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Maldita secundaria Capítulo 15: Última oportunidad



Lunes 22 Octubre

Cuando la bodega explotó, el ruido ensordecedor fue grande, y el caos inmediato. Fernando se quedó inmóvil, y mientras los demás corrían hacia Hernán, Leticia se acercó a su amigo y lo removió.

— ¡Reacciona Fernando!

Los estudiantes comenzaron a salir al patio mientras Dani y los demás se acercaban a Hernán.

—Hernán, ¿estás bien?
—Claro que estoy bien —rezongó el otro tratando de levantarse— sólo me caí, ¿qué diablos pasó?

A esas alturas ya estaban en medio de un patio atestado de gente. Luciana hizo una mueca.

—Creo que en ésta parte lo de pasar desapercibidos queda en el olvido.
—Rayos —murmuró Alberto— intenten mezclarse, aparenten estar sorprendidos.
—Yo estoy auténticamente sorprendida —protestó Soledad— ésto es una completa locura. Ay no...

En ese momento apareció el inspector Vergara caminando a paso firme; en su expresión se notaba claramente que estaba decidido. No era la misma severa actitud de antes, en esa ocasión su mirada era dura como el acero.

—Estudiantes, vuelvan a sus salas ahora mismo.

Habló claramente, con la suficiente autoridad como para que los estudiantes comenzaran a volver  a las salas. Pero señaló al grupo alrededor de Hernán si dejar lugar a dudas.

—Ustedes, vengan conmigo.

Hernán se levantó, y acompañó a los demás tras el inspector, mientras los auxiliares corrían hacia la bodega para controlar el humo. Poco después Vergara los hizo entrar en una sala vacía y cerró la puerta.

—Ésta situación no puede continuar —comenzó realmente irritado— está sobrepasando todos los límites.
—Es verdad inspector —dijo Fernando tentativamente— han ocurrido accidentes...
—Silencio —replicó el inspector con tono amenazante— saben perfectamente de lo que estoy hablando, no pueden continuar así.

Dani sabía que la situación era extrema, pero trató de lograr una salida alternativa. Todo se había precipitado sin que lo pudieran evitar, pero tener al inspector enfrentándolos de esa forma era algo que no esperaba tener que pasar.

—Inspector, no sabemos de que...
—Usted no diga ni una palabra Dani —lo silenció el inspector— ni siquiera usted escapa a ésta situación, no puedo permitirlo más; durante todo éste tiempo he tratado de ser permisivo, pero los actos continúan, ustedes siete permanecen involucrados, y además parecen haber agregado nuevos miembros a su cofradía.

Fernando se ocultó detrás de los otros para lograr llamar al director, que en ese momento era el único que podía salvarlos.

—Inspector —intervino Alberto valientemente— todos estamos muy nerviosos por ese accidente...

La mirada del inspector lo fulminó antes que pudiera decir algo más.

—No continúe —lo cortó Vergara—   usted Alberto, a pesar de ser un estudiante sobresaliente, también está involucrado, y no lo permitiré ni un momento más.

Sorpresivamente, la puerta de la sala se abrió y entró el director San Luis, con actitud decidida, aunque no se mostraba alterado.

— ¿Qué sucede aquí?

El inspector no se molestó en mirar a los estudiantes buscando algún culpable de esa aparición tan sorpresiva. Simplemente le contestó al director con total frialdad.

—Imagino que eso usted lo sabe, director.

San Luis decidió pasar por alto el tono; la situación era más importante.

—Creo que hice mal la pregunta. Me refería a por qué motivo usted está aquí en vez de supervisando lo que ocurre con la bodega donde ocurrió el accidente, y por qué éstos estudiantes no están en sus salas.

Vergara se tomó un momento para responder.

—Sabe tan bien como yo que las cosas no han estado siguiendo un curso normal.
—Han sido tiempos convulsionados.
—Sabe que no se trata de eso, se supone que usted debería estar tan ocupado de éste asunto como yo, a menos que las cosas hayan cambiado en el último tiempo.

Los diez seguían el enfrentamiento en absoluto silencio; en ese momento todo estaba en manos del director.

—Tiene razón viejo amigo —concedió el director desplazándose hacia la puerta— hablaremos de ese asunto, pero no ahora, y no aquí.

Quedaron enfrentados unos momentos, hasta que finalmente Vergara se rindió ante la expresión sincera de San Luis, y sin mirar a los diez, salió de la sala seguido del director.

