La traición de Adán Capítulo 1: La conciencia perdida

La traición de Adán

Capítulo 1: La conciencia perdida

El otoño se acercaba cada vez más en la ciudad, mientras en un espacio específico, alguien seguía con sus proyectos.
De pronto sonó el teléfono del lugar. Adán tomó el auricular y contestó, pero la llamada se cortó.

—Cielos, como si me sobrara el tiempo.

Colgó y se puso de pie. Adán era un hombre de 24 años que por donde se le viera, parecía un modelo de persona: medía casi un metro ochenta de estatura, y tenía una figura proporcionada y atlética. Era un hombre sumamente atractivo y bien formado, y sabía muy bien quien era y lo que tenía, tanto a decir de su físico como de sus facciones, su mirada de color marrón profunda e hipnótica.
La galería de arte de Carmen Basaure era el lugar en donde trabajaba hacía tres meses, un lugar minimalista y finamente trabajado, pensado para ser la puerta al paraíso del arte en donde se exhibían las obras de su dueña, que por lo demás era una de las más afamadas artistas plásticas de su generación. Adán había conseguido el empleo de asistente personal de la pintora, y a dos días de la inauguración todo estaba en la etapa culmine, cuando es necesario revisar hasta el más mínimo detalle.

—Adán, ven aquí por favor.
—Ahora voy.

Carmen Basaure era una mujer de estatura mediana, de cabello corto entrecano y rasgos severos, seguramente dados por su carácter temperamental que por lo demás era en gran parte lo que la hacía una de las más importantes e influyentes de su generación. Adán fue directamente al taller que estaba en la parte de atrás de la galería. Vestida sencillamente bajo el manchado delantal, la pintora estaba sentada en un piso alto, mirándolo, junto a un atril del que el hombre no podía ver la imagen.

—¿Sabes cuál es el nombre que reciben las personas que toman bajo su propiedad las obras de arte de otras?

Si a Adán le sorprendió esa pregunta ni el más mínimo rastro lo delató. Respondió con la misma tranquilidad y seguridad con la que hablaba normalmente.

—Son usurpadores.
—Exacto. Usurpadores —repitió con una expresión indescifrable en el rostro— eso es lo que son. Pero hay algo más, que seguramente tú desconoces porque no llevas tanto tiempo como yo en éste mundo. Además de los usurpadores, existen los desafortunados, personas que han creído tener una imaginación dotada y que han dado origen a una obra que por casualidad o por destino, ya había sido creada por otro, antes.
Ésta última parte había sido dicha con un tono de voz inquietante, como si en sus palabras la mujer de 52 años quisiera prepararse para decir algo que no quería, pero para lo que estaba condenada.

—Por eso es que los artistas se reúnen y van a convenciones y ese tipo de cosas, no sólo es para viajar y beber whisky caro gratis. Por eso es que los artistas se gastan fortunas en libros de arte, por eso es que pierden tiempo en ir a exposiciones aunque éstas se traten de una arista que ni siquiera trabajen, porque aunque todos sepamos que una obra puede tratarse de un accidente y no de la copia, cuando algo como esto sucede, automáticamente nos convencemos de que hay involucradas malas intenciones.
En ese instante giró el atril. Adán, ya desde antes de trabajar con Carmen y mucho más desde entonces, había estudiado muchísimo y desde luego que había visto  obras de todo tipo, desde las comunes, hasta las más famosas, pero lo que vio en ese momento, aún sin demostrarlo, lo dejó perplejo. La pintura era una obra maestra, una representación fantástica en donde un hombre perfecto se desprendía de las raíces de una tierra que parecía herida y sufriente para elevarse hacia un paraíso hermosísimo. Todo en la pintura, el detalle, los colores que parecían mezclarse entre ellos, la profundidad casi palpable y la unión exquisita entre fantasía y realidad le quitaron el aliento durante unos breves instantes.

