que pusiera los pies en la tierra. Y ahora cuando ella lo necesitaba, tenía la oportunidad de devolverle la mano, pero la situación en la que estaba inmersa no era algo común.
Edgardo Cifuentes era un hombre alto y fuerte, de figura grande como pocos gracias a su ascendencia europea, piel pálida en contraste con los ojos oscuros y el cabello, en el que se dibujaban algunas canas; a sus sesenta años se mantenía en forma gracias a una estricta rutina de ejercicio, y a pesar de no necesitarlo por ser Comandante y además tener antigüedad más que suficiente en la institución, se había negado al retiro y llevaba una unidad administrativa medio día, y realizaba trabajo de campo el resto. Con gesto amplio de los brazos saludó a Mayorga.

–Buen día hijo.
–Buen día señor.
–Lo que me dijiste por teléfono fue extraño, me causó mucha preocupación –dijo en voz baja– por eso vine tan pronto como pude.

Cristian le había dado información más bien vaga acerca de la desaparición de Patricia y la detención de Antonio, pero ya que estaba frente a frente con él, decidió decirle todo lo que sabía de un modo más resumido. Al terminar, la expresión del comandante no era otra que preocupación.

–Es un caso grave, eso está claro. Supongo que no diste un aviso de secuestro porque no se cumplen las condiciones.
–Así es –respondió el más joven– a pesar de creer en lo que dice la joven y tener testimonio del hombre, la verdad es que la mujer fue aparentemente borrada de los informes de la urgencia en donde estaba internada por el mismo doctor que se la llevó, pero él había dado razón de retirarse antes de eso; desde luego que tengo gente recopilando datos sobre eso, pero mientras no tenga algo concreto no puedo dar esa señal, además si lo que dice el detenido es verdad, hacer mucho ruido podría ser perjudicial.

Céspedes asintió.

–En 1985 sucedió algo similar, me refiero a un secuestro. Se trataba de un hombre de más de cuarenta según recuerdo, que fue retirado de una unidad médica. Al final el que se lo llevó era un conocido, pero lo hizo porque el otro tenía un tema de dinero pendiente y se quería cobrar venganza.

Siempre tenía referencias para todo, eso lo daba la experiencia de tantos años.

–Tengo temor de dar un paso en falso. Por el momento di órdenes de aumentar la vigilancia al detenido mientras es dado de alta y se hizo la detención en regla, y envié dos oficiales a custodiar a la doctora mientras está en observación, aunque no puedo hacer mucho por las amigas de la hermana de la desaparecida, según se me informó podrían retirarse en cualquier momento si lo desean ya que no tienen heridas graves.
– ¿Y la joven?
–Está aquí hablando con ellas. Señor, si lo que dice ese hombre es cierto, me temo que podrían tratar de atentar contra la vida de ella nuevamente, todo esto sin contar lo de la modelo.

Céspedes asintió, pero antes de hablar respiró profundamente.

–Primero hay que separar los hechos concretos de las suposiciones. El suicidio de esa modelo es un suicidio hasta que los forenses digan lo contrario, y según lo que me dijiste, la relación de ella con la hermana de la desaparecida es circunstancial.
–La joven dice que fue ella quien le dio la información de la clínica.
–Sin embargo no hay prueba de ello, ni de la existencia física de la clínica.
–Pero señor...
–No estoy diciendo que sea mentira, solo estoy separando las cosas. Como decía, todo lo que tiene que ver con la muerte de la modelo es circunstancial, y ahora que está muerta, lo que puede o no haber pasado con la mujer no nos es posible confirmarlo. Ahora bien, los dos intentos de homicidio son algo concreto.
–Tenemos el testimonio del oficial que lo detuvo después del segundo, además también disparó contra él. Del primer intento no hay testigos, pero el hombre lo reconoce y por su estado mental creo que no va a negarlo después. Hiciste lo correcto en no dar aún aviso de secuestro, eso genera un movimiento grande de personal y tienes que descartar primero que haya otro móvil. ¿Hasta ahora te han dado algún informe del doctor?
–Nada que sobresalga, pero según la joven la doctora y él se conocían, pero mientras no despierte no puede aportar mucho. El problema principal es que si la mujer desaparecida está en un estado de salud delicado, no podemos saber si está recibiendo los cuidados necesarios, eso aumenta la presión por encontrar el vehículo, al doctor o al hombre de la chatarrería.
–Es mejor concentrarse en eso de momento.