—Eso fue monstruoso —comentó Teresa— pero ahora sí que estamos en problemas.
—No lo sé, yo me preocuparía más por lo que está pasando con los sistemas —comentó Alberto— eso que ocurrió  no es para nada normal, Vergara tiene razón al decir que no es un accidente común.

Salieron de la sala y caminaron hacia un pasillo, pero el director San Luis pasó a paso veloz junto a ellos.

—Vengan a mi oficina ahora mismo.

Los diez lo siguieron en silencio. Una vez dentro de la oficina del director vieron que él se sentaba pesadamente ante su escritorio.

— ¿Qué está sucediendo, ellos están enterados de todo?

Carolina respondió en voz baja.

—Si director, ellos ahora están con nosotros.

San Luis les dedicó una mirada severa.

—Debieron haberme informado que las cosas habían cambiado, ¿cómo se supone que lo iba a saber de otra manera?
—Tiene razón director —repuso Dani— cometimos un error, debimos haberle dicho, pero con todas las cosas que pasaron lo dejamos. Lo lamentamos.
—No sirve de nada que lo lamenten ahora.

Se puso de pie, pero suspiró para relajarse.

—Escuchen, sé que están sometidos a mucho estrés por lo que están viviendo; me gustaría hacer más para poder ayudarlos, pero no está en mi poder, lo que puedo hacer es ayudarlos haciendo lo posible por mantenerlos al margen de la vista o de las acciones de los inspectores, pero es importante que esté enterado de lo que pasa.
—Tiene razón director —replicó Dani— no volverá a suceder.

San Luis volvió a sentarse.

—Eso espero. Alberto, Teresa, Luciana, lamento tener que darles la bienvenida a éste circo en el que se está convirtiendo la secundaria, pero lo principal es que quiero que sepan que cuentan con todo mi apoyo en éste trance.

—Muchas gracias —respondió Teresa educadamente— haremos nuestro mejor esfuerzo.
—Estoy seguro de eso. Ahora vayan a clases por favor.

Pero Leticia aún no estaba muy convencida.

—Director, ¿qué pasará con el inspector?
—Déjenme al cuerpo docente a mí, y aunque es un poco difícil, traten de mantenerse al margen de ellos lo más posible. Vayan a clase por favor.

Los diez salieron caminando lentamente.

—Vaya, San Luis está sometido a bastante presión.
—No somos los únicos —respondió Lorena— de hecho somos testigos de cuánto lo afecta tener que dejarnos a nosotros ésta responsabilidad.
—Es cierto —comentó Dani— ésta vez nos libramos de milagro, pero de todos modos hay que tratar de estar lo más discretos posible.

Martes 23
Segundo recreo

Fernando y Leticia estaban recorriendo el segundo patio en medio del resto de los estudiantes.

— ¿Sabes algo? Encuentro que hay algo diferente en el ambiente Leticia, es como si las cosas hubieran cambiado de nuevo.
—Yo también lo siento —comentó ella— seguro que se trata de algo de los espíritus, ahora que entraron al juego los demás, todavía no sabemos cuántos cambios van a ocurrir, ya lo de la bodega fue extraño. Además —agregó con una sonrisa malvada— estamos en peligro, Hernán es la muestra de ello.
— ¿Y tú que tratas de decir?
—Nada, es solo que te preocupaste mucho por el accidente, cualquiera diría que estabas angustiado por un amigo.
—No seas ridícula.

Mientras tanto, Alberto y Soledad caminaban por el segundo piso del primer edificio.

—Ésto es muy raro, ahora no pasa nada en la secundaria.

Y entonces se cortó la luz.

—Insisto, no hay que decir esa frase.
—Hay que buscar a los demás —comentó ella mirando al patio— no va a pasar mucho rato antes que la gente se desespere.

Poco después el grupo se reunió en el primer patio mientras los profesores trataban de mantener en orden a los estudiantes.

— ¿Dónde está Teresa?
—Pensé que venía con ustedes —comentó Luciana— no la he visto.
—Ay por todos los cielos —dijo Alberto —es posible que ésto sea por los espíritus, quizás qué ocurrió con ella.
—Hay que encontrarla —sentenció Dani— si está pasando algo con los espíritus, no podemos tomar ningún riesgo, dividámonos y veamos qué pasa, cualquier cosa llamen de inmediato.