—Esta es la principal obra de mi muestra, Adán —dijo Carmen sin quitarle los ojos de encima— es el Regreso al paraíso, pero no puedo exhibirla dentro de dos días, porque acaba de llegarme un mensaje inquietante. Es éste.

Le alcanzó una nota en donde figuraba una fotografía muy mal tomada, en la que sin embargo se podía apreciar una pintura que se parecía mucho al regreso al paraíso, aunque no lo era. Adán entendió de inmediato que Carmen Basaure estaba en una situación muy compleja.

—Sé que parece una locura, pero alguien está tratando de chantajearme. Sólo me han enviado hasta ahora la imagen con un monto: 50.000 dólares. Asumo que pagando esa suma es el único medio para salvar mi exposición, pero no tengo esa suma de dinero. Necesito que me ayudes Adán, si me sacas de éste embrollo, haré por ti lo que quieras.

Esa era una de las oportunidades que no se desperdician. Carmen estaba confiando en el por una razón muy poderosa, porque sabía muy bien que él estaba dispuesto a todo por ganarse su confianza.

— ¿Cómo sabes que se trata específicamente de un chantaje? Dijiste que solo estaba la foto y la cifra, perfectamente podría ser una broma de mal gusto, alguien le tomó la foto a tu pintura y luego te la envía.
—Sé que no es así porque sé quién lo hizo. Esta pintura es un secreto, tú eres la primera persona que la ve, y la segunda que sabe que existe.
—Creo que no entiendo.

Carmen se puso de pie, resuelta a contarle todo.

—Se trata de Bastián Donoso, un antiguo... amante. Cometí el estúpido error de fantasear sobre el cuadro cuando estaba en su compañía.
—Debes haber sido muy elocuente.
—Por supuesto que lo fui. El Regreso al paraíso es la obra de mi vida, todo lo que he hecho hasta ahora es para llegar a ella. Inclusive creí que el propio Bastián era el hombre del cuadro, pero...ya ves que las cosas no siempre son como te las esperas.

Adán ya sospechaba que había algo más.

—Si sabes quién está chantajeándote ¿Por qué no simplemente lo llamas y tratas de resolver el asunto?

Carmen ahogó una risa sarcástica, que en realidad iba dirigida a ella misma.

—Se trata de algo muy antiguo Adán, a Bastián lo conocí hace más de quince años y en unas circunstancias por decir lo menos... extrañas, él no sabía en ese entonces quien era yo.

Adán entornó los ojos.

—No quiero poner en duda lo que dices, pero eres una artista de fama internacional ¿Cómo podría no haber sabido quien eras?
—Porque en primer lugar no fue en éste país, y además en donde lo conocí, en esas circunstancias, no importaban los nombres o las caras, solo importaba lo que sintieras por la persona que estaba contigo, acompañándote. En ese tiempo le conté todo de mí, y aunque no me arrepiento, reconozco que fue un error pintar con palabras algo que aún no estaba siquiera realizado en un boceto. De todas maneras reconozco que hablar con tan extremo detalle me ayudó a clarificar mis ideas. De cualquier forma, no creo que Bastián sepa quién soy ahora, inclusive soy capaz de afirmar que piensa que alguien más copió la idea y por eso está haciendo todo esto.

Adán ya se estaba imaginando los detalles que la artista no ejemplificaba con palabras pero que eran evidentes por su forma de hablar, incluso por la manera en que evadía determinados tópicos que para cualquier otra persona serian dignos de contar en una situación como esa. Carmen era una mujer de apariencia física bastante común, pero su carácter le daba un aspecto especial, al punto que se volvía atractiva de una manera casi sobrenatural; por lo tanto no era difícil imaginarla quince años antes, todavía más vigorosa que ahora, en algún país nórdico, en un pueblito lejos de todo, aún de su fama, enredándose con un hombre joven, atractivo y seductor, que con sus caricias y palabras consiguiera de ella no sólo lo evidente, sino que además algunos bonos extra que mucho tiempo después podrían asegurarle un futuro.