Mayorga asintió, pero desvió la mirada hacia un costado y vio a Matilde en el pasillo, fuera de lugar en donde estaba su amiga, sentada sola mirando al vacío. Se disculpó y fue a hablar con ella.

– ¿Habló con ella?
–No quiere saber nada de mi –replicó ella sin mirarlo– estoy perdiendo a mi amiga y tuve que decirle a Soraya que se alejara también, lo estoy haciendo por su bien pero no puedo evitar sentir tristeza por escuchar lo que me dijo.
– ¿Hablaron algo concreto?
–Su esposo va a llevar a ambas fuera de la ciudad, de todos modos él tiene familiares en varios sitios en el país, es lo mejor, además Soraya va a estar mejor con ellos, se van a acompañar mejor.

El policía hizo una breve pausa. La conversación con el comandante le había dado bastante luz, de modo que ya tenía claro lo que debía hacer.

–Es lo mejor mientras tanto. Matilde, necesito que me acompañe, de momento prefiero que se mantenga conmigo, ahora vamos a ir al despacho del abogado para revisar lo del contrato. Voy a presentarle al comandante Céspedes, es de mi absoluta confianza y está ayudándome con las operaciones ahora mismo.


2


Roberto Medel estaba mucho más tranquilo de lo que se esperaba. La huida había sido un poco tortuosa debido a la intervención de Matilde, pero lo que importaba era que tenían a Patricia en su poder y que solo era cosa de un par de horas para poder capitalizar el esfuerzo. La bodega en la que se encontraban tenía buena iluminación y escondía a la perfección el furgón y el auto, pero solo era temporal; Bernardo no estaba de  buen humor en esos momentos.

–Las cosas salieron bastante mal Roberto, la policía debe estar buscándonos.
–No me digas ahora que te preocupa que la policía –dijo el doctor con una media sonrisa– porque no te creo.

Bernardo inspiró y su abultado abdomen pareció agrandarse por un momento.

–No eres mejor que yo Medel, recuerda que no es la primera vez que estamos haciendo trabajos juntos.
–Estoy consciente de ello, así que no hagas un escándalo; de todos modos como te diste cuenta, era urgente salir de ese sitio.
–También podríamos habernos desecho de esas mujeres, era muy sencillo.
–Era dejar pruebas de sobra. Para cuando averigüen que efectivamente tiene razón y que me llevé a esta mujer, ya habremos sellado el trato.

El otro se cruzó de brazos.

– ¿Cómo es que estás tan convencido de que esa gente con la que hablaste va a pagar una gran cantidad de dinero por esa mujer?
–Porque estudié muchos años y sé de lo que estoy hablando; es una mina de oro, y lo mejor es que solo tenemos que dejarla con ellos y llevarnos el dinero.
–Espero que sea así.

Medel había tomado la decisión en el último momento, casi cuando estaban llamándolo para avisarle que la hermana iba en camino; no era cualquier cosa, era dejar todo lo que conocía y su estilo de vida, para empezar de cero, completamente de cero. Pero estaba seguro de tener en sus manos el negocio del siglo, no podía simplemente dejarlo pasar, de modo que hizo algunas llamadas y obtuvo la respuesta correcta. No por haber dejado el turbio negocio de tráfico de órganos en el que había estado involucrado años atrás significaba que no tuviera los medios para contactarse, y aunque nunca creyó hacerlo, fue gratificante obtener respuesta. Lo demás solo fue organizar las cosas para llevarla consigo, a pesar de todas las intervenciones.

– ¿Cuánto más crees que se van a demorar?
–Ni siquiera ha pasado una hora –dijo mirando hacia la camilla– tranquilo, ya van a contactarme para que podamos hacer el intercambio.