Poco después Alberto, Fernando y Carolina recorrían un pasillo del primer piso del segundo edificio.

—Suerte que las salas están vacías —comentó Fernando— es más rápido revisar.

Carolina se acercó a la última puerta del pasillo.

—Espero que no sea nada grave, no me gusta que esté... ¡Teresa!
— ¿Qué pasa?

Alberto y Fernando se apuraron hacia la última sala, y comprendieron de inmediato qué era lo que había hecho gritar a Carolina. Teresa estaba en el suelo, desmayada.



Próximo capítulo: Encuentros

Maldita secundaria Capítulo 14: Cambios inesperados



Sala de libros
Lunes 22 Octubre

—Disculpen el retraso —dijo Teresa entrando— pero ya llegué.

Alberto se acercó a uno de los libreros.

—Me encantó la idea de tener ésta base de operaciones acá, es un lugar simple y no muy visitado.
—Sí, es cierto...

Dani no alcanzó a decir nada más, cuando sintió como el pomo de la puerta giraba lentamente.

—Se suponía que la dejé con pestillo —susurró Teresa.
—Nunca se me ocurrió probar desde afuera —se excusó Dani— pero podemos hacer lo del otro día.

Rápidamente repartieron libros, un segundo antes que apareciera el inspector Vergara en la sala. El hombre les dedicó una de sus habituales miradas autoritarias.

—Buenos días.
—Buenos días inspector —lo saludó Dani con una sonrisa espléndida— ¿ya es hora de clase?
—Faltan cuatro minutos —replicó el otro con una expresión indescifrable en el rostro— ¿a qué se dedican?
—Estamos preparándonos —respondió Teresa tratando de sonar creíble— ya está finalizando el año, así que adelantamos para los exámenes del año entrante y para el futuro.
—Debe ser una preparación muy exhaustiva si además de todo incluye textos de energía nuclear.

Dani sabía que desde tiempo Vergara estaba tras ellos; Teresa respondió con más convicción de la que realmente sentía.

—Es importante porque tiene que ver con lo que pretendo estudiar.
—Qué interesante, coménteme más.

Alberto, que estaba casi fuera de vista del inspector golpeó los dientes unos con otros para que ella entendiera el mensaje.

—Se trata de una carrera muy importante.
—Lo imagino.
—Y ésta área —señaló el libro— tiene que ver con comida.
—No veo de qué manera.

Alberto contuvo un ataque de risa; casi sin moverse estaba tratando de transmitir en mensaje, de modo que puso cara de dolor e hizo lo que él consideraba un disimulado gesto de taladro con un dedo.

—Claro, porque cuando no se cuida el cuerpo después de la comida puede haber graves consecuencias, así que esta carrera es importante en la medicina, quiero estudiar radiología para exámenes.

Alberto se tragó un suspiro de alivio mientras Leticia tiraba al suelo su libro para desviar la atención.

—Ay que tonta, se me cayó.
—Trate de no sufrir por eso —replicó el inspector saliendo— no se tarden en ingresar a clase.

Fernando se asomó a la puerta unos segundos después.

—Ya se fue.
—Déjenme adivinar —comentó Alberto— Vergara es uno de los problemas extra de los que tenemos que ocuparnos.
—Y tiene una increíble capacidad para aparecer en los lugares incorrectos —comentó Leticia— pero no sólo está él, Carvajal también es un problema.
—Y al final no hemos avanzado mucho —se quejó Fernando.
— ¿Como que no? —se escandalizó Alberto— ya nos pusimos de acuerdo, tenemos algunas luces de lo que deberíamos hacer y ya quedamos en que no hay que estar solos. Propongo entonces que hagamos patrullajes periódicos, es la única forma de saber si es que se teje algo con los espíritus.

Primer recreo
Sala de química

—Es una ironía que se te haya quedado un libro justo en ésta sala después de la escenita de más temprano.

Teresa tomó el libro y se acercó a la puerta.

—Gracias por acompañarme, ahora vamos a ver si es que está pasando algo en el patio.

Alberto se acercó a la ventana.

—Qué extraño, tenía la sensación de que hoy iba a ocurrir algo como para recibirnos, pero parece que las cosas están calmadas.

En eso una silla se elevó por los aires y voló directo hacia Teresa.

— ¡Nooo!