—Además —continuó ella— en la nota que está junto a esto, él se refiere al chantaje como una forma de honrar a la persona que en primer lugar es la creadora de El regreso al paraíso, y aunque obviamente no me puede nombrar porque no sabe quién soy, es evidente que se trata de mí.

Adán frunció el ceño.

—Hay algo que no me queda claro. No entiendo porque no puedes simplemente contactarlo y hablar con él. Seguramente cuando sepa que eres la misma persona, todo terminará.

La pintora hizo un gesto vago con las manos.

—Eso es imposible, sencillamente porque tan pronto como él sepa qué clase de persona fui y soy, dejará de chantajearme para hacer público el duplicado de la obra, con lo que destruirá mi carrera. De momento Adán, lo que me importa es detener el chantaje y realizar la exposición, lo demás lo solucionaré en el camino. ¿Me ayudarás?

Diez minutos más tarde, Adán salía de la galería en su automóvil. En ese momento sonó una llamada de Sofía, su novia; era una mujer encantadora, simpática, bonita, muy dedicada y buena amante, pero él solo estaba con ella para ocupar su tiempo libre, por mucho que ella misma no lo supiera.

— ¿Dónde estás amor?
—Estaba a punto de llamarte —contestó él sin quitar la vista de la vía— no puedo verte ahora, tengo una emergencia en la galería.

Cualquier mujer habría reaccionado ante ese sutil desprecio y pasado de inmediato al modo de combate, pero Sofía no.

— ¿Sucedió algo malo?
—No malo, pero si debo resolver un tema y no sé cuánto tiempo me tome; debe estar resuelto o no podremos inaugurar.
— ¿Puedo ayudar en algo?
—Claro, prepara otro panorama para ti, sal con tu amigas o lo algo, seguramente ellas ya te están recriminando.

Siguió su camino en el automóvil. Ahora necesitaba información, y si se trataba de eso, había solo una persona que podía dársela: Samuel.

Samuel era un tipo realmente extraño, no solo por su apariencia desciudada que era a la vez mezcla de universitario fracasado y científico, sino que principalmente por poseer un carácter brillante, pero a la vez sumiso. Deseaba a Adán en un tan mal disimulado secreto que él le sacaba todo el provecho posible, entregándole a cambio sólo ilusiones absurdas. Esta vez se trataba de un tema importante, porque detener el chantaje del que era víctima Carmen le iba a significar un avance en su carrera y en sus planes, con lo que conseguiría más pronto aún sus objetivos.
Llegó al departamento en poco tiempo, y por supuesto se lo encontró ahí, trabajando en algo en el computador y mirándolo con ojos brillantes.

—Hola Samu.
—Que sorpresa —lo saludó el otro sonriendo— ¿A qué se debe ésta visita?

Adán se sentó a su lado en el escritorio con toda confianza, como si se tratara de su mejor amigo.

—Tengo un problema y eres el único que es capaz de ayudarme, pero te voy a quedar debiendo una.

Cuando estaba con Samuel, Adán sabía que bastaba con utilizar la misma actitud que con las mujeres, bajaba un poco la voz, se acercaba al límite en donde no sabes si es cercanía o coquetería, pero a la vez hablaba con confianza, como si se conocieran de toda la vida. El genio quitó la vista de él.

— ¿Qué es?

El hombre le enseñó el correo electrónico que Carmen había recibido, pero desde luego que omitió los detalles más comprometedores del asunto. Samuel se volcó al computador de inmediato.