El doctor desvió la mirada de la mujer en la camilla mientras seguía hablando con el otro hombre; no vio que Patricia había abierto los ojos.


3


El paso por el despacho del abogado no había sido largo, pero sí entregado nefastas noticias. El profesional se encontraba disponible y confirmó las palabras de Matilde acerca de la oficina y la firma del contrato, pero por desgracia también anunció que su oficina había sido invadida y robado de ella una serie de documentos, entre los cuales estaba el contrato. Mayorga no se sorprendió de escuchar eso, de hecho casi se lo esperaba, lo de confirmar cada una de las palabras de Antonio acerca de mucha más gente involucrada en ese caso. Matilde en tanto no experimentó mucho cambio en su estado de ánimo, probablemente porque tampoco le resultó sorprendente, cosa que él entendía con facilidad ya que estaba al tanto de todo lo que la joven vivió esa mañana, aunque no dejaba de admirarse de la fuerza que estaba demostrando en momentos adversos, lo que probablemente se debiera a que tenía un objetivo mayor, proteger a su hermana. Dejando a un oficial encargado de recopilar la mayor cantidad de información posible, Mayorga, acompañado de Matilde, fue a la oficina de Céspedes para poder hablar con tranquilidad y tomar algunas decisiones importantes.

–Matilde, acaban de informarme que hay un dato acerca del furgón, tengo a mi gente siguiendo esa pista, así que pronto deberíamos tener alguna noticia nueva.
–Gracias.
–Se ve muy cansada –dijo él mirándola por el retrovisor– creo que debe comer algo, apuesto que no lo ha hecho.

La joven miró al policía. Era probablemente el tipo de oficial perfecto, siempre pensando en todos los detalles y ocupándose de las personas a quienes quería ayudar; probablemente era la mejor casualidad que le había sucedido, aunque muy en el fondo seguía teniendo temor de volver a encontrarse con una sorpresa como la que había significado Antonio y el doctor Medel. Pero por alguna razón y a pesar de todo lo ocurrido, no conseguía sentir desconfianza de él en esos momentos, a pesar de no conocerlo mayormente. Quizás un sentimiento compartido con Patricia, que en su momento confió en él lo suficiente como para, según las palabras del propio oficial, cambiar su destino.

–No tengo hambre.
–No dije que la tuviera, dije que debía comer algo, necesita estar fuerte o de lo contrario tendré que mandar a internarla por un cuadro de anemia.

No era una amenaza pero tenía razón. La joven asintió.

–Gracias.
–No me lo agradezca, por falta de tiempo tendrá que comer en el auto mientras avanzamos.
–No importa ¿Dónde vamos?
–A organizar algunas cosas en la oficina del comandante.
–Él parecía muy preocupado cuando me lo presentó.
–Siempre se involucra en los casos –explicó él– por eso es que tengo confianza en él, porque es un policía ejemplar, además tiene tanta experiencia que sé que es la persona indicada para apoyarnos. De momento estamos a la espera de lo que diga el forense, que por suerte accedió a apurar la autopsia de la modelo, y a las indagaciones que realice mi equipo con respecto a la historia de Medel y el vehículo desaparecido.

Céspedes no se parecía a Manieri, el superior y en muchos sentidos mentor de su hermana, pero su actitud ante una situación adversa era la misma y eso le infundió confianza, aunque desde el principio todas sus fichas estaban en Mayorga. Estaba tan angustiada o más que antes por su hermana, y a eso agregaba la tristeza por las recriminaciones de Eliana, pero lo mejor era mantener las cosas así. Solo que tenía que encontrar la forma de saber de sus padres sin hablar directamente con ellos. No podía seguir cometiendo errores, porque si bien era muy probable que las cosas en Río dulce siguieran igual y ellos no pretendieran aparecer de sorpresa, la incertidumbre la mantenía más alerta aún. El auto se detuvo junto a un restaurante de comida al paso.




Próximo capítulo: Una nota sobre el escritorio