Mientras, Dani y Soledad estaban caminando por el último patio.

—Oye Dani, ¿tú crees que los nuevos sean realmente de ayuda?
—Espero que sí, aunque a decir verdad, ellos se han tomado las cosas mejor que nosotros al principio.

Soledad sacó el teléfono celular de su bolsillo.

—Creo que lo mejor es que veamos cómo van los demás. Ay no...
— ¿Qué pasa?
—Mira, no hay señal.
—Ah, pero no te preocupes, llama desde el mío... —dijo él sin darle importancia— que extraño, tampoco tiene señal.

Se miraron, llegando ambos a la misma conclusión.

— ¿Crees que sea por los espíritus?
—Prefiero salir de dudas —dijo poniéndose los guantes— adelántate y trata de encontrar a alguien más, enseguida te alcanzo.

En tanto, en la sala de química, Teresa estaba aprisionada contra la puerta por una silla que le atrapaba la cabeza entre las patas. Aún tenía espacio para respirar, pero la fuerza que estaba moviendo la silla estaba haciendo más presión contra la madera; mientras tanto Fernando trataba de quitar la silla.

—La próxima vez que diga que las cosas van bien, alguien que me golpee.

Fernando en tanto luchaba inútilmente por mover la silla.

—Deja de hablar y ayúdame.
—Lo más probable es que eso lo esté haciendo Matías, así que si se trata de energía, lo que tenemos que hacer es que se consuma de alguna manera...
—Alberto, lo que sea que vayas a hacer, hazlo ya.
—Si, está bien, mi culpa, solo tengo que hacer ésto...

Se acercó a un mechero y lo encendió, pero sorprendentemente la llama que salió del mechero casi llegaba al techo y era muy superior a lo que en realidad podía salir de ahí.

— ¡Pero que estás haciendo, nos vas a quemar vivos a los tres!

El propio Alberto retrocedió extrañado ante el resultado, que claramente no era el que se esperaba.

—Alberto, ayúdame con algo que no nos mate a todos.

Alberto sacó el celular y se acercó a la ventana para marcar mientras Fernando intentaba sin resultados quitar la silla, que ya comenzaba a hacer marcas en la puerta.

—Hola.
—Luciana, ¿estás sola?
—Si, ¿por qué?
—Estamos en química, ¡auxilio!

Luciana se apuró hacia el pasillo donde estaba la sala de química, pero la voz de Alberto la detuvo antes de tocar el pomo de la puerta.

— ¿Luciana?
—Soy yo.
—Estamos en problemas aquí, tienes que evitar que la gente se acerque a la puerta hasta que lo solucionemos.
— ¿Pero qué quieres que...?

Iba a decir algo más, pero volteó y vio que la maestra Santelices iba con un grupo de estudiantes. No supo qué hacer, pero con toda la gente ahí, hizo lo único que se le ocurrió y fingió un espectacular desmayo. Una vez en el suelo se quedó muy quieta, y sintió como se le acercaban, pero vio que en vez de aproximarse a ella, la maestra iba hacia la puerta.

— ¡Noo!

Se abalanzó sobre la maestra, que por milagro consiguió mantenerse equilibrada con ella prácticamente abrazada a sus piernas.

—Maestra... ¿qué pasó?
—Iba a buscar unas sales, pero por lo visto ya estás mejor, te llevaré a la sala para que te sientes.
— ¡No!
— ¿Por qué no?

Luciana hizo que la mujer se le acercara más.

— ¿Caí en alguna posición indigna?

La mujer la miró con infinita condescendencia.

—No. Ahora no se preocupe y acompáñeme a la sala.
— ¿Pero y no me va a acompañar a la enfermería? No me siento muy bien.
—Supongo que podría mandarla con uno de los chicos.
— ¿Solo con uno, no va a ir usted?
—No la veo tan mal como para necesitarme a mí y a todo un curso.
—Pues no pero...

Precisamente en ese momento la puerta de la sala se abrió, y salieron los chicos acompañando a Teresa que se cubría el cuello con las manos.

En tanto, en el primer patio, Soledad se encontró con Hernán.

—Hernán, ¿has visto a alguien más?
—No, ¿por qué, qué pasó ahora?
—No hay señal en los celulares, y con Dani creemos que puede ser algo de los espíritus.

Hernán comprobó en su móvil que no había señal.