—La persona que envió esto no quería que la rastrearan eso está claro —comentó Samuel como si fuera lo más evidente del mundo— pero cometió el error que comete mucha gente en casos como éste y cuando no son expertos. Se creó una cuenta de correo y un usuario falsos, y está claro que lo hizo desde un lugar público, pero previamente había usado su información personal en el mismo sitio, lo que quiere decir que es posible rastrearlo a través de los servidores de publicidad que persiguen a cada usuario en el mundo virtual. Es decir que el servidor tiene memoria, y yo puedo saber a quienes les envió publicidad antes que a ese perfil falso.
— ¿Es decir que puedes encontrarlo?

Samuel sonrió satisfecho.

—Desde luego.

Media hora más tarde, Adán estaba en el tercer piso de un edificio del sector acomodado de la capital, frente al número 356. Tocó el timbre, pero nadie contestó. Había pensado presentarse ahí con alguna excusa plausible como ser corredor de seguros o lo que fuera, para poder conocer en principio a la persona que estaba detrás del chantaje y tener más claro cómo actuar, pero si nadie salía a abrir veía como sus planes hacían agua.
No parecía haber gente dentro, tampoco ruido.
Un momento de decisión.
Adán tocó la puerta, y para su sorpresa, la encontró abierta.
Parecía ser una broma.
Nadie había en ese pasillo, ni cámaras en el techo que los observaran, así que arriesgándose a crear una escena, entró. Ahí estaba, en el departamento que claramente era arrendado, con sus cortinas tipo, sus muebles de liquidadora y la decoración que seguramente se quedaría intacta para el siguiente pasajero. Y a un costado de la salita, sobre un atril y medio mal cubierto por una tela barata, estaba el cuadro, y a pesar de estar en un lugar ajeno y sin permiso, a pesar de ser un hombre tan centrado e inteligente, por un  momento Adán Valdovinos se olvidó de todo y quedó mirando la pintura, casi de la misma manera en que lo había hecho con El Regreso al paraíso original. Aunque ésta era como una especia de versión menos perfecta, o si se quiere más apasionada, tenía el mismo concepto de la original, que conseguía mantenerte mirándola fijamente sin saber porque, tal vez la sinfonía de colores, tal vez la descarada burla a la mitología católica que al mismo tiempo parecía un homenaje, o simplemente el enfoque cercano y al mismo tiempo profundo. Nunca una sola visión, nunca un solo cuadro. Ahí, mientras los segundos pasaban inexorablemente, Adán supo que tenía solo dos opciones, y eligió la más peligrosa de las dos: robar la pintura.

Pero desde ese momento las cosas se complicaron.

Había tomado precauciones a la hora de robar la pintura del edificio, y por lo demás no tenía mucha preocupación de que un chantajista quisiera denunciar un robo; aun así entró disimuladamente en la galería de arte, y tras asegurarse de que nadie lo veía, entró con el cuadro directamente al taller de Carmen, donde esperaba sorprenderla con una excelente noticia.
Pero Carmen no estaba en el taller donde se suponía que estaría esperando las primeras noticias.

— ¿Carmen?

Salió por una de las dos puertas del taller, y dejando entreabierto se dirigió a la cafetería, que estaba ubicada a un costado, entre la recepción y el pasillo que guiaba al gran salón de exposición. Tampoco estaba allí.
Regresó al taller a paso lento, tratando de conservar la calma, aunque estaba emocionado internamente por los planes que de pronto se aproximaban para él, pero tan pronto como entró al taller de vuelta, se quedó inmóvil mirando la escena: Carmen estaba tendida en el suelo, desmayada. ¿O muerta?

— ¡Carmen!

Dejó el cuadro a un lado para arrodillarse junto a ella, pero de inmediato se contuvo y reaccionó fríamente. Lentamente se inclinó junto a la artista, procurando no tocar nada, ni a ella, y tocó el pulso en el cuello: casi no había, pero eso quería decir que fuera lo que fuera que había pasado en los últimos segundos en esa galería, no terminaba todavía. Carmen Basaure estaba desmayada, y probablemente a punto de morir.



Próximo capítulo: Adiós a Sofía