—Diablos, revisa por acá, yo iré a la parte de adelante.
—Está bien.

El rapado se alejó a paso rápido hacia adelante, mientras Soledad se acercaba a las escaleras, pero Carolina y Lorena aparecieron bajando atropelladamente.

— ¡Baja, aléjate!

Solo alcanzaron a llegar abajo, cuando una voz las interrumpió.

— ¡Señoritas! ¿Qué es lo que...?

La inspectora Carvajal iba a decirles algo más, pero su expresión mutó en una mueca de espanto; acto seguido cayó desmayada. Las chicas voltearon hacia la escalera, y se toparon casi frente a ellas con dos enajenados.

—Diablos, estamos en problemas.

Pero antes que pudiera pasar nada más, por los altavoces se emitió un agudo sonido que parecía una falla de audio. Las chicas se taparon los oídos con el ruido, pero cuando volvieron a mirar, lo dos enajenados estaban de pie frente  a ellas, cabizbajos y totalmente inmóviles.

—Qué extraño, no se mueven.
—A lo mejor el ruido los afectó, puede ser parecido a los golpes en la cabeza.

Soledad volteó para mirar a la inspectora Carvajal que seguía tendida en el suelo.

—Tenemos que ayudar a la inspectora.
—Yo ni lo intentaría —dijo Carolina— si esos dos estaban así, es probable que hayan más, dejémosla ahí y vamos a ver qué pasa  con los demás.

Por otro lado, Hernán estaba en el segundo piso del primer edificio cuando sonaron los altavoces, y se sorprendió al encontrar a dos de ellos de pie e inmóviles frente a una puerta.

— ¿Y a éstos dos que les pasa?

Iba a devolverse por el pasillo cuando pensó que en realidad, fuera de cualquier situación, era extraño que los dos estuvieran frente a la puerta de esa salita, así que los rodeó y se acercó.

— ¿Hay alguien ahí?

Se sintió un poco ridículo hablándole a una puerta al lado de dos zombies, pero al cabo de un rato sintió ruido adentro.

— ¿Hay alguien? Es Hernán.

La puerta se abrió y salió Leticia.

— ¿Estás bien?
—Si, ¿y a esos que les pasó?
—Seguro fue por el sonido, ahora vamos.

Abajo, en el pasillo junto al segundo patio, se encontraron Soledad, Carolina y Lorena con Teresa, Alberto, Luciana y Fernando, y al poco regresó Dani y Leticia con Hernán.

— ¿Escucharon eso? —comentó Luciana— ese ruido de los altavoces sí que fue raro.
—Pero la buena noticia es que parece que eso afecta a los enajenados —dijo Leticia— así que tendríamos que irnos a las salas.

Alberto chasqueó los dedos.

—Sería genial poder haber grabado ese sonido, la frecuencia seguramente es muy anormal y eso nos ayudaría a defendernos en cualquier situación peligrosa.

Los demás lo estaban mirando muy fijamente.

—Está bien, de acuerdo, solo era una hipótesis.

Hernán se apoyó en una muralla.

— ¿Qué les pasó a ustedes?
—Teresa estuvo en riesgo pero logramos salir adelante —explicó Fernando— aunque ahora la puerta de química tiene algunas marcas.
— ¿Qué pasó?
—Una silla salió disparada y la atrapó.
—Cielos.
—Es un milagro que no me haya pasado nada grave —dijo la aludida con voz ahogada— me asusté mucho.
—Suerte que lograron salir de esa —comentó Lorena— debe haber sido difícil.
—Puse un afiche, pero luego habrá que ver que hacer para cubrirlo —dijo Alberto— o no sé cómo vamos a explicar que la puerta tiene marcas casi como agujeros en ella.

En ese momento los altavoces volvieron a emitir el intenso y agudo sonido de antes; todos se taparon los oídos, pero Hernán gruñó irritado ya que estaba precisamente debajo de un parlante.

—Diablos, voy a quedar sordo.
—Es mejor que nos vayamos a las salas antes que nos vean afuera —comentó Dani— el recreo ya terminó.

Pero el rapado comenzó a caminar hacia el otro extremo del patio, directo a una pequeña bodega.

—Luego los alcanzo.
—Ten cuidado —dijo Dani.

Alberto iba a decir algo, pero Dani le hizo un gesto con la mano.

—Ah, es decir que...
—No te hagas ideas Alberto, Hernán es...

Iba a decir algo más, pero se quedó quieto mirando hacia adonde había ido el rapado; el inconveniente con los altavoces podía muy bien no ser normal, pero fuera de eso, en esa bodega había una toma de energía, un puente que conectaba los motores con las edificaciones de atrás. De pronto miró a Lorena, y vio en ella la misma expresión, ella estaba pensando lo mismo.

—Fernando, ve por Hernán.
—Está bien pero...
— ¡Ahora!

Fernando apuró el paso; Dani nunca subía la voz, así que si lo había hecho era porque pasaba algo malo.

—Hernán.

El otro estaba muy cerca de la bodega; en ese momento recordó que había reclamado por el sonido, eso significaba que podía tener los oídos tapados.

— ¡Hernán!

Aún no escuchaba. Fernando comenzó a correr hacia él, pero parecía demasiado lejos, y con el corazón oprimido volvió a gritar mientras gesticulaba desesperadamente.

— ¡Hernán! ¡Quítate de ahí! ¡Hernán!

Después fue demasiado tarde. La bodega hizo una explosión sumamente ruidosa que lanzó al rapado al suelo.




Próximo capítulo: Última oportunidad

Maldita secundaria Capítulo 13: Sin casualidades



Alrededores de la secundaria
Jueves 18 Octubre
Después de las once de la noche

Alberto, Luciana y Teresa insistieron en tener alguna prueba de todo lo que se les había dicho, de modo que el grupo se contactó   con Adriano del Real para visitar la bodega nuevamente, aunque esa noche se mostró sumamente reservado,  y se limitó a abrir la bodega y dejar que el grupo viviera la experiencia.
Poco después de salir, Del real se despidió escuetamente del grupo y se retiró, dejando a los demás encargados de las reacciones de los nuevos. Mientras el grupo caminaba aún sin rumbo fijo, Fernando recordó como era estar nuevamente en el interior de esa bodega y lo que sintió la primera vez que estuvo, y entendió lo que era para los demás vivir esa escena.
Los tres se lo tomaron de manera distinta, a Teresa le impactó profundamente el sufrimiento por el que pasó Matías, Luciana se mostró bastante asustada, mientras que Alberto se quedó en silencio, analizando cada detalle de lo ocurrido. Cuando Leticia consideró que ya había pasado suficiente tiempo intervino.

—Bien, ahora ya pasaron por la gran experiencia, así que supongo que no les quedan dudas.

Teresa aún no salía de su asombro.

—No puedo creer todavía que haya pasado todo ésto, es sencillamente impresionante.
—Es cierto —comentó Luciana— realmente la voz estaba en nuestras cabezas, era como escuchar tus propios pensamientos.

Dani asintió.

—Para nosotros también fue impactante en su momento, incluso sigue siéndolo ahora.
—Pobre Matías —dijo Teresa— no me imagino lo que debe haber sufrido.

Pero Alberto intervino fríamente.

—Ese es el problema, que en realidad no lo sabemos.
— ¿Que dices?
—Mírenlo desde un punto de vista más técnico; estuve haciendo algunas investigaciones superficiales durante el día, y entendí que cuando el espíritu de una persona permanece en la tierra es por algún motivo, pero aunque nos dijeron que era por temor o por la forma en que había muerto, no lo sabemos con seguridad. No se ofendan muchachos, pero creo que con todo lo que han vivido ustedes fueron el primer filtro en ésta situación y ahora las cosas podrían seguir un curso más lógico.

Fernando lo miró con las cejas alzadas.

—Parece que te lo estás tomando sorprendentemente bien.
—Por supuesto que no, pero no hay muchas alternativas llegados a este punto. Lo que si me parece importante es que sepamos si estamos todos de acuerdo en jugarnos, yo diría la vida, por ayudar a solucionar ésta situación.

Teresa aún no se reponía del impacto, pero ya había tomado la decisión.

—Después de escuchar esa voz, claro que voy a ayudar, no sé como pero lo haré.

Alberto miró a Luciana.

— ¿Y tú que harás?
— ¿Cómo que qué haré ?—le respondió como si la estuviera insultando— ¿nunca has visto películas de fantasmas? Ahí los protagonistas nunca escapan hasta que consiguen solucionar la situación en la que están.
—Creo que eso es un sí. Bien, entonces ya estamos todos de acuerdo, pero es tarde, propongo que nos juntemos mañana antes de clase en mi casa, para que podamos planear bien lo que vamos a hacer.

El grupo dedicó algunos momentos a intercambiar  números de teléfono, y quedaron de acuerdo en reunirse al día siguiente.

Viernes 19 Octubre
Alrededores casa Alberto

Los diez se reunieron cerca de la casa de Alberto por la mañana.

—Gracias por venir. Ahora vamos a mi cuarto, ahí podremos hablar con más calma.
— ¿Estás seguro de que vamos a entrar todos ahí?

El más pequeño del grupo sonrió.

—Ya verás.

Poco después los diez entraron en el cuarto de Alberto, que estaba precedido por una sala escritorio muy ordenada, con libreros que casi llegaban al techo, un escritorio y una mesita de centro con algunos puf alrededor. El grupo se dividió por el lugar mientras Luciana se sentaba ante el escritorio como si fuera un trono.

—Es un lugar agradable.
—Gracias —dijo Alberto marcando cada sílaba— es mi estudio como se darán cuenta.
—Vaya —comentó Leticia— creo que ésto explica por qué te dicen cerebrito.
—Tienes una habitación muy bonita —dijo Dani— mira cuántos libros.

El aludido se encogió de hombros.

—De todos modos no es gratis, a cambio de ésto no puedo bajar ni una décima las notas, así que me gustaría saber ahora cómo es que voy a seguir lidiando con todo.

En ese momento entró la madre de Alberto, una mujer de aspecto alegre, de rizado cabello rojizo, que contrastaba tanto con la habitación como con su hijo; llevaba en las manos una bandeja repleta de dulces de todos colores y formas.

—Hola a todos.
—Mamá, como estás, ellos son los compañeros de los que te hablé, Dani, Hernán, Fernando, Leticia, Soledad, Lorena y Carolina, y ya te había hablado de Teresa y Luciana.

Ella se veía claramente contenta de tener visitas en su casa.

—Si por supuesto, hola chicos, les quería hacer una atención, éstos dulces son mi especialidad, prueben con toda confianza.
—Gracias por tu aporte mamá, es tan lindo de tu parte, ahora los disfrutaremos y veremos el tema de los estudios, ya sabes que estamos en un período importante.
—Por supuesto.
—Así que nos dedicaremos a eso, gracias, te amo.
—De nada cielo.
—Gracias.
—Oh, por nada.

Se miraron un momento sin hablar; Alberto no hizo el más mínimo gesto de irritación.

—Entonces vamos a organizar la clase para no salir tarde.
—Estupendo.
—Hablamos luego.
—Claro.

Logró despedirla y cerró la puerta. Luciana indicó la bandeja de dulces.

—Probaré uno.

Lo dijo como si estuviera determinado que era ella quien tenía  que probarlos en primer lugar. Alberto decidió pasar por alto esa parte y le ofreció un dulce, después de lo que dejó la bandeja en la mesita.

—Están riquísimos —comentó Fernando— voy a tomar dos más.
—Tu mamá tiene muy buena mano para éstas cosas —comentó Soledad— están deliciosos.

Hernán se acercó a una de las bibliotecas mientras los demás conversaban acerca de los dulces y tomó un ejemplar empastado de ella. En la portada se veía un grupo de jóvenes con actitud desafiante y con gemas en las manos.

—Tienes Sten mor.
— ¿Qué? Ah, sí, es buenísima.
—No sabía que estuviera en el país.
— ¿Bromeas? Tuve que pedírsela a un tío que fue de viaje y aún no se la pago, aunque no la he terminado, tuve que dejarlo por un tiempo y quedé en la parte donde conocen a la primera maestra.
—Para que llegue hasta el fin del mundo falta bastante.
—Si, aunque reconozco que fue ataque de ansiedad pedirla ¿Viste la reseña en la web?
—Empecé por ahí, vi lo del argumento y todo pero tenerla en físico es diferente.

Luciana tosió disimuladamente.

—Deberíamos hablar del tema de los fantasmas.
—Cierto, tienes razón, lo siento, mi culpa —dijo Alberto sonriendo— hablando de eso, estuve haciendo algunas investigaciones anoche, y creo que lo más importante es que las cosas deberían estar relacionadas de algún modo.
—Habíamos pensado en eso —comentó Carolina— de hecho, hubieron algunas cosas que han cambiado desde que ustedes quedaron involucrados, así que aún tenemos que investigar.
—Lo más importante es que hay que descubrir varias cosas —siguió Alberto— porque por un lado tiene que haber un motivo para que nosotros estemos metidos, y además eso debería coincidir con lo que los involucra a ustedes, además que tenemos la investigación de la muerte de Matías.

Luciana le dedicó una mirada divertida.

—Estuviste planeando algo como ésto toda tu vida, ¿verdad?

Alberto iba a decir algo, pero Leticia se le adelantó.

—Seguro que eso es mejor que estar posando para la foto todo el día.
—No viene de la mejor parte el consejo.
—Esperen, esperen —intervino Dani con tono conciliador— ya he pasado por la etapa de las peleas y eso no lleva a ninguna parte. Sé  que estamos sometidos a mucho estrés, pero tenemos que calmarnos y colaborar en ésto.

Leticia se encogió de hombros quitándole toda importancia a Luciana. Alberto revoleó los ojos.

—Bueno. El tema sería que nos informaran un poco de qué es lo que ha pasado en éste tiempo, dijeron que hay cosas que no sabemos.

Fernando se tragó un bocadito blanco.

—Sí, es cierto; mira, lo vamos a hacer sencillo: el espíritu de Matías está asustado, y por eso se esconde, es decir tiende a provocar que las salas se cierren o se muevan objetos, pero por lo general no es peligroso.
—Cierto —comentó Soledad— los que sí son peligrosos son los espíritus de los secuestradores, porque se meten en el cuerpo de la gente y la vuelven muy agresiva.
—Eso explicaría por qué han habido tantas situaciones como de peleas extrañas —dijo Teresa— pero en ese caso ¿qué hacen?

Hernán se apoyó contra una pared.

—Cuando están poseídas, las personas no saben lo que pasa, y hasta son invulnerables, así que como tienen más fuerza no es muy lógico enfrentarse con ellos, resulta mejor darles un buen golpe en la cabeza y con eso se termina el asunto.

Luciana lo miró con las cejas levantadas.

—Tú eres el encargado de los golpes, ¿no es así?

Hernán giró lentamente la cabeza hacia ella, pero antes de decir algo, Carolina intervino hablando con el mismo tono de siempre, pero con toda claridad.

—Luciana, te recomiendo que te tomes más en serio todo ésto, porque si un día aparece un enajenado, no le va a importar tu belleza y te va a atacar de todas maneras.

Hernán decidió no participar en la discusión, pero internamente se asombró de la fuerza que Carolina estaba demostrando en el último tiempo.

—Bien, volviendo al tema —intervino Alberto haciéndose el desentendido— hay que tener cuidado con las posesiones, y también estar muy atentos de cualquier hecho extraño que ocurra.
—Es importante también —agregó Dani— no quedarse solos, por lo general hemos tenido malas experiencias en situaciones así.
—Lo que me llama la atención es... ay rayos, piensen rápido.

En tres pasos Alberto se lanzó hacia una de las bibliotecas y arrojó libros en todas direcciones, y en dos pasos más estuvo a punto en la puerta para abrir antes que entrara su madre.

—Ay cariño, me sentiste los pasos.
—Si mamá, dime.
—Ay, solo quería saber cómo iba todo con los estudios.
—Muy bien mamá, estamos estudiando bastante.
—Y tus compañeros no trajeron libros.
—Eso no es problema —respondió mientras todos ponían cara de circunstancia— nos podemos nutrir con lo que hay aquí.
—Qué bueno, si yo sabía que toda esa inversión serviría para algo. ¿Les ofrezco algo para beber?
—Estoy preparado mamá, traje refrescos.
—Me alegro.
—Mamá.
—Dime cielo.
—Necesitamos algo de espacio.
—Ay por supuesto, que les rinda.

Salió mientras Alberto volvía a cerrar.

—Faltó poco.
—Está muy entusiasmada.
—Ya te dije que no acostumbro tener visitas, pero volviendo otra vez al tema, hay algo que me parece súper importante hacer además de sobrevivir a los espíritus, y es descubrir algunas cosas del pasado de Matías; creo que ahí es donde tal vez podamos descubrir algo.

Soledad tomó otro bocadito de la bandeja.

— ¿Y cómo podríamos averiguar algo así?
—A la antigua. Podemos preguntarle.